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21 de febrero


 

San Marcos 9,30-37

El evangelio de hoy nos habla de una realidad que no podemos eludir si queremos seguir a Jesús: la cuestión no es quién es más grande o importante, sino que en el fondo, tenemos que convertirnos y recibir y ser como niños.

Uno puede preguntarse “¿Y esto qué significa? ¿Qué implica? ¿No sería inmaduro hacerse de “nuevo niño”?”

Recibir a los niños es recibir la vida frágil, naciente, primitiva, dependiente absolutamente de todo, ingenua, falta de maldad. Entonces, recibir a los niños significa abrazar esta niñez y copiarla. Recibir a los niños es hacerse como niño. Y esto significa de una manera profunda y sincera cómo vivir nuestra fe: de un modo sencillo, alegre, confiado. Es la gran cualidad de los niños. Ellos no cuestionan lo absurdo. No se preocupan por lo que no es importante. No dan vueltas.

A medida que nos hacemos cada vez más grandes, empezamos a endurecer el corazón, la mente, la memoria. Empezamos a perder esa inocencia y esa creatividad que brota de nuestra originalidad y nos hace ser lo que somos.

Creer en Jesús, tomar parte en los duros trabajos del Evangelio y apurar la llegada del Reino implica necesariamente cambiar nuestra mente, nuestro corazón. Uno no termina de convertirse nunca, por eso el esfuerzo de volver a mirar las cosas con corazón de niño: no inmaduro, sino creyente, confiado, abandonado en manos de Otro que guía, lleva, encamina.

A veces siento que “queremos tener la vida bajo control”. Y lamentablemente no es así.  No podemos manejar todo. Y nos hacemos problema por cosas de las que no tenemos que preocuparnos.  Por eso le pedimos a Jesús que nos regale un corazón de niño, que mire lo importante y  por ese motivo, por esa razón, por esa persona, nos juguemos la vida por amor.

Y es también una cuestión pendiente en la Iglesia de hoy y más aún en nuestro tiempo. Hoy no basta solo convertirnos y hacernos como niños, sino también recibirlos a ellos. Recibir la vida como viene, incluso desde el momento mismo de la gestación. Es hipócrita y falsamente cristiano gritar “¡No al aborto!” si esa va a ser nuestra única propuesta. Hoy necesitamos de más. Y el “Vale Toda Vida” es mucho, muchísimo más que gritar y tirar cohetes porque no sale una ley: es asumir la vida del otro como viene, pero de todos los otros, sin importar nada y sin poner condiciones

Seamos como niños y salgamos a recibir esta niñez tan frágil que precisa no de largos discursos y ponencias, sino de corazones apasionados que porque “Vale Toda Vida” reciben la vida como viene, hace que los niños y sus madres, y sus familias se acerquen a Jesús y no busquen aparecer en la primera plana de los diarios, sino que se hagan servidores de todos, especialmente los que sienten la vida y la fe amenazadas.