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21 marzo


  San Juan 5,1-16

Nos encontramos hoy con ese personaje de la piscina de ‘Betsata’, Jesús pasa entre tantos enfermos, ciegos, lisiados y paralíticos’ de la vida, se acerca a alguno de ellos… por qué: quién lo sabe.

Lo interroga, le pide su anhelo: "¿Quieres sanarte?"; y lo único que recibe es la respuesta de lo circunstancial de la vida: entrecruces de complicaciones, acusaciones de los que no se hacen cargo de él, reproches por el tiempo no suficiente… y el deseo pasa desapercibido.

La dificultad para comunicarle al otro aquello que nos hace falta puede desembocar en conflictos en nuestras relaciones cotidianas. Aquellas personas que no logran plantearse la posibilidad de pedir lo que desean, sufren en silencio, o viven enojadas, porque su familia, sus amigos, su jefe, su pareja, la novia o el novio, no adivinan sus necesidades.

Aparecen los mitos: “yo puedo solo”; yo lo hago mejor que si se lo pidiera a otro; si me quiere, va a saber lo que necesito”.

La mayoría de las personas que tienen dificultades para pedir, poseen poco contacto con su interior, con sus deseos más profundos. Entonces, lejos están de poder pedir a otros lo que ellos mismos no pueden reconocer, lo fundamental. Antes de aprender a pedir, es conveniente que identifiquemos nuestras necesidades prestando atención a lo que sentimos. Expresar nuestras necesidades es hacernos cargo de lo que pasa en nuestro interior.

En esta situación hoy el Evangelio toca a tu corazón en este tiempo de Cuaresma. Jesús, o tal vez tú que portas su presencia divina, caminas hoy entre ellos… no sé por qué tal vez te acerques a uno… No necesita la presencia para entrar en la piscina de cinco pórticos sino la gracia que ha tocado tu persona.

No solo tenemos que aprender a pedir lo que necesitamos, también debemos aprender a acercarnos a la necesidad de los demás tal y como ésta se presenta y darles lo que el corazón más anhela: una posibilidad para ser feliz.

"Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo": qué gran verdad es esta. Cuántas horas habrá pasado Jesús experimentando casi ocultamente la obra del Padre y, como buen hijo aprendió las más grandes actitudes del obrar humano, casi divino: "dar la vida por los amigos".