San Mateo 1, 18-23
Hoy, 8 de
septiembre, la Iglesia celebra un día sumamente especial: la Natividad de la
Santísima Virgen María, nuestra Madre.
En una hermosa homilía pronunciada hace siglos en la Basílica de Santa Ana en Jerusalén, San Juan Damasceno (675-749) señalaba lo siguiente: “Tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado y la tristeza de la primera madre, Eva, se ha transformado en gozo”. Luego, el santo y doctor de la Iglesia añadía: “¡Oh feliz pareja, Joaquín y Ana, a ustedes está obligada toda la creación! Por medio de ustedes, en efecto, la creación ofreció al Creador el mejor de todos los dones, o sea, aquella augusta Madre, la única que fue digna del Creador”.
Si bien es
cierto que en los Evangelios no podemos encontrar abundante información sobre
el nacimiento de María, es a través de la tradición como nos han llegado
algunos datos importantes. Por ejemplo, considerando que María fue descendiente
de David, es altamente probable que haya nacido en Belén; aunque otras
tradiciones, como la griega o la armenia, ubican la cuna de María en Nazaret.
Hay
numerosas evidencias del profundo amor que los cristianos profesan a María
desde antiguo, y de la importancia dada a esta fiesta que hoy celebramos
conmemorando el nacimiento de la Madre de Dios.
“Hoy
emprende su ruta la que es puerta divina de la virginidad. De Ella y por medio
de Ella, Dios, que está por encima de todo cuanto existe, se hace presente en
el mundo corporalmente… Sirviéndose de Ella, Dios descendió sin experimentar
ninguna mutación, o mejor dicho, por su benévola condescendencia apareció en la
Tierra y convivió con los hombres" (San Juan Damasceno).