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8 de marzo


 

San Mateo 20,17-28

En este evangelio vemos que   Jesús anuncia por tercera vez su pasión y vemos como la madre de los Zebedeos intercede pidiendo para sus hijos buenos puestos. Que en el reino a Juan y a Santiago los ponga en un buen lugar. Esta es  una mirada miope, corta, de los discípulos y de la mamá de los Zebedeos, y también los otros diez, dice el texto, se indignan.

Esto  no tiene que sorprendernos porque muchas veces puede pasarnos a nosotros,   y algunos  creen  que por estar cerca de Jesús o ser cristianos  "merecen ciertos privilegios". Muchas veces escuchamos esto: "No hay derecho a sufrir esto porque es tan bueno y tan cristiano" o "no es justo que sufra así porque es tan cristiano o tan cristiana" o esperamos ser reconocidos o ser tenidos en cuenta. Muchas veces parece que ser cristiano da ciertos derechos frente otros o evitar ciertos sufrimientos por ser seguidores de Jesús.

Sin embargo, el evangelio nos recuerda que nuestro camino debe ser el camino de Jesucristo, y beber el cáliz nos lleva esta expresión a vivir la pasión de Jesús, que es vivir el servicio como Él lo vivió. No podemos olvidar que  el modo de pastorear y guiar o la responsabilidad será siempre sinónimo de servicialidad. Y se sirve de verdad cuando se ama, y así lo experimentamos, cuántos gestos en nuestra familia hemos recibido servicio de nuestros padres, porque nos aman. O la autoridad se gana haciéndose servicio, haciéndose ofrenda porque se ama.

Vamos a pedirle a Jesús que nos ayude a amar y a servir como Él, que podamos poner nuestra vida al servicio de la vida, hasta el sacrificio de nosotros mismos por amor, porque a esto nos invita el Señor. A sus servidores la autoridad evangélica siempre se da, no como la del mundo, sino una autoridad que se pone al servicio y que se olvida a sí mismo justamente por amor como lo hizo Jesús.