San Mateo 6,1-6.16-18
Hoy,
miércoles de ceniza, el evangelio nos invita a ir a lo profundo, a no quedarnos
en la superficialidad de las costumbres. Hoy Mateo nos habla de “limosna,
oración y ayuno”, como es clásico en la cuaresma, pero no para que “cumplamos”
y se tranquilice nuestra conciencia, sino para que vayamos a lo hondo del
asunto.
– La
limosna, en cristiano, nunca ha sido (nunca debería ser) de lo que nos sobra. Y
por supuesto no se trata sólo de dinero (que también lo necesitan muchos). Creo
que el don más preciado hoy en día no son los dólares sino los minutos.
Podríamos plantearnos en esta cuaresma hacer “limosna de tiempo” dedicado a quien lo necesite; quizá
a algún familiar enfermo, a algún amigo…
La oración
tampoco tiene tantos secretos: “Que no es solo oración mental, sino también estando a solas con quien
sabemos nos ama”
– El ayuno
quizá nos pueda resultar menos comprensible en nuestros días. Decimos: “si
tengo la nevera llena, y mañana voy a poder comer, ¿qué sentido tiene que hoy
ayune?” Es cierto que no tiene ningún sentido para “arreglar el mundo”, el
ayuno pretende ser sólo un signo; puede ser ayuno de alimentos, o de cualquier
otra cosa, pero sigue siendo sólo un signo.
El significado es más hondo, es una forma de decirle
a Dios (y, en realidad, a nosotros mismos) que necesitamos de él; que, a pesar
de que en nuestra sociedad no esté de moda necesitar a nadie, y que todos
queremos ser héroes que salvamos al mundo sin ayuda (aunque lo queramos a veces
inconscientemente), hay un momento en el que nos sentimos necesitados, débiles,
pequeños, ¡pero atención! no nos sentimos desamparados, deprimidos ni
humillados, eso es otra cosa.
No es que seamos humildes porque nos
despreciamos a nosotros mismos, eso nunca, simplemente estamos siendo
“realistas”, buscamos ser “auténticos”, y lo expresamos con el signo sencillo
de nuestra debilidad.