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19 de noviembre

San Lucas 20, 27-40

En el evangelio de la feria aparecen en escena los saduceos personajes importantes en la vida política del país, pertenecían más a un partido político que a una secta religiosa. Eran los “colaboracionistas” de la ocupación romana de Palestina. No admitían más autoridad que la doctrina consignada en el Pentateuco, razón por la que negaban la resurrección de los cuerpos, ya que en estos libros no se dice nada al respecto. Un grupo de saduceos se acerca al Maestro para ponerle una dificultad, con el ánimo de hacerlo quedar en ridículo. Inventan una historia extraña, pero posible.

La pregunta se basa en la “ley del levirato”, según la cual, cuando un israelita moría sin hijos; su hermano quedaba obligado a tener uno, con la viuda, que llevaría el nombre del difunto; de ese modo se perpetuaba la familia.

Pero lo que más preocupaba a los saduceos, que no creían en la resurrección, era la repartición de los bienes el día de la resurrección. Para ellos, el sentido de la vida futura se reducía a saber quién se quedaba con las propiedades y a quién le correspondían las ventajas conyugales. Para ellos la vida humana, no existe más allá de las implicaciones económicas y legales de la historia. Con estas preocupaciones en mente, se acercan a Jesús y le piden la opinión sobre un problema que sólo revelaba una mentalidad demasiado endurecida y sin espacio para la novedad. Los fariseos en oposición a los saduceos se representaban la vida de los resucitados como simple continuación de su vida terrestre.

La respuesta de Jesús, deja en claro, que el estado del hombre resucitado no es un calco del estado presente. Se trata por tanto, de una condición nueva, la del Espíritu, imposible de enmarcar dentro de las coordenadas de espacio y de tiempo: «por haber nacido de la resurrección, serán hijos de Dios». La promesa hecha a los Patriarcas sigue vigente. Para Jesús no tiene sentido una religión de muertos, porque Dios no es un Dios de muertos sino de vivos.

Mientras vamos por el mundo, quienes creemos en Cristo, no podemos olvidar que nuestra mirada tiene que estar puesta en llegar a donde ya el Señor nos ha precedido. Porque se cree en la Vida Grande, tenemos una escala de valores y fidelidades; porque se espera la Vida para siempre en Dios, se ama, se lucha, se busca la alegría, se procura salir de la mediocridad y la chatura, se valora todo lo que es humano, noble y justo.