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23 de marzo

San Juan 5,31-47.

El evangelio de hoy nos regala este largo diálogo que se viene suscitando entre Jesús y los judíos de su época. Jesús en este texto va a dar innumerables testimonios que hablan a favor de Él como verdadero Mesías y como verdadero Hijo de Dios. Y hay una parte que me resulta de particular singularidad que dice “(las escrituras) dan testimonio de mí y sin embargo ustedes no quieren venir a mí para tener vida”.

Me parece que es muy interesante este reproche que le hace Jesús a los judíos de su época: el no querer ir a Él para tener vida. Y trasladándolo a nuestros días y aplicándolo a nuestra vida cotidiana nosotros podemos pensar: “nosotros sí queremos ir a Jesús y queremos tener vida”.

Claro, uno puede pensar también qué significa esto que está diciendo Jesús y que significa en definitiva tener la misma vida que Jesús o tener vida según el espíritu que anima la misión de Jesús en el mundo. Yo creo que la primera característica de la vida en Jesús pasa porque está centrada en Dios. Una de las características fundamentales que tiene Jesús es que la permanente referencia que Él hace, la hace hacia el Padre. Él se siente enviado. Es decir, el centro del universo no está puesto en Él sino está puesto en el Padre que lo envió. Él realiza obras y signos que en definitiva van a revelar el rostro del Padre. Es decir, Jesús entiende que hay alguien que es más importante que Él. Y ese es el Padre.

Entonces nosotros podemos pensar en nuestra vida que tener vida en Jesús significa salir nosotros el centro. Muchas veces andamos por la vida pensando que lo nuestro es lo mejor, que es lo más importante, o es lo único que merece la atención y de a poco nos vamos poniendo en el centro. Y muchas veces no nos damos cuenta y cuando nos despertamos y tomamos conciencia nos damos cuenta que hicimos de nuestro mundo el centro del universo. Y desaparecen entonces Jesús, los hermanos, los que pasan verdadera necesidad

Lo segundo que me parece también fundamental es que la vida en Jesús por tanto es una vida que nos reintegra de alguna manera, nos devuelve la dignidad que tenemos de ser verdaderamente Hijos de Dios. Nuestro mérito más grande en la vida, nuestra dignidad más bonita que podemos tener, lo más grande que nos puede pasar a nosotros es justamente esto. Nunca perder de vista eso. ¿Qué es lo más grande que me puede haber pasado en la vida? Ser hijo de Dios, tener la vida de Jesús, vivir también animado por el Espíritu Santo.

No seamos como los judíos del evangelio sino que seamos varones y mujeres de fe que se animan a creer en Jesús por seguir entregando su misma vida: una vida que se descentra, una vida cuya dignidad más linda es la de ser hijos e hija que Dios, una vida que por tanto entiende que su razón de ser más profunda y más íntima es la de ponerla al servicio de aquellos que más necesitan de la ternura y de la misericordia de Dios.