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1 de marzo


 San Lucas 11, 29-32

Estamos transitando este miércoles de la primera semana de cuaresma; un tiempo donde el desafío por encontrarnos más de cerca con el Señor es lo que tiene que ir motivando, alentando y orientando también nuestra vida, nuestro camino espiritual y nuestra propia experiencia de fe, encontramos al Señor que comienza a lamentarse al ver a la multitud que se apretujaba. A Jesús le cuesta ver la dureza de los corazones y que la gente se resista a creer en Él a pesar de recibir signos. Por eso te invito a que meditemos algunas realidades que nos sugiere la Palabra.

En primer lugar, hacer revisión. Vemos a un Jesús un poco distinto al que estamos acostumbrados, un Jesús que le reprocha a la multitud sus actitudes. Les dice: “esta es una generación malvada”. Y esto llama la atención, porque uno se tiene que detener a pensar un poco qué significa esto de “ser malvado”.

Tal vez lo podemos llevar a nuestra vida y ver que a veces hay en nuestro interior algunas cosas que deberíamos cambiar. Y la realidad es que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, con capacidad de amar y de ser amados por Dios y por los demás, pero podemos caer en la costumbre, podemos caer en la tentación, dejamos pasar por alto esto, nos olvidamos y vamos llenando nuestro corazón de cosas que nos van vaciando de sentido y de propósito. Es ahí cuando caemos en malas actitudes.

Entonces, podríamos seguir con este camino cuaresmal preguntándonos si hay cosas que cambiar en nuestra vida interior

En segundo lugar, confiar en los signos de Dios. Esto es algo que a lo largo de estos días también venimos compartiendo: saber que Él siempre está. Dios siempre te va a dar signos en tu vida, siempre te va a dar una ayuda. Signos que te llevan a darte cuenta de que él es el que te llama, el que da sentido a tu vida, el que te ama, el que te sostiene, el que quiere estar con vos.

Entonces, no se trata tanto de pedir más signos, sino de ser capaces de descubrir los que ya están, los que estuvieron y también los que van a estar. Lo que pasa es que muchas veces tenemos el corazón en otra sintonía. O peor aún, pedimos señales de Dios, pero cuando esas señales no coinciden con nuestra voluntad, nos hacemos los distraídos, nos ponemos molestos, nos enojamos.

Por último, la conversión es un camino. En este pasaje vemos al Señor sufrir por la incredulidad de la multitud. No solamente la de la gente de su época, sino también por la nuestra hoy en día. Vos fíjate cómo a veces somos cerrados, desagradecidos, desconfiados a la hora de acercarnos a Dios. Entonces, la Palabra nos pone el ejemplo de Jonás.

 ¿Qué hizo Jonás? Predicó en Nínive y la gente se convirtió. La conversión es un camino de todos los días, confiando en que el Señor es más grande: “aquí hay alguien que es más grande que Jonás”. Jesús es más que tus limitaciones, que tus miedos, que tus angustias, incluso que tus propios pecados. Por eso, proponte tener una mirada sobre ti, pero con los ojos de Dios, confía en el Señor y pídele su gracia para cambiar en lo concreto. Hay que tener metas a corto, mediano y a largo plazo. El señor está esperando ese cambio en tu vida. Que tu compromiso, entonces, sea un “dejar al Señor entrar en tu vida en serio” y que Él te vaya mostrando el camino.