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4 de octubre


 San Lucas 10, 38-42

Fundador de la orden franciscana. Hijo de un rico mercader llamado Pietro di Bernardone, Francisco de Asís era un joven mundano de cierto renombre en su ciudad.

En 1202 fue encarcelado por unos meses a causa de su participación en un altercado entre las ciudades de Asís y Perugia. Tras este lance, aquejado por una enfermedad e insatisfecho con el tipo de vida que llevaba, decidió entregarse al apostolado y servir a los pobres. En 1206 renunció públicamente a los bienes de su padre y vivió a partir de entonces como un ermitaño.

San Francisco de Asís predicó la pobreza como un valor y propuso un modo de vida sencillo basado en los ideales de los Evangelios.

El papa Inocencio III aprobó su modelo de vida religiosa, le concedió permiso para predicar y lo ordenó diácono. Con el tiempo, el número de sus adeptos fue aumentando y Francisco comenzó a formar una orden religiosa, la de los franciscanos. Además, con la colaboración de santa Clara, fundó la rama femenina de su orden, que recibió el nombre de clarisas.

Sin embargo, la dirección de la orden no tardó en pasar a los miembros más prácticos, como el cardenal Ugolino (que luego fue Papa) y el hermano Elías, y él pudo dedicarse por entero a la vida contemplativa. Durante este retiro, San Francisco de Asís recibió los estigmas (las heridas de Cristo en su propio cuerpo), según testimonio de él mismo, y compuso el poema Cántico de las criaturas o Cántico del hermano sol, que influyó en buena parte de la poesía mística española posterior.

San Francisco de Asís fue canonizado dos años después de su muerte, el 15 de julio de 1226, y sus sucesores lo admiraron tanto por su modelo de austeridad como por su sensibilidad poética.

 

3 de octubre


 San Lucas 10,25-37

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”

Estas palabras resumen todo el mensaje del Evangelio: los cristianos, siguiendo el ejemplo de Cristo, no concebimos el amor a Dios sin el amor al prójimo. Como bien dice San Juan en su primera carta: “quien dice que ama a Dios a quien no ve y no ama a su hermano a quien ve, es un mentiroso”.

Jesucristo es claro en esta materia, al unir, al anudar estos dos mandamientos del amor: amor a Dios y amor al hombre. Aquí, Jesús nos está dando una tremenda Buena Noticia, nos está diciendo que el amor a Dios es posible aquí y ahora… ¿Dónde? En el amor al hermano, especialmente, en el amor al hermano herido, al hermano abandonado al borde del camino.

La pregunta que dispara el Evangelio de hoy es ineludible, la pregunta sería: ¿Cómo está tu amor a Dios, es decir, cómo está tu amor al hermano necesitado?

Siguiendo en la línea del Buen Samaritano, siguiendo en la línea de Mateo 25, no olvidemos jamás que al cristiano se le pedirán cuentas ¡Sí, lo que oyeron!, a los cristianos se nos pedirán cuentas del amor, del servicio, de la atención que hemos brindado a los más necesitados. Quien no apruebe este “test samaritano”, quien no apruebe el examen de “amor al hermano pobre y herido”, difícilmente lo salve el saberse de memoria la ley o repetir como loro el catecismo. Así como reprobaron en la parábola el sacerdote y el levita, así también corremos el peligro de reprobar nosotros si al ver un hermano caído, hacemos un rodeo y seguimos de largo.

Permítanme terminar con tres imágenes que resumen tres tipos de hombres:

i) Existen los “hombres tortugas”: se trata de personas que viven encerradas en su caparazón. Por ello, no son capaces de ver y oír las necesidades de sus hermanos. Se trata de personas que viven sólo para su metrito cuadrado, sólo atentos a su ombligo, a su “yo”, a sus necesidades.

ii) Existen los “hombres tomógrafos”: se trata de personas que sí son capaces de ver, de escanear las heridas de sus hermanos, pero no son capaces de curarlas, no son capaces de hacerse cargo. Ven, pero no hacen nada. Ven, pero pasan de largo.

iii) Por último, existen los “Buenos Samaritanos”: hombres y mujeres que no pueden ver un dolor sin remediarlo, que no pueden ver un herido y seguir de largo, hombres y mujeres capaces de amar a Dios en el servicio a los más necesitados.

1 de octubre

 

San Lucas 10, 17-24

Cada 1 de octubre recordamos a Santa Teresita del Niño Jesús, religiosa carmelita descalza, nacida en Francia, quien vivió durante el último cuarto del s. XIX.

"Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra” es quizás la frase que identifica mejor a Santa Teresita, porque expresa muy bien su belleza y su sencillez. Aquellas palabras, al mismo tiempo, encierran una profundidad inusitada: retratan perfectamente su visión de la vida, sostenida en una fe y confianza inmensas, anclada en un corazón lleno de ternura y amor por Cristo. Santa Teresita -aun habiendo sido monja de clausura- es considerada patrona de las misiones y ostenta el título de Doctora de la Iglesia.

María Francisca Teresa Martin Guérin -nombre de pila de la santa- vivió solo 24 años: nació el 2 de enero de 1873 (Normandía, Francia) y murió el 30 de septiembre de 1897 (Lisieux, Francia). Su vida estuvo caracterizada por su austeridad, lejos de los reconocimientos y el ruido del mundo. Murió casi en el anonimato y a su funeral, en el antiguo cementerio de Lisieux, no asistieron más de 30 personas. Por eso, puede que sorprenda a algunos que esta jovencita haya podido dejar uno de los testimonios de amor más excepcionales a la Iglesia y el mundo.

Una de las formas más sencillas para acercarse y comprender el legado de esta santa es a través de “Historia de un alma”, un libro que reúne sus escritos personales, y que fuera publicado un año después de su muerte. Se trata, sin duda, de un texto que refleja muy bien lo que sucede en un alma que ha sido transformada y que está completamente enamorada de Jesús.

Santa Teresa de Lisieux fue canonizada el 17 de mayo de 1925 por el Papa Pio XI, y proclamada Doctora de la Iglesia por San Juan Pablo II el 19 de octubre de 1997. El Papa Peregrino dijo aquella vez: “Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es la más joven de los ‘Doctores de la Iglesia’, pero su ardiente itinerario espiritual manifiesta tal madurez, y las intuiciones de fe expresadas en sus escritos son tan vastas y profundas, que le merecen un lugar entre los grandes maestros del espíritu… El deseo que Teresa expresó de pasar su cielo haciendo el bien en la tierra sigue cumpliéndose de modo admirable. ¡Gracias, Padre, porque hoy nos la haces cercana de una manera nueva, ¡para alabanza y gloria de tu nombre por los siglos!”, concluyó San Juan Pablo II.


30 de septiembre


 San Lucas 10, 13-16

Hablar de San Jerónimo en el mundo de la traducción es hablar de una de las figuras  más célebres de la historia de la humanidad. Pero no mucha gente sabe en profundidad quién es San Jerónimo, o Jerónimo de Estridón, su nombre anterior a ser beatificado.

San Jerónimo es mundialmente conocido porque fue la primera persona que tradujo la Biblia al latín corriente, desde la versión hebrea y la versión griega (conocida como Biblia Septuaginta). El resultado fue la Vulgata, o Biblia latina.  Pero todo el proceso anterior y posterior a este momento es, en ocasiones, olvidado. Y es necesario conocerlo para reconocer el valor del trabajo de San Jerónimo.

San Jerónimo fue una persona tremendamente avanzada para su época, el siglo IV d.C. Oriundo de Estridón, ciudad de la provincia romana de Dalmacia. Desde joven recibió una educación amplia y rica, estudiando en Roma desde su adolescencia. Desde su infancia demostró una curiosidad por la retórica y la literatura fuera de lo común. Tras años de estudio decide convertirse al cristianismo y comienza a dedicar su vida al estudio de las Sagradas Escrituras.

Pero su conocimiento en lenguas extranjeras llegó a los 27 años, cuando estudió griego. También estudió hebreo en los años venideros, lo que acabó convirtiéndole en traductor e intérprete de grandes personajes de la época.

 Entre estos se encuentran Paulino de Antioquia o el Papa Dámaso, del que termina siendo secretario. San Jerónimo acaba convirtiéndose en puente entre la Iglesia de Occidente y la de Oriente, ya que se ocupa de la correspondencia entre ambas. Es el mismo Papa Dámaso el que le encomienda revisar las traducciones existentes de la Biblia y comenzar a realizar él una.

Además de ser un traductor y autor prolífico, es un referente en la historia de la traducción. Fue uno de los defensores de la traducción fiel a la lengua meta, respetando el texto original, pero sin copiarlo palabra por palabra. Aun así, consideraba que la traducción de textos religiosos debía hacerse con precaución, respetando al máximo los originales.

San Jerónimo fue un hombre de mundo, un erudito respetado en su época y en las siguientes; fue y seguirá siendo una de las figuras más respetadas de la historia por su amplia cultura y saber.

Una de sus frases más populares es “Desconocer las escrituras es desconocer a Cristo”.

 

 

29 de septiembre


 San Juan 1, 47-51

En el día de hoy la Iglesia celebra a los Santos Arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel. Sus nombres han quedado grabados para siempre en el alma de los cristianos gracias a que aparecen en la Sagrada Escritura, cada uno de ellos, llevando a cabo misiones importantísimas encomendadas por Dios.

“Miguel” en hebreo significa “¡Quién como Dios!”, expresión que evoca la grandeza de Dios, su amor y su justicia infinitas. San Miguel es quien está al mando de los ejércitos celestiales. Su nombre es el grito de guerra en la batalla librada en el Cielo contra el Adversario, Satanás, y su corte de ángeles caídos.

“Rafael” quiere decir “Medicina de Dios” o “Dios ha obrado la salud”. San Rafael es el arcángel amigo de los caminantes y médico de los enfermos.

“Gabriel” significa “Fortaleza de Dios”. A San Gabriel se le encomendó la misión de anunciarle a la Virgen María que sería la Madre del Salvador.

El 29 de septiembre de 2017, el Papa Francisco afirmó: «Hoy celebramos el día de tres de estos arcángeles porque han tenido un papel importante en la historia de la salvación. Y conmemoramos a estos tres porque también tienen un papel importante en nuestro camino hacia la salvación».

28 de septiembre

San Lucas 9,57-62

Este texto del evangelio nos da la oportunidad para reflexionar sobre el seguimiento a Jesús. El seguimiento a Jesús es una cuestión de amor; si lo amamos realmente de verdad lo seguiremos hasta las últimas consecuencias de lo contrario será cuestión de tiempo para saber que uno lo dejará sólo si no hay amor en el seguimiento.

 Es así, si hay amor lo seguiremos sino hay amor lo dejaremos. Por lo tanto, los que realmente están enamorados de Jesús son sus fieles seguidores que lo dan todo por él sin abandonarlo nunca. Quienes aman a Jesús nunca tienen escusas para servirle y trabajar por su reino. No tienen otras opciones más que las de Jesús, porque él es la opción fundamental.

Por eso sería bueno preguntarse cómo es nuestro seguimiento a Jesús. ¿Hay amor en nuestro seguimiento? ¿estoy enamorado de Jesús? ¿Soy de elegirlo siempre a él? O ¿siempre se presentan otras opciones para elegir o dejo de último a Jesús?

Los que lo elegimos y seguimos a Jesús nunca nos arrepentiremos de haberlo hecho, somos muy felices de vivir con él, felices de vivir para él con las manos puestas en el arado trabajando por su reino.

Que Dios nos conceda amor para poder seguir fielmente a Jesús a todos lados sin reclinar la cabeza como él.

 

 

 

27 de septiembre

San Lucas 9, 51-56

Hoy, 27 de septiembre, la Iglesia católica celebra al Patrono de las obras de caridad y fundador de la Congregación de la Misión (vicentinos) y de las Hijas de la Caridad (vicentinas): San Vicente de Paúl, sin duda una de las figuras más representativas del catolicismo francés del siglo XVII.

Fue ordenado sacerdote en 1600 con tan solo diecinueve años, e inmediatamente el obispo, dada la madurez del novel sacerdote, quiso encargarle una parroquia que, sin embargo, no llegaría a asumir por su corta edad -el código de derecho canónico le impedía asumir tal responsabilidad-.

El P. Vicente empezó a estar más disponible para atender moribundos, a los abandonados y enfermos. Empezó a frecuentar lugares remotos con el propósito de atender a quien lo requería. Sabía muy bien que Dios en su ternura no podía olvidarse del más necesitado.

Su experiencia de vida al servicio del Señor le infundió en el corazón el deseo de organizar una congregación que se ocupase de administrar principalmente obras de caridad. Así, Vicente fundó la Congregación de la Misión. Ser misionero para él era algo que solo podía sostenerse en la oración dedicada y constante. Su tiempo como preceptor y la buena formación teológica que recibió lo inspiraron para que los miembros de la nueva congregación se dediquen también a la formación del clero. Después, junto a Santa Luisa, fundaría la Compañía de las Hijas de la Caridad. Para San Vicente, además de la oración, era importantísimo el cultivo de la humildad. Esta debería ser la primera virtud y cualidad de los sacerdotes misioneros.

Vicente fue un verdadero amigo de los desposeídos y un celoso apóstol de su tiempo. Partió a la Casa del Padre el 27 de septiembre de 1660.

 

26 de septiembre


 San Lucas 9, 46-50

El Evangelio nos trae dos enseñanzas sencillas, luminosas, en el día de hoy. En primer lugar una pregunta de parte de los discípulos, quién es el más importante; y esto, un poco refleja lo que a veces se da, no sólo en los discípulos de Jesús, también en el común de las personas, un cierto anhelo de figuración, una cierta ansia de poder. Cuál es la respuesta de Jesús, cuál es la propuesta ante esto de quién es el más importante, pues aquel que sabe hacerse pequeño, aquel que sabe ir al último lugar, desafío grande.

La otra enseñanza, a propósito de que los discípulos habían visto a algunos que expulsaban demonios, que lo hacían en nombre de Jesús, pero no estaban con ellos, entonces ellos le dicen a Jesús “hemos tratado de impedírselo”. Esto me parece que plantea el desafío de saber hacer espacio a los demás. El Papa Juan Pablo II escribía esa carta importante al comienzo del nuevo milenio, “Novo Millennio Ineunte”, una suerte de testamento pastoral, al hablar de espiritualidad que debe animar la acción pastoral, el Papa decía que hay que estar atento y evitar rivalidades y celos. Se ve que el Papa consideraba que esto era importante destacarlo porque constituían obstáculos grandes para la obra de la Evangelización.

Jesús les dice a los discípulos que no se lo impidan, y esto hace pensar que el nombre de Jesús es realmente grande y nadie lo puede encerrar, nadie se puede apropiar de el. Por otro lado, invocar el nombre de Jesús es ya hacer una opción por Él, entonces estos exorcistas que desempeñaban su función en nombre de Jesús, aunque no eran de los que seguían a Jesús, ya estaban haciendo una opción por Él. Jesús dice que el que ha optado por Él, no puede obrar después de una manera contraria a su enseñanza, sino que el que ha optado por Jesús trata de obrar de acuerdo a Él.

Esto es una invitación para todos nosotros a ser coherentes, por supuesto, pero también a saber reconocer la bondad de otros, aunque no estén cerca nuestro, aunque no sean de nuestro grupo, a hacerles espacio y sumar, porque lo que importa, en definitiva, es que Jesús sea el que se conozca, que su Nombre sea invocado, que en su Nombre se hagan obras buenas

Finalmente hoy celebramos a los Santos  Cosme y Damián. Estos dos santos han sido, junto con San Lucas, los patronos de los médicos católicos. En oriente los llaman "los no cobradores", porque ejercían la medicina sin cobrar nada a los pacientes pobres. Lo único que les pedían era que les permitieran hablarles por unos minutos acerca de Jesucristo y de su Evangelio.

24 de septiembre


 San Juan 19, 25-27

La Santísima Virgen se le apareció a San Pedro Nolasco, en 1218, recomendándole que fundara una comunidad religiosa que se dedicara a auxiliar a los cautivos que eran llevados a sitios lejanos. Esta advocación mariana nace en España y se difunde por el resto del mundo.

San Pedro Nolasco, inspirado por la Santísima Virgen, funda una orden dedicada a la merced (que significa obras de misericordia). Su misión era la misericordia para con los cristianos cautivos en manos de los musulmanes. Muchos de los miembros de la orden canjeaban sus vidas por la de presos y esclavos. Fue apoyado por el rey Jaime el Conquistador y aconsejado por San Raimundo de Peñafort.

San Pedro Nolasco y sus frailes muy devotos de la Virgen María, la tomaron como patrona y guía. Su espiritualidad es fundamentada en Jesús el liberador de la humanidad y en la Santísima Virgen, la Madre liberadora e ideal de la persona libre. Los mercedarios querían ser caballeros de la Virgen María al servicio de su obra redentora. Por eso la honran como Madre de la Merced o Virgen Redentora.

En 1272, tras la muerte del fundador, los frailes toman oficialmente el nombre de La Orden de Santa María de la Merced, de la redención de los cautivos, pero son más conocidos como mercedarios. El Padre Antonio Quexal en 1406, siendo general de la Merced, dice: "María es fundamento y cabeza de nuestra orden".

El Padre Gaver, en 1400, relata como La Virgen llama a San Pedro Nolasco y le revela su deseo de ser liberadora a través de una orden dedicada a la liberación.

Nolasco le pide ayuda a Dios y, en signo de la misericordia divina, le responde La Virgen María diciéndole que funde una orden liberadora.

Desde el año 1259 los padres Mercedarios empiezan a difundir la devoción a Nuestra Señora de la Merced (o de las Mercedes) la cual se extiende por el mundo.

23 de septiembre

San Lucas 9, 18-22

 En el día de hoy  celebramos a San Pio de Pietrelcina (1887-1968), a quien cariñosamente se le sigue llamando ‘Padre Pio’. Este franciscano recibió los estigmas de Cristo, quien quiso asociarlo de manera especial a su Pasión. He ahí el porqué de estas palabras del santo: “Oh Jesús, mi suspiro y mi vida, te pido que hagas de mí un sacerdote santo y una víctima perfecta” (San Pío de Pietrelcina).

San Pío de Pietrelcina fue un fraile y sacerdote italiano, perteneciente a la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos (O.F.M. Cap.). Pio recibió los estigmas de Jesucristo en las manos, los pies y el costado. Se hizo célebre también por haber obrado milagros en vida y por los dones extraordinarios que Dios le concedió.

Uno de esos dones fue su extraordinaria capacidad para acercarse y entender el alma humana, a tal punto que podía leer los corazones y las conciencias de quienes se le acercaban. Esa capacidad para penetrar y desnudar el alma humana, que brotaba de la caridad que movía su corazón, lo convirtió en un confesor único. Abundantes testimonios corroboran que quienes acudían a él para confesarse encontraban ese rostro de Dios que acoge al pecador.

El Padre Pío nació en Pietrelcina, (Italia), el 25 de mayo de 1887. Su nombre era Francisco Forgione, pero, cuando recibió el hábito de franciscano capuchino, tomó el nombre de “Fray Pío”, en honor a San Pío V.

A los cinco años tuvo una visión de Cristo, quien se le presentó como el Sagrado Corazón de Jesús. Cristo mismo posó su mano sobre la cabeza del pequeño Pío. El niño, en respuesta, le prometió al Señor que sería su servidor siguiendo los pasos de San Francisco de Asís. Desde entonces, Pío tuvo una vida marcada por una estrechísima relación con Jesús y con su Madre, la Virgen María. Ella se le apareció en numerosas oportunidades a lo largo de su vida.

El Padre Pío, asimismo, fue un hombre preocupado por los más necesitados. El 9 de enero de 1940 convenció a sus grandes amigos espirituales de fundar un hospital para curar los “cuerpos y también las almas” de la gente necesitada de su región. El proyecto tomó algunos años, pero finalmente se inauguró el 5 de mayo de 1956 con el nombre de “Casa Alivio del Sufrimiento”.

El Padre Pío partió a la Casa del Padre un 23 de septiembre de 1968, después de horas de agonía repitiendo con voz débil “¡Jesús, María!”.

San Juan Pablo II tuvo una especial admiración por él, y no son pocos los que señalan que el Padre Pío, en confesión, le predijo que llegaría a ser Papa

Durante la canonización de San Pío de Pietrelcina, el 16 de junio del 2002, San Juan Pablo II dijo de él: “Oración y caridad, esta es una síntesis sumamente concreta de la enseñanza del Padre Pío, que hoy vuelve a proponerse a todos”.

 

 

22 de septiembre


 San Lucas 9, 7-9

Este evangelio de hoy viene después de que Jesús envía a los apósteles a la misión  y como indicaciones les pide que vayan sin nada "No lleven nada para el camino:  bolsa ni bastón, ni pan, ni plata, ni siquiera vestido de repuesto". La misión es desafiante, superadora de la fuerza y preparación de los discípulos, y sin embargo.

 Él los invita a que vayan desprendidos, sin provisiones para el camino. Esto no significa que Jesús sea desprevenido ni descuidado con los discípulos, sino que los invita a la confianza a que vayan con la certeza de que no necesitan nada porque el que va con Dios lo tiene todo. Es un poco la experiencia que hace Santa Teresa cuando dice que "Sólo Dios basta".

Si caminamos confiados en que Dios viene con nosotros, no queda lugar para el miedo sobre la comida, el vestido, el alojamiento… El Padre nunca permitiría que a uno de sus hijos le falte algo de lo elemental. Sólo desde esa confianza se puede salir a compartir el evangelio con los demás, sabiendo que a la obra la realiza Dios y no nosotros… a nosotros nos queda ponernos a disposición, confiados en las maravillas que Dios puede hacer a través de nosotros si le entregamos las riendas de nuestra vida.

Y como nos dice el evangelio hoy, todos comentaban sobre la acción de Jesús y sus discípulos, incluso llega a oídos de Herodes que se pregunta quién será éste que hace tantos prodigios. Cuando se obra desde Dios, desde la confianza y haciendo su voluntad, hasta nuestras acciones más insignificantes tienen eco en el cielo.  Nada de lo que hagas y ofrezcas con amor va a quedar infecundo, y además tiene efecto multiplicador y despierta en los demás el deseo de también meter mano en la construcción de un mundo mejor.

 

 

21 de septiembre


 San Mateo, 9, 9-13

Cada 21 de septiembre la Iglesia Católica recuerda la figura de San Mateo, Apóstol y Evangelista, quien vivió en Cafarnaún, a orillas del lago de Galilea, y quien fue elegido por el mismo Señor Jesús para ser uno de los doce.

San Mateo fue hijo de Alfeo y tuvo como nombre ‘Leví’, según lo atestiguan San Marcos y San Lucas en sus propias narraciones. Tuvo el oficio de publicano, es decir, fue un recaudador de impuestos. Los publicanos solían ser personajes acaudalados, pero al mismo tiempo repudiados: primero, porque los impuestos que recaudaban eran considerados injustos (el caudal iba a manos de los romanos) y excesivos; y, segundo, los recaudadores se enriquecían a costas de la pobreza de su propio pueblo. Aquello bastaba para que se les considerara “pecadores públicos” y hombres corruptos según la Ley de Dios. Sin embargo, nada de esto le importó a Jesús, quien un día al pasar vio sentado a Mateo (Mt 9,9ss) cobrando el impuesto, y lo llamó. Leví -como se llamaba antes de ser discípulo de Cristo- escuchó aquel llamado a ser apóstol y sin dudar se levantó y siguió al Maestro.

El mismo episodio aparece en los otros Evangelios sinópticos (Mc 2, 14ss, Lc 5, 27ss). San Mateo es siempre mencionado en el grupo de los doce: ocupa el octavo lugar en la lista que aparece en los Hechos de los Apóstoles (Hch 1, 13) y en el relato de su propio evangelio (Mt 10,3). San Mateo se refiere allí a sí mismo como "Mateo, el publicano". En los evangelios de San Marcos y San Lucas aparece en el séptimo lugar (Mc. 3, 13; Lc 6, 12).

Después de la Ascensión del Señor a los cielos, Mateo permaneció predicando en Judea, aunque también predicó en tierras cercanas.

San Mateo y el Papa Francisco

Un día como hoy, pero de 1953, Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, experimentó, luego de confesarse, la llamada a la vida religiosa en la Compañía de Jesús. En ese entonces tenía solo 17 años. Hoy su escudo pontificio lleva inscrito el lema: "Lo miró con misericordia y lo eligió", palabras tomadas del Evangelio y que describen el momento preciso del encuentro de Jesús con el Apóstol.

20 de septiembre


 San Lucas 8, 19-21

La fiesta que hoy recordamos es conocida como la de San Andrés Kim y Compañeros Mártires. Fue la primera canonización que se realizó fuera de Roma en los últimos 700 años, y es que la situación lo ameritaba, porque estaban siendo premiados con la santidad el primer sacerdote coreano y sus 102 compañeros.

San Andrés Kim, el primer sacerdote de la Iglesia en el oriente, creció comprendiendo el valor de defender su fe. Él nació el 21 de agosto de 1821, años antes su bisabuelo había muerto martirizado, y cuando sólo era un niño, tuvo que afrontar por el mismo motivo, la muerte de su padre, mientras su madre era destinada a vivir en la calle y pedir limosna, debido a la represión religiosa que azotó Corea hasta finales del siglo XIX, y que hoy, un siglo más tarde, sigue estando vigente.

En 1836 Andrés fue elegido como seminarista por un misionero que pasaba por su población. En 1844 fue ordenado diácono en China y un año más tarde ordenado sacerdote en Shangai. De allí se dirigió nuevamente a Corea en donde cumplió la gran parte de su trabajo pastoral.

Sirvió al Señor como sacerdote sólo un año y pocos meses. En junio de 1846 fue arrestado y enviado a una cárcel en Seúl; allí estuvo tres meses y el 16 de septiembre fue decapitado, cuando apenas tenía 26 años. Entre sus pertenencias se encontró una carta en coreano, dirigida a sus fieles. “En este difícil tiempo, para ser victorioso se debe permanecer firme usando toda nuestra fuerza y habilidades como valientes soldados completamente armados en el campo de batalla”.

Junto con el padre Kim se destaca la canonización del laico Pablo Chong, nacido en Korea en 1795. Sus padres, una hermana y un hermano, fueron martirizados entre los años 1801 y 1839. Cuando tenía 20 años partió hacia Seúl para tratar de reconstruir la Iglesia en este lugar. Decidió intentar llevar misioneros al país pero sus intentos se vieron bloqueados por la misma persecución, uno de ellos, murió antes de poder ingresar al país.

En 1839, a la edad de 45 años, fue arrestado por ser considerado como uno de los que había intentado llevar misioneros extranjeros a Korea. Fue decapitado en Seúl el 22 de septiembre.

Su amor a Dios y la Iglesia fue reconocido el 19 de junio de 1988, cuando el Papa Juan Pablo II canonizó y proclamo santos a 117 mártires.

19 de septiembre


 San Lucas 8,16-18

Si nos abrimos a la palabra de Dios siempre dará frutos. Un fruto hermoso es que llene de luz nuestros corazones. Al recibir luz, tenemos que irradiarla a los demás. Sabiendo que no es nuestra luz, sino la Luz de Dios, que recibimos para dar.

 Lo cristianos somos iluminados por Jesús, la luz del mundo, para iluminar. Somos evangelizados para evangelizar. Que trasmitamos la luz del evangelio, porque lo que recibimos es para bien de los demás, no para que la guardemos egoístamente.

Una lámpara no se enciende para taparla o esconderla bajo la cama. Su misión es iluminar. Guardarnos la luz de la fe es egoísmo. La luz de la fe es para compartirla. Jesús nos invita a dar testimonio ante los demás. Él es la gran  Luz, los cristianos tenemos que ser pequeñas lucecitas. Podemos preguntarnos: ¿Iluminamos a los que viven a nuestro alrededor? Hay muchas personas que irradian luz.

 Sin ir muy lejos lo vemos en las buenas madres que se sacrifican todo el día por su familia. Desde limpiar la casa, lavar la ropa, cocinar, preparar los niños para la escuela, etc. ¡Cuánta luz irradia una buena mamá sacrificada por su familia! O aquella persona que siempre tiene una palabra de aliento y de esperanza frente al que está desanimado.

 O aquellos hijos que con cariño cuidan de sus padres enfermos. O aquellas personas voluntarias que ayudan a los más necesitados o van a visitar enfermos a los hospitales, o ancianos a los acilos. Tal vez no enciendan grandes fogatas, pero son llamitas vivas que siempre están encendidas trasmitiendo luz.

El día de nuestro bautismo hemos recibido la luz de la fe. Hay un gesto que se hace. Los padres y padrinos entregan una vela encendida al que es bautizado mientras se dice una oración: recibí de manos de tus seres queridos esta vela encendida que es signo de la fe en Cristo resucitado, que cuando Jesús te venga a buscar para la fiesta del cielo, te encuentre con la luz de la fe ardiendo en tu corazón.

 Es la fe que hemos recibido y que a su vez trasmitimos. Como nuestras abuelas trasmitieron la fe a nuestras madres y ellas a nosotros, ahora hay que trasmitirla a los hijos, después ellos la trasmitirán a sus nietos, bisnietos, tataranietos, y así siguiendo. De generación en generación nos vamos trasmitiendo la antorcha de la fe.

 Esa fe es don de Cristo resucitado que recibimos y trasmitimos. Qué Dios a todos nos bendiga y llene nuestro corazón de luz.

17 de septiembre

San Lucas 8, 4-15

Hoy Lucas nos habla de la Parábola del Sembrador con una gran esperanza al comenzar con la frase: “el sembrador salió a sembrar”. ¡¿Qué más importante puede ser?! La tierra es imprescindible pero más lo es la semilla: no puede haber fruto ni alimento si la semilla no es repartida y sembrada generosamente.

 Es Él quién reparte la Palabra de Dios con gran esperanza en nuestra tierra, en tu corazón y en el mío y en el de esta “gran multitud” que juntos recibimos su Semilla.

 No podemos no nos podemos ni imaginar lo privilegiados que somos puesto que estamos entre los que “se nos ha dado conocer los misterios del Reino de Dios”.

 Entre todos los terrenos que describe Lucas hoy te invito a mirar esta “tierra fértil” de la que “brotó y produjo fruto al ciento por uno”. No me imagino tierra más generosa y bien dispuesta que la de María, ni mejor ni mayor fruto que Jesús mismo.

  Ella nos mueve a “escuchar la Palabra con un corazón bien dispuesto, a retenerla y dar fruto gracias a la constancia”. María intercede por nosotros y es modelo de vida cristiana. Mujer de la constancia no se contenta solo con ‘escuchar’ sino que permanece en Cristo (Jn 15), va a Él, escucha y practica (Lc 6, 47)

 Te invito a renovar tu súplica a María, que como discípulo y discípula de Jesús te animes a decirle conmigo al Señor:

 

  “Señor, yo quiero escuchar tu Palabra

sabes de mi corazón que no siempre es Buena tierra

pero sabes que una y otra vez vuelvo a ti,

porque confío más en tu esperanza que en mis límites.

Yo sé que la Palabra se abrirá paso en mí en este día

que irá dando frutos de buenas obras.

Te doy gracias porque me invitas a participar en tu misión

de hacer presente tu Reino.

Confío en que tu Madre Buena me ayude,

en su testimonio y en su escucha orante

pongo mi oración y todo este día.

Amén.

 

 

  

16 de septiembre


 San Lucas 8, 1-3

Una de las figuras que Jesús usa para referirse a los sacerdotes, y de alguna manera a todos los cristianos, es la de pastores. Pastores que cuidan el rebaño que les fue confiado.

 Así, un sacerdote es pastor de la gente de sus actividades pastorales, un padre es pastor de sus hijos, una persona es pastor de sus amigos y conocidos. Pero a la figura del pastor le falta algo que tiene otra figura usada por Jesús: la de pescadores.

Mientras que los pastores cuidan sus ovejas, y nada más… los pescadores no cuidan su rebaño de pescaditos, sino que tienen que salir a buscarlos. Pescar es eso: ir a la búsqueda de algo que no tengo, y que no sé si llegaré a alcanzar.

En el Evangelio de hoy nos encontramos con que Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando. Un Jesús que no se queda en su pueblo, con su familia y sus amigos.

 Un Jesús que sabía que mucha de la gente que iba a escucharlo buscaba algo diferente de lo que él quería darles. Que muchos iban a estar cerrados a sus palabras. Y muchos otros se iban a reír, burlar o enojar con lo que él decía.

Pero Jesús no tiene miedo. Camina, predica, anuncia. Y no sólo eso: lleva en su compañía a sus ovejitas. Les muestra, les enseña que si ellos no comparten con cualquiera esa Buena noticia… algo les va a faltar.

 Desde sus historias de haber sido salvadas, cada una de estas personas está llamada a compartir esa alegría, ese amor, esa salvación, con los demás.

– Fíjate si hoy podes compartir con alguien la alegría más linda que te regaló Jesús.

15 de septiembre


 San Lucas 2, 33-35

Hoy, 15 de septiembre, un día después de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la Iglesia conmemora a Nuestra Señora de los Dolores. De alguna manera, la sucesión de ambas efemérides es una invitación a meditar en torno al misterio del dolor que unió las vidas de Jesús y María para redención del género humano. Meditar en los dolores de la Madre nos ayuda a comprender mejor los dolores de Cristo, a acercarnos a su Santísimo Corazón, y a dejarnos transformar por el amor sacrificial.

La devoción a la Virgen de los Dolores -también conocida como la Virgen de la Amargura, la Virgen de la Piedad o, simplemente, la Dolorosa- viene desde antiguo. Puede remontarse hasta los orígenes de la Iglesia, cada vez que los cristianos recordaban los dolores de Cristo, siempre asociados a los de su Madre María. Sin embargo, la advocación a Nuestra Señora de los Dolores (Mater Dolorosa) cobra forma e impulso recién a partir de finales del siglo XI. Décadas después, para 1239, en la diócesis de Florencia,  (Orden de frailes Siervos de María) destinaron el 15 de septiembre para celebrar a la Virgen dolorosa; día que quedaría oficializado a inicios del siglo XIX (1814) por el Papa Pío VII, quien le concedió el rango de fiesta.

Esta hermosa devoción ha sido alentada por muchos santos a lo largo de la historia, con el patrocinio directo de la Santísima Madre de Dios,  como a santa Brígida,  San Alfonso María de Ligorio (1696-1787) se cuenta también  que Jesucristo reveló a Santa Isabel de Hungría que Él concedería cuatro gracias a los devotos de los dolores de su Santísima Madre.

Madre, déjanos acompañarte en tu dolor y alivia con tu ternura los nuestros.

Nuestra Señora de los Dolores, ruega por nosotros.

14 de septiembre

San Juan 3, 13-17

Cada 14 de septiembre se celebra la Exaltación de la Santa Cruz, día en que recordamos y honramos la Cruz en la que murió nuestro Señor Jesucristo. La consideración de aquel madero, en el que nuestro salvador vertió su preciosísima sangre, evoca el misterio del amor divino, entregado sin medida para redención de todo el género humano. La cruz de Cristo es la cruz “en la que se muere para vivir; para vivir en Dios y con Dios, para vivir en la verdad, en la libertad y en el amor, para vivir eternamente”, como bien lo señalaba San Juan Pablo II.

De acuerdo a la tradición, en el siglo IV, la emperatriz Santa Elena encontró en Jerusalén el madero en el que murió el Hijo de Dios. Posteriormente, hacia el año 614, la reliquia sería sustraída de esa ciudad por los persas, como trofeo de guerra. Más adelante, el emperador Heraclio la rescató y, así, el madero pudo retornar a la Ciudad Santa el 14 de septiembre de 628. Desde entonces, cada día 14 del mes de septiembre se celebra este acontecimiento, instituido como festividad litúrgica. Al llegar de nuevo la Santa Cruz a Jerusalén, el emperador dispuso que fuese llevada en solemne procesión. Para acompañar el cortejo se revistió de todos sus ornamentos imperiales. Estos llegaron a ser tantos y tan pesados que se le hizo imposible avanzar. Entonces, el Arzobispo de Jerusalén, Zacarías, le dijo: "es que todo ese lujo de vestidos que lleva están en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo, cuando iba cargando la cruz por estas calles". El emperador, acto seguido, se despojó de su lujoso manto y de su corona de oro, y, descalzo, empezó a recorrer las calles acompañando la procesión.

Posteriormente, el Madero santo fue dividido. Un fragmento fue llevado a Roma, otro a Constantinopla, mientras que un tercero se quedó en Jerusalén. El pedazo restante fue reducido a astillas que serían distribuidas por iglesias de distintas partes del mundo. A estas reliquias se les denominó de la “Veracruz” (verdadera cruz).

En las narraciones de la vida de los santos se cuenta que San Antonio Abad hacía la señal de la cruz cada vez que era atacado por el demonio con horribles visiones y tentaciones. La señal bastaba para que el enemigo huya. Así, los cristianos adoptaron la costumbre de santiguarse para pedir la protección de Dios ante la presencia del mal y los peligros que acechan.

¡Por el madero ha venido la alegría al mundo entero! 

13 de septiembre


San Lucas 7, 11-17

 San Juan Crisóstomo es el representante más importante de la Escuela de Antioquía y uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia en Oriente. Su personalidad nos es bien conocida a través de sus biógrafos: enérgico y de gustos sencillos y austeros, estaba dotado de grandes cualidades oratorias.

Nacido en el seno de una familia cristiana noble, alrededor del año 350, recibió desde su infancia una educación esmerada. Después de ser ordenado sacerdote en el año 386, cumplió el oficio sacerdotal en Antioquía durante doce años; allí recibió el sobrenombre de Crisóstomo (boca de oro) con que ha pasado a la posteridad, a causa del esplendor de su elocuencia. En el 397 fue consagrado obispo de Constantinopla. Desde el primer momento dedicó todos los esfuerzos a elevar el ambiente moral de la sociedad que le rodeaba, lo que le produjo numerosas incomprensiones y, al final de su vida, el exilio. Murió el 14 de septiembre del año 407. Entre los Padres griegos no hay ninguno que haya dejado una herencia literaria tan copiosa como San Juan Crisóstomo.

Su producción literaria se puede dividir en tratados, homilías y cartas. Según él mismo atestigua, predicaba todos los días. Preparaba sus discursos con sumo cuidado, y miraba especialmente al bien de los oyentes, que, en no pocas ocasiones, le interrumpían con aplausos.

El mayor número de homilías conservadas—varios centenares—forman parte de una serie de comentarios a los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Las noventa Homilías sobre el Evangelio de San Mateo representan el más antiguo comentario completo sobre el texto del primer evangelista. Su exégesis es de carácter moral, de acuerdo con el método propio de la Escuela antioquena. San Juan Crisóstomo mueve decididamente a la conversión a quienes, siendo cristianos de palabra, no lo son con sus obras y no difunden a su alrededor la luz de Cristo.

Muy importantes son también las ocho Catequesis sobre el Bautismo, en las que expone a los nuevos cristianos las exigencias de la pelea espiritual del cristiano; el tratado A Teodoro caído, exhortación a un amigo que había decaído de su anterior fervor religioso; y los cinco libros Sobre el sacerdocio, una de las joyas de la literatura cristiana de todos los tiempos sobre la excelencia y dignidad del sacerdocio cristiano.

 

  

12 de septiembre


 San Lucas 7,1-10

Jesús hace un milagro en favor de un extranjero. Este extranjero además, es un oficial, jefe de una centuria del ejército romano. O sea tenía 100 soldados a su cargo. Según los informes que le dan a Jesús, es una buena persona, simpatiza con los judíos y les ha construido la sinagoga. La actitud de este centurión es de humilde respeto.

No se atreve a ir él personalmente a ver a Jesús, ni lo invita a venir a su casa, porque ya sabe que los judíos no pueden entrar en casa de un pagano. Pero tiene confianza en la fuerza sanadora de Jesús, que él relaciona con las técnicas de mando y obediencia de la vida militar. Que era lo que sabía por ser militar. Jesús alaba la fe de este extranjero. Después de tantos rechazos entre los suyos, es reconfortante encontrar una fe así. Les digo que ni en Israel he encontrado tanta fe, dijo Jesús.

Cuando Lucas escribe el evangelio, la comunidad eclesial ya hacía tiempo que iba admitiendo a los paganos a la fe. Podemos preguntarnos: ¿Sabemos reconocer los valores que tienen “los otros”, los que no son de nuestra cultura, raza, lengua, religión? ¿Sabemos dialogar con ellos, y aceptar lo bueno de ellos? ¿Nos alegramos de que el bien no sea exclusivo nuestro? La actitud de aquel centurión y la alabanza de Jesús son una enseñanza para nosotros.

Nos ayuda a que revisemos nuestros archivos mentales, en los que muchas veces, a las personas, por no ser de los nuestros, las dejamos de lado. Tenemos que reconocer que la fe es un don de Dios. Es puro regalo de Dios. Me impacta mucho cuando encuentro fe más allá de las fronteras de la Iglesia. Muchas veces quedamos chiquitos ante gente que no es de la iglesia pero que tienen mucha fe, tienen muchos valores. La Iglesia, en el Concilio Vaticano II, se abrió más claramente al diálogo con todos: los otros cristianos, los creyentes no cristianos y también los no creyentes.

¿Hemos asimilado nosotros esta actitud universalista, sabiendo dar un voto de confianza a todos? ¿O estamos encerrados en una burbuja dorada? ¿Somos como los fariseos, que se creían justos y miraban a los demás como pecadores? Tenemos que empezar nosotros por ser humildes. Antes de recibir la Eucaristía repetimos lo del centurión romano: Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Qué esto no sea solo palabras sino una actitud interna. Sintámonos pobres de corazón. Qué Dios que a todos nos ama nos bendiga y llene nuestro corazón de paz y de alegría, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.

10 de septiembre


 San Lucas 6, 43-49

San Nicolás de Tolentino (1245-1305) nació en San Angelo, Pontano (Italia). Fue un sacerdote y místico italiano; el primer santo perteneciente a la Orden de San Agustín.

Desde  el pequeño mostraba una singular afinidad con las cosas de Dios y la vida espiritual. A pesar de su juventud, aprendió a dedicarle mucho más tiempo a la oración del que se podría esperar de un niño de su edad. A Nicolás le gustaba hablar con Jesús, algo que fue alentado siempre por sus padres. El niño escuchaba con entusiasmo la Palabra de Dios y se deleitaba con las buenas lecturas. Además, despertó en él una sensibilidad peculiar frente al que sufre. Por eso, una de las cosas que más disfrutaba era llevar a su casa a alguna persona en necesidad que encontraba en el camino y compartir el alimento en familia.

Fue aceptado en el convento de los ermitaños del pequeño pueblo de Tolentino. Con el tiempo, realizó su profesión religiosa -no tenía ni 18 años- y en 1271 fue ordenado sacerdote.

Nicolás permaneció en Tolentino los siguientes 30 años, hasta su muerte. Allí predicó en las calles, administró los sacramentos a los pobladores y visitó asiduamente el asilo de ancianos, el hospital y la prisión; pasaba largas horas en oración y cuando no, estaba en el confesionario, atendiendo las necesidades espirituales de la gente. Vivía con marcada sencillez.

Los fieles, impresionados por las conversiones que se producían gracias a su testimonio de vida, le pedían constantemente que intercediera por las almas del purgatorio. Esto le valió, muchos años después de su muerte, ser llamado “patrón de las santas almas” o “protector de las ánimas del purgatorio''.

San Nicolás murió el 10 de septiembre de 1305 y fue enterrado en la iglesia del convento de Tolentino, su hogar por más de tres décadas.

9 de septiembre


 San Lucas 1, 39-55

Hoy es un día especial para la República de Panamá, en día en que se celebra la Patrona del Todo el país.   Su nombre se debe a que  esta era una  imagen de la Santísima Virgen María que se encontraba en una capilla lateral de la Catedral de Sevilla-España. Esta Catedral fue reconstruida en el siglo XIV, pero se conservó solamente la pared en donde estaba la imagen, y se le llamó Santa María de la Antigua.

En honor a esta advocación Enciso y Balboa fundaron en 1510 la ciudad de Santa María de la Antigua del Darién, cumpliendo una promesa pues ganaron la batalla, y dedicaron a Santa María La Antigua la casa del Cacique Cémaco; ésta fue la primera capilla dedicada a la Virgen María en Tierra Firme.

La Patrona de la Catedral y de la Diócesis de Panamá fue desde 1513 Santa María La Antigua. La Conferencia Episcopal Panameña proclama oficialmente a Santa María La Antigua como Patrona de la República de Panamá esto fue El 9 de septiembre del 2000, Año Santo Jubilar.

 

8 de septiembre


 San Mateo 1, 18-23

Hoy, 8 de septiembre, la Iglesia celebra un día sumamente especial: la Natividad de la Santísima Virgen María, nuestra Madre.

En una hermosa homilía pronunciada hace siglos en la Basílica de Santa Ana en Jerusalén, San Juan Damasceno (675-749) señalaba lo siguiente: “Tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado y la tristeza de la primera madre, Eva, se ha transformado en gozo”. Luego, el santo y doctor de la Iglesia añadía: “¡Oh feliz pareja, Joaquín y Ana, a ustedes está obligada toda la creación! Por medio de ustedes, en efecto, la creación ofreció al Creador el mejor de todos los dones, o sea, aquella augusta Madre, la única que fue digna del Creador”.

Si bien es cierto que en los Evangelios no podemos encontrar abundante información sobre el nacimiento de María, es a través de la tradición como nos han llegado algunos datos importantes. Por ejemplo, considerando que María fue descendiente de David, es altamente probable que haya nacido en Belén; aunque otras tradiciones, como la griega o la armenia, ubican la cuna de María en Nazaret.

Hay numerosas evidencias del profundo amor que los cristianos profesan a María desde antiguo, y de la importancia dada a esta fiesta que hoy celebramos conmemorando el nacimiento de la Madre de Dios.

“Hoy emprende su ruta la que es puerta divina de la virginidad. De Ella y por medio de Ella, Dios, que está por encima de todo cuanto existe, se hace presente en el mundo corporalmente… Sirviéndose de Ella, Dios descendió sin experimentar ninguna mutación, o mejor dicho, por su benévola condescendencia apareció en la Tierra y convivió con los hombres" (San Juan Damasceno).

7 de septiembre


 San Lucas 6,20-26

Hoy la palabra Dios nos habla de las bienaventuranzas

Felices ustedes, dice la Palabra. Felices los pobres, felices los que tienen hambre, felices los que lloran, bienaventurados, dichosos.

 El señor nos plantea un ideal, pero no como algo que sea inalcanzable, sino como lo que se puede tocar: nos habla de la felicidad, de la plenitud, de una alegría estable. Una felicidad que consiste en vivir en la presencia de Dios, en descubrir para qué fuimos creados y cuál es nuestro llamado.

 Es verdad que en el evangelio de Lucas vemos las bienaventuranzas un poco más abreviadas que la versión según san Mateo, pero acá lo que Jesús hace es alabar y bendecir a los que sufren. Paradójicamente, quienes alcanzan la promesa de felicidad son los que, a los ojos del mundo, no la pasan bien.

 Son aquellos que primero son tapados y excluidos. Es decir, Jesús se está refiriendo a aquellos que tienen muchas contrariedades, los que tienen una cruz pesada, en el fondo, los que son parecidos a Cristo.

 Sin lugar a duda, cuando uno tiene algún padecimiento, alguna cruz, eso nos vuelve más parecidos a Jesús. Por eso no hay que renegar de las cruces, no hay que renegar de lo que nos cuesta, de aquello que tenemos que soportar, sino que hay que abrazarse al Señor.

Sea lo que sea, apégate al Señor, por más que duela, apégate al Señor, aunque estés cansado y tengas ganas de bajar los brazos, apégate  al Señor. Si estamos solos, sin Jesús, no llegamos ni a la esquina.

Ahora, si aparece el Señor en nuestro andar cotidiano, la vida se aliviana. Alégrense y llénense de gozo, porque nuestra recompensa será grande en el cielo. Es decir, hay una promesa que nos hace Jesús, una promesa de alegría y de bendición.

 Usted y yo podemos anticipar el cielo desde ahora y ser felices si lo dejamos pasar a Jesús. Recuerde que ser felices no implica no tener problemas, ya lo dice el evangelio de hoy. La felicidad más bien pasa por tener una certeza que no se mueve: Dios te ama y Dios te sostiene. Él no juega a las escondidas contigo, y mucho menos le gusta hacerte sufrir. Que nunca te corran el eje de eso y anímate a confiar en que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman. Por otro lado, no te compares con nadie.

El señor termina con varios “ay”. “Ay de ustedes” los ricos, los que ahora están satisfechos, los que ahora ríen, cuando todos los elogien. Ay de ustedes los que parece que la pasan bien, los que tienen una felicidad aparente. Por eso no hay que compararse con nadie. Cuántas veces nos tienta la envidia y deseamos la vida de otro o nos entristecemos porque parece que le va bien. Hay que asumir la alegría y la esperanza que nos da la fe, la confianza de sabernos parecidos a Cristo en su cruz. Por eso anímate a salir de la indiferencia, a mirar a los demás con otros ojos, a ser solidario, a comprometerte, a compartir la cruz, a pedir ayuda. Es bueno esto, con humildad, abrir mi vida al otro para servir y saber mirar para el costado y que la cruz de mi hermano se aliviane un poco.

06 de septiembre


 San Lucas 6,12-19

En este pasaje del evangelio de Lucas vemos  Jesús elige a los doce, es decir, a sus colaboradores. Pero antes de tomar una decisión tan importante, se fue a rezar al monte, es decir se retiró a un lugar apartado a rezar. Jesús nos enseña que antes de tomar decisiones importantes hay que rezar, hay que ponerse en las manos del Padre, con un corazón filial, en una actitud reverente de verdaderos hijos que se sienten ante                                                                 un Padre, que el Padre nunca los abandona.

Para nosotros es trascendental tener en cuenta que siempre antes de actuar, o tomar decisiones, podamos estar en las manos de Dios. Por eso es importante para rezar tener tres actitudes, que es las que siempre tenía Jesús y nos enseña con su ejemplo.

En primer lugar, para rezar tenemos que estar en paz con los hermanos. Si estamos con el corazón rencoroso, o tenemos alguna rebeldía o estamos peleados con alguien o simplemente estamos enojados, es muy difícil rezar. Primero hay que estar en paz con los hermanos.

En segundo lugar, la oración hay que hacerla con humildad, es decir sabiendo que con Dios somos todos, sin Dios no somos nada, solitos no podemos llevarnos el mundo por delante

Y en tercer lugar con confianza, como el amigo inoportuno del evangelio. ¿Se acuerdan? Que pedía que le vendieran tres panes y no se los vendían y al final por la insistencia se los dan.

Ojalá nosotros también podamos tener la lucidez del corazón, para ponerse en las manos de Dios, para poder encontrarse con él, antes de dar un paso pequeño o grande en la vida.

5 de septiembre

 

San Lucas 6, 6-11

Hoy, 5 de septiembre, celebramos la fiesta de Santa Teresa de Calcuta, canonizada hace 6 años (2016) por el Papa Francisco en una Misa celebrada en la Plaza de San Pedro.

La Santa albanesa murió exactamente hace 25 años, el 5 de septiembre de 1997, en Calcuta, India, a los 87 años de edad.

Santa Teresa de Calcuta, don para la Iglesia de hoy, constituye uno de los ejemplos más claros de cómo debemos amar a Cristo en el servicio a los más pobres, o a los “más pobres entre los pobres”, como ella los llamaba. Teresa de Calcuta, además, le dio una lección al mundo sobre cómo entender la pobreza. Para ella, la mayor pobreza no necesariamente se encuentra en los barrios humildes -como los de Calcuta-, sino también en todos aquellos lugares donde el amor está ausente, como en las sociedades en las que se permite el aborto.

Fue canonizada 13 años después por el Papa Francisco dentro de la celebración del Jubileo de los voluntarios y operarios de la misericordia. En esa ocasión el Pontífice señaló que "Madre Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido una generosa dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por medio de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y descartada. Se ha comprometido en la defensa de la vida proclamando incesantemente que el ‘no nacido es el más débil, el más pequeño, el más pobre’".

En una célebre entrevista, concedida poco tiempo antes de morir, Santa Teresa de Calcuta dejó este mensaje 1997: “Ámense los unos a los otros, como Jesús los ama. No tengo nada que añadir al mensaje que Jesús nos dejó. Para poder amar hay que tener un corazón puro y rezar. El fruto de la oración es la profundización en la fe. El fruto de la fe es el amor. Y el fruto del amor es el servicio al prójimo. Esto nos trae la paz”.

Por otro lado, en un día como hoy en 1992 fue mi ordenación sacerdotal, de la cual hoy cumplo 30 años. Han sido 30 años muy bendecidos y de los cuales estoy muy agradecido a Dios. Creo que hoy tengo más deseo de ser sacerdote que los que tenía en aquel año. Han  sido muchas las bendiciones y las experiencias muy enriquecedoras que he tenido  a lo largo de este tiempo.