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14 de marzo

San Mateo 18,21-35

 El Evangelio de hoy nos habla de la misericordia de Dios y lo hace a través de la respuesta que Jesús le da a Pedro cuando le pregunta cuantas veces hay que perdonar al hermano y Jesús dice con otras palabras “infinitas” y hace la parábola ésta en la que Jesús reprueba el pecado, pero sobretodo el pecado de no tener misericordia, porque si algo no podemos negar es que estamos llamados a perdonar al hermano y debemos estar dispuestos a perdonar 70 veces 7.

Otra dimensión de las muchas que nos ofrece este tiempo de la Cuaresma, la Misericordia. La Misericordia es fruto de la Santidad, si no tenemos un ideal de Santidad, es decir de felicidad cristiana en clave de bienaventuranzas no vamos a poder entender, solo quizás racionalmente, no vamos a poder entender existencialmente lo que es la Misericordia. Cuando el Señor nos dice que seamos perfectos como el Padre Celestial es perfecto, de alguna manera está dando la respuesta a lo que plantea el Evangelio de hoy cuando Jesús nos dice “Perdonen 70 veces 7”.

Ser Santos, ser Misericordiosos como el Padre en el Cielo es un llamado a todos, no solamente a algunos, especialmente convocados por Dios a una especial consagración, a todos, Dios nos llama a ser Santos. El cristiano, por el mero hecho de estar Bautizado está llamado a la plenitud de la vida cristiana, es decir, a vivir como Dios quiere que vivamos, y esto se plasma en la actitud de la Misericordia.

 Cuando pedimos reparación histórica, cuando pedimos justicia y es bueno que lo hagamos, cuando pedimos que se esclarezcan cosas que están oscuras a veces como crímenes o vejaciones, debemos tener enmarcando en todo esto que no es aguar el pedido sino darle un contenido cristiano, la Misericordia. Porque cuando hay Misericordia se tratan y se ordenan mejor los asuntos temporales, es decir, todo aquello que va aconteciendo en el tiempo de nuestra vida. Porque la vocación cristiana, es una vocación, recordémoslo, sobrenatural, es decir que eleva lo cotidiano y aún rescata todo lo malo, todo lo que hay de impuro de lo cotidiano y desde la Misericordia lo ofrece y lo hace, lo transforma en algo agradable a Dios.

Por eso nuestra vida que está llamada a ser una ofrenda a Dios tiene que ser una vida en la caridad, con todos, en primer lugar rezando por los demás, pero también dominando nuestros impulsos de venganza, nuestros resentimientos, nuestras inclinaciones a desear el mal a aquellos que no queremos.

 Por eso en la vida de todos los días adquirir la santidad es crecer en Misericordia, Santificar lo cotidiano, es decir, lo rutinario y hacerlo creativo es desde crecer en Misericordia, de preguntarme que bien puedo hacer yo por los demás, aún por el que esta caído, aún por el que está equivocado. Por eso la Santidad nos lleva a cumplir la misión que hemos recibido de Dios y no encerrarnos. Ciertamente que no existe un modelo de Santidad Misericordioso, pero, ¿por dónde pasa el camino de la Santidad y la Misericordia? Pasa precisamente en saber renunciar a nosotros mismos y descubrir que el gran modelo de nuestra vida es Jesucristo.