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10 de septiembre


 San Lucas 6, 43-49

San Nicolás de Tolentino (1245-1305) nació en San Angelo, Pontano (Italia). Fue un sacerdote y místico italiano; el primer santo perteneciente a la Orden de San Agustín.

Desde  el pequeño mostraba una singular afinidad con las cosas de Dios y la vida espiritual. A pesar de su juventud, aprendió a dedicarle mucho más tiempo a la oración del que se podría esperar de un niño de su edad. A Nicolás le gustaba hablar con Jesús, algo que fue alentado siempre por sus padres. El niño escuchaba con entusiasmo la Palabra de Dios y se deleitaba con las buenas lecturas. Además, despertó en él una sensibilidad peculiar frente al que sufre. Por eso, una de las cosas que más disfrutaba era llevar a su casa a alguna persona en necesidad que encontraba en el camino y compartir el alimento en familia.

Fue aceptado en el convento de los ermitaños del pequeño pueblo de Tolentino. Con el tiempo, realizó su profesión religiosa -no tenía ni 18 años- y en 1271 fue ordenado sacerdote.

Nicolás permaneció en Tolentino los siguientes 30 años, hasta su muerte. Allí predicó en las calles, administró los sacramentos a los pobladores y visitó asiduamente el asilo de ancianos, el hospital y la prisión; pasaba largas horas en oración y cuando no, estaba en el confesionario, atendiendo las necesidades espirituales de la gente. Vivía con marcada sencillez.

Los fieles, impresionados por las conversiones que se producían gracias a su testimonio de vida, le pedían constantemente que intercediera por las almas del purgatorio. Esto le valió, muchos años después de su muerte, ser llamado “patrón de las santas almas” o “protector de las ánimas del purgatorio''.

San Nicolás murió el 10 de septiembre de 1305 y fue enterrado en la iglesia del convento de Tolentino, su hogar por más de tres décadas.