San Marcos 9,30-37
El evangelio de hoy nos habla de una realidad que no podemos
eludir si queremos seguir a Jesús: la cuestión no es quién es más grande o
importante, sino que en el fondo, tenemos que convertirnos y recibir y ser como
niños.
Uno puede preguntarse “¿Y esto qué significa? ¿Qué implica?
¿No sería inmaduro hacerse de “nuevo niño”?”
Recibir a los niños es recibir la vida frágil, naciente,
primitiva, dependiente absolutamente de todo, ingenua, falta de maldad.
Entonces, recibir a los niños significa abrazar esta niñez y copiarla. Recibir
a los niños es hacerse como niño. Y esto significa de una manera profunda y
sincera cómo vivir nuestra fe: de un modo sencillo, alegre, confiado. Es la
gran cualidad de los niños. Ellos no cuestionan lo absurdo. No se preocupan por
lo que no es importante. No dan vueltas.
A medida que nos hacemos cada vez más grandes, empezamos a
endurecer el corazón, la mente, la memoria. Empezamos a perder esa inocencia y
esa creatividad que brota de nuestra originalidad y nos hace ser lo que somos.
Creer en Jesús, tomar parte en los duros trabajos del
Evangelio y apurar la llegada del Reino implica necesariamente cambiar nuestra
mente, nuestro corazón. Uno no termina de convertirse nunca, por eso el
esfuerzo de volver a mirar las cosas con corazón de niño: no inmaduro, sino
creyente, confiado, abandonado en manos de Otro que guía, lleva, encamina.
A veces siento que “queremos tener la vida bajo control”. Y
lamentablemente no es así. No podemos
manejar todo. Y nos hacemos problema por cosas de las que no tenemos que
preocuparnos. Por eso le pedimos a Jesús
que nos regale un corazón de niño, que mire lo importante y por ese motivo, por esa razón, por esa
persona, nos juguemos la vida por amor.
Y es también una cuestión pendiente en la Iglesia de hoy y
más aún en nuestro tiempo. Hoy no basta solo convertirnos y hacernos como
niños, sino también recibirlos a ellos. Recibir la vida como viene, incluso
desde el momento mismo de la gestación. Es hipócrita y falsamente cristiano
gritar “¡No al aborto!” si esa va a ser nuestra única propuesta. Hoy
necesitamos de más. Y el “Vale Toda Vida” es mucho, muchísimo más que gritar y
tirar cohetes porque no sale una ley: es asumir la vida del otro como viene,
pero de todos los otros, sin importar nada y sin poner condiciones
Seamos como niños y salgamos a recibir esta niñez tan frágil
que precisa no de largos discursos y ponencias, sino de corazones apasionados
que porque “Vale Toda Vida” reciben la vida como viene, hace que los niños y
sus madres, y sus familias se acerquen a Jesús y no busquen aparecer en la
primera plana de los diarios, sino que se hagan servidores de todos,
especialmente los que sienten la vida y la fe amenazadas.