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1 de abril


 San Juan 11,45-56

En este evangelio se dicen palabras muy fuertes que nos ponen frente la misión de Jesús: “Jesús iba a morir por la nación y no solamente por la nación sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos”.

 Este congregar en la unidad a los hijos de Dios que andaban dispersos como ovejas descarriadas es el deseo de Dios, formar una familia humana una gran fraternidad, como dijo el S.S Francisco cuando asumió como papa; este es el sueño de Dios, una gran familia. Y pensemos como todos tenemos algo que hacer para que esta gran familia se dé; porque no va a caer del cielo, tenemos que construirla entre todos.

En este evangelio hemos notado estas malas intenciones que tenían en base a los intereses; “que hacemos” decían los fariseos "este hace muchos signos van a creer en él y van a destruir nuestra nación." O sea, estaban pensando en sus intereses; si nosotros aprendemos a dejar un poco de lo nuestro, ojalá todo lo nuestro, para que Dios construya sus proyectos con nosotros y a través nuestro, la humanidad puede construirse según el sueño de Dios. Y no hay cosa más grande, más bella que está.

Entonces cuando tenemos está oportunidad de hacer algo bueno, pensar que es uno, es la acción de Dios que hace que este sumo sacerdote por ejemplo halla profetizado, como dice el texto, “no dijo eso por sí mismo” dice San Juan, sino que profetizó uno de los carismas más importantes por la acción de Dios.

Dejémoslo obrar a Dios en nuestro corazón, dejemos que él nos inunde de este amor a los pobres que el papa Francisco está ayudándonos a tomar conciencia que deben ser de corazón de nuestra querida Iglesia y de la humanidad entera.

31 de marzo


 San Juan 10,31-42

Estamos a acercándonos a la semana santa, los textos de la liturgia nos predisponen a este clima que vivió Jesús tan intenso de constantes peleas, con muchos, no con todos, pero sí con muchos de los judíos que lo acompañaban.

 El texto de hoy justamente nos presenta una de estas discusiones “siendo hombre te haces Dios” le achacan a Jesús, frente a la pregunta de Jesús “¿por cuáles de las obras que hago me quieren apedrear?” le querían tirar piedras a Jesús, y Jesús siempre hace referencia a Su Padre; en éste caso no se queda callado y les pregunta: “¿por cuál de todas estas obras me quieren tirar piedras?” y ellos le dicen bien claro cuál es el tema: el tema de la identidad, querer hacerse Dios, hacerse pasar por Dios, esto no entra en la mentalidad de los judíos.

La pregunta es si entra en nuestro corazón, en nuestra cabeza reconocerlo a Jesús como verdadero Dios y hombre, porque esto implica no sólo el dogma sino más bien lo profundo si creemos en Dios, si tenemos fe.

 El evangelio de hoy hace referencia a eso: a creer en Dios. “Las obras de mi Padre” las obras que viene a hacer Jesús que son las obras del Padre nos hacen crecer en la fe “reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre”. Vale decir que todas las actividades, todas las obras, todo lo que dice Jesús hace siempre referencia al Padre.

El texto del evangelio termina diciendo “muchos creyeron en Él”, de eso se trata. ¿Cómo está nuestra fe en este tiempo de cuaresma? ¿la hemos hecho crecer con la gracia de Dios? ¿nos hemos dedicado realmente a las obras de caridad? ¿lo conocemos un poco más a Jesús? ¿o estamos como estos judíos que le quieren tirar piedras? Dudamos a veces, muchas veces puede pasar que dudemos y está bien si esta duda nos lleva a preguntarnos por quién es Éste, este es Jesús, a dónde nos lleva, qué está pasando en nuestra vida, cómo estoy caminando hoy, qué proyecto tiene Dios para mí, ese tipo de dudas son buenas, preguntarse, quien nunca se cuestiona nada eso tampoco es un buen síntoma. Ahora si uno está permanentemente dudando y desconfiando de todo tampoco es un buen signo.

pidámosle al Señor entonces en este viernes que nos regale la Gracia de tener un corazón creyente, un corazón que con humildad sepa repasar toda la historia personal, que sepa ver cómo Dios fue obrando paso a paso en nuestras vidas y nos sigue aún hoy en el presente regalando Su gracia para construir Su Reino y seguirlo con todas las fuerzas.

30 de marzo


 San Juan 8,51-59

En estos días vamos terminando de preparar el corazón para entrar en la más importantes y grandes de las semanas que es la Semana Santa

Y me parece clave en esto de poder preparar el corazón y fortalecerlo, meditando sobre el primero de los versículos de este fragmento del Evangelio. Es una especie de pedido y de sana exigencia el que hace Jesús a hablar con los judíos. “El que es fiel a mi palabra, no morirá jamás”.

Es decir, hay una insistencia de parte de Jesús que nos invita a ser fieles. Uno podría preguntarse de qué manera se puede ser fiel; en qué consiste esto; cómo es que se vive.

Pero hay una promesa: “no morirá jamás”. En esto estamos todos de acuerdo en que no se refiere a la muerte natural a la que estamos todos sometidos. Nadie se escapa de esta. Se refiere más bien a una muerte de carácter más bien existencial e integral: no se llevará muerte de este mundo al Reino definitivo. No habrá muerte eterna.

¿Y entonces...? ¿Qué significa ser fiel? El pedido de Jesús se ve también como coherencia de su vida: en el momento en que empieza a entender que no le queda otra que morir por amor, Jesús pide que seamos fieles.

Esto de la fidelidad cuesta. Porque nos cuesta seguir a Jesús.

Es interesante, porque Jesús no pide que se hagan cosas extraordinarias, grandes, magníficas. No. Nada de eso. Pide que le seamos fieles.

Y uno es fiel, cuando hay amor. Cuando el amor se termina, la tentación es la infidelidad. Cuando el corazón deja de ser por entero de la persona amada, uno empieza a llenarse el corazón de otros amores.

De la misma manera, Jesús nos pide esta coherencia, exigida desde el amor. Podemos entonces hacer memoria a lo largo de todo este tiempo de cómo me ha amado Dios. Cómo experimenté el amor de Jesús en mi vida. Cómo descubro que el Amor con el que Dios me ama es un Amor Incondicional que no va a cambiar nunca

29 de marzo


 San Juan 8,31-42

El evangelio que hoy tenemos para reflexionar, podríamos decir para confrontarlo con nuestra vida, nos relata la enseñanza de Jesús a los judíos que creyeron en Él, invitándolos a la permanencia fiel, así conocerán la verdad y serán libres. Dos temas muy importantes, a que podríamos agregar el de la filiación, el ser hijos.

En este texto uno rescata como centro que la fe heredada no es suficiente para la verdadera libertad ni para una filiación legítima, para ser hijos de verdad. Para ser libres de verdad hay que ser fiel a su Palabra, porque Él es la verdad.

 La verdad libera y la mentira esclaviza. Más de una vez, en todos nosotros podremos experimentar, que asumir la verdad, aunque es mucho más doloroso nos da más paz, nos hace libres y alegres. Abraham, a quien se refiere, nos representa la libertad y un corazón que responde incondicionalmente a Dios.

 Por lo tanto, ser hijo auténtico de Abraham, lo que nos hace verdaderamente libres, es lo que intentamos vivir su fe e imitar sus actitudes. Este texto del evangelio nos invita a vivir la libertad en una sociedad que intenta esclavizar.

 Muchas veces podemos ver lo que nos propone la televisión, el mundo, la vida… a veces una vida "más facil", con relaciones fugaces no permanentes, o con drogas, con juegos y fantasía, para descubrir después que esto no es realmente la felicidad ni la auténtica libertad, sino que todo lo contrario estamos como enredados.

Un desafío para todo el que quiere vivir de la fe, es ser fieles a la palabras de Jesús. Ser libres exige esfuerzo y valentía, pero eso sin duda da verdadero gozo. Uno descubre en los santos, y concretamente en los mártires que nos dan testimonio de lo que es la auténtica libertad.

Vamos a pedirle al Señor que realmente nos ayude a ser verdaderos hijos suyos y a tener una fe que se encarna en gestos, actitudes y criterios.

 

 

28 de marzo


 San Juan 8, 21-30

La Palabra de este día, que nos llega por medio de San Juan, nos muestra, como hemos percibido de modo especial en esta cuaresma, la grieta creciente entre los Fariseos y Jesús.

Las acciones, los milagros, las palabras de Jesús no son suficiente para que ellos puedan reconocerlo, sino que, por el contrario, cierran cada vez más, paradójicamente, sus corazones, por eso Jesús claramente les dice, “Ustedes son de aquí abajo, Yo Soy de lo alto, ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo y …por eso morirán en sus pecados…porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados.

Los fariseos no obstante siguen sin entender, sin creer y cerrándose cada vez más en su bronca, en su odio contra Jesús, sin embargo, muchos de los que lo escuchaban, empezaron a creer…Jesús sigue anunciando, proclamando… “Cuando ustedes hayan levantado en alto al hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y digo lo que el Padre me enseño”

Llegando ya a las puertas de la semana Santa, en este tiempo de Gracia, la Palabra del Señor viene a interpelarnos, a mover nuestro corazón, a sacudirlo, para que no se nos pase de largo la Gracia, la Misericordia, la Salvación.

Cuántas veces aun reconociéndonos creyentes, quizás no cerramos el corazón del todo a Dios, pero si, nos acostumbramos a Él y dejamos para mañana, no lo escuchamos, no le pedimos perdón, no le creemos y nos entretenemos con las cosas del mundo, nos olvidamos del cielo, sólo confiamos en nosotros y por eso mismo no nos dejamos abrazar por este Dios que nos Salva, escuchamos la Palabra pero Ella ya no nos interpela…también nuestra vida de fe, necesita conversión, misericordia, renovarse y aumentarse.

Señor Jesús tú que te manifiestas y revelas a diario en nuestra vida, tú que siempre eres fiel a la voluntad del Padre, sigue mostrándonos tu misericordia y entregándote para salvarnos, danos un corazón humilde, danos un corazón atento, ayúdanos a creer en ti, convirtiéndonos, volviendo nuestra vida a Ti.

Que el Señor encuentre en ti un corazón abierto y creyente, que experimentes su misericordia.

 

 

27 de marzo


 San Juan 8,1-11

En el Evangelio de hoy, vamos a meditar sobre el encuentro de Jesús con la mujer que iba a ser lapidada. Por su predicación y por su manera de actuar, Jesús incomodaba a las autoridades religiosas. Por esto, las autoridades procuraban por todos los medios posibles para acusarlo y eliminarlo. Le traen delante a una mujer sorprendida en flagrante adulterio. Bajo la apariencia de fidelidad a la ley, usan a la mujer para esgrimir argumentos en contra de Jesús.

Jesús no discute la ley. Pero cambia el punto del juicio. En vez de permitir que ellos coloquen la luz de la ley por encima de la mujer para condenarla, les pide que se examinen a la luz de lo que la ley les exige a ellos. La acción simbólica de escribir en la tierra lo aclara todo.

 La palabra de la Ley de Dios tiene consistencia. Una palabra escrita en la tierra no la tiene. La lluvia o el viento la eliminan. El perdón de Dios elimina el pecado identificado y denunciado por la ley.

El gesto y la respuesta de Jesús derriban a los adversarios. Los fariseos y los escribas se retiran avergonzados, uno después del otro, comenzando por los más ancianos. Sucede lo contrario de lo que ellos esperaban. La persona condenada por la ley no era la mujer, sino ellos mismos que se pensaban fieles a la ley.

Jesús no permite que alguien use la ley de Dios para condenar al hermano o a la hermana, cuando él mismo, ella misma son pecadores. Este episodio, mejor que cualquier revela que Jesús es la luz que hace aparecer la verdad.

 El hace aparecer lo que existe de escondido en las personas, en lo más íntimo de cada uno de nosotros. A la luz de su palabra, los que parecían los defensores de la ley, se revelan llenos de pecado y ellos mismos lo reconocen, pues se van comenzando por los más viejos.

Y la mujer, considerada culpable y merecedora de pena de muerte, está de pie ante de Jesús, absuelta, redimida y dignificada (cf. Jn 3,19-21).

25 de marzo


 San Lucas 1, 26-38)

Hoy la iglesia celebra la Anunciación del Señor. Y vemos en el «alégrate, llena de gracia» (Lc 1,28) oímos por primera vez el nombre de la Madre de Dios: María (segunda frase del arcángel Gabriel). Ella tiene la plenitud de la gracia y de los dones. Se llama así: «llena de gracia» (saludo del Ángel).

Quizás con 15 años y sola, María tiene que dar una respuesta que cambiará la historia entera de la humanidad. San Bernardo suplicaba: «Se te ofrece el precio de nuestra Redención. Seremos liberados inmediatamente, si tú dices sí. Todo el orbe está a tus pies esperando tu respuesta. Di tu palabra y engendra la Palabra Eterna». Dios espera una respuesta libre, y "La llena de gracia", representando a todos los necesitados de Redención, responde: ¡hágase! Desde hoy ha quedado María libremente unida a la Obra de su Hijo, hoy comienza su Mediación. Desde hoy es Madre de los que son uno en Cristo (cf. Gal 3,28).

Benedicto XVI decía en una entrevista: «[Quisiera] despertar el ánimo de atreverse a decisiones para siempre: sólo ellas posibilitan crecer e ir adelante, lo grande en la vida; no destruyen la libertad, sino que posibilitan la orientación correcta. Tomar este riesgo —el salto a lo decisivo— y con ello aceptar la vida por entero, esto es lo que desearía trasmitir». María: ¡he aquí un ejemplo!

Tampoco San José queda al margen de los planes de Dios: él tiene que aceptar recibir a su esposa y dar nombre al Niño (cf. Mt 1,20s): Jesús, "el Señor salva". Y lo hace. ¡Otro ejemplo

La Anunciación revela también a la Trinidad: el Padre envía al Hijo, encarnado por obra del Espíritu Santo. Y la iglesia canta: «La Palabra Eterna toma hoy carne por nosotros». Su obra redentora —Navidad, Viernes Santo, Pascua— está presente en esta semilla. Él es Emmanuel, «Dios con nosotros» (Is 7,15). ¡Alégrate humanidad!

Las fiestas de San José y de la Anunciación nos prepararan admirablemente para celebrar los Misterios Pascuales

24 de marzo


 24 de marzo

San Juan 7,1-2.10.25-30

Cercanos a Semana Santa, la liturgia nos viene regalando estos días diversos discursos o hechos de Jesús camino de Jerusalén. Hoy mismo lo vemos ya tomando la decisión de entrar en Jerusalén y, todavía más, de encarar hacia el Templo… sabiendo las consecuencias. El Evangelio de Juan machaca mucho en este hecho determinante: Jesús sabía lo que iba a suceder y, así y todo, encara hacia Jerusalén, elige ir a Jerusalén… ¡Encara hacia la Cruz! Recuerden que Jesús dirá un poco más adelante: “Nadie me quita la vida, sino que la doy por mí mismo” (Jn. 10, 18).

En  el evangelio de hoy vemos que ante la hostilidad de algunos que se quedan en la superficialidad y le tienen miedo a la verdad, o no les importa mucho la verdad (esa verdad que te hace libre) Cristo se da a conocer, revela su origen y su más profunda identidad; y que bueno para nosotros en estos tiempos.

Podemos preguntarnos ¿como andamos con nuestra identidad? especialmente nuestra identidad cristiana ante una crisis de identidad que vivimos. Miren lo que nos dice Jesús: yo no vine por mi propia cuenta, pero el que me envío dice la verdad y ustedes no lo conocen, se refiere al Padre, del cual El es el único que lo conoce; como nos dice en San Juan: a Dios nadie lo ha visto jamás, al Padre nadie lo ha visto jamás, el Hijo que compartía la intimidad con el Padre, el nos lo ha dado a conocer: Yo si lo conozco porque vengo de El y es El, el que me envío.

En todo el Evangelio de Juan, el apóstol joven esta relación del Cristo con el Padre es clave y nos hace entrar en esta relación para que allí maduremos con la ayuda del espíritu nuestra identidad de hijos y así contentos andemos por los caminos de la vida, con el gozo profundo de sabernos cristianos, discípulos misioneros de un Dios que es amor, porque Dios es amor; comunión de amor que nos compromete para hacer un mundo mejor donde la palabra tenga el amor que sana y construye la ultima palabra, esa palabra que todo lo renueva.

Caminemos renovados hacia la Pascua en el año de la vida y decididos a hacer una patria de hermanos porque la clave de la historia es que con el egoísmo se destruye y se corrompe todo, pero con el amor todo se construye. Por eso bueno sacar a fuera la verdad de lo que somos, pero para encontrarnos con la verdad que nos hace libres. Que Dios te bendiga.

23 de marzo

San Juan 5,31-47.

El evangelio de hoy nos regala este largo diálogo que se viene suscitando entre Jesús y los judíos de su época. Jesús en este texto va a dar innumerables testimonios que hablan a favor de Él como verdadero Mesías y como verdadero Hijo de Dios. Y hay una parte que me resulta de particular singularidad que dice “(las escrituras) dan testimonio de mí y sin embargo ustedes no quieren venir a mí para tener vida”.

Me parece que es muy interesante este reproche que le hace Jesús a los judíos de su época: el no querer ir a Él para tener vida. Y trasladándolo a nuestros días y aplicándolo a nuestra vida cotidiana nosotros podemos pensar: “nosotros sí queremos ir a Jesús y queremos tener vida”.

Claro, uno puede pensar también qué significa esto que está diciendo Jesús y que significa en definitiva tener la misma vida que Jesús o tener vida según el espíritu que anima la misión de Jesús en el mundo. Yo creo que la primera característica de la vida en Jesús pasa porque está centrada en Dios. Una de las características fundamentales que tiene Jesús es que la permanente referencia que Él hace, la hace hacia el Padre. Él se siente enviado. Es decir, el centro del universo no está puesto en Él sino está puesto en el Padre que lo envió. Él realiza obras y signos que en definitiva van a revelar el rostro del Padre. Es decir, Jesús entiende que hay alguien que es más importante que Él. Y ese es el Padre.

Entonces nosotros podemos pensar en nuestra vida que tener vida en Jesús significa salir nosotros el centro. Muchas veces andamos por la vida pensando que lo nuestro es lo mejor, que es lo más importante, o es lo único que merece la atención y de a poco nos vamos poniendo en el centro. Y muchas veces no nos damos cuenta y cuando nos despertamos y tomamos conciencia nos damos cuenta que hicimos de nuestro mundo el centro del universo. Y desaparecen entonces Jesús, los hermanos, los que pasan verdadera necesidad

Lo segundo que me parece también fundamental es que la vida en Jesús por tanto es una vida que nos reintegra de alguna manera, nos devuelve la dignidad que tenemos de ser verdaderamente Hijos de Dios. Nuestro mérito más grande en la vida, nuestra dignidad más bonita que podemos tener, lo más grande que nos puede pasar a nosotros es justamente esto. Nunca perder de vista eso. ¿Qué es lo más grande que me puede haber pasado en la vida? Ser hijo de Dios, tener la vida de Jesús, vivir también animado por el Espíritu Santo.

No seamos como los judíos del evangelio sino que seamos varones y mujeres de fe que se animan a creer en Jesús por seguir entregando su misma vida: una vida que se descentra, una vida cuya dignidad más linda es la de ser hijos e hija que Dios, una vida que por tanto entiende que su razón de ser más profunda y más íntima es la de ponerla al servicio de aquellos que más necesitan de la ternura y de la misericordia de Dios.

 

22 de marzo


 San Juan 5,17-30

El Evangelio que hoy Jesús está respondiendo a quienes lo criticaban, porque para los judíos piadosos había violado el sábado, porque justamente curó a un paralítico ayudándolo a entrar a la piscina. Pero Jesús en la misma contestación agrega un nuevo motivo de escándalo, porque según ellos se hacía igual a Dios, porque “lo que hace el Padre lo hace igualmente el Hijo”. La palabra de Jesús comunica la palabra del Padre y Él nos comunica la vida.

Jesús tiene poder para revelarnos, para contarnos el amor que Dios nos tiene y su deseo profundo y eficaz para transmitirnos la Vida Divina. Podríamos decir que en el texto está claro que el Amor de Dios crea, el Amor de Dios transforma, genera vida, porque el que cree en Jesús y cree en el que lo envió posee la Vida Eterna, la vida que no termina.

Podemos decir que el texto del Evangelio también nos invita y nos da a conocer más el misterio de Jesús, esta unidad que existe entre el Dios y Jesús, ciertamente no sabemos, pero nos está contando el mismo Señor. Dios se comunica con nosotros como nosotros nos comunicamos por medio del lenguaje, la Palabra de Dios es Jesús. Dios se hace hombre, comparte nuestra vida, se hace semejante en todo a nosotros menos en el pecado lógicamente, podríamos decir que se hace cercano y accesible.

Es muy consolador escuchar: “les aseguro que el escucha mis palabras y cree en aquel que me envió tiene Vida Eterna”, creer se manifiesta en la vida, escuchar las palabras y creer no es algo que uno solo expresa con los labios sino también lo manifestamos con la vida, también nosotros como cristianos tenemos que encarnar justamente lo que creemos y como somos cristianos como Jesús hacernos cercanos a los hombres.

Quisiera decir unas últimas palabras sobre el final de este texto, donde el mismo Jesús dice: “Mi juicio justo sobre lo que yo busco no es hacer mi voluntad sino la de aquel que me envió”, también nosotros como cristianos deberíamos decir esto cada día, por eso pidámosle a Jesús,  que verdaderamente cada oración del Padre Nuestro sea una realidad en nuestra vida y “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” nos ponga en verdad a cada uno en sintonía para que eso una realidad en nuestra vida. Que Dios nos bendiga.

21 marzo


  San Juan 5,1-16

Nos encontramos hoy con ese personaje de la piscina de ‘Betsata’, Jesús pasa entre tantos enfermos, ciegos, lisiados y paralíticos’ de la vida, se acerca a alguno de ellos… por qué: quién lo sabe.

Lo interroga, le pide su anhelo: "¿Quieres sanarte?"; y lo único que recibe es la respuesta de lo circunstancial de la vida: entrecruces de complicaciones, acusaciones de los que no se hacen cargo de él, reproches por el tiempo no suficiente… y el deseo pasa desapercibido.

La dificultad para comunicarle al otro aquello que nos hace falta puede desembocar en conflictos en nuestras relaciones cotidianas. Aquellas personas que no logran plantearse la posibilidad de pedir lo que desean, sufren en silencio, o viven enojadas, porque su familia, sus amigos, su jefe, su pareja, la novia o el novio, no adivinan sus necesidades.

Aparecen los mitos: “yo puedo solo”; yo lo hago mejor que si se lo pidiera a otro; si me quiere, va a saber lo que necesito”.

La mayoría de las personas que tienen dificultades para pedir, poseen poco contacto con su interior, con sus deseos más profundos. Entonces, lejos están de poder pedir a otros lo que ellos mismos no pueden reconocer, lo fundamental. Antes de aprender a pedir, es conveniente que identifiquemos nuestras necesidades prestando atención a lo que sentimos. Expresar nuestras necesidades es hacernos cargo de lo que pasa en nuestro interior.

En esta situación hoy el Evangelio toca a tu corazón en este tiempo de Cuaresma. Jesús, o tal vez tú que portas su presencia divina, caminas hoy entre ellos… no sé por qué tal vez te acerques a uno… No necesita la presencia para entrar en la piscina de cinco pórticos sino la gracia que ha tocado tu persona.

No solo tenemos que aprender a pedir lo que necesitamos, también debemos aprender a acercarnos a la necesidad de los demás tal y como ésta se presenta y darles lo que el corazón más anhela: una posibilidad para ser feliz.

"Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo": qué gran verdad es esta. Cuántas horas habrá pasado Jesús experimentando casi ocultamente la obra del Padre y, como buen hijo aprendió las más grandes actitudes del obrar humano, casi divino: "dar la vida por los amigos".

 

20 de febrero


 San Mateo 1,16.18-21.24

Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de San José, el esposo de María y el padre adoptivo de Jesús, lo celebra como al varón bueno y justo, que se dejó conducir por Dios para llevar adelante su plan de salvación.

Siempre me impresiono la prontitud con que José responde al Señor, el evangelio nos dice que ni bien José recibió en sueños la indicación del ángel que le dice que es lo que debe hacer, inmediatamente hace lo que el Señor le pide.

José seguramente tenía, humanamente elaborado sus proyectos y sus planes, pensaría casarse con María, quizás tener una numerosa descendencia y sin embargo lo sorprende el Señor Dios, que tiene otros planes para él. El señor Dios que sabe que José es un hombre de confianza, por eso le encomendará el cuidado de María virgen y el cuidado de Jesús. José en el plan de Dios esta pensando como el sacramento del Padre Dios en la tierra, hará las veces de padre de Jesús, a quien cuidará como si fuera suyo, a quien amará tanto como si fuera el hijo salido de él mismo.

¡Que hermosa esta imagen de José! Este José obediente que aunque no entiende va obedecer, se va a dejar conducir a una dicha mayor, de la que había imaginado hasta ese momento.

Cuanto tenemos que aprender todos nosotros de José, para dejarnos también conducir por Dios. En este tiempo de Cuaresma, que estamos tratando de hacer más espacio a la oración en nuestra vida, la oración que es sobre todo, escucha de Dios, no es largarle el rollo de nuestras palabras y nuestros discursos: primero es escucharlo a Él, hacer silencio de nuestras palabras para que Dios hable, hacer silencio de nuestros proyectos pasajeros, para que Dios, como a José nos muestre sus caminos de eternidad.

¡Qué bien nos viene la figura de José!… que habla poco… pero que sabe escuchar a Dios, que tiene siempre un SÍ a flor de labios, para todo lo que le pida Dios, un José que no desconfía del amor de Dios, que sabe que Dios quiere más que nadie su bien, y su felicidad.

En este día  tengamos un encuentro amistoso con José, nuestro celestial patrono que desde el cielo, nos protege, nos cuida, este José que es modelo de creyente, para todos nosotros y cada uno de nosotros pidámosle que nos comparta, su prontitud, su generosidad, su fidelidad en el amor de Dios, dígalo cada cual con sus palabras, a mí me gusta decirle a si: “José tú  que fuiste sencillo para deshacer tus planes, ayúdanos a deshacer en nuestras vidas , todo lo que no venga de Dios, ayúdanos a tener un oído atento , para escuchar a Dios que siempre nos habla, que está susurrándonos permanentemente su voluntad , para que podamos encontrar sus caminos en nuestra vida. José tú que cuidaste de María y de Jesús extiende hasta nosotros tu protección, para que seamos hombres y mujeres creyentes de este Dios que es amor.

18 de marzo


 San Lucas 18,9-14

En el evangelio de hoy, dos hombres suben al templo a orar. Es en la oración donde el corazón queda al desnudo. Al orar, el fariseo se hace el centro, y Dios sólo está para reconocer su rectitud. El fariseo es un religioso riguroso, un practicante fiel, íntegro, afiliado a una especie de escuela de oración y moral de estricta observancia. Le han enseñado a evitar el pecado, a multiplicar los sacrificios y las buenas obras, a practicar la ley, y lo hace tan bien que se enorgullece de hacerlo; está a mano con Dios, y Dios tan sólo tiene que hacerle justicia. Dios no necesita ser ya ternura y perdón. Basta con que sea justo. Todas las cualidades, que posiblemente tenga el fariseo, están como envenenadas por su orgullo. El amor propio desmesurado es capaz de estropear las más bellas realizaciones.

El publicano, al contrario, puesto lejos, no se anima a levantar su mirada al cielo, sino que se daba golpes de pecho. Es el ladrón público. Su oficio mismo era maldito: robaba por profesión, y en provecho del sistema que oprimía al pueblo, para “beneficio del ocupante opresor y pagano que además contaminaba con sus ídolos y prácticas inmorales”. Para los judíos del tiempo de Jesús, éste era un caso sin salida.

Jesús se enfrenta a la opinión de su tiempo, porque Dios es también el Dios de los desesperados. Dios da a todos su oportunidad, incluso a los más grandes pecadores. El publicano se da cuenta de su indignidad y mira a Dios, que puede salvarlo.

Es preciso que nuestras manos tendidas hacia Él sean unas manos vacías. La cuaresma con sus prácticas propias nos debe tener alerta a no caer en la tentación de ofrecer a Dios actos externos que tengan más de justificación que de humilde reconocimiento de nuestra fragilidad. Sabernos amados y perdonados sin mérito alguno nos lleva a sentir la necesidad del amor de Dios.

La oración hecha con humildad nos permite reconocer la verdad sobre nosotros mismos. Ni hincharnos de orgullo, ni menospreciarnos. La humildad nos hace reconocer los dones recibidos y reconocer también los dones del otro. La humildad nos hace ser testigos, no de lo que hemos hecho, sino de la misericordia que el Señor ha hecho con cada uno de nosotros.

Nuestra oración no debe ser una técnica, un método, una fórmula sino un gran amor. En la oración, en la misericordia, en la caridad, en la preocupación por los demás, propias del corazón humilde, está el camino de nuestra justificación y salvación.

17 de marzo


 San Marcos 12, 28-34

“Habla Señor que tu siervo escucha “Hermoso testimonio de un joven, del joven Samuel al sentirse llamado por su nombre, necesitamos escuchar la palabra que alimenta nuestro camino de fe, hacia la Pascua de la vida.

Hoy en el evangelio alguien pregunta a Jesús: ¿Cuál es el primero de los mandamientos? ¿Mandamientos? ¿Qué significado tiene para ti que me estas escuchando hoy? ¿Para qué sirven? ¿Es algo que nos toca, nos interesa?  ¿Es algo que nos eleva, si lo conocemos?  ¿O es algo que nos oprime?

Jesús que hoy nos abre su corazón de par en par y que nos mira con amor, diciendo mí nombre, tu nombre joven, el mío y el de todos. Y nos dice Amaras al señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas, este es el primero de los mandamientos y el segundo es Amarás a tu prójimo como a ti mismo. ¡Qué importante no! Amaras a tu prójimo como a ti mismo, no hay amor más grande que estos dice Jesús. ¡Qué bueno!

Los tenemos que saber y especialmente a ti que me escuchas, los diez mandamientos son resumidos así, y son como las señales del amor, para no errar el camino de la fidelidad y del sentido de la vida.

Por eso para vivir con alegría y con sentido nuestra vida, la clave es el Amor, una vida sin este amor a Dios y a lo demás, se derrumba y cae en el egoísmo y en el abismo.

Por eso Animo y miremos con amor a Jesús y digámosle hoy de una manera especial: Crea en mí  un corazón nuevo, con la fuerza  de tu amor y queremos amar como tú nos estas amando y si tenemos miedo digámosle: Señor a quien iremos si solo tú, tienes palabras de vida eterna.

En ti y contigo puedo encontrarme con la verdad de mi vida, por eso te invito en estos días que aún faltan de la cuaresma, para descubrir la importancia de los mandamientos, a la luz de las bienaventuranzas y sobre todo a la luz del amor, porque es el amor el que construye, en cambio el egoísmo destruye y corrompe.

16 de marzo


 San Lucas 11,14-23

Jesús hizo una buena obra al sanar a un hombre que era mudo. Sin embargo, algunos a su alrededor no reconocieron su bondad. Incluso pensaron que había un poder maligno que trabajaba en Él. Sus pensamientos se formaban de sus propios sentimientos, y no de lo que estaba sucediendo fuera de ellos.

El Hijo de Dios estaba actuando con un poder divino, “por el dedo de Dios”. El milagro mostraba que el Reino de Dios había comenzado en la tierra. Jesús estaba comenzando una fase nueva en la historia humana, y elevando nuestro mundo a una rica forma espiritual.

Jesús necesitaba ser visto antes y ahora como el poderoso. Sin importar las dificultades que tiene la gente en su vida, el poder puede lidiar con ellos. Todos tenemos que verlo como el Maestro y confiar en Él.

El estar con el Señor, estar con Él, estar con Jesús. Es una de las cosas más principales que tenemos que tener siempre presente, tener siempre en cuenta. El Señor en el Evangelio muchas veces nos pide que estemos con Él, desde el principio nos dice que llamo para que estuvieran con Él y ,estando con Él, enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios. Su palabra también nos dice muchas veces que permanezcamos con Él diciéndonos “Sin mí no podes hacer nada” o “Si ustedes permanecen en mí y yo en ustedes pidan lo que quieran y lo tendrán”.

Y hoy en el Evangelio el Señor nos dice “El que no está conmigo está contra mí…” Es muy fuerte lo que nos dice pero muy real.

Jesús es claro. Cada uno de nosotros ¿considera que está con él? Mis actitudes, mi forma de pensar y actuar ¿demuestran que estoy con él? Las opciones que tomó siempre ¿son reflejos de mi unidad con el Señor?

Aprovechemos el tiempo de Cuaresma para meditar sobre esto: Estar con Él. Lo que significa, lo que implica, los frutos que se derivan de estar con el Señor. Es una gracia que todo el tiempo deberíamos pedir a Dios, estar con Él.

 

15 de marzo


 San Mateo 5,17-19

En el evangelio de hoy, Mateo 5, del 17 al 19, retomamos estos pasajes tan lindos del sermón de la montaña. Vemos al Señor que viene a enseñar y que se muestra como el verdadero maestro que no está para quitar la ley, para abolirla, sino para llevarla a su verdadero cumplimiento. Y esto el Señor lo demuestra mediante palabras y mediante acciones. Entonces, podemos quedarnos con algunos puntos, llevar esto a nuestra vida y meditar un poco.

En primer lugar, dar cumplimiento.

A veces uno descubre en la vida de los demás o en la propia vida que quiere cumplir por cumplir, ¿no? Como que estamos atados a la ley, a las reglas a una norma, hacemos lo que hace la mayoría, pero por cumplimiento nada más, no porque le busquemos un sentido verdadero, un sentido profundo a lo que hacemos. Pero acá el Señor habla de dar cumplimiento en otro sentido. Él se refiere a la plenitud, a llevar todo a su plenitud. Por eso es lindo hacer el ejercicio y preguntarnos en este tiempo de cuaresma: “bueno, yo ¿estoy camino a mi plenitud?” Claro, porque a veces podemos quedarnos en la vida como a medio camino, entre una cosa y la otra, estando como a medio hacer. Por eso, en este tiempo podríamos pedirle al Señor vivir en plenitud, vivir sin medias tintas, sabiendo que es Él quien le da sentido a nuestro existir y a nuestro andar. Por eso, si hoy no te estás sintiendo pleno, si no te estás sintiendo contento con tu caminar, no te preocupes, más vale ocúpate. El punto de partida es encontrar, reconocer, descubrir el amor de Dios en tu vida, ese sueño que el Padre para ti, porque Jesús vino para que tengas vida y vida en abundancia. Apégate a  la idea de que el Señor te quiere pleno y feliz, y no vacío y errante.

En segundo lugar, enseñar con caridad.

El Señor habla de enseñar. Lo que la multitud amaba y admiraba de Jesús es que él era diferente a los demás profetas, a los demás maestros de su tiempo. Vemos que obraba con poder y hablaba con autoridad. Eso es lo que llamaba la atención, lo que atrae. Jesús es coherente y tiente una forma de decir las cosas clara y concisa pero, sobre todo,  se movía con caridad. Creo que es una de las actitudes que podemos trabajar día a día, nuestra conducta y nuestro modo de decir las cosas. Porque bueno, a veces nos falta caridad. Uno puede tener conocimiento de muchas cosas, es más, puede tener una inteligencia elevadísima y ser sumamente capaz, pero si no encuentra la manera de bajar eso para que lo entiendan los que necesitan saberlo, todo queda en la nada y queda sin fruto. Quizás esto hoy sirva para que nos miremos el corazón y nuestro modo de actuar y decir. ¿Cómo estás diciendo las cosas? ¿Hablamos de una manera clara, entendible, o vamos por atrás, somos rebuscados, duros, complicamos todo? Entonces, cuando tengas que enseñar o corregir al que tienes al lado, acuérdate que la verdad siempre viene de la mano de la paciencia y de la caridad.

En tercer lugar, hacer lo que se dice y decir lo que se hace.

Otro aspecto de la coherencia viene con el decir y el hacer. “Que tu sí, sea sí y que tu no, sea no”, como dice san Pablo. Jesús era coherente porque no borraba con el codo lo que escribía con la mano. La coherencia en nuestra vida nos hace creíbles para lo más importante: mostrar a Dios a los demás. Recuerda esa frase de san Francisco: predica  el Evangelio en todo momento y, si es necesario, usa las palabras.

Por eso, si con la ayuda del Señor, logramos trabajar nuestra forma de decir y nuestro obrar, la gracia nos va a ir transformando y vamos a vivir en la plenitud que solamente él nos puede dar, porque la vida del reino ya puede empezar desde acá.

 

 

14 de marzo

San Mateo 18,21-35

 El Evangelio de hoy nos habla de la misericordia de Dios y lo hace a través de la respuesta que Jesús le da a Pedro cuando le pregunta cuantas veces hay que perdonar al hermano y Jesús dice con otras palabras “infinitas” y hace la parábola ésta en la que Jesús reprueba el pecado, pero sobretodo el pecado de no tener misericordia, porque si algo no podemos negar es que estamos llamados a perdonar al hermano y debemos estar dispuestos a perdonar 70 veces 7.

Otra dimensión de las muchas que nos ofrece este tiempo de la Cuaresma, la Misericordia. La Misericordia es fruto de la Santidad, si no tenemos un ideal de Santidad, es decir de felicidad cristiana en clave de bienaventuranzas no vamos a poder entender, solo quizás racionalmente, no vamos a poder entender existencialmente lo que es la Misericordia. Cuando el Señor nos dice que seamos perfectos como el Padre Celestial es perfecto, de alguna manera está dando la respuesta a lo que plantea el Evangelio de hoy cuando Jesús nos dice “Perdonen 70 veces 7”.

Ser Santos, ser Misericordiosos como el Padre en el Cielo es un llamado a todos, no solamente a algunos, especialmente convocados por Dios a una especial consagración, a todos, Dios nos llama a ser Santos. El cristiano, por el mero hecho de estar Bautizado está llamado a la plenitud de la vida cristiana, es decir, a vivir como Dios quiere que vivamos, y esto se plasma en la actitud de la Misericordia.

 Cuando pedimos reparación histórica, cuando pedimos justicia y es bueno que lo hagamos, cuando pedimos que se esclarezcan cosas que están oscuras a veces como crímenes o vejaciones, debemos tener enmarcando en todo esto que no es aguar el pedido sino darle un contenido cristiano, la Misericordia. Porque cuando hay Misericordia se tratan y se ordenan mejor los asuntos temporales, es decir, todo aquello que va aconteciendo en el tiempo de nuestra vida. Porque la vocación cristiana, es una vocación, recordémoslo, sobrenatural, es decir que eleva lo cotidiano y aún rescata todo lo malo, todo lo que hay de impuro de lo cotidiano y desde la Misericordia lo ofrece y lo hace, lo transforma en algo agradable a Dios.

Por eso nuestra vida que está llamada a ser una ofrenda a Dios tiene que ser una vida en la caridad, con todos, en primer lugar rezando por los demás, pero también dominando nuestros impulsos de venganza, nuestros resentimientos, nuestras inclinaciones a desear el mal a aquellos que no queremos.

 Por eso en la vida de todos los días adquirir la santidad es crecer en Misericordia, Santificar lo cotidiano, es decir, lo rutinario y hacerlo creativo es desde crecer en Misericordia, de preguntarme que bien puedo hacer yo por los demás, aún por el que esta caído, aún por el que está equivocado. Por eso la Santidad nos lleva a cumplir la misión que hemos recibido de Dios y no encerrarnos. Ciertamente que no existe un modelo de Santidad Misericordioso, pero, ¿por dónde pasa el camino de la Santidad y la Misericordia? Pasa precisamente en saber renunciar a nosotros mismos y descubrir que el gran modelo de nuestra vida es Jesucristo.

  

13 de marzo


 San Lucas 4, 24-30

En el evangelio de Lucas nos encontramos con Jesús que fue a la sinagoga de Nazaret a participar del culto como buen judío. Generalmente se rezaban los salmos, se leía algún profeta, en este caso al profeta Isaías que dice: el Señor me envió a evangelizar a los pobres.

Luego alguno de los presentes podía hacer algún comentario, una especie de homilía. Es lo que aprovechó Jesús. El da cumplimiento en su persona al texto de Isaías. Hoy se ha cumplido. Pero no siempre es fácil predicar a los conocidos.

A él los paisanos de Nazaret lo conocían bien, como el hijo de José el carpintero. Entonces les cuesta aceptar su mensaje. Eso suscita envidias, celos, broncas y hasta odios. Por eso Jesús dice que ningún profeta es bien recibido en su tierra o en su familia.

 Y esto lo dice por experiencia, es algo que vivió. El experimentó el rechazo de los suyos. Tal es así que la bronca fue tan grande que quisieron matarlo llevándolo a la parte alta de una colina para tirarlo de cabeza. Pero Jesús con toda libertad pasó por en medio de ellos y siguió su camino. Aún no había llegado su hora. La hora de su muerte y glorificación.

Tengamos cuidado de que no se diga de nosotros vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Jesús vino a nuestro encuentro, pero podemos estar en otro programa y no descubrirlo.

 No dejemos que Jesús siga de largo. Por ahí estamos entretenidos en otra cosa, y no descubrimos su visita. Jesús está viniendo permanentemente a nuestro encuentro. El nos está visitando de mil maneras. Estemos atentos a las visitas.

 No pidamos más maravilla, las maravillas ya están, nos falta capacidad de maravillarnos. Estemos con el corazón abierto para descubrir a Jesús en la Palabra, en la eucaristía, en cada hermano, en cada hermana, y en los acontecimientos.

Que podamos recibirlo en la casa de nuestro corazón con los brazos abiertos y la sonrisa en el rostro. Que se pueda decir de nosotros: vino a los suyos y los suyos lo recibieron con alegría.

11 de marzo


 San Lucas 15,1-3.11-32

En este tiempo de Cuaresma la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre esta parábola que se conoce como Padre Misericordioso. Es la historia de un hijo, que desde la libertad decide alejarse de la casa del Padre, alejarse de Dios, por las circunstancias de la vida lo pierde absolutamente todo, uno puede preguntarse que fue lo peor que le ha pasado a este hijo, haber perdido todo el dinero, tener que ponerse a trabajar, desear comer la comida de los cerdos. No.

 Lo peor que le pasa es haber experimentado en su vida la soledad, el haberse quedado completamente solo. Muchas veces en nuestra vida vamos a experimentar que cuando tomamos decisiones equivocadas o vivimos alguna circunstancia de pecado, nos llevara inevitablemente a sentir esta soledad.

 Por suerte, sabemos que Dios nos dio la capacidad para poder pensar, y es en esta soledad que debemos reflexionar poniendo en acción este don maravilloso que es la inteligencia, el hijo menor en su soledad reflexionó, pensó y tomo una decisión que le devolverá la experiencia de un nuevo nacimiento.

 El joven dijo: ¿cuántos trabajadores tienen pan en abundancia y yo estoy aquí solo muriéndome de hambre?, ahora mismo iré a la casa de mi Padre y le diré: Padre pequé contra el cielo y contra ti, ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus trabajadores. El hijo menor había perdido completamente su dignidad, pero hay algo que no podemos perder de vista en ésta historia, y es la actitud del Padre hacia su hijo que regresa arrepentido, una actitud de apertura, una actitud que no encierra ningún reproche, una actitud de alegría y de fiesta por haber recobrado lo que había perdido.

 La Palabra de Dios nos dice que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Dios en su infinita misericordia es capaz de sacarnos del aislamiento, es capaz de devolver la vida nueva a los hijos de Dios, de devolver aquello que habíamos perdido por decisiones equivocadas.

Y hablando de noventa y nueve justos me hacía pensar, en la figura del hijo mayor que permaneció siempre junto al padre y me venía a la mente la idea de no caer en el error de colocarnos en su situación, pensar que existen personas que no son merecedoras del perdón ni de su salvación y pensando que únicamente nuestra buena conducta nos salva.

 

 

 

 

 

10 de marzo

San Mateo 21,33-43.45-46

 El  evangelio de este Viernes segundo de cuaresma nos presenta esa necesidad, ese deseo que pareciera tener todo ser humano en su corazón, que es la búsqueda del poder.

¡Para que nos cuidemos de esto!

Primero para que nos conozcamos, porque existe en todos nuestros corazones, esa búsqueda y a veces, oculta de poder, que muchas veces nos puede manejar, si nosotros realmente, no rezamos, no ponemos en manos de Dios.

Esa búsqueda que presenta el evangelio a través de: “Una viña” y a través de estos servidores que más que servidores querían ser propietarios, querían ser HEREDEROS de esa viña, terminan matando a quien estaba a cargo y luego, cuando el dueño envía a su propio hijo, tampoco lo respetan y sucede lo mismo. Muestra un poco también la histeria de la humanidad.

El envió que hace Dios Padre de su propio Hijo Jesucristo y como los hombres no lo respetamos a Jesús.

Como no tomamos conciencia de quien era. ¡Cómo no lo reconocimos!

Bajo la figura de estos viñadores, también podemos encontrarnos nosotros, que en el fondo buscamos el Reino de Dios, de hecho, el reino de Dios ya crece por el bautismo en nuestros corazones.

Pero no podemos cruzar nuestros brazos, porque si nos dejamos estar, comienza a crecer cizaña también en nuestros corazones, el mal toma también su lugar.

Por eso esa búsqueda oculta de poder, de querer APODERARNOS, de querer ser los dueños de la viña, eso no podemos dejar que ocurra.

Al contrario, cuando surjan estos sentimientos que pueden, a cualquiera le pueden ocurrir, ES IMPORTANTE REZAR, ofrecérselos a Dios, ponerlos en manos de Él, para que nos cambie ese deseo por algo que realmente vale la pena: SER HEREDEROS, HEREDEROS DEL REINO.

No es lo mismo ser dueños, que herederos, aquí el único dueño es El Padre, El Padre que a través de su Hijo amado Jesucristo, nos invita a ser hijos, hijos en el Hijo. A ser herederos también de este reino.

Por eso la piedra angular es Jesucristo siempre y al no reconocerlo a Él, es imposible heredar el reino de los cielos.

Pidamos entonces la Gracia de una verdadera conversión en este tiempo de cuaresma, que nuestros corazones jóvenes no se queden entonces aturdidos por esa búsqueda del poder, por esa búsqueda de aquello que no nos sana, que no nos hace bien, al contrario, la verdadera búsqueda sea, el bien de los demás, sea buscar el reino de Dios y por lo tanto, al buscarlo a Jesús, nos vamos a encontrar a nosotros mismos.

Que el señor nos regale entonces una verdadera conversión y una vida plena en este tiempo de cuaresma.

 

9 de marzo


 San Lucas 16,19-31

Seguimos caminando este tiempo de cuaresma y nos encontramos hoy con este relato del Evangelio en donde Jesús nos habla de la figura de dos personas:  una tiene nombre propio y es el pobre Lázaro; y otro es una persona rica, un rico de la época de Jesús.

Lo cierto es que tres características fundamentales son las que tiene Lázaro en su vida:  la primera es que estaba tirado a la puerta del rico. Es decir, que no tenía un lugar ganado, no tenía un lugar propio, no tenía un lugar específico en la sociedad, sino que era un marginal, un sobrante, una persona que estaba a expensas de la vida de otra y que -sin poder acomodarse- había buscado refugio en lo que van hacer las migajas de la persona que vive en la casa.

Que se relaciona con el segundo punto:  es una persona que no solamente vive en la puerta, sino que come lo que sobra. Para decirlo de una manera real: que come lo que el rico tira, lo que al Rico le sobra. Porque en su superabundancia ya no usa, ya no necesita, ya no precisa y saca de la casa. Y entonces ahí cuando Lázaro aprovecha para satisfacer alguna de sus necesidades: en saciar un poco su hambre saciar su sed.

Pero también sucede sin embargo lo peor que sufre el pobre Lázaro:  no es sólo estar tirado a la puerta y no es sólo comer las sobras del rico sino pasar inadvertido.

Es una característica muy propia también de esta sociedad en estos días de hoy: esto de que muchas personas parece que son invisibles. Parece que nosotros pasamos de largo, parece que incluso muchas veces no los queremos ni mirar y de a poco se van confundiendo con el paisaje y de a poco se confunden con las paredes, con los callejones, con las avenidas y nos olvidamos incluso que son seres humanos

Y lo tercero también que tiene que ver con esto es el “triunfo del prejuicio”: uno inmediatamente piensa en el pobre Lázaro y se imagina: “algo habrá hecho…”; “alguna decisión tomó en su vida que lo llevó a estar determinada manera…” Y nos olvidamos de que todo eso algo parcial; que no es del todo importante a la hora de ponernos a pensar la realidad de nuestra vida y del sufrimiento sobre todo de nuestros hermanos.

En esta cuaresma que muchos hermanos no pasen inadvertidos o indiferentes ante nuestra mirada y que podamos vencer el prejuicio. Que no nos hagamos la pregunta de “qué pasa si lo toco”: qué pasa si hablo, qué pasa si tengo un gesto de ternura o de misericordia con esa persona porque seguramente me voy a sorprender.

Dejémonos sorprender por la misericordia, la ternura y por la grandeza de un Dios que no se deja ganar en generosidad.

8 de marzo


 

San Mateo 20,17-28

En este evangelio vemos que   Jesús anuncia por tercera vez su pasión y vemos como la madre de los Zebedeos intercede pidiendo para sus hijos buenos puestos. Que en el reino a Juan y a Santiago los ponga en un buen lugar. Esta es  una mirada miope, corta, de los discípulos y de la mamá de los Zebedeos, y también los otros diez, dice el texto, se indignan.

Esto  no tiene que sorprendernos porque muchas veces puede pasarnos a nosotros,   y algunos  creen  que por estar cerca de Jesús o ser cristianos  "merecen ciertos privilegios". Muchas veces escuchamos esto: "No hay derecho a sufrir esto porque es tan bueno y tan cristiano" o "no es justo que sufra así porque es tan cristiano o tan cristiana" o esperamos ser reconocidos o ser tenidos en cuenta. Muchas veces parece que ser cristiano da ciertos derechos frente otros o evitar ciertos sufrimientos por ser seguidores de Jesús.

Sin embargo, el evangelio nos recuerda que nuestro camino debe ser el camino de Jesucristo, y beber el cáliz nos lleva esta expresión a vivir la pasión de Jesús, que es vivir el servicio como Él lo vivió. No podemos olvidar que  el modo de pastorear y guiar o la responsabilidad será siempre sinónimo de servicialidad. Y se sirve de verdad cuando se ama, y así lo experimentamos, cuántos gestos en nuestra familia hemos recibido servicio de nuestros padres, porque nos aman. O la autoridad se gana haciéndose servicio, haciéndose ofrenda porque se ama.

Vamos a pedirle a Jesús que nos ayude a amar y a servir como Él, que podamos poner nuestra vida al servicio de la vida, hasta el sacrificio de nosotros mismos por amor, porque a esto nos invita el Señor. A sus servidores la autoridad evangélica siempre se da, no como la del mundo, sino una autoridad que se pone al servicio y que se olvida a sí mismo justamente por amor como lo hizo Jesús.

 

 

7 de marzo


 San Mateo 23,1-12

Hoy Jesús en su Palabra nos dice por un lado quienes y como son los fariseos y luego deja a sus discípulos consejos claros de cómo deben ser quienes quieren seguir sus huellas.

Dice Jesús: los fariseos atan pesadas cargas y difíciles de llevar, pero ellos no quieren moverlas ni siquiera con un dedo, todo lo hacen para que lo vean.

Cuantas veces podrían llamarnos fariseos, cuantas veces somos expertos en decir lo que los demás tienen que hacer y en el cómo y sin embargo nosotros no hacemos nada, cuantas veces exigimos que el otro obre de tal o cual manera, sin mirarnos primero nosotros, sin exigirnos nada; cuantas veces incluso, somos cristianos solo para la selfi…para mostrarnos.

Necesitamos renovarnos en Jesús, contemplando su vida y entrega, escuchando su Palabra. Sabiéndonos heridos, reconociéndonos necesitados de sanación, queremos, en este tiempo, renovar nuestro obrar y corazón, poniéndonos al servicio de los demás, aunque nadie lo sepa, ni nadie nos vea, queriendo ser servidores de verdad, discípulos enamorados de Jesús que quieren vivir todo por amor a Él y teniendo sus mismos sentimientos: humildad, entrega generosa, misericordia.

Señor, en este tiempo de gracia, queremos renovar tu amor en nosotros, haciéndonos parecidos a ti, discípulos renovados en tu amor, por eso te pedimos que nos des un corazón semejante al tuyo, compasivo y humilde, servicial y misericordioso.

 

 

6 de marzo

San Lucas 6,36-38

El programa que nos presenta Jesús es bien concreto: «sean compasivos… no juzguen… no condenen… perdonen… den». Y el modelo es el mismo Dios: «sean compasivos como su Padre es compasivo».

 Esta actitud de perdón la pone Jesús como condición para que también a nosotros nos perdonen y nos den: «la medida que usen, la usarán con ustedes». Es lo que nos enseñó en el Padrenuestro: seremos perdonados en la medida en que perdonemos.

 

 En esta cuaresma nos hace bien reconocer que somos pecadores. Reconocer nuestra debilidad es el mejor punto de partida para la conversión pascual, para nuestra vuelta a los caminos de Dios. El que se cree santo, no se convierte.

 

 El que se tiene por rico, no pide. El que lo sabe todo, no pregunta. Podemos cuestionarnos a la luz del evangelio: ¿nos reconocemos pecadores? Cada uno sabrá cuál es su situación de pecado, cuáles sus fallos, sus puntos flojos y sus debilidades. Ahí es donde la palabra nos quiere enfrentar con nuestra propia historia y nos invita a volver a Dios que nos espera con los brazos abiertos.

 Se nos invita a mejorar nuestra vida en algo concreto en esta Cuaresma. Aunque sea un detalle pequeño, pero que se note. Seguros de que Dios, que es misericordioso, nos recibirá como un padre misericordioso.

Debemos aceptar y dar el paso que nos propone Jesús: ser compasivos y perdonar a los demás como Dios es compasivo y nos perdona a nosotros. Preguntarnos si tenemos un corazón compasivo.

¡Cuántas ocasiones tenemos, durante el día, para mostrarnos tolerantes, para saber olvidar, para no juzgar ni condenar, para no guardar rencor, para ser generosos, como Dios lo ha sido con nosotros! Ser compasivos y generosos, es la invitación que nos propone Jesús.

 Esto es más difícil que hacer ayuno o abstinencia, y además es más importante. El programa que nos presenta Jesús cuesta más, y es lo que Dios prefiere. A Dios le gusta más el amor, la compasión, la misericordia con los demás.

 Así tenemos un buen examen de conciencia para ponernos en sintonía con los caminos de Dios y las exigencias de Jesús. Es un examen que duele. Ojalá que salgamos de esta Cuaresma con un corazón más dilatado, y con mayor capacidad de perdón y tolerancia