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30 de marzo


 San Juan 8,51-59

En estos días vamos terminando de preparar el corazón para entrar en la más importantes y grandes de las semanas que es la Semana Santa

Y me parece clave en esto de poder preparar el corazón y fortalecerlo, meditando sobre el primero de los versículos de este fragmento del Evangelio. Es una especie de pedido y de sana exigencia el que hace Jesús a hablar con los judíos. “El que es fiel a mi palabra, no morirá jamás”.

Es decir, hay una insistencia de parte de Jesús que nos invita a ser fieles. Uno podría preguntarse de qué manera se puede ser fiel; en qué consiste esto; cómo es que se vive.

Pero hay una promesa: “no morirá jamás”. En esto estamos todos de acuerdo en que no se refiere a la muerte natural a la que estamos todos sometidos. Nadie se escapa de esta. Se refiere más bien a una muerte de carácter más bien existencial e integral: no se llevará muerte de este mundo al Reino definitivo. No habrá muerte eterna.

¿Y entonces...? ¿Qué significa ser fiel? El pedido de Jesús se ve también como coherencia de su vida: en el momento en que empieza a entender que no le queda otra que morir por amor, Jesús pide que seamos fieles.

Esto de la fidelidad cuesta. Porque nos cuesta seguir a Jesús.

Es interesante, porque Jesús no pide que se hagan cosas extraordinarias, grandes, magníficas. No. Nada de eso. Pide que le seamos fieles.

Y uno es fiel, cuando hay amor. Cuando el amor se termina, la tentación es la infidelidad. Cuando el corazón deja de ser por entero de la persona amada, uno empieza a llenarse el corazón de otros amores.

De la misma manera, Jesús nos pide esta coherencia, exigida desde el amor. Podemos entonces hacer memoria a lo largo de todo este tiempo de cómo me ha amado Dios. Cómo experimenté el amor de Jesús en mi vida. Cómo descubro que el Amor con el que Dios me ama es un Amor Incondicional que no va a cambiar nunca