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4 de marzo


 San Mateo 5, 43-48

Seguimos escuchando a Jesús en el Sermón del monte, Él sigue formando a sus discípulos en este nuevo modo de amar a Dios y a los hermanos, este nuevo modo radical de vivir de aquellos que siguen las huellas de Jesús.

Ustedes han oído que se dijo, empieza diciendo hoy Jesús, ustedes están acostumbrados a amar a sus amigos y odiar a sus enemigos, pero yo les digo, continúa Jesús: Amén a sus enemigos, oren por los que los persiguen…sean perfectos como el padre celestial es perfecto.

El Señor no nos quiere solamente buenos, nos quiere Santos, perfectos, nos quiere y necesita parecidos a Él, parecidos al Padre. Quién ama siempre, fielmente, hasta dar la vida, nos invita y exhorta a ser como Él, a superar la comodidad del vivir como viven y sienten muchos, para vivir y sentir como siente y vive Jesús.

Es muy complicado, si lo miramos desde nosotros, amar como quiere Jesús, es difícil amar a los que nos odian, orar por quienes nos persiguen, nos sentimos débiles e incapaces, sin embargo la gracia de Dios nos auxilia siempre, la vida de Jesús en nosotros es la que nos capacita para amar como Él nos Ama.

Ser perfectos, superar el comportamiento medio y bueno, no es otra cosa creo, que perdonar a quien me ofende, sin quedar resentido. Es hablar bien de todos y mal de nadie, aunque otros lo hagan incluso conmigo, es reconocer como hermano a quien piensa y vive distinto que yo, teniendo gestos fraternos incluso con aquellos que me desean y hacen mal. Es vivir y tratar bien, aunque todos los demás no lo hagan.

3 de marzo


 San Mateo 5, 20-26

El evangelio de este viernes de cuaresma nos presenta un tema fundamental en el camino de la Fe en el seguimiento de Jesús, ese No Matarás no se trata simplemente de quitarle la vida física a una persona; ¿Cuántas veces matamos con la lengua, con los pensamientos, con los deseos?

El evangelio de hoy, de este tiempo de cuaresma, nos invita entonces a prestar especial atención a lo pequeño, a aquellas cosas que ocurren de nuestro corazón y que muchas veces no le damos importancia, por el apuro, por la circunstancia en la que nos encontramos, por la falta de tiempo.

La Palabra de Dios nos invita entonces a una verdadera conversión, dejar de lado todo aquello que estorba, que molesta, que es un obstáculo para seguir a Jesús. Como pueden ser: A veces los malos pensamientos.

La bronca.

El odio.

El evangelio nos invita entonces a buscar la paz, esa paz del corazón que solo se obtiene cuando uno lo busca verdaderamente a Dios.

La verdadera paz viene entonces del Espíritu, cuando somos dóciles a su presencia, cuando nos dejamos conducir por El, el Señor puede obrar la tan esperada CONVERSIÓN.

 

 

2 de marzo


 San Mateo 7,7-12

Podríamos decir, que el evangelio de hoy nos regala la regla de oro, nos resume todo lo que consiste la Ley y Los profetas.  Jesús dice “todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes háganlo por ellos”. Esto es muy interesante de poder pensar y también de desmenuzar.

¡Qué interesante este Jesús que nos dice que si nosotros queremos el bien para nosotros primero tenemos que buscar en los demás! Yo creo que esto implica tres cosas.

La primera es lograr el fenómeno -y el milagro también- de la empatía: ponerme en la piel del otro de centrarme salir yo del centro de la historia y del mundo y pensar que en realidad hay otros seres humanos como yo; hay otros que sienten necesidad;  hay otros que necesitan ayuda, auxilio que están padeciendo. Pero también hay otros que pasan muchas veces indiferentes o que yo también paso indiferente frente a ellos.

Lo primero de querer lograr esta felicidad también para los demás porque la deseo para mi propia vida es en definitiva ponerme en el lugar del otro.  Mirar la realidad desde el otro. Mirar la vida desde el otro. Lograr tener también posibilidad de poder ponerme en la piel, en el corazón de la otra persona y poder entender lo que pasa desde el contexto desde la vida, desde la historia, desde la realidad de la otra persona

Lo segundo es que esto nos hace pensar que al otro le tenemos que le desear el bien. Es decir si yo quiero tener bien en mi vida, lo que tengo que hacer no solamente es desear sino también procurar el bien para los demás.  Yo quiero en mi vida que me traten bien. Bueno, también entonces lo que tengo que hacer es tratar bien a los demás. Si lo que yo quiero es justamente no pasar inadvertido, que me consideren, que alguien me tenga en cuenta, que yo no pase de largo al frente a la mirada de los demás, creo que lo primero hacer lo mismo.

La tercera implicancia me parece la fundamental que es  si verdaderamente lo que quiero es tener estas cosas en mi vida, desearlas para mí y poder vivirlas cotidianamente, también lo tengo que desear en la vida de los demás. Por tanto y la iniciativa no está tanto en los otros sino en mí mismo:  “todo cuanto ustedes deseen para los demás, háganlo ustedes por ellos”

Entonces la iniciativa la tengo que tomar yo. Por eso no puedo sentarme a esperar que venga todo el resto del mundo a amarme, a tratarme bien, hacer cosas buenas conmigo, a decirme que soy importante, a que mi vida vale la pena; y una vez que tenga ese tipo de experiencia salir adelante y decir:  “Bueno. Ahora entonces sí estoy listo para poder amar y dar una respuesta a  todo esto”

Yo creo que tiene que ser al revés: no esperar que el otro venga sino salir nosotros al encuentro. Es verdaderamente la motivación fundamental que podemos tener al leer este evangelio. No tengo que esperar que lo demás se acerquen: tengo que salir yo al encuentro el hermano. es misión mía “primerear” –diría el papa Francisco- a los demás para poderlos sorprenderlos con gestos concretos de ternura y de misericordia para que después, ojalá puedan ellos retribuírmelos a mí y se pueda completar ahí  un círculo de caridad.

Que Jesús nos regale un lindo día para poder seguir meditando la palabra y seguir transitando esta cuaresma que quiera ser oportunidad de poder convertirnos el corazón y poder seguir haciendo el bien por nuestros hermanos: no esperándolo primero sino nosotros tomando la iniciativa para poder poner amor en las situaciones donde hay muerte y donde el amor está ausente.

 

 

1 de marzo


 San Lucas 11, 29-32

Estamos transitando este miércoles de la primera semana de cuaresma; un tiempo donde el desafío por encontrarnos más de cerca con el Señor es lo que tiene que ir motivando, alentando y orientando también nuestra vida, nuestro camino espiritual y nuestra propia experiencia de fe, encontramos al Señor que comienza a lamentarse al ver a la multitud que se apretujaba. A Jesús le cuesta ver la dureza de los corazones y que la gente se resista a creer en Él a pesar de recibir signos. Por eso te invito a que meditemos algunas realidades que nos sugiere la Palabra.

En primer lugar, hacer revisión. Vemos a un Jesús un poco distinto al que estamos acostumbrados, un Jesús que le reprocha a la multitud sus actitudes. Les dice: “esta es una generación malvada”. Y esto llama la atención, porque uno se tiene que detener a pensar un poco qué significa esto de “ser malvado”.

Tal vez lo podemos llevar a nuestra vida y ver que a veces hay en nuestro interior algunas cosas que deberíamos cambiar. Y la realidad es que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, con capacidad de amar y de ser amados por Dios y por los demás, pero podemos caer en la costumbre, podemos caer en la tentación, dejamos pasar por alto esto, nos olvidamos y vamos llenando nuestro corazón de cosas que nos van vaciando de sentido y de propósito. Es ahí cuando caemos en malas actitudes.

Entonces, podríamos seguir con este camino cuaresmal preguntándonos si hay cosas que cambiar en nuestra vida interior

En segundo lugar, confiar en los signos de Dios. Esto es algo que a lo largo de estos días también venimos compartiendo: saber que Él siempre está. Dios siempre te va a dar signos en tu vida, siempre te va a dar una ayuda. Signos que te llevan a darte cuenta de que él es el que te llama, el que da sentido a tu vida, el que te ama, el que te sostiene, el que quiere estar con vos.

Entonces, no se trata tanto de pedir más signos, sino de ser capaces de descubrir los que ya están, los que estuvieron y también los que van a estar. Lo que pasa es que muchas veces tenemos el corazón en otra sintonía. O peor aún, pedimos señales de Dios, pero cuando esas señales no coinciden con nuestra voluntad, nos hacemos los distraídos, nos ponemos molestos, nos enojamos.

Por último, la conversión es un camino. En este pasaje vemos al Señor sufrir por la incredulidad de la multitud. No solamente la de la gente de su época, sino también por la nuestra hoy en día. Vos fíjate cómo a veces somos cerrados, desagradecidos, desconfiados a la hora de acercarnos a Dios. Entonces, la Palabra nos pone el ejemplo de Jonás.

 ¿Qué hizo Jonás? Predicó en Nínive y la gente se convirtió. La conversión es un camino de todos los días, confiando en que el Señor es más grande: “aquí hay alguien que es más grande que Jonás”. Jesús es más que tus limitaciones, que tus miedos, que tus angustias, incluso que tus propios pecados. Por eso, proponte tener una mirada sobre ti, pero con los ojos de Dios, confía en el Señor y pídele su gracia para cambiar en lo concreto. Hay que tener metas a corto, mediano y a largo plazo. El señor está esperando ese cambio en tu vida. Que tu compromiso, entonces, sea un “dejar al Señor entrar en tu vida en serio” y que Él te vaya mostrando el camino.

 

28 de febrero


 San Mateo 6,7-15

La alegría del reencuentro en torno a la palabra de Dios sea el gozo de saber que cada día el Señor nos habla, nos comparte su amor, nos invita a vivir en plenitud.

El auténtico acercamiento a Dios solo puede realizarse a partir de una relación filial, una relación de confianza con un padre que conoce nuestras necesidades y desde este principio brota la enseñanza de la oración del Padrenuestro.

El carácter de esta oración expresa la relación de intimidad entre Dios que es ante todo padre y la comunidad de hijos; las primeras palabras de la invocación reflejan la voluntad de un crecimiento de intimidad entre el Tu de Dios -”Tu Padre”, “Tu nombre”, “Tu Reino”, “Tu Voluntad”- y el nosotros de la familia comunitaria -el “Nuestro”, el “da a nosotros”, “nuestro pan”, “nuestras deudas”, “nuestros ofensores”, “no nos dejes caer en la tentación”, “líbranos del mal”- como lo introduce en el versículo 7 hoy “no hablen mucho” allí se afirma la paternidad de Dios, su conocimiento de las necesidades familiares, la comunión de vida en el seno de la misma familia. Por esto la primera parte de la oración no se dirige a señalar el interés propio ni siquiera el interés de la comunidad, es el interés del jefe de familia a quien nos sentimos profundamente unidos, el Padre.

Tres peticiones van a expresar este interés principal de la comunidad, esta comunidad que se descubre necesitada de este padre del cielo, tres peticiones que van al nombre al reino y al querer de Dios, la voluntad de Dios; tal vez nos detenemos en alguna de ellas, la primera se formula mediante la búsqueda de la santificación del nombre, el sentido de la petición debe ser comprendido desde el significado del nombre en la manera de pensar en Israel, con el termino se designa al mismo ser a quien se le atribuye, en este caso el ser de Dios, es un Dios santo, pero cuya santidad se ha manifestado y por consiguiente se pide que Dios sea reconocido, que sus derechos sean aceptados en la comunidad.

Que venga tu Reino, que se manifieste plenamente en la historia humana; solo desde la centralidad de Dios en la existencia del hombre pueden adquirir sentido las necesidades propias de la comunidad de los hermanos, la necesidad del pan para todos, la creación de un ámbito de perdón, la fuerza necesaria para vencer al mal en la propia vida… son intereses no solamente de la comunidad, sino que son intereses del mismo Dios.

Cuando reces retírate a tu cuarto, cuando recen… no sean palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les aran caso.

Has que descubra Señor esa verdadera plegaria de la que tú nos hablas y que semi-silenciosa va de corazón a corazón, ¿me contento con utilizar solo plegarias ya hechas? ¿o hablo a Dios con mis propias palabras lo más a menudo posible?

 

27 de febrero

 

San Mateo 25,31-46

El evangelio de Mateo es exigente. Pone en boca de los protagonistas de su parábola, unas palabras como quien se sorprende: ¿cuándo te vimos enfermo y fuimos a verte? ¿cuándo te vimos con hambre y no te asistimos? Resulta que Cristo estaba durante todo el tiempo en la persona de nuestros hermanos.

Es el mismo Jesús que en el día final será el pastor que divide a las ovejas de las cabras, o sea: será el juez que evalúa nuestra actuación. Jesús para la caridad que debemos tener hacia el prójimo da este motivo: él mismo se identifica con las personas que encontramos en nuestro camino. Hacemos o dejamos de hacer con él lo que hacemos o dejamos de hacer con los que nos rodean. Es una de las páginas más exigentes de todo el evangelio y además se entiende demasiado.

No podremos poner cara de tontos, o aducir que no lo sabíamos, porque Jesús ya nos avisó. Se nos pone delante el compromiso del amor fraterno como la mejor preparación para participar de la Pascua. Si se nos pide amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos, el evangelio de hoy lo motiva de un modo muy serio. Nos dice Jesús: «cada vez que lo hicieron con ellos, conmigo lo hicieron; cada vez que no lo hicieron con uno de ellos, tampoco lo hicieron conmigo».

Tenemos que ir viendo a Jesús en la persona del prójimo. En la Eucaristía, con los ojos de la fe, no nos cuesta mucho descubrir a Cristo presente en el sacramento del pan y del vino. Nos cuesta más descubrirle fuera de misa, en el sacramento del hermano. Y sobre esto va a consistir la pregunta del examen final. Es bien concreto.

A Jesús a quien hemos escuchado y recibido en la misa, es al mismo a quien debemos servir en las personas con las que nos encontramos. «Al atardecer de la vida, como lo expresó san Juan de la Cruz, seremos juzgados sobre el amor» Y es un amor concreto: si hemos dado de comer, si hemos vestido al desnudo, visitado al enfermo, en fin, si hemos vivido la caridad fraterna. Al final de todo resultará que eso era lo único importante.


25 de febrero


 San Lucas 5,27-32.

El Evangelio de hoy nos relata el llamado y la conversión del apóstol San Mateo. Recordemos que Mateo es aquel que estaba sentado a la mesa del cobrador de impuestos y que escuchó de Jesús  una palabra que lo transformó:” Sígueme” y él dejándolo todo, se levantó y lo siguió.

Jesús no viene a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan. La llamada a los primeros discípulos que era gente ruda y sencilla, el perdón que Jesús ofrece a los pecadores, todo esto nos va revelando el rostro desconcertante del maestro, y ahora la escena del evangelio que acabamos de escuchar, Jesús invita a su seguimiento a un hombre doblemente despreciable por su oficio de recaudador y por ser colaboracionista con el odiado ocupante romano , pero nada se interpone ante el amor del Señor , nada puede apartarnos de su amor .El amor con el cual él es capaz de elegir del mundo del pecado , a cuantos se dejan interpelar por él , así lo hizo Mateo: Deja todo, se levanta y lo sigue.

En estas tres acciones, en este dejarlo todo, levantarse y seguir a Jesús se muestra que Mateo resucita a una vida nueva, a partir de su encuentro con Jesús, comienza a seguir a Jesús por los caminos de la misión.

 Qué bueno sería para mi y para cada uno de nosotros ponernos hoy en el pellejo de Mateo, que no dejemos pasar de largo a Jesús, que nos dice que nos levantemos de todo lo que nos ata y que lo sigamos por el camino del amor, de todo eso que nos ata y que no nos deja amar de verdad, eso que no nos deja ser felices de corazón, eso que no deja que nuestro corazón se sienta lleno, repleto del amor de Dios y del amor de los hermanos. Por eso Jesús hoy nos mira con amor y misericordia, como miró a Mateo y yo pienso que nos tenemos que sentir  como él, para poder vivir la fiesta del perdón.

24 de febrero

San Mateo 9,14-15

En la tradición de la Iglesia católica, el ayuno siempre ha sido una herramienta que nos permite acercarnos más a Dios.

Privarnos de algún alimento, de algún bien nos ayuda a crecer, en el seguimiento de Jesús y dispone nuestra alma, a nuestro espíritu para poder rezar con mayor facilidad y poder entrar realmente en contacto con Jesús.

En este tiempo de cuaresma, es fundamental el tema del ayuno. Cada vez que hablamos de ayuno, es importante tener en cuenta con que espíritu se hace el ayuno, que es lo que nos mueve a ayunar.

Si es buscarnos a nosotros mismos o definitiva buscar realmente ese profundo encuentro con el Señor.

Considerar al ayudo, justamente como medio para llegar a Dios, es algo valido, algo importante. Ahora, cuando el ayuno se transforma simplemente en el fin, ayunamos por ayunar o para cumplir, no tiene ningún sentido.

El verdadero valor del ayuno es que nos acerque a Dios. Y justamente el texto del evangelio  de  hoy nos habla de eso, teniéndolo a Jesús, que lo tenían los discípulos, allí, frente a ellos, que sentido tenía ayunar, ya estaban en la presencia de Dios.

Nosotros, que lo tenemos presente sacramentalmente, a través de la Fe a Jesús, Tiene mucho sentido el ayuno que realizamos, porque sin duda nos acerca y en lo profundo de nuestros corazones, se genera esa nostalgia de la presencia de Dios, saber que lo tenemos sacramentalmente pero que, aún todavía no lo podemos ver cara a cara, eso será sin duda en el cielo.

Y este ayuno, de algún modo nos recuerda, nos hace presentes nuestra realidad humana, que es estar separados de Dios, no poder estar todavía en su presencia.

Lo tenemos, pero todavía no. Ese famoso “Ya, pero todavía no”.

Pidamos en este tiempo de cuaresma al Señor, la Gracia de poder valernos de todas las herramientas, que nos regala la Iglesia católica para CRECER en el seguimiento de Jesús, el ayuno es una de ella, pero no olvidemos la caridad, la oración, no olvidemos compartir con los que más necesitan.

Pidamos la Gracia de poder salir entonces del propio egoísmo, cuando uno ayuna toma conciencia de esto. Que María, nuestra madre nos siga cuidando.

 



 

23 de febrero


 San Lucas 9, 22-25

De alguna manera el evangelio de hoy nos mete de lleno en el espíritu de la Cuaresma y de la Pascua. Nos plantea todo el itinerario. Nos dice lo que va a pasar con la vida de Jesús: va a sufrir, ser rechazado, condenado, morirá y al tercer día resucitará. De alguna manera es todo el itinerario que vamos a vivir en la liturgia.

Sin embargo, hay una convicción de este evangelio que me parece importante: renunciar a sí mismo y cargar la cruz, negarse a sí mismo y perder por Jesús.

A primera vista parece asustar esto de negarse y renunciar. Creo personalmente que durante mucho tiempo se lo malinterpretó. Porque pareciera que para convertirse y entrar de lleno en la nueva mentalidad propuesta por Jesús y que tiene el Reino como centro, hay que dejar algo, hay que morir a algo, hay que renunciar a algo.

Y entonces la perplejidad: ¿No es acaso que por ser cristiano soy más persona? Y entonces… ¿por qué negar, renunciar, morir? Son preguntas esenciales, propias, humanas.

Lo que se me ocurre como posible respuesta es afirmar con convicción que definitivamente para seguir a Jesús y entrar en la mentalidad del Reino hay que renunciar, negar, perder y morir. El problema es: ¿Y a qué morir?

De ninguna manera podemos afirmar que Dios quiere nuestra negación y nuestra muerte a todo lo humano sin más. Si pidiera eso, no sería Dios, o más sería un dios en el que no vale la pena creer

La propuesta de Jesús es la de poder renunciar a todo lo que nos impide alcanzar la mentalidad de Reino de Dios.. Me doy cuenta de que tengo un montón de actitudes, hábitos, reacciones, que no se contradicen con esta propuesta de Jesús, por ende a las que tengo que morir, dejar, sanar, renunciar. Es todo aquello que me impide ser auténtico discípulo misionero de Jesús. Es todo aquello que me impide reconocer al otro como hermano. Es todo aquello que me ata en mi libertad y no me permite ser yo mismo en la originalidad de lo que voy siendo.

22 de febrero


 San Mateo 6,1-6.16-18

Hoy, miércoles de ceniza, el evangelio nos invita a ir a lo profundo, a no quedarnos en la superficialidad de las costumbres. Hoy Mateo nos habla de “limosna, oración y ayuno”, como es clásico en la cuaresma, pero no para que “cumplamos” y se tranquilice nuestra conciencia, sino para que vayamos a lo hondo del asunto.

– La limosna, en cristiano, nunca ha sido (nunca debería ser) de lo que nos sobra. Y por supuesto no se trata sólo de dinero (que también lo necesitan muchos). Creo que el don más preciado hoy en día no son los dólares sino los minutos. Podríamos plantearnos en esta cuaresma hacer “limosna  de tiempo” dedicado a quien lo necesite; quizá a algún familiar enfermo, a algún amigo…

La oración tampoco tiene tantos secretos: “Que no es solo oración mental,  sino también estando a solas con quien sabemos nos ama”

– El ayuno quizá nos pueda resultar menos comprensible en nuestros días. Decimos: “si tengo la nevera llena, y mañana voy a poder comer, ¿qué sentido tiene que hoy ayune?” Es cierto que no tiene ningún sentido para “arreglar el mundo”, el ayuno pretende ser sólo un signo; puede ser ayuno de alimentos, o de cualquier otra cosa, pero sigue siendo sólo un signo.

 El significado es más hondo, es una forma de decirle a Dios (y, en realidad, a nosotros mismos) que necesitamos de él; que, a pesar de que en nuestra sociedad no esté de moda necesitar a nadie, y que todos queremos ser héroes que salvamos al mundo sin ayuda (aunque lo queramos a veces inconscientemente), hay un momento en el que nos sentimos necesitados, débiles, pequeños, ¡pero atención! no nos sentimos desamparados, deprimidos ni humillados, eso es otra cosa.

 No es que seamos humildes porque nos despreciamos a nosotros mismos, eso nunca, simplemente estamos siendo “realistas”, buscamos ser “auténticos”, y lo expresamos con el signo sencillo de nuestra debilidad.

21 de febrero


 

San Marcos 9,30-37

El evangelio de hoy nos habla de una realidad que no podemos eludir si queremos seguir a Jesús: la cuestión no es quién es más grande o importante, sino que en el fondo, tenemos que convertirnos y recibir y ser como niños.

Uno puede preguntarse “¿Y esto qué significa? ¿Qué implica? ¿No sería inmaduro hacerse de “nuevo niño”?”

Recibir a los niños es recibir la vida frágil, naciente, primitiva, dependiente absolutamente de todo, ingenua, falta de maldad. Entonces, recibir a los niños significa abrazar esta niñez y copiarla. Recibir a los niños es hacerse como niño. Y esto significa de una manera profunda y sincera cómo vivir nuestra fe: de un modo sencillo, alegre, confiado. Es la gran cualidad de los niños. Ellos no cuestionan lo absurdo. No se preocupan por lo que no es importante. No dan vueltas.

A medida que nos hacemos cada vez más grandes, empezamos a endurecer el corazón, la mente, la memoria. Empezamos a perder esa inocencia y esa creatividad que brota de nuestra originalidad y nos hace ser lo que somos.

Creer en Jesús, tomar parte en los duros trabajos del Evangelio y apurar la llegada del Reino implica necesariamente cambiar nuestra mente, nuestro corazón. Uno no termina de convertirse nunca, por eso el esfuerzo de volver a mirar las cosas con corazón de niño: no inmaduro, sino creyente, confiado, abandonado en manos de Otro que guía, lleva, encamina.

A veces siento que “queremos tener la vida bajo control”. Y lamentablemente no es así.  No podemos manejar todo. Y nos hacemos problema por cosas de las que no tenemos que preocuparnos.  Por eso le pedimos a Jesús que nos regale un corazón de niño, que mire lo importante y  por ese motivo, por esa razón, por esa persona, nos juguemos la vida por amor.

Y es también una cuestión pendiente en la Iglesia de hoy y más aún en nuestro tiempo. Hoy no basta solo convertirnos y hacernos como niños, sino también recibirlos a ellos. Recibir la vida como viene, incluso desde el momento mismo de la gestación. Es hipócrita y falsamente cristiano gritar “¡No al aborto!” si esa va a ser nuestra única propuesta. Hoy necesitamos de más. Y el “Vale Toda Vida” es mucho, muchísimo más que gritar y tirar cohetes porque no sale una ley: es asumir la vida del otro como viene, pero de todos los otros, sin importar nada y sin poner condiciones

Seamos como niños y salgamos a recibir esta niñez tan frágil que precisa no de largos discursos y ponencias, sino de corazones apasionados que porque “Vale Toda Vida” reciben la vida como viene, hace que los niños y sus madres, y sus familias se acerquen a Jesús y no busquen aparecer en la primera plana de los diarios, sino que se hagan servidores de todos, especialmente los que sienten la vida y la fe amenazadas.

 

20 de febrero


 San Marcos 9,14-29

Quiero invitarlos a meditar en torno a tres palabras claves que encontramos en el Evangelio que nos ofrece la liturgia de hoy: Fuerza, Fe y Oración.

Primera palabra, Fuerza. En más de un sitio, encontramos que Jesús envió a sus discípulos con la misión específica de curar, de sanar enfermos, de imponer las manos, resucitar muertos, exorcizar endemoniados, etcétera.

En el Evangelio de hoy, parecen no haber tenido mucho éxito. Y, entonces, es necesario recurrir al mismísimo Jesús para que sea Él quien opere el milagro. Ya en esta sencilla constatación aprendemos algo vital: el que sana y cura es siempre Jesús. El discípulo no debe jamás olvidarlo. Por eso, de vez en cuando, experimenta este tipo de revés que le permite volver la mirada a la única fuerza capaz de sanar, la fuerza que emana Cristo en persona.

Segunda palabra, Fe. Hoy, además, el Evangelio nos regala otro dato vital para nuestra vida de creyentes, la importancia de la fe. Jesús no cura para suscitar fe en los enfermos y demás testigos del hecho, sino que cura, en muchos casos, como respuesta a la fe de las personas. Lo primero, entonces, para sanar heridas viejas y enfermedades recurrentes, es la fe. Lo primero es la fe. Es a partir de la fe que todo lo demás se nos regala por añadidura.

Ahora bien, qué hermosa es la respuesta del padre del enfermo, en este caso. Pocos han acertado en el Evangelio al reconocer de manera tan sincera su necesidad más profunda: “Señor, creo. Pero ayuda a mi poca fe.” Cuántas veces no debiéramos también nosotros caer de rodillas ante el Santísimo y reconocer que, si bien creemos, es necesario a diario que el Señor robustezca y acreciente nuestra fe. De ahí aquellas palabras de Cristo: “Si tuvieran Fe como un grano de mostaza, cuántas cosas serían posibles.” Sí, Señor. Sabemos. Moveríamos montañas. Pero, Señor, necesitamos, también hoy, que aumentes nuestra poca fe. Aquí tenemos unas muy buenas preguntas para nuestra meditación de hoy.

Ante mis enfermedades y heridas, ante mis demonios y necesidades, ¿recurro a la fuerza sanadora y liberadora del Señor? ¿Cómo está, finalmente, mi fe en Cristo?

Tercera palabra, Oración. En este sentido, Jesús mismo nos da la clave, también en el Evangelio de hoy, de cómo es posible aumentar nuestra fe, cuando nos llama a la oración. Dice el Señor que esta clase de demonios, los que nos llevan a la sordera y la mudez, sólo son posibles de vencer con la oración. Qué tremenda revelación esta del final: ” ¿Quieres vencer tu mudez, quieres vencer tus sorderas? Comienza por abrirte al diálogo y la comunicación con Dios.” No nos dejemos, entonces, vencer por el demonio de la incomunicación con Dios. Ese es el peor demonio que puede llegar a nosotros. De ahí, de la falta de Oración, de la falta de diálogo y comunicación con Dios es que se siguen todos los otros males.

Nunca será poco el empeño que pongamos en vivir una vida intensa y cotidiana de oración. Sólo a partir de la oración podremos, entonces, sanar nosotros y sanar a otros.

 

18 de febrero


 San Marcos 9,2-13

El Evangelio de hoy nos narra la Transfiguración de Jesús en lo alto de una montaña, y testigos de este hecho, fueron Pedro, Santiago y Juan. ¿Qué es lo que concretamente estos discípulos pudieron ver? Por un instante, la Gloria de Dios a la que todos estamos invitados. ¿Qué es lo que sintieron? Una gran paz, un gran amor que inundó definitivamente todo su ser.

 Tan hermosa fue esa experiencia, que Pedro no dudó en expresar, Señor: "Que bien que estamos aquí. Vamos a quedarnos." Pensaba cuantas veces en nuestra vida cristiana hemos tenido esta experiencia de transfiguración, la paz y ese amor que provienen de nuestro Señor Jesucristo, cuantas veces al igual que Pedro hemos querido que esos momentos duraran para siempre.

Sin embargo, en el texto Jesús nos dice, que es necesario descender y seguir caminando en este mundo, que el buen Dios nos ha regalado de su gran amor. Y seguir caminando en este mundo, significa comprometernos y abrazar la causa misma de Jesús, es decir, dar testimonio por medio de nuestras acciones que el Reino de Dios está entre nosotros y que juntos debemos construirlo.

Y para poder hacerlo realidad en nuestra vida cotidiana, es necesario tener estos ascensos en nuestra vida espiritual, para poder escuchar el mensaje que Dios tiene destinado para cada uno de nosotros y para todo el mundo.

 Allí Dios nos ilumina, nos llena de paz, amor y sabiduría que viene de lo alto, por eso nuestra vida puede comparase como un monte elevado, que podremos ascender para encontrarnos con Aquel que nos ama y nos enseña la verdad, porque El es la única Verdad.

 Y una vez que nos hayamos nutrido de él, es nuestro compromiso defender y poner manos a la obra para que muchos que aún no han encontrado la verdadera paz y el verdadero amor, puedan tener la experiencia de encontrarse con Aquél que es capaz de transfigurar nuestra vida de todos los días.

 

17 de febrero


 San Marcos 8,34-38.9,1

Las condiciones que pone Jesús para poder seguirlo: negarse así mismo, renegar de uno mismo, cargar con la cruz, bueno realmente allí seguirlo. ¿En qué consiste esto de negarse a uno mismo? vale decir, el no anteponer nada frente a Cristo lo primero siempre es Jesús en nuestras vidas, es Dios, después seguimos nosotros; esto no sucede fácilmente en nuestras vidas, necesitamos de la gracia de Dios para que nos cambie, para que nos transforme, la fuerza del Espíritu Santo puede hacer esto si somos dóciles a Su voluntad.

“El que quiera salvar su vida, la perderá” dice el texto, de eso se trata, porque perdiendo la propia vida se la encuentra, negándose a uno mismo, entregando muchas veces momentos de disfrute, cosas válidas por la salvación de otros nos ayuda a crecer, y que el Reino de Dios crezca también.

Se trata de alguna manera de negarnos a nosotros mismos, negando nuestro egoísmo, y dándole libertad a nuestro corazón para que ame, ame sin fronteras, ame sin límites. Insistimos, todo esto sólo es posible con la gracia del Espíritu Santo.

En este viernes 17 de febrero queridos amigos de oleada joven pedimos al Señor la gracia de no avergonzarnos de Jesús y de los regalos que nos ha hecho con su gracia, con su amor, con su ternura; al contrario, valorarlos y decidirnos a seguirlo hasta el final, no tener miedo de “perder” la propia vida, de entregarnos, de gastarnos, de jugarnos por Jesús, en eso consiste justamente nuestra tarea como discípulos misioneros, el seguimiento de Jesús.

Pero las características que Jesús nos presenta en este evangelio nos llevan entonces a renegar de aquellas cosas que nos alejan de Él, que no son buenas para nosotros ni para nuestros hermanos. Negarnos a nosotros mismos.

16 de febrero


 San Marcos 8, 27-33

Quiero compartir dos pensamientos con usted en este día, sobre este evangelio. En una primera parte lo importante de la figura de Pedro entre los discípulos. Ante esta pregunta que Jesús les hace "¿quién dice la gente que soy yo?"  ellos le dicen lo que "en la calle se dice"; dicen que es Juan el Bautista, otros Elías, otros alguno de los profetas…. Cuando Jesús les dirige la pregunta a ellos, ahí todos se quedan mudos. El único que, inspirado por Dios, según dice el evangelio "no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino el Padre que está en el cielo" es Pedro. Pedro que es piedra, sobre la cual Jesús edifica su iglesia.

Fijémonos qué importancia que tiene la figura y el lugar del Papa en nuestra fe católica; es aquel sobre la cual está cimentada la iglesia. No nos referimos a él como persona, sino en cuanto confiesa a Jesucristo…

Y el segundo pensamiento que te invito a mirar, es lo que Jesús dice con respecto a su futuro. El profetiza y dice que debe sufrir, ser rechazado, condenado a muerte y resucitar en el tercer día. Y dice el evangelista Marcos que "les hablaba de esto con total claridad". Qué bueno porque Jesús nunca se ilusionó con que su misión iba a ser todo fácil, Él nos enseña que el camino que lleva a la vida es un camino estrecho, que pocos transitan en él, pero Él es el que lo va transitando y que va abriendo el camino…

Él nos abre el camino yendo al Calvario con decisión, con plena libertad porque a Él nadie le quitó la libertad, "yo a mi vida la doy libremente, nadie me la quita". Y también nos enseña que este es nuestro camino, si gustas te invito a que retomes las bienaventuranzas el capítulo 5 de Mateo… al final de todo dice "bienaventurados ustedes cuando los insulten, los proscriban, los maltraten de cualquier forma a causa de mi nombre. Alégrense y regocíjense". ¡Mira qué bonito! Alegrarse profundamente cuando somos maltratados a causa de Jesús, porque somos cristianos y queremos vivir de otra manera, porque entonces nuestro corazón estará más profundamente arraigado en Cristo y ya nadie nos moverá de esta roca preciosa que es la presencia del Señor.

Que estas reflexiones que vienen del evangelio de hoy nos ayuden en este día para que lo podamos vivir mejor, ir cada vez más cerquita de Jesús.

 

 

15 de febrero


 San Marcos 8, 22-26

El evangelio es para reflexionar y hacerlo vida, recordemos que la palabra es para ser encarnada y vivida y así encontrar la verdadera felicidad, no solo es para escucharlo, pues es feliz quien la escucha y la práctica.

Hoy el evangelio corresponde a la curación del ciego de Betsaida, descubrimos aquí una vez más la humildad y sencillez del Señor, vemos que para realizar el milagro Jesús se aparta a las afuera del pueblo para no ser visto, porque no quería que se confundan para que no lo miren como no debían mirarlo.

 Esta curación del ciego tiene una enseñanza muy importante para nosotros porque descubrimos que va curando al ciego por medio de etapas, descubrimos que la curación es un proceso. Así podemos decir que en nuestra vida cada día vamos descubriendo la presencia de Dios, distinguimos mejor, lo vemos en el proceso de nuestra vida, y de hecho, si en nuestra vida estamos unidos a Jesús, la palabra es el mejor modo de confrontar nuestra vida.

Podemos ir viendo mejor y reconociendo su obra en nuestra vida en los acontecimientos y en los hermanos. Y no terminamos de ver todo, porque nuestro límite humano, nuestra pobreza, no lo permite.

Siempre podemos ir avanzando, podemos conocer mas y mejor al Señor. La sanación imperfecta del ciego entonces representa a los discípulos, que, aunque ven y viven con Jesús no terminan de comprender todas sus palabras. La salvación se da por etapas, la fe requiere un proceso gradual de maduración y de crecimiento, esta es la enseñanza de este texto.

Podemos pedirle a Jesús y podemos desear vivamente, con oración confiada, pedir: “Haz que vea”, como otros ciegos, “Haz que vea”. Que pueda descubrir tu presencia, que pueda comprender tus pasos, tus caminos, dejarnos imponer tus manos en nuestros ojos y una vez sanados entremos en este proceso donde vamos comprendiendo cada vez mas la salvación y los caminos que nos invita a transitar.

14 de febrero


 San Marcos 8, 14-31

En el Evangelio de hoy, el Señor nos regala un consejo vital a la hora de encarar nuestra existencia: “La vida no depende del poseer muchas cosas”… ¡Sí! Lo que oyeron, la plenitud, la felicidad, la paz, la vida entera de un ser humano no se juega en tener el granero lleno.

Este consejo de Jesús en el Evangelio, nos recuerda aquél otro tan famoso que va en la misma línea: “donde tienes tu tesoro, ahí tienes tu corazón”… En el fondo, se trata de eso, de dejarnos interpelar por Jesús a propósito de dónde tenemos puesto nuestro corazón, a qué hemos apostado nuestra seguridad, en qué cosas hemos puesto nuestra felicidad.

A la luz de la Palabra de hoy, en la línea con lo que venimos diciendo, quiero compartir con ustedes la famosa leyenda de los dos hermanos que compartían un granero. Uno de ellos era soltero, mientras que el otro era casado y tenía cinco hijos. Cada año, al acabar la cosecha, guardaban todo en el mismo granero pero, claro está, en montones separados cuidadosamente al 50 % para cada uno. Cierta noche, el hermano soltero despertó pensando: “mi hermano tiene cinco hijos y esposa que alimentar, es injusto que yo tenga la misma cantidad de grano que él… en silencio, para no ofenderlo, cada noche pasaré una bolsa de mi lado al suyo”. Y así lo hizo. Coincidentemente, también una de esas noches, el hermano casado pensó: “mi hermano es soltero, y no tendrá quién cuide de él cuando llegue el momento en que no pueda trabajar, mientras que yo tengo cinco hijos que velarán por mí en mi vejez, es injusto que yo que tengo mi futuro asegurado tenga la misma cantidad de grano que él… en silencio, para no ofenderlo, cada noche pasaré una bolsa de mi montón al suyo”. Y así lo hizo.

Cuenta la leyenda que un día se encontraron a la misma hora de la madrugada, cada uno cargando y llevando grano al montón del otro… No sabemos cuán cierta es este leyenda pero, en todo caso, lo cierto es que toda leyenda tiene siempre algo de verdad y, según se cuenta en ésta, cuando en ese pueblo hubo de construirse una capilla, se eligió como lugar ese granero, ese lugar sagrado donde dos hermanos velaban no por el grano propio, sino por el grano ajeno.

¡Qué hermosa imagen la de estos dos hermanos compartiendo el granero! De eso trata nuestro Evangelio… Ha llegado la hora de abrir nuestros graneros, ha llegado la hora de compartir con el hermano más necesitado, ha llegado la hora de velar menos por las necesidades propias y salir a cubrir más las necesidades ajenas… Ha llegado la hora de dar rienda suelta al Evangelio de la solidaridad, donde “hay mayor alegría en dar que en recibir”.

13 de febrero

 

San Marcos 8, 11-13

A Jesús no le gusta que le pidan signos espectaculares. Como cuando el diablo, en las tentaciones del desierto, le proponía tirarse de lo alto del Templo y que lo recogieran unos ángeles para mostrar su poder. Jesús nunca aceptó una cosa así.

Sus paisanos no lo querían reconocer como el Mesías. No aceptaban su doctrina y tampoco su persona. Tampoco valoraban los signos milagrosos que hacía. Hizo muchos milagros pero no lo veían o no querían verlo. Curó a las personas enfermas, liberó a los poseídos del demonio, multiplicó los panes, hizo un montón de milagros que demostraban ser el Mesías. Si no creían con esto, tampoco iban a creer si hacía signos grandiosos en el cielo o signos cósmicos. Jesús no buscaba lo espectacular ni lo maravilloso.

Me pregunto: ¿por qué nos cuesta cambiar nuestra vida? Porque si creyéramos de veras en Jesús como el Enviado y el Hijo de Dios, tendríamos que hacerle más caso en nuestra vida de cada día. ¿También estamos esperando milagros, revelaciones, apariciones y cosas espectaculares? No es que no puedan suceder, pero ¿es ése el motivo de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Jesús? Si es así, andamos buscando a los signos de Jesús y no buscamos al Jesús de los signos. Si es así andamos detrás de lo espectacular, andamos detrás de los signos y no de su persona. Porque en definitiva los signos nos deben llevar a Jesús como un cartel indicador. Pero no nos podemos quedar con el cartel indicador. Dicen en oriente que cuando el sabio indica un hermoso paisaje el tonto se queda mirando el dedo. Si los signos nos indican a Jesús, no nos podemos quedar solo con los signos sin ir a la persona. Es como que en vez de mirar el paisaje nos quedamos solo con el dedo que lo está indicando.

Deberíamos saber descubrir a Cristo presente en esas cosas tan sencillas y lindas de cada día. Debemos descubrir a Dios en el rincón de lo cotidiano. Como el hecho de despertar a la vida y ver la luz de un nuevo día, observar el amanecer, el sol que nos entibia, escuchar los trinos de los pájaros, encontrarnos con nuestros seres queridos, ir encontrándonos a lo largo del día con personas que nos quieren y a las que queremos.

Jesús está presente en cada hermano. Había un santo que decía: has visto a tu hermano, has visto a Dios. Tenemos que descubrir que cada persona es mi hermano o mi hermana, y que en cada hno o hna está presente Jesús. Jesús fue simple, humilde y de bajo perfil. El está presente en todos pero de una manera especial en el marginado, en el pobre, en el que sufre, en el enfermo, en el débil, en el humilde, en el de bajo perfil