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6 de diciembre

San Mateo 18, 12-14

San Mateo nos ofrece el tema de la oveja que se pierde. Una parábola no es una enseñanza que recibir de forma pasiva o que relegar en la memoria, sino que es una invitación para participar en el descubrimiento de la verdad.

 Jesús empieza diciendo: “¿Qué les parece?” Una parábola es una pregunta con una respuesta no definida. La respuesta depende de nuestra reacción y de la participación de los oyentes. Tratemos de buscar la respuesta a esta parábola de la oveja perdida. 

 Hoy sin dudas, el tema de este texto no es la preocupación de perder o ganar una oveja, sino la alegría de Dios que sale en nuestra búsqueda y nos trae en sus brazos. Pensemos, en nuestro silencio interior, cuánto valemos para Dios, porque somos capaces de brindarle alegría al estar con él.

A los primeros a quien Cristo Jesús quiere salvar en este Adviento es a nosotros mismos. Tal vez no seremos ovejas descarriadas, pero puede ser que tampoco estemos en un momento demasiado fervoroso en nuestro seguimiento del Pastor. Todos somos débiles y a veces nos distraemos del camino recto. 

Cristo nos busca y nos espera. No sólo a los grandes pecadores y a los alejados, sino a nosotros, los cristianos que le seguimos con un ritmo más intenso, pero que también necesitamos el estímulo de estas llamadas y de la gracia de su amor.

Somos nosotros mismo los invitados a confiar en Dios, a celebrar su perdón, a aprovechar la gracia de la Navidad. El que está en actitud de Adviento es Dios para con nosotros. Él se alegrará inmensamente si volvemos a Él.

Pero también nos enseña el evangelio a salir al encuentro de los demás, a ayudarles a salir de su desierto del alejamiento de Dios. Tal vez depende de nuestra actitud el que otras ovejas regresen al redil de Cristo en este Adviento. No tanto por nuestros discursos, sino por nuestra cercanía y acogida.

Hoy, ¿me encuentro en la situación de «oveja perdida» o entre las ovejas que esperan a que el pastor vuelva con la que se perdió? ¿Me alegro de su regreso? 

5 de diciembre

5 de diciembre

San Lucas 5, 17-26

El evangelio de hoy es un texto riquísimo, incluso en los detalles; los personajes son tan fuertes como la situación de romper tejas, bajar camillas, etc. Hay un grupo determinado para un resultado milagroso – los amigos y el paralítico, hay un grupo que quiere probar a Jesús y éste en medio de los dos.

 Sin embargo, hoy no hablaremos del milagro en sí (aunque es ciertamente increíble). Fijaremos la mirada en esos amigos «portadores esperanza» que transportaban la camilla del enfermo. ¡Qué buenos amigos eran! dejando de lado la curiosidad que significaba tener a Jesús en la aldea prefirieron ayudar al amigo impedido.

 Ellos, seguramente ya conocían al Maestro y su confianza y fe en él era grande, por lo que no dudaron en vencer obstáculos que tenían por delante para acercar al enfermo a Jesús.

 El Señor se tiene que haber sentido gratamente impresionado por la audacia de estos buenos amigos que no se echaron atrás ante las primeras dificultades, ni lo dejaron para otra ocasión más oportuna.

¡Qué gran lección para los que nos consideramos cristianos! En este tiempo de adviento se nos llama a una espera activa, pues en nuestro caminar, al igual que los amigos del relato, también encontraremos situaciones complejas, resistencias más o menos grandes, que estamos llamados a superar con fe y astucia para que se obre el milagro de Dios.

En esta segunda semana de adviento, llamados a ser portadores de esperanza, nos podemos preguntar ¿sería capaz de ayudar a «ese paralítico» que necesita de mi amistad comprometida e ingeniosa? ¿Tengo tanta fe?

 

3 de diciembre


 San Mateo, 9-27-31

En el día de hoy, la Iglesia celebra a San Francisco Javier, sacerdote jesuita, patrono de los misioneros. A Francisco Javier se le ha llamado “el gigante de la historia de las misiones”, debido a su ímpetu evangelizador y a la fuerza espiritual con la que condujo empresas apostólicas particularmente difíciles, como llevar el Evangelio a Oriente, especialmente a Japón.

San Francisco Javier nació en 1506, en Navarra, (España). A los 18 años fue a estudiar a la Universidad de París (Francia).  Y allí  conoció al entonces estudiante Íñigo de Loyola.

Francisco entabló una amistad profunda con Íñigo, el futuro San Ignacio de Loyola. Junto con él y un grupo pequeño de compañeros formaron lo que sería el primer grupo de la Compañía de Jesús. Finalizados sus estudios, hizo los votos y realizó los Ejercicios Espirituales. Gracias a estos pudo comprender lo que su amigo Ignacio solía decirle: "Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que dura eternamente". Su consagración definitiva en la Compañía de Jesús se produjo en 1534.

Años después, Francisco Javier sería ordenado sacerdote en Venecia. Posteriormente, viajaría a Roma, junto a San Ignacio y lo ayudaría en la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús.

En la primera expedición misionera de la Compañía, Francisco es enviado a la India. En Goa, los jesuitas, encabezados por Francisco Javier, se encontraron  con una situación terrible. La decadencia moral entre los portugueses  y muchos se habían alejado de su fe.

Mas tarde viajo a Japón, donde continuo evangelizando.

Por un tiempo, Francisco Javier retornó a la India para después trasladarse a Malaca, donde empezó a hacer los preparativos para el viaje a la China, cuyo territorio era inaccesible para los extranjeros.

El Santo logró formar una expedición y llegar hasta la isla desierta de Sancián cerca a la costa de China, y a unos cien kilómetros al sur de Hong Kong. Sin embargo, cae gravemente enfermo. El 3 de diciembre de 1552, Francisco muere sin poder llegar al país que soñó evangelizar.

Su cuerpo fue puesto en un féretro lleno de barro para ser trasladado. Después de diez semanas el barro fue retirado y su cuerpo fue hallado incorrupto. El cuerpo del santo fue llevado a Malaca primero y luego a Goa. Allí, en la Iglesia del Buen Jesús, reposan sus restos hasta hoy.

San Francisco Javier fue canonizado en 1622, junto a otros grandes santos como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, San Felipe Neri y San Isidro Labrador.

 

 

2 de diciembre


 San Mateo 9, 27-31

En el evangelio de hoy Jesús aparece curando a dos ciegos. Ellos han clamado desde su más profunda necesidad, han hecho sentir su lamento más hondo: “ten piedad de nosotros, hijo de David”.

Los ciegos, sienten cercano al que les puede traer lo que más anhelen: ver, poder descubrir el camino que se les abre delante de ellos y ser protagonistas de la historia. porque  ser ciego en el tiempo de Jesús era estar al margen. Al igual que los leprosos o los paralíticos, no participaban en nada de la vida de la sociedad, es más, eran considerados impuros o sea gente que no estaba siendo bendecida por Dios.

Jesús que escucha el clamor de estos ciegos responde a su llamada y les pregunta a cerca de si ellos creen que Él puede hacer por ellos eso que anhelan y desean. “Claro” responden ellos, entonces Jesús actúa.

También nosotros en más de una oportunidad, aún cuando vemos, tenemos la necesidad de descubrir por dónde ir. Visionar para poder poner toda nuestra voluntad, nuestro afecto y nuestro corazón  en lo que hacemos todos los días.

 Cuando le falta pasión a nuestra vida para poner todo en lo que hacemos en cada momento, es porque nos falta visión, es decir, no sabemos a donde vamos. Estamos como aturdidos, ciegos e incapaces de descubrir el hacia dónde va nuestra vida.

Ser gente de rumbos, es decir con norte definido, depende de cuánta visión tenga.

Que hoy sea un día  para decirle también a Jesús como estos dos ciegos: “Ten piedad de mí Jesús. Necesito ver. Quiero poner toda mi vida detrás tuyo, lo quiero hacer con todo mi corazón. Quiero vivir apasionadamente, no quiero arrastrar mi vida, la quiero vivir con plenitud. Quiero ver por dónde ir y quiero hacer de mi vida algo que sea realmente valioso.

1 de diciembre

1 diciembre

San Mateo 7,21.24-27

 

Empezamos a vivir de lleno este tiempo de adviento que es un tiempo de preparación y espera para el gran acontecimiento de la Navidad.

El Evangelio de hoy nos lleva a reflexionar sobre dos cosas fundamentales en la vida de un cristiano: el hacer y el decir.

La verdad es que nosotros hablamos mucho. A veces hacemos largos discursos. Hay prédicas que son larguísimas. Podemos correr el riesgo de llenarnos la boca de Jesús, pero no por eso tener su mismo estilo de vida.

San Ignacio de Loyola nos recuerda que “el amor está más en las obras que en las palabras”. Por este motivo, el Evangelio nos invita justamente a tener, manifestar y vivir con esta convicción: no son los que gritan el nombre del Señor lo que entran al Reino definitivo, sino los que cumplen la voluntad del Padre. Y esta voluntad es que nos amemos los unos a los otros.

Yo me puedo llenar la boca incluso también hablando del amor. Es más; creo que debe ser una de las palabras más manoseadas de nuestra época; tanto, que algunos nos quieren hacer creer que el amor se hace. “Hacer el amor”. Nosotros decimos que no. Que el amor se sueña, se construye, se padece, se sufre, se anhela, pero por sobre todas las cosas, se vive. Nosotros los cristianos entendemos que no puede haber otra manera de vivir que no sea la de amar.

¿Y qué es amar? Es poner primero el interés del otro por sobre mi propio interés. Es mirar el bien del otro por sobre el propio mío. Es salir de mi zona de confort y bienestar para atender el clamor que los pobres tienen hacia mí. Es vivir renunciando a toda seguridad que no sea la palabra de Jesús.

Si vivimos así, tendremos vidas que serán como casas edificadas sobre roca.

Si no, los torrentes del mal espíritu nos van a arrojar lejos del fin para el que fuimos creados.

 

 

 

30 de noviembre

San Mateo, 4, 18-22

Cada 30 de noviembre se celebra la Fiesta de San Andrés Apóstol, hermano de San Pedro y patrono de la Iglesia Ortodoxa.

San Andrés nació en Betsaida, fue primero discípulo de Juan el Bautista y luego siguió a Jesús. Por intermedio de él, Pedro, su hermano, conoció al Señor.

En los Evangelios, es mencionado varias veces. Andrés, por ejemplo, es quien escucha a Felipe decir que hay unos peregrinos griegos que quieren conocer al Señor y lo acompaña para comunicárselo a Jesús. Andrés también aparece en el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Es él quien le presenta a Jesús al muchacho que tenía los cinco panes y los dos peces.

La tradición señala que el apóstol San Andrés, después de Pentecostés, fue a predicar la Buena Nueva entre los griegos, y que fue crucificado en Acaya (Grecia). Se dice que la cruz en la que murió tenía la forma de una “X”. De aquí surge la llamada tradición que da cuenta de la “cruz aspada”, conocida popularmente como la “cruz de San Andrés”.

El Apóstol Andrés fue el fundador de la Iglesia de Constantinopla -actual ciudad de Estambul, Turquía-, donde el Papa Francisco, en noviembre de 2014, tuvo un encuentro con Bartolomé, actual heredero de San Andrés, Patriarca de Constantinopla y cabeza de la Iglesia Ortodoxa.

Aquel encuentro marcó un hito en la larga historia de acercamientos entre cristianos ortodoxos y católicos, en búsqueda de la unidad del Pueblo de Dios. Uno de los momentos más emotivos de aquella histórica visita papal tuvo lugar en las vísperas de la Fiesta de San Andrés, cuando el Papa Francisco le pidió la bendición a Bartolomé e inclinó la cabeza para recibirla. El Patriarca, quien en varias oportunidades llamó a Francisco "hermano", lo bendijo y besó su cabeza.

 

29 de noviembre

San Lucas 10, 21-24

 Hemos comenzado el tiempo del adviento, este tiempo de preparación a la noche buena y la navidad.

 En este evangelio vemos que  Jesús nos dice que, Él alaba al padre, porque gracias a Él, se han ocultado las cosas de Dios, las cosas grandes, a los sabios y poderosos es decir, a los que tienen un corazón duro y revelado a los pequeños, a los que tienen un corazón abierto, este texto del evangelio nos regala todo aquello que significa volver a retomar y recordar la gracia del bautismo.

Bien sabemos que por el bautismo somos hijos de Dios, y miembros del pueblo de Dios en marcha que es la iglesia, y que gracias al bautismo hemos entrado en la atmosfera de Dios diríamos, ese sello indeleble que produce el sacramento que nos da la vida, nos regala a través del agua, también a través del oleo y de la luz, eso que llamamos “la Vida nueva”

Todos estamos  llamados a revivir la vida en Dios, a seguir e imitar a Jesús y poder descubrir que, si somos pequeños es decir, si no nos agrandamos con aquellas cosas que nos pueden atraer un poquito, pero que después nos frustran, que después nos hacen estar tristes, estar deprimidos, estar sin ganas de hacer nada, poder levantarnos desde la Gracia de Dios para que, tomando conciencia de que, las cosas pequeñas de cada día en fidelidad cotidiana vamos a encontrar la alegría, la felicidad, la paz, el poder llevarnos bien con los demás. Por eso en estos días especiales en que vamos caminando hacia el encuentro de Dios que llega al hombre en Belén, entendamos, el mensaje de la palabra de Dios de este día.

El mensaje que nos hace recordar que, por el bautismo estamos llamados a vivir una vida nueva, que nos haga a todos descubrir que si Dios está con nosotros, quien contra nosotros.

  

28 de noviembre

San Mateo 8, 5, 11

Jesús sana el criado enfermo de un centurión romano. El militar es pagano, romano, o sea, de la potencia ocupante. En ese momento Palestina estaba ocupada por Roma. Pero la gracia no depende de si uno es católico, judío o romano.

 La gracia de Dios depende de la actitud de fe. Y en eso el centurión romano es un ejemplo. El centurión pagano da muestras de una gran fe y humildad. Jesús alaba su actitud y lo pone como ejemplo.

 La salvación que anuncia va a ser universal, no sólo para el pueblo de Israel. Jesús tiene una admirable libertad ante las normas convencionales de su tiempo. Concede la salvación de Dios a todos, como quiere y cuando quiere.

Jesús sigue ahora, desde su existencia de Resucitado, en la misma actitud de cercanía y de solidaridad con nuestros males. Quiere sanarnos a todos, nos trasmite su palabra salvadora, y nos da fuerza y salud. Nuestra oración, si está llena de confianza, siempre será escuchada.

En la misa, antes de acercarnos a la comunión, repetimos las palabras del centurión de hoy: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme». Nadie es digno, pero Jesús a todos nos quiere sanar.

 La Eucaristía quiere curar nuestras debilidades. El mismo se hace nuestro alimento y nos comunica su vida: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él». La eucaristía no es solo para perfectos, si fuera así nadie podríamos comulgar, porque ninguno es perfecto. Solo Dios es perfecto.

 La eucaristía es comida para pecadores, y todos somos pecadores. Por eso en la eucaristía buscamos el perdón y la fuerza de Jesús que nos sostiene y anima siempre. Si no comemos alimentos no tenemos fuerza, igual nos pasa si no recibimos la Eucaristía, no tendremos fuerza espiritual.

 

26 de noviembre

San Lucas 21, 34-36

 Llegamos al encuentro con Jesús con nuestra vida y la novedad de su mensaje. En el evangelio de hoy, ya no se trata de la cercanía del Reino de Dios, cuyos signos vamos descubriendo a lo largo de la historia, sino de la llegada del Día del Hijo del Hombre.

 Lucas pone en boca de Jesús un conjunto de advertencias que tratan de contrarrestar todo aquello que puede amenazar la integridad de la comunidad. Jesús pide andar con cuidado. Es un llamado hacia una actitud consciente y responsable. Es necesario impedir que se nos nuble la mente con el vicio, la bebida y las preocupaciones de la vida y estar despiertos en actitud de oración para tener fuerzas en todo momento.

 El cristiano necesita estar libre y despierto ante la realidad, necesita tener una actitud orante que le permita discernir la realidad y descubrir los signos de los tiempos.

La actitud del cristiano está orientada a permitir la acción de Dios en el mundo mediante la encarnación de los valores que Cristo instauró como ley del Reino. Estar de pie, ante Cristo, es estar atentos y reconociendo el paso de Dios en medio de las infinitas tareas que nos encomienda la vida y aquello que no es de Dios.

 No debe importarnos si la venida gloriosa de Jesús está próxima o no: para cada uno está siempre cerca, si miramos con ojos de fe, los pequeños o grandes hechos de la vida.

Nuestra memoria del gran acontecimiento de la vida y la Pascua de Jesús, la venida gloriosa del Señor y la plenitud de su Reino, son un compromiso con el presente, que nos anima a vivir con intensidad la gran tarea de evangelización y liberación.

El día del Señor ciertamente es el último día, el día escatológico, el Día del Hijo del Hombre. Pero ese día, desde ya, marca toda la historia de todos los tiempos. Toda la historia está orientada hacia ese día y toda la historia debe estar preparada para vivir ese día.

No sabemos si ese día será mañana o en mil años. No lo sabemos y no tiene sentido tratar de saberlo.

Lo que nos exige Jesús no es calcular fechas, sino el estar preparados siempre. Las actitudes que nos pide Jesús para ese Día, son actitudes para todos los días. Esta realidad nos urge a una opción. Dónde situarnos en este mundo, de qué lado y con quién.

 Lo importante es vivir de una determinada manera acorde a lo que esperamos. Además la Parusía de Jesús se vive en cada instante: en la comunidad, en el encuentro con el pobre, en la construcción del Reino de Dios.

Sigamos caminando con Jesús en fidelidad que es la única garantía de tener parte en su Reino.

 

 

25 de noviembre


 San Lucas 21,29-33.

Ya se nos está terminando el año, y ya se nos termina el año litúrgico, ya en unos días comenzamos el adviento, este tiempo de preparación gozosa a la Navidad, y el evangelio de Jesús sigue con esta tonalidad escatológica del fin de los tiempos y una vez mas Jesús nos da otra máxima para nuestra vida, otro principio para el corazón, del que tenemos que recordar y vivir siempre.

Escuchen: –“El cielo y la Tierra pasaran, pero mis palabras no pasaran”. ¡Que grande Jesús! ¿No? Jesús es Dios, por eso tiene pretensiones de eternidad en nuestro corazón.

Nosotros podemos jugar con esta frase y decir: -las modas pasaran, las ideologías pasaran , mis caprichos pasaran, mis idas y venidas pasaran, mis problemas familiares pasaran, mis problemas de estudio pasaran, aquellas cosas que no resuelvo pasaran; pero las Palabras de Jesús, no pasaran nunca, ¡que fantástico! ¿No? Poder descubrir que cuando nosotros abrazamos en la Fe la palabra de Dios, estamos abrazando algo novedoso pero a la vez tan firme, tan estable en el que podemos cimentar nuestra vida.

Nuestra vida ya no está sujeta a los vaivenes de la moda, de las ideologías, de los caprichos, de las locuras mías o ajenas. Sino que mi vida puede estar firme en la Palabra cariñosa y amorosa de Jesús. Ahí tenemos que poner el corazón, en las palabras amorosas, cariñosas, esperanzadoras de Jesús. “El cielo y la tierra pasaran, pero mis palabras no pasaran”, nos dice Jesús.

 

 

24 de noviembre

San Lucas 21, 20-28

El día de hoy conmemoramos a San Andrés Dung-Lac junto con los otros 116 mártires vietnamitas de los siglos XVIII y XIX. San Andrés Dung-Lac nació en el seno de una familia no cristiana en Bac Ninh, en el actual Vietnam.

 que en aquella época se conocía como Cochinchina. Su nombre civil era Dung An Trân. Su familia era tan pobre que para poder subsistir al mudarse a Hanoi, lo vendieron.

Después de algunos periplos, tuvo la bendición de caer en las manos de un misionero católico de Vinh Tri, donde San Andrés fue bautizado e instruido.

Con el tiempo llegó a catequista, y prosiguió sus estudios de teología; finalmente fue ordenado sacerdote en 1823. San Andrés Dung-Lac fue adscrito entonces a la parroquia de Ke-Dâm.

Luego de varios años de tolerancia, en 1835 se desató en Vietnam una cruel persecución anticristiana ordenada por el rey Minh-Mang. San Andrés fue capturado y sentenciado a prisión, aunque pudo salir gracias a que sus compañeros de la comunidad consiguieron pagar la fianza.

Para guardar mayor sigilo, San Andrés Dung-Lac adoptó entonces un nombre diferente, pero no cejó en su misión apostólica, a pesar de la prohibición.

Cuatro años después fue denunciado con el alcalde de Ke-Song y volvió a ser arrestado, junto con San Pedro Truong Van Thi. La comunidad consiguió las 200 piezas de plata que las autoridades exigían para dejarlos libres, y pudieron salir de la cárcel.

Sin embargo, al poco tiempo, por reincidir en la fe, volvió a ser hecho prisionero, pero esta vez lo llevaron a Hanoi, la ciudad principal.

Al rehusarse a renegar de su religión, San Andrés Dung-Lac fue sometido a torturas y condenado a morir por decapitación.

Incluido entre los 117 mártires vietnamitas, San Andrés Dung-Lac fue canonizado en 1988 por el papa Juan Pablo II.

 

 

23 de noviembre


 San Lucas 21, 12-19

No hay dudas que en la vida siempre tenemos pruebas y dificultades que son tan fuertes que nos quieren voltear, derrumbar, tirar para abajo, hacernos flaquear, bajar los brazos… todos los tenemos, ninguno se escapa de estas experiencias.

Pero tampoco hay dudas de que pesar de las dificultades de la vida Dios siempre está, Dios siempre está ahí al lado nuestro. Dios está ahí acompañándonos, Dios está ahí sosteniéndonos, Dios está ahí asistiéndonos, Dios está. Es en esos momentos sobre todo en donde tenemos que tener confianza, es en esos momentos donde tenemos que mirar al Señor y abrazarlo, es en esos momentos donde tenemos que fortalecer nuestra fe y no flaquear.

En los momentos difíciles tenemos que creer más. Creer en la certeza de su palabra que nos dice “ni siquiera un cabello sé les caerá de la cabeza” porque él nos cuida.

Pidamos en el día  de  hoy la gracias de saber ver que Dios siempre está al lado nuestro, sobre todo en los momentos más difíciles. Pidamos constancia y perseverancia en la fe y confianza en Dios.

Estamos en esta semana donde está terminando el año litúrgico y donde también nos va presentando la palabra de Dios algunos temas que van profundizando aquello que fueron trayendo los evangelios y los textos Sagrados de los días anteriores del tema del fin último, al tema del encuentro definitivo del Padre, al tema del reino definitivo y Jesús acá dice que antes, va a quedar un poco claro, que, solo si somos constantes en el seguimiento del Señor podremos salvar nuestras vidas.

Esa constancia significa, convertirnos día a día. Significa también darle a Jesús el lugar que le corresponde. Y significa saber que a veces tendremos contradicciones, contrariedades, tendremos personas, grupos que a veces no van a entender, incluso muchas veces nos van a criticar y hasta a veces perseguir, dice Jesús, pero gracias a la constancia de la fe de ustedes salvarán sus vidas.

22 de noviembre

San Lucas 21, 5, 11

Santa Cecilia, patrona de los músico es  de las santas más conocidas y veneradas a lo largo de la historia cristiana ha sido Cecilia de Roma.

Universalmente reconocida como patrona de la música, esta mártir primitiva ya tenía una amplia veneración y reconocimiento por parte de la comunidad cristiana del siglo IV de  nuestra era, y posteriormente se la ha conmemorado tanto en Oriente como en Occidente.

Cecilia fue una mujer de familia noble que falleció en un año indeterminado entre el 180 y el 230 de nuestra era después de ser torturada por su conversión al cristianismo.

En 1594, el Papa Gregorio XIII la nombró patrona de la música, y así sigue siendo hasta hoy.

Al parecer, buena parte de su historia se conoce gracias a la aparición a mediados del siglo V de unos textos llamados ‘Actas del martirio de Santa Cecilia’.

En ellos se indica que la joven se convirtió al cristianismo y que sus padres la casaron con un noble pagano al que, en la misma noche de bodas, la novia hace saber que se ha entregado a Dios.

Con esto quiere decir que guarda su virginidad para Él y que ésta es custodiada por un ángel.

Como es natural, el extrañado novio quiere ver al ángel, y Cecilia le convence de que sólo se le aparecerá si se bautiza, cosa que acaba por suceder y el hombre acaba convertido a la fe de su amada esposa.

No corrían buenos tiempos en Roma para los cristianos y fueron condenados a morir de formas aberrantes.  En el caso de Cecilia, primero lo intentaron en las termas de su propia casa, tratando de ahogarla con el vapor sin conseguirlo.

Luego, llamaron a un verdugo para que le cortara la cabeza: la historia dice que éste dejó caer tres veces su hacha sobre ella sin conseguirlo, con lo que huyó despavorido abandonando a la joven ensangrentada pero viva, aunque quedó maltrecha y murió finalmente tres días después.

¿Por qué es la patrona de los músicos?

Una explicación se basa en que, según dicen, la chica se dedicó internamente a cantar a Dios mientras los músicos tocaban en su boda, acordada por sus padres, aunque parece una explicación insuficiente.

El Papa que la nombró patrona, dijo que había “demostrado una atracción irresistible hacia los acordes de los instrumentos. Su espíritu sensible y apasionado por este arte convirtió así su nombre en símbolo de la música”.

 

21 de noviembre


 San Mateo 12, 46-50

Hoy, celebramos junto con toda la Iglesia, la Presentación en el Templo de la niña Santa María.

Es en una antigua y piadosa tradición que encontramos los orígenes de esta fiesta mariana que surge en el escrito apócrifo llamado "Protoevangelio de Santiago". Este relato cuenta que cuando la Virgen María era muy niña sus padres San Joaquín y Santa Ana la llevaron al templo de Jerusalén y allá la dejaron por un tiempo, junto con otro grupo de niñas, para ser instruida muy cuidadosamente respecto a la religión y a todos los deberes para con Dios.

Históricamente, el inicio de esta celebración fue la dedicación de la Iglesia de Santa María la Nueva en Jerusalén en el año 543. Estas fiestas se vienen conmemorando en Oriente desde el siglo VI, inclusive el emperador Miguel Comeno cuenta sobre esto en una Constitución de 1166.

Más adelante, en 1372, el canciller en la corte del Rey de Chipre, habiendo sido enviado a Aviñón, en calidad de embajador ante el Papa Gregorio XI, le contó la magnificencia con que en Grecia celebraban esta fiesta el 21 de noviembre. El Papa entonces la introdujo en Aviñón, y Sixto V la impuso a toda la Iglesia.

19 de noviembre

San Lucas 20, 27-40

En el evangelio de la feria aparecen en escena los saduceos personajes importantes en la vida política del país, pertenecían más a un partido político que a una secta religiosa. Eran los “colaboracionistas” de la ocupación romana de Palestina. No admitían más autoridad que la doctrina consignada en el Pentateuco, razón por la que negaban la resurrección de los cuerpos, ya que en estos libros no se dice nada al respecto. Un grupo de saduceos se acerca al Maestro para ponerle una dificultad, con el ánimo de hacerlo quedar en ridículo. Inventan una historia extraña, pero posible.

La pregunta se basa en la “ley del levirato”, según la cual, cuando un israelita moría sin hijos; su hermano quedaba obligado a tener uno, con la viuda, que llevaría el nombre del difunto; de ese modo se perpetuaba la familia.

Pero lo que más preocupaba a los saduceos, que no creían en la resurrección, era la repartición de los bienes el día de la resurrección. Para ellos, el sentido de la vida futura se reducía a saber quién se quedaba con las propiedades y a quién le correspondían las ventajas conyugales. Para ellos la vida humana, no existe más allá de las implicaciones económicas y legales de la historia. Con estas preocupaciones en mente, se acercan a Jesús y le piden la opinión sobre un problema que sólo revelaba una mentalidad demasiado endurecida y sin espacio para la novedad. Los fariseos en oposición a los saduceos se representaban la vida de los resucitados como simple continuación de su vida terrestre.

La respuesta de Jesús, deja en claro, que el estado del hombre resucitado no es un calco del estado presente. Se trata por tanto, de una condición nueva, la del Espíritu, imposible de enmarcar dentro de las coordenadas de espacio y de tiempo: «por haber nacido de la resurrección, serán hijos de Dios». La promesa hecha a los Patriarcas sigue vigente. Para Jesús no tiene sentido una religión de muertos, porque Dios no es un Dios de muertos sino de vivos.

Mientras vamos por el mundo, quienes creemos en Cristo, no podemos olvidar que nuestra mirada tiene que estar puesta en llegar a donde ya el Señor nos ha precedido. Porque se cree en la Vida Grande, tenemos una escala de valores y fidelidades; porque se espera la Vida para siempre en Dios, se ama, se lucha, se busca la alegría, se procura salir de la mediocridad y la chatura, se valora todo lo que es humano, noble y justo.

 

 

 

18 de noviembre


 San Lucas 19, 41-44

Cada 18 de noviembre la Iglesia celebra la dedicación de las Basílicas de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, templos ubicados en la ciudad de Roma, en los que reposan los restos de estos dos apóstoles, símbolos de la unidad de la Iglesia.

La primera Basílica de San Pedro (Ciudad del Vaticano) fue construida sobre la tumba de dicho Apóstol, por orden del emperador Constantino, en el año 323. La edificación actual data de 1454 y su construcción tomó 170 años.

Se empezó durante el pontificado del Papa Nicolás V y fue terminada por el Papa Urbano VIII, quien la consagró el 18 de noviembre de 1626. Bramante, Rafael, Miguel Ángel y Bernini, célebres maestros, trabajaron en ella plasmando lo mejor de su arte.

 La Basílica de San Pedro mide 212 metros de largo, 140 de ancho y 133 metros de altura, hacia el punto más alto de la cúpula. Ningún otro templo del mundo cristiano la iguala en proporciones.

Por su parte, la Basílica de San Pablo Extramuros es, después de San Pedro, el templo más grande de Roma. Su construcción fue también voluntad de Constantino.

Lamentablemente, en 1823, fue destruida casi en su totalidad por un terrible incendio. Sin embargo, el Papa León XIII inició su reconstrucción y fue consagrada nuevamente el 10 de diciembre de 1854, por el Papa Pío IX. Uno de los detalles más bellos y llamativos que se encuentran en el interior tiene que ver con las imágenes de todos y cada uno de los Papas que han gobernado la Iglesia a lo largo de la historia.

Los Papas -desde San Pedro hasta el Papa Francisco- están representados en mosaicos circulares independientes, uno a continuación del otro, dispuestos a lo largo del contorno superior de la nave central y las naves laterales de la Basílica.

En 2009, con motivo de esta celebración, el Papa Benedicto XVI señaló que “esta fiesta nos brinda la ocasión de poner de relieve el significado y el valor de la Iglesia.

Estas Basílicas nos recuerdan lo generosos que han sido los católicos de todos los tiempos para que nuestros templos sean lo más hermoso posible, y cómo nosotros debemos contribuir generosamente para mantener bello y elegante el templo de nuestro barrio o de nuestra parroquia.

17 de noviembre

San Lucas, 19 , 41-44

Hoy en la iglesia celebramos a Santa Isabel de Hungría. Su padre era rey de Hungría y fue hermano de Santa Eduvigis. Nacida en 1207, vivió en la tierra solamente 24 años, y fue canonizada apenas cuatro años después de su muerte. La Iglesia Católica ha visto en ella un modelo admirable de donación completa de sus bienes y de su vida entera a favor de los pobres y de los enfermos 

Cuando ella sólo tenía veinte años y su hijo menor estaba recién nacido, el esposo murió luchando en las Cruzadas. La Santa estuvo a punto de sucumbir a la desesperanza, pero luego aceptó la voluntad de Dios. Renunció a propuestas que le hacían para nuevos matrimonios y decidió que el resto de su vida sería para vivir totalmente pobre y dedicarse a los más pobres. Daba de comer cada día a 900 pobres en el castillo

Un día, después de las ceremonias, cuando ya habían quitado los manteles a los altares, la santa se arrodilló ante un altar y delante de varios religiosos hizo voto de renunciar a todos sus bienes y de vivir totalmente pobre, como San Francisco de Asís hasta el final de su vida y de dedicarse por completo a ayudar a los más pobres. Cambió sus vestidos de princesa por un simple hábito de hermana franciscana. Cuando apenas iba a cumplir sus 24 años, el 17 de noviembre del año 1231, pasó de esta vida a la eternidad.

Los milagros que sucedieron en su sepulcro movieron al Sumo Pontífice a declararla santa, cuando apenas habían pasado cuatro años de su muerte, y además, Santa Isabel de Hungría fue declarada patrona de la Arquidiócesis de Bogotá.

 

16 de noviembre


San Lucas 19, 11-28

Una de las cosas más importantes del camino de seguimiento de Jesús al que usted y yo estamos llamados en esta vida es dar. De aquello que hemos recibido, saber dar para dar frutos, para producir. Esto es lo que nos enseña el evangelio que compartimos hoy, Lucas 19, del 11 al 28.

Jesús sigue subiendo hacia Jerusalén, y como ya estaba cerca, muchos pensaron que iban a recibir eso que esperaban, el Reino de Dios. Pero una vez más el Señor aprovecha para enseñarles que el reino no tiene que ver solamente con recibir, sino también con el dar de lo recibido. Te invito a meditar algunas ideas para nuestra reflexión de hoy.

En primer lugar, empiece a dar desde ahora. Si hay algo que nos enseña la Palabra es que la venida del Reino es un intercambio de corazones, un intercambio de amor, un dejar que Dios se me de para poder yo también ofrecerme a Él.

 Esto que parece un trabalenguas es la clave de la vida cristiana. El amor es dar y recibir, es benevolencia y correspondencia. Dios se da por completo todo el tiempo, se dona a todos nosotros y tenemos que imitarlo: dar. Ofrecerle al Señor y ofrecerle a los demás eso que somos. Ofrecer nuestros dones, lo que tenemos, nuestros talentos, nuestras virtudes, nuestras vidas compartidas. Solamente desde ahí las alegrías se agrandan y las tristezas se achican. Usted fijase  cómo muchas veces vivimos tan mezquinamente, buscando siempre sacar provecho, calculando en el “si tu  me das, yo te doy”. Así la vida se amarga, se vuelve gris. Por eso san Pablo nos cuenta que Jesús decía que “hay más alegría en dar que en recibir”.

En segundo lugar, no te paralices. El evangelio nos muestra que Dios es como este hombre rico que confió bienes a sus servidores para que lo administren. Cada uno de nosotros hemos recibido bienes. Es decir, no pongas tu mirada solamente en los pecados.

Recuerde que Dios te dio capacidades, carismas, virtudes para reparar, para trabajar y, fundamentalmente, para amar en el servicio. Por eso pregúntate hoy: ¿qué estás haciendo con lo que Dios te regaló? 

15 de noviembre


San Lucas 19, 1-10


Cada 15 de noviembre la Iglesia Católica celebra a San Alberto Magno, Doctor de la Iglesia y patrono de los estudiantes de ciencias naturales. Alberto Magno es una figura central de la cultura de la Edad Media por distintos motivos, entre los que su amor por el saber y el conocimiento juegan un papel central. San Alberto Magno exploró con creces la mayoría de ramas de la ciencia de su tiempo e inspiró a mentes excepcionales como la de Santo Tomás de Aquino, su discípulo, a la búsqueda de la verdad. Se le conoce como el  (Doctor Universal) por su vasto saber. Saber obtenido con mucho esfuerzo pero que pocos saben que provenía de una suerte de trato con la Virgen María.

San Alberto nació en  (Alemania) alrededor del año 1206. A los 16 años empezó a estudiar en la Universidad de Padua, donde conoció al Beato Jordán de Sajonia, de la Orden de Predicadores, quien lo inspiró para hacerse dominico

No cabe duda de que San Alberto Magno era un intelectual fuera de lo común. Sin embargo, eso no lo eximió de las debilidades y fragilidades de todo ser humano. Se cuenta que en 1278, mientras daba clases, le falló súbitamente la memoria y perdió por unos momentos la agudeza del entendimiento.

Una vez recuperado el santo volvió sobre un episodio de su juventud. Contó que de joven le costaban mucho los estudios y una noche, desesperanzado, intentó huir del colegio donde estudiaba.

Cuando llegó a la parte superior de una escalera, colgada en la pared, había una imagen de la Virgen María. "Alberto, ¿por qué en vez de huir del colegio, no me rezas a mí que soy 'Casa de la Sabiduría'? Si me tienes fe y confianza, yo te daré una memoria prodigiosa”, le dijo la Madre de Dios.

“Y para que sepas que fui yo quien te la concedió, cuando ya te vayas a morir, olvidarás todo lo que sabías", concluyó la Virgen. Para el santo esa súbita pérdida de memoria fue un signo de Dios, que lo llamaba al encuentro definitivo.

 Dos años más tarde, el santo murió apaciblemente, sin enfermedad grave o episodio extraordinario. Ese tiempo compuso un hermoso epílogo de oración y trato cercanísimo con la Virgen; una dulce preparación para el encuentro cara a cara con Dios.

“San Alberto Magno –dijo el Papa Benedicto XVI en 2010– nos recuerda que entre ciencia y fe existe amistad, y que los hombres de ciencia pueden recorrer, mediante su vocación al estudio de la naturaleza, un auténtico y fascinante camino de santidad”. 

14 de noviembre


san Lucas 18, 35-43

Estamos ante la curación del ciego. Nosotros en esta escena podemos vernos reflejados. Somos ciegos muchas veces, no tanto de los ojos corporales, sino de los ojos del corazón. Nos falta la fe. Nos falta la luz de la fe que ilumina nuestro camino. El que sigue a Jesús no anda en tinieblas. Jesús se proclamó como la luz del mundo. Dijo así: yo soy la luz del mundo el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

Creo que nunca agradeceremos bastante la luz que Dios nos ha regalado. Dios nos regaló ya en nuestro bautismo la luz de la fe. La fe es un regalo de Dios, pero se nos da en semilla. De nosotros depende que esa semillita crezca. Hay que sacarle  la maleza y regarla cada día con el agua de la oración, con el agua de la Palabra de Dios. Esa semilla de la fe irá creciendo y se convertirá primero en una plantita tierna, y luego irá tomando fuerza hasta ser un árbol grande, y vendrán los frutos.

Jesús nos pregunta hoy a nosotros como le preguntó al ciego: ¿qué quieres que haga por ti ? Podemos responder que vea otra vez, que podamos volver al primer amor, cuando todo andaba entre rieles y la luz nos llenaba de vida. Luego tal vez se nos fue oscureciendo el camino, nos fuimos cansando y hemos aflojado. Y esto es muy humano. El Señor ve todo lo nuestro y nuestro pecado, y no lo asusta ni lo aleja de nosotros. Por eso con confianza podemos decirle: Señor que vea de nuevo, que vea otra vez.

El ciego recuperó la vista y lleno de alegría siguió a Jesús. Jesús sigue pasando por nuestra vida, no lo desaprovechemos. El quiere darnos la luz de la fe o reavivar nuestra llama de la fe si se ha apagado, pero nosotros debemos pedírselo. A él le encanta que nos sintamos pobres, débiles, y que acudamos a él con confianza.

Señor abre nuestros ojos del corazón y danos la luz de la fe que ilumina nuestro caminar por el Camino. Cristo es nuestro camino, si caminamos en él, es el camino que nos conduce al Padre. Alejarnos de Jesús es vivir en la oscuridad, acercarnos a Jesús es vivir en la luz de su amor. Que podamos caminar siempre en esa luz radiante que ilumina nuestras vidas llenándolas de alegría y de sentido.

 

 

12 de noviembre


 Lucas 17,26-37 

La iglesia celebra hoy a San Josafat y La nación de Lituania es ahora de gran mayoría católica, gracias a este hombre.  Pero en un tiempo en ese país la religión era dirigida por los cismáticos ortodoxos que no obedecen al Sumo Pontífice.

 Y la conversión de Lituania al catolicismo se debe en buena parte a San Josafat. Pero tuvo que derramar su sangre, para conseguir que sus paisanos aceptaran el catolicismo.

Derramó su sangre por la unidad de los cristianos y era llamado por sus adversarios “ladrón de almas”.

Josafat, que significa “Dios es mi juez”, nació el año 1580 de padres ortodoxos. Al convertirse al catolicismo, ingresó a la Orden de San Basilio. Fue ordenado sacerdote y posteriormente llegó a ser arzobispo.

San Josafat convocó a Sínodos en las principales ciudades, publicó un texto de catecismo, dispuso ordenaciones sobre la conducta del clero y buscó liberar de interferencias externas los asuntos de las iglesias locales. Todo esto sin dejar la administración de los sacramentos, la visita a los pobres, enfermos y prisioneros.

Sufrió calumnias, críticas e incomprensión de sus enemigos y por parte de algunos católicos que querían evitar la disciplina y las exigencias morales.

Los adversarios buscaron más de una oportunidad para matarlo y San Josafat les llegó a decir: “Estoy pronto a morir por la sagrada unión, por la supremacía de San Pedro y del Romano Pontífice."

El 12 de noviembre de 1623 un sacerdote enemigo buscó a San Josafat para insultarlo. Entonces el Santo mandó a que encerrasen al agresor en un aposento de la casa del arzobispo. Al regresar de la Iglesia, el Prelado dio libertad al cura, después de haberle amonestado, pero una turba ingresó a la casa golpeando a los criados y exigiendo la muerte de San Josafat. “¡Muerte al papista!”, gritaban.

El Santo, que salió en defensa de los criados, cayó atravesado por una lanza y herido de bala. Su cuerpo fue arrastrado por las calles y arrojado al río Divna. Esto produjo un movimiento en favor de la unidad católica que pasó por un fuerte periodo de violencia.

San Josafat fue el primer Santo de la Iglesia de oriente.

Durante el Concilio Vaticano II, y a solicitud del Papa San Juan XXIII, los restos de San Josafat fueron puestos en el altar de San Basilio en la Basílica de San Pedro.

El Papa Pío XI, en su Carta Encíclica “Ecclesiam Dei” escribió que San Josafat “comenzó a dedicarse a la restauración de la unidad, con tanta fuerza y tanta suavidad a la vez y con tanto fruto que sus mismos adversarios lo llamaban “ladrón de almas”.

11 de noviembre


 Lucas 17, 26-37

San Martin de Tours. Nació en Hungría, pero sus padres se fueron a vivir a Italia. Era hijo de un veterano del ejército y a los 15 años ya vestía el uniforme militar. Por el tenemos la palabra “Capilla” que significa “mitad del manto”.

Durante más de 15 siglos ha sido recordado nuestro santo por el hecho que le sucedió siendo joven y estando de militar en Amiens (Francia). Un día de invierno muy frío se encontró por el camino con un pobre hombre que estaba tiritando de frío y a medio vestir. Martín, como no llevaba nada más para regalarle, sacó la espada y dividió en dos partes su manto, y le dio la mitad al pobre. Esa noche vio en sueños que Jesucristo se le presentaba vestido con el medio manto que él había regalado al pobre y oyó que le decía: "Martín, hoy me cubriste con tu manto".

Después de esta visión, Martín se hizo bautizar (era catecúmeno, o sea estaba preparándose para el bautismo). Luego se presentó a su general que estaba repartiendo regalos a los militares y le dijo: "Hasta ahora te he servido como soldado. Déjame de ahora en adelante servir a Jesucristo propagando su santa religión".

 El general quiso darle varios premios, pero él le dijo: "Estos regalos repártelos entre los que van a seguir luchando en tu ejército. Yo me voy a luchar en el ejército de Jesucristo, y mis premios serán espirituales".

En seguida se fue al obispo el gran sabio San Hilario, el cual lo recibió como discípulo y se encargó de instruirlo.

Como Martín sentía un gran deseo de dedicarse a la oración y a la meditación, San Hilario le cedió unas tierras en sitio solitario y allá fue con varios amigos, y fundó el primer convento o monasterio que hubo en Francia. En esa soledad estuvo diez años dedicado a orar, a hacer sacrificios y a estudiar las Sagradas Escrituras.

Un día en el año 371 fue invitado a Tours con el pretexto de que lo necesitaba un enfermo grave, pero era que el pueblo quería elegirlo obispo. Apenas estuvo en la catedral toda la multitud lo aclamó como obispo de Tours, y por más que él se declarara indigno de recibir ese cargo, lo obligaron a aceptar.

La gente se admiraba al ver a Martín siempre de buen genio, alegre y amable. Que en su trato empleaba la más exquisita bondad con todos.

En los 27 años que fue obispo se ganó el cariño de todo su pueblo, y su caridad era inagotable con los necesitados. Los únicos que no lo querían eran ciertos tipos que querían vivir en paz con sus vicios, pero el santo no los dejaba. De uno de ellos, que inventaba toda clase de cuentos contra San Martín, porque éste le criticaba sus malas costumbres, dijo el santo cuando le aconsejaron que lo debía hacer castigar: "Si Cristo soportó a Judas, ¿por qué no he de soportar yo a este que me traiciona?".

El medio manto de San Martín (el que cortó con la espada para dar al pobre) fue guardado en una urna y se le construyó un pequeño santuario para guardar esa reliquia. Como en latín para decir "medio manto" se dice "capilla", la gente decía: "Vamos a orar donde está la capilla". Y de ahí viene el nombre de capilla, que se da a los pequeños salones que se hacen para orar.

10 de noviembre


 Lucas 17, 11-19

San León Magno es el Pontífice más importante del siglo V. Tuvo que luchar fuertemente contra dos clases de enemigos: los externos que querían invadir y destruir a Roma, y los internos que trataban de engañar a los católicos con errores y herejías.

Nació en Toscana, Italia; recibió una esmerada educación y hablaba muy correctamente el idioma nacional que era el latín.

Llegó a ser secretario del Papa San Celestino, y de Sixto III, y fue enviado por éste como embajador a Francia a tratar de evitar una guerra civil que iba a estallar por la pelea entre dos generales. Estando por allá le llegó la noticia de que había sido nombrado Sumo Pontífice. Año 440.

Desde el principio de su pontificado dio muestra de poseer grandes cualidades para ese oficio. Predicaba al pueblo en todas las fiestas y de él se conservan 96 sermones, que son verdaderas joyas de doctrina. A los que estaban lejos los instruía por medio de cartas. Se conservan 144 cartas escritas por San León Magno.

Su fama de sabio era tan grande que cuando en el Concilio de Calcedonia los enviados del Papa leyeron la carta que enviaba San León Magno, los 600 obispos se pusieron de pie y exclamaron: "San Pedro ha hablado por boca de León".

En el año 452 llegó el terrorífico guerrero Atila, capitaneando a los feroces Hunos, de los cuales se decía que donde sus caballos pisaban no volvía a nacer la yerba. El Papa San León salió a su encuentro y logró que no entrara en Roma y que volviera a su tierra, de Hungría.

En el año 455 llegó otro enemigo feroz, Genserico, jefe de los vándalos. Con este no logró San León que no entrara en Roma a saquearla, pero sí obtuvo que no incendiara la ciudad ni matara a sus habitantes. Roma quedó más empobrecida, pero se volvió más espiritual.

San León tuvo que enfrentarse en los 21 años de su pontificado a tremendos enemigos externos que trataron de destruir la ciudad de Roma, y a peligrosos enemigos interiores que con sus herejías querían engañar a los católicos. Pero su inmensa confianza en Dios lo hizo salir triunfante de tan grandes peligros. Las gentes de Roma sentían por él una gran veneración, y desde entonces los obispos de todos los países empezaron a considerar que el Papa era el obispo más importante del mundo.

Una frase suya de un sermón de Navidad se ha hecho famosa. Dice así: "Reconoce oh cristiano tu dignidad, El Hijo de Dios se vino de cielo por salvar tu alma".

9 de noviembre


 Juan 2, 13-22

Celebramos hoy una fiesta rara, desconocida para nosotros. La dedicación de la basílica de Letrán.

El 9 de noviembre del año 324 los cristianos, después de las persecuciones, dedicaron a el Salvador esta primera iglesia. Es como la parroquia del Papa y se la considera la madre y cabeza de las iglesias de todo el mundo cristiano. Es signo de unidad en la misma fe, símbolo de la primera piedra, Cristo Jesús, todos conectados al único Salvador.

Jesús visitaba el templo, la sinagoga, con frecuencia. Recién nacido fue presentado en el templo. Jesús subía cada año a la casa de oración siguiendo la tradición de sus mayores. A los doce años se perdió en el templo “porque debía ocuparse de las cosas de su Padre”.

El evangelio de hoy nos recuerda que Jesús hizo un látigo y expulsó del templo a todos aquellos traficantes que lo habían convertido en una “cueva de ladrones”.

Este enojo del Señor vale también para hoy.

Todos los templos, incluido el nuestro, tienen que ser lugares santos, casa de oración, ámbito del encuentro con Dios, sitio para pedir perdón y celebrar su amor, y ser enviados a transformar el mundo.

Venir aquí es aceptar la invitación de Dios a ser sus invitados de honor.

Jesús defendió con valentía el honor del templo, pero les dijo algo que no entendieron: “Destruyan este templo y en tres días lo reedificaré”. San Juan nos aclara el enigma: “Se refería al templo de su propio cuerpo”.

Nuestros templos son hermosos y necesarios. Dios quiere habitar en ellos, aunque no cabe en ningún lugar.

El verdadero templo, el único lugar del encuentro con Dios es Jesucristo. Él es el templo. Él es el rostro visible de Dios. Él es el sacramento del encuentro con el Padre. Él es el que vive y nos hace vivir cristianamente. Cristo nos convierte también a nosotros en el templo del Espíritu.

No se puede ser cristiano en solitario. La comunidad de los creyentes somos la iglesia, el cuerpo de Dios quiere que celebremos a Jesucristo, el Señor, todos juntos, en familia.

El domingo, día del Señor, día de la cita en la casa de oración, día de descanso, somos invitados, los padres y los hijos, los amigos y los enemigos, a celebrar el amor y la reconciliación y a formar juntos el gran templo, el mejor templo, el cuerpo de Cristo vivo y vibrante y signo para todos de la presencia de Cristo en medio de nosotros.

8 de noviembre

San Lucas 17,7-10.

La Palabra nos sigue acompañando, guiando, enseñando. El Señor sigue formando a sus discípulos, mientras van de camino, hoy a partir de la parábola del servidor humilde.

“así también ustedes, cuando hayan hecho lo que se les mande, digan: Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber…”

El discípulo de Jesús, el servidor de corazón se caracteriza por ser y obrar gratuitamente, para mayor gloria de Dios, se distingue por la humildad y el agradecimiento en este Dios de quien recibe la vida, los dones y la posibilidad de poder responder en algo a tanta bondad y misericordia.

Tentados muchas veces de ser reconocidos, de que nos agradezca, del éxito e todas nuestras propuestas y/o acciones, de vivir la vida Cristiana, esperando recompensa, que todo nos vaya bien, el Señor nos invita a responder: “Somos simples servidores”

Muchas veces nos entristecemos porque las cosas no salen como deseábamos, porque a veces la respuesta esperada no es tal, porque muchas veces no nos reconocen todo lo que hacemos, porque otras no responden de igual modo que yo y en otras circunstancias le preguntamos al Señor el porqué del sufrimiento, el porqué del fracaso, por qué salen las cosas distintas a como yo pensaba o salen mal, si yo hago las cosas bien, si yo trato de seguirte.

Estamos invitados a volver a lo importante del discipulado y del servicio, respondiendo al Gran amor salvador, liberador y redentor del Señor, queriendo ser servidores de verdad, queriendo responder con amor y gratuidad a todos los dones recibidos. Hacer todo para mayor Gloria de Dios, para que su Nombre y su vida sea alabada. Como santa Teresa de Jesús que dirá “Sólo Dios Basta”

Danos Señor un corazón humilde y agradecido, que pueda responder siempre gratuitamente a tanto amor, danos un corazón de servidor y discípulo que siempre busque amarte y servirte porque en vos Está la Vida. 

7 de noviembre


 San Lucas 17,1-6

El evangelio de hoy nos presenta tres palabras distintas de Jesús: una sobre cómo evitar el escándalo de los pequeños, la otra sobre la importancia del perdón y una tercera sobre el tamaño de la fe en Dios que debemos tener.

El escándalo es aquello que hace que una persona se tropiece y caiga. A nivel de fe, significa aquello que desvía a la persona del buen camino. Escandalizar a los pequeños quiere decir ser el motivo por el cual los pequeños se desvían del camino y pierden la fe en Dios.

 Porque Jesús se identifica con los pequeños, con los pobres (Mt 25,40.45). Son sus preferidos, los primeros destinatarios de la Buena Nueva (cf. Lc 4,18). Quien les hace daño, hace daño a Jesús.

Segunda palabra: Perdonar al hermano. El perdón y la reconciliación son uno de los asuntos en que Jesús más insiste. La gracia de poder perdonar a las personas y reconciliarlas entre ellas y con Dios se le dio a Pedro (Mt 16,19), a los apóstoles (Jn 20,23) y a la comunidad (Mt 18,18).

Tercera palabra: Aumentar en nosotros la fe. En este contexto de Lucas, la pregunta de los apóstoles aparece como motivada por la orden de Jesús de perdonar hasta setenta veces 7, al hermano y a la hermana que peca contra nosotros.

Perdonar no es fácil. El corazón queda magullado y la razón presenta mil motivos para no perdonar. Solo con mucha fe en Dios es posible llegar hasta el punto de tener un amor tan grande que nos haga capaces de perdonar hasta setenta veces 7 al hermano que peca en contra de nosotros.

 Humanamente hablando, a los ojos del mundo, perdonar así es una locura y un escándalo, pero para nosotros esta actitud es expresión de la sabiduría divina que nos perdona infinitamente más.