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1 de enero

 

San Lucas 2, 16-21

Iniciamos un Nuevo Año del Señor, el 2022, que esperamos lleno de bendiciones divinas para todos. Lo pedíamos así en el salmo 66: «El Señor tenga piedad y nos bendiga». Celebramos especialmente la Solemnidad de Santa María, la Madre de Dios y, en ella, la Jornada de oración por la Paz, el gran regalo que es el mismo Niño Dios hecho hombre por nosotros, el Príncipe de la Paz, que nos ofrece y dona su misericordia y amor. 

La Palabra de Dios centra nuestra mente y nuestro corazón en la escena que nos transmite el Evangelio: «En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (Lc 2, 16-21), y acercándose, humildemente lo adoraron. Bella y entrañable estampa de Navidad: el Niño recostado en un pesebre, y era el Hijo de Dios.

 A su lado María, la virgen, la Madre de Dios, la llena de gracia, y José, su esposo, ambos contemplando, mirando y adorando al Niño; tratando de entender el misterio de esa Palabra callada, la decisión de Dios, llena de amor, de hacerse niño, hombre, para que nosotros alcanzásemos por su Pasión, Muerte y Resurrección, a ser hijos de Dios.

Iniciamos también el año con una bendición, con un deseo hecho oración. Fijémonos de qué manera tan bella y profunda lo refleja la primera lectura de la misa de hoy: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Num. 6,22-27).

 Pedimos que Dios nos proteja, nos sonría, se fije en nosotros con cariño y nos conceda su favor. Y toda bendición de Dios, todo su favor y su paz, lo sabemos, se concentra en Jesucristo, el Niño Dios. Bendecimos al Señor por el año nuevo, pero, sobre todo, pedimos a Dios su bendición. Y se la pedimos para nuestras parroquias y para nuestras familias, para todos los hombres y, especialmente, para los más pobres y necesitados.

Pero hoy, estamos celebrando con gran gozo en toda la Iglesia la solemnidad de Santa María, la Madre de Dios. Comenzamos el Año de la mano de Santa María. Es la fiesta que celebra la gracia fundamental que Dios le concedió a la Santísima Virgen: la gracia de la maternidad Divina.

María fue elegida desde el principio de los tiempos para ser la Madre del Hijo del Padre eterno, por eso Dios la enriqueció con multitud de gracias especiales. La hizo inmaculada, la llenó de gracia y la llevó consigo en cuerpo y alma a la gloria de los cielos. María vivió en una constante apertura a Dios y a su Palabra.

Supo descubrir a Dios en los diversos acontecimientos de su vida. Precisamente el Evangelio de hoy nos dice que los Pastores, después de ver al Niño Jesús recostado en el Pesebre, contaban lo que el ángel les había dicho de este Niño. Y cuantos escuchaban lo que decían los pastores se quedaban maravillados. Y agrega el Evangelio que María, por su parte, conservaba todos estos recuerdos y los meditaba constantemente en su corazón. Fue esta meditación constante y fiel de los misterios de Cristo lo que llevó a María a amar de una manera única y especial a Dios. Meditando las maravillas de Dios, la Virgen se llenó del amor a Dios.

La Iglesia quiere presentarnos la figura de la Santísima Virgen al comenzar un nuevo año porque quiere ofrecérnosla como el modelo de lo que debe ser nuestra vida cristiana. Ella no solamente fue la primera discípula de Cristo, sino que al mismo tiempo fue la discípula más aventajada y fiel. María nos enseña a vivir nuestra vida con una apertura total a la voluntad de Dios. Aquellas palabras que exclamó María en el momento de la Encarnación: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra», deben ser para nosotros el programa de nuestra vida.

Que la Santísima Virgen María bendiga el año que hemos comenzado. Que ella como buena Madre nos guíe y nos proteja. Que ella sea el modelo que nos vaya orientando para vivir cada vez mejor nuestra entrega a Cristo nuestro Dios y Señor que ha nacido entre nosotros para que nosotros podamos alcanzar la vida eterna.

31 de diciembre

 

San Juan 1, 1-18

Dios no es mudo. No ha permanecido callado, encerrado para siempre en su Misterio. Dios se nos ha querido comunicar, ha querido hablarnos, decirnos su amor, explicarnos su proyecto. Jesús es sencillamente ese Proyecto de Dios hecho carne.

 La Palabra de la que habla este himno es un modo de hablar de Jesús. ¿Y qué dice el autor acerca de él? Entre otras cosas, que existe desde siempre, que es Dios, que intervino en la creación, que es Vida y Luz y que “se hizo carne”.

 Se trata de un canto que recorre el trayecto de Jesús desde su lugar junto al Padre, pasando por su lugar entre nosotros y llegando a recibir la Gloria del Padre. De este modo, sencillo y profundo, cercano y grandioso, la Palabra de Dios se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús, para que lo puedan entender hasta los más sencillos, los que saben conmoverse ante la bondad, el amor y la verdad que se encierra en su vida.

Cómo cambia todo cuando uno capta por fin que Jesús es el rostro humano de Dios. Todo se hace más simple y más claro. Ahora sabemos cómo nos mira Dios cuando sufrimos, cómo nos busca cuando nos perdemos, cómo nos entiende y perdona cuando lo negamos. En él se nos revela «la gracia y la verdad» de Dios. Que este pensamiento y emoción nos acompañen al terminar el caminar de este año y nos conduzca esperanzados hacia una nueva aventura.

Todo lo que existe es una expresión de la Palabra de Dios, una revelación de su presencia. Al terminar este año, al mirar las experiencias vividas, nos podemos preguntar ¿He sido suficientemente contemplativo para poder percibir y experimentar esta presencia universal de la Palabra de Dios? Y desde mi realidad ¿he comunicado esa presencia de Dios a los demás?

Hoy es un día para contemplar las  bendiciones que hemos recibido durante este año y pedir perdón por las oportunidades de gracia que hemos dejado pasar. Que este himno nos ayude a contemplar al  que tanto nos ama y nos vaya convirtiendo en defensores de la verdad.

30 de diciembre

 

San Lucas 2, 36-40

Ya estamos en el tiempo de la navidad, hemos celebrado el nacimiento de Jesús en Belén y nos estamos encaminando hacia la fiesta grande del primero de Enero que es la fiesta de Santa María, Madre de Dios.

Dice el Evangelio de hoy que en aquel tiempo estaba también allí una profetiza llamada Ana, hija de Fanuel de la tribu de Aser, era muy anciana, se había casado siendo muy joven y vivió con su marido 7 años pero hacia 84 que había quedado viuda, nunca salía del templo sino que servía día y noche al Señor con ayunos y oraciones.

Ana se presentó en aquel mismo momento y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño, cuando ya habían cumplido con todo lo que dispone la Ley del Señor regresaron a Galilea, a su pueblo de Nazaret y el niño crecía y se hacía más fuerte y más sabio y gozaba del favor de todos.

Fijémonos, en aquella mujer llamada Ana, ella ha puesto su morada en la casa de Dios y allí en la casa de la oración, día y noche da culto al Señor con ayuno y oraciones.

La que siempre había ayunado y orado para servir a su Dios, ahora le da gracias porque en el niño Jesús ha reconocido a quien trae liberación de Israel.

Hoy también nosotros como Iglesia, hechos profetas con Ana, nos tenemos que unir a esta mujer en la acción de gracia. Acción de gracias porque Dios esta con nosotros.

Acción de gracias porque si cada día es navidad, si cada día nace Dios, nace la paz al corazón que sabe abrirse a los demás.

Alegría porque en estos días posteriores a la noche buena y a la navidad y encaminándonos al año nuevo y a celebrar la fiesta de María como comienzo de año, damos acción de gracia porque creemos, porque comulgamos, porque amamos y porque la Palabra de Dios acampa en nuestros corazones.

En el  año que estamos terminando. Pensemos en las fragilidades y en las fortalezas.

En lo positivo y en lo negativo. Hagamos un balance, no tipo estadístico, sino un balance tipo profundización en el corazón de todo aquello que estuvo acorde a la voluntad de Dios y todo aquello que se despegó de la voluntad de Dios.

Pensemos para el año que viene en las cosas que tenemos que cambiar y en los elementos positivos, buenos que debemos profundizar.

 

 

 

29 de diciembre

 

San Lucas 2,22-35

La palabra de Dios de esta “Octava de Navidad” es decir: estos ocho días después de Navidad en los cuales, como este misterio es tan grande, lo celebramos por toda una semana, por ocho días. Y tratamos de profundizar, de encontrar la riqueza que nos ofrece la liturgia de la Iglesia sobre esta gran solemnidad, que es la Navidad, el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.

Concretamente el evangelio de San Lucas capítulo 2 versículos 22 en adelante, nos presenta: Jesús en el templo según estaba escrito en La Ley, cumpliendo todas las prescripciones, y lo hacen como una familia simple, humilde, sencilla.

Ofrecen un par de palomas que era la ofrenda de los más pobres para presentarlo a Jesús en el templo.

Pero no solamente es importante esta presentación por lo que acabamos de relatar sino también porque se presentan con un personaje interesante allí, un hombre ya viejito llamado Simeón, que era justo dice el texto, piadoso y que estaba esperando que se cumpliera esa promesa que Dios le había hecho.

El texto aclara que el Espíritu Santo está con él y que él espera poder ver -al Mesías- que no va a morir antes de ver al salvador, y justamente esto ocurre, se da, coincide, con la presentación de Jesús en el templo.

Allí vienen las palabras de este anciano, tan sabio: “Ahora Señor puedes dejar a tu servidor irse en paz” –porque Dios cumple sus promesas.

Y también le regala a María algunas palabras este buen hombre, le dice: “Este niño (se refiere a Jesús) va a ser causa de elevación, de caída para muchos en el pueblo de Israel Y TAMBIÉN le vaticina, le adelanta a la Virgen que: una espada va atravesar su corazón, como diciendo, el dolor que va a tener que sufrir por la muerte de su hijo en la cruz va a ser tremendo”.

Ya desde pequeño Jesús va causando en las personas que lo rodean admiración, es causa realmente de alegría, de gozo; también en muchos casos de contradicción

Y bueno, hoy damos gracias a Dios junto con este anciano, con Simeón, que tuvo la valentía y la gracia, y se dejó conducir por el Espíritu Santo y supo reconocerlo al Mesías, de pequeño, cuando es presentado en el templo.

 

 

 

28 de diciembre

 

San Mateo 2,13-18

El evangelio de  hoy nos invita a nosotros, con José: A levantarnos. A tomar al niño que ha nacido A vincularnos en fidelidad con María Y a dejarnos conducir hacia adelante, hasta donde Dios quiera llevarnos.

¡Sí! Esta es la invitación, es dejarnos llevar por el niño, al que debemos cuidar, al niño que tenemos dentro, a ese del que el evangelio habla como el único lugar desde donde podemos entrar en el reino.

La navidad ha despertado en nosotros la ternura y la frescura propia de esta fiesta que, saca a la luz lo mejor que tenemos para ofrecer y para darle al Señor y al servicio de los hermanos.

Lo que podríamos llamar ser como “niños”, descubrir en realidad nuestra pequeñez y nuestra fragilidad.

Si hay algo que, nos ofrece el pesebre de Belén, es eso justamente: El llegarnos junto a Él y dejarnos impactar por la señal pobre y humilde de un niño envuelto en pañales y un padre y una madre, nada más y nada menos, que tienen la responsabilidad de cuidar el misterio de Dios; así frágil en medio de nosotros y desde ahí descubrir también nuestra debilidad, nuestra fragilidad, nuestra pobreza y nuestra pequeñez.

Dios quiere que abracemos esta realidad. Lo que aparentemente es lo que debemos cubrir y hasta a veces negar, es lo que verdaderamente nos conduce hacia adelante, si en Dios NOS CONFIAMOS!

Abrazar nuestra pobreza, abrazar nuestra debilidad, nuestra vulnerabilidad, nuestra pequeñez. Abrazarla en Dios …..desde el amor de Dios, como Dios nos quiere que lo hagamos en este tiempo de navidad y dejarnos conducir por Él, desde ese lugar en el que somos claramente nosotros mismos.

¡Que tengas un hermoso tiempo de navidad y que el niño que llevas adentro lejos de ocultarlo lo puedas vivir como dignamente está llamado a vivirlo, en paz en este tiempo de navidad!!

27 de diciembre

 

San Juan 20,2-8

Estamos todavía gustando la alegría de la Navidad, una alegría sencilla como el pesebre, serena como la Nochebuena, honda como la que experimentaron seguramente la Virgen Santísima y San José. Y en ese clima la Iglesia celebra la fiesta del discípulo amado, hoy la Iglesia recuerda a San Juan apóstol y evangelista. Es el discípulo que nos ha hablado con más profundidad y con más ternura del Señor Jesús y de su amor por nosotros.

De los doce apóstoles fue el más joven y es también conocido como el “discípulo amado” como lo escuchamos en el Evangelio de Hoy. Podríamos decir que es el que entro en lo más profundo del corazón de Dios, entro tanto que pudo revelarnos y definir a Dios en su más profunda esencia: Dios es Amor. Y sólo pueden entrar a la esencia de Dios aquellos que realmente se hacen el propósito firme de amarlo por encima de todas las cosas!

Qué lindo que al terminar el año nosotros volvamos a pensar en estas cosas fundamentales y a reavivar nuestra fe en Jesús, que por nosotros se hizo hombre, que por nosotros se ofreció, que por nosotros ha resucitado y vive para siempre, y que nos invita a participar de su vida, de esa vida que nos ha regalado a lo largo de este año que está terminando, esa vida que nos ofrece en el que vamos a iniciar, esa vida que quiere regalarnos para siempre, porque somos peregrinos de la vida eterna.

Pensemos en esto y pidamos estas gracias para el año que va a comenzar. Con el deseo de un feliz y próspero año nuevo, yo los despido a todos ustedes queridos oyentes deseándoles abundantes bendiciones de parte del Señor para el año que está por comenzar.

25 de diciembre

 

San Juan 1, 1-18

La lectura que proclamamos hoy en la liturgia es la del prólogo de Juan, el primer capítulo, donde es un lindo himno donde se hablaba de la Palabra y de la Sabiduría de parte de Dios, donde se hace un elogio de la Sabiduría: cómo ha creado el universo, cómo estuvo desde el primer momento en la creación del mundo. Es un hermoso fragmento también del Evangelio que se enraíza profundamente en todo lo que es la tradición del Antiguo Testamento: como palabra como sabiduría, como obra de Dios.

 Sin embargo lo determinante nosotros lo encontramos en el versículo 14, donde dice que la “Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” Uno puede pensar que esto está puesto así al azar y que no hay ninguna intención. En realidad sí la hay. No dice que Jesús, que es la Palabra, se hace persona humana, o que se hace ser humano, o que comparte nuestra naturaleza, o que se hace uno de nosotros usa especialmente el término “carne”.

Cuando uno lee el evangelio de Juan y se encuentra con esta expresión, este concepto, que es profundamente teológico, de lo que es la “carne” en realidad, a lo que se refiere es a todo lo que tiene que ver con el hombre que está separado de Dios. Es decir todo aquello que hay como consecuencia del pecado en la vida del hombre. La “carne” es el ser humano alejado de Dios; separado ese proyecto original que Dios soñó para todos y cada uno de los hombres. Enemistado con ese proyecto de amor que Dios tiene para todos y cada uno de nosotros.

Entonces el hecho de que Jesús sea “carne” es mucho más que sea un mero ser humano. Es decir la encarnación de Jesús va hasta las últimas consecuencias. Jesús va a encarnarse y va a ir al lugar más periférico, por decirlo de alguna manera. Va a ser una opción preferencial no solamente por todos los hombres sino por esa parte del hombre, por esa parte de la humanidad y por eso parte del corazón de cada uno de nosotros, que de alguna manera está alejada de Dios, que de alguna manera se enemista con Dios, que de alguna manera no responde -por diversos motivos- a ese llamado que Dios nos hace en nuestra vocación primera a amarnos unos a los otros.

Jesús se hace “carne”. Jesús toma lo peor del mundo, lo peor de mí, y lo carga sobre su propia naturaleza, lo carga sobre sus propios hombros, lo mete bien adentro de su propio corazón. Esto tiene implicancias increíbles. Porque tenemos que dejar de pensar entonces en un Jesús que solamente pasaba haciendo el bien sin involucrarse absolutamente nada. Es falso. Y eso tampoco responde a nuestra tradición de nuestra fe católica: Jesucristo es uno de nosotros en toda su totalidad y -aún no habiendo cometido pecado- carga con nuestros pecados. Carga con todo aquello que no tiene que ver con Dios. Carga con todo aquello que nos aleja de nosotros mismos, de Dios y de los otros hermanos.

Por eso Jesús es reconciliación. Jesús es el rostro de la Misericordia del Padre. Jesús es el que va a ir hasta las últimas consecuencias asumiendo la sombra de mi vida y de mi corazón.

 

24 de diciembre

 

San Lucas 1, 67-79

Hoy como hace más de dos mil años, Cristo viene a nacer a nuestro corazón. Él, como dice el evangelio, cumple su promesa, mostrándonos su misericordia, para sacarnos de las tinieblas en que vivimos y guiarnos por el camino de la paz. Él viene para ser luz y para dar paz.

 Él es la estrella que brilla en medio de la oscuridad de nuestro caminar por esta vida. Pero para encontrar esa luz, debemos apagar todo lo que nos impide ver la estrella de Belén que nos guía a Él. Y para encontrar esa paz, debemos salir del barullo y ruido de la ciudad, para encontrarlo en una cueva.

En la Navidad todo mundo sabe que hay alegría y fiesta, pero no todos saben el motivo. Muchas veces escuchamos y decimos: “¡Feliz Navidad!” a toda persona que nos encontramos; pero algunas veces nos olvidamos de felicitar al festejado. La Navidad es un tiempo de amor, gozo y paz. Pero no debemos perder de vista que la gran alegría, noticia y don, es que Dios se hizo hombre por nosotros. En esta Navidad, recordemos al Recién Nacido y con los pastores, ofrezcámosle lo mejor que tenemos.

Jesús, esta noche vamos a contemplar tu cuerpecito envuelto en pañales y buscando calor. Déjame esta Navidad, ofrecerte un corazón caliente, amoroso, que te proteja del frío de la noche. Gracias por hacerte uno como nosotros; permítenos esta noche a nosotros hacernos como Tú: niños, que aprendamos a ver en todo el amor de tu Padre, incluso en el frío y soledad de la noche, como tu primera noche hecho hombre. Esta noche, sí queremos estar junto a ti y deseamos que esta vez sí seas Tú el centro de la fiesta.

23 de diciembre

 

San Lucas 1, 57-66

Ya estamos en los umbrales de la navidad. La navidad es el cumplimiento de la promesa de parte de Dios nuestro Padre. La navidad implica un nuevo nacimiento para cada uno de nosotros. Es tiempo de tomar nuevamente conciencia de quienes somos, de nuestra misión como cristianos en el mundo.

Hoy el evangelio nos relata el nacimiento de Juan el Bautista, el más grande de los profetas, y el milagro por el que Zacarías recobra la capacidad de hablar.

¡¡Qué hermoso mensaje!! Ustedes saben, Zacarías es un nombre hebreo que significa “Aquel que es la memoria de Dios” o “Aquel que Dios se acuerda”    y sin embargo parece que a Zacarías le falló la memoria en el templo cuando le hizo esa pregunta al angel fundada en su incredulidad “¿Qué garantías me das?”. Parece que se olvidó de todos los gestos de amor de parte de Dios al pueblo de Israel. Esa falta de memoria (no solo falta de recuerdo), provocó incredulidad y esta obviamente  lo llevó a la falta de esperanza. Zacarías ya no esperaba nada de Dios, aunque lo seguía sirviendo en el templo.

La navidad nos invita renovar nuestra esperanza en el Señor a no tener amnesia espiritual o sea, la navidad nos ayuda a recuperar la memoria y darnos cuenta de que Dios nunca nos abandona. Lo que le pasó a Zacarías nos puede pasar a nosotros podemos entrar mil veces al templo pero sin esperar ya nada de Dios.

Pero el Señor, a pesar de nuestra incredulidad, nos sigue amando, nos sigue acariciando con la suavidad de la piel de un bebé. Se hace pequeño para mostrarte su inmenso amor.

Hermoso sería que sientas la suavidad del Señor, para que puedas ser Juan entre las personas que te rodean. Juan significa “Aquel que es misericordioso, compasivo, dar gracia” ; que hermoso sería que usted  mismo seas presencia de Dios entre los hombres que  le devuelvas la memoria a tantas personas en  tu comunidad y se acuerden que Dios siempre los acompaña.

22 de diciembre

 

Lucas 1, 46-56

La Virgen María es la primera misionera: ni bien acepta ser la madre de Jesús sale corriendo para las montañas de Judá a lo de su prima Santa Isabel. No se puede callar. No se puede quedar quieta. No puede quedarse estática. Va llena de Dios, embarazada de Dios a ver otra embarazada.

Y en ese diálogo nace este himno de alabanza que conocemos como “Magnificat”. Son palabras recogidas de la honda tradición del Pueblo de Dios y a la vez son palabras que brotan de lo profundo del corazón de la Virgen. Son palabras que quieren de alguna manera poner de manifiesto las maravillas y las grandezas que Dios ha obrado en la vida de María, de Isabel y de todo el Pueblo.

 Se junta todo: alabanza, acción de gracias, bendición, memoria agradecida. Pero lo que más se destaca es que María es feliz por las grandes cosas que Dios ha hecho en su vida. ¡Grandes cosas!

Y si uno se pone a pensar y buscar cuáles son esas grandes cosas, percibe que no hay nada espectacular, no hay un show mediático, no hay grandes portentos ni obras que generen un espectáculo de voraces luces y sonidos.

Y tiene que ver con la pedagogía de Dios, quien se mete como desapercibido en los corazones de las personas. No entra estrepitosamente. No hace ruido. Y Dios se esconde también en lo cotidiano de la vida. ¡La vida cotidiana estalla de Dios!

Hoy te invito a que escribas tu propio Magnificat. Para contar las maravillas que Dios hace en tu vida. Es cuestión de abrir los ojos y mirar de manera realista. Muchas veces cometemos el error de buscar a Dios donde no está. Hacer cada uno en el contexto de la Navidad que vamos a celebrar es tomar conciencia de las cosas que Dios hace en nuestra vida. Claro que no tiene que ver con tener éxito, prestigio, reconocimiento, autorrealización, triunfos… bienes materiales y seguridades personales. No. Nada de eso. Hacer un Magnificat es decirle a Jesús que en medio de tanta guerra, tanto odio y tanta muerte, le damos gracias por el don de la vida y lo que obra en nosotros. Lo que Él hace. Su paso por nuestra vida.

Te invito a tomarte un tiempo y hacer tu Magnificat. Frente al sagrario, en tu pieza, en la naturaleza, en tu trabajo, haciendo un alto en el estudio.  Y has como la Virgen: siente cómo tu vida estalla de Dios y dale gracias por generaciones y generaciones.

21 de diciembre

 

San Lucas 1, 39-45

 Es el relato del encuentro de María con su prima Santa Isabel, María dice que cuando se entera que su prima está embarazada parte y se va sin demora, al pueblo de la montaña de Judá, donde vive Isabel.

 Y cuenta el Evangelio que al encontrarse María e Isabel, al entrar María en la casa de Zacarías, la casa de Isabel y al saludarla el niño, que Isabel llevaba en su vientre, salto de alegría, lleno del Espíritu Santo; porque descubría la llegada del Salvador, la presencia del Salvador que estaba escondido en el vientre de María.

El texto del evangelio nos puede ayudar a pensar a cada uno de nosotros, si como Juan el Bautista también somos capaces de descubrir, ante pocos días de la Navidad, si somos capaces de descubrir la llegada del Señor que viene a salvarnos y preguntarnos también ¿Qué es lo que produce en nuestro corazón esta cercanía, esta llegada? 

El niño Juan el Bautista, dice que saltaba de alegría ¿Nosotros nos alegramos también por la llegada del Señor? ¿Nos sentimos movilizados, movidos por su cercanía?, ¿Qué es lo que experimentamos? ¿Qué es lo que sentimos?

Y te propongo terminar, haciendo juntos una oración: "Señor Jesús, así como el niño que saltó en el vientre de Isabel al experimentar la cercanía tuya, también nosotros en estos días antes de la Navidad, queremos sentirte cercano, queremos descubrirte, queremos verte, queremos experimentarte. Señor que nosotros nos alegremos por tu presencia, que saltemos de alegría también, movidos por el Espíritu Santo".

Dejo en la presencia del Señor, en su Palabra para que sea tu alimento en este día y con mi bendición en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

20 de diciembre

 

San Lucas 1,26-38

María en el Evangelio de San Lucas es la Mujer de la oración, de la contemplación, de la respuesta activa a Dios y del compromiso, es una mujer comprometida con el dolor y el sufrimiento de su pueblo, y también ella aparece orando después de la muerte y resurrección de Jesús, acompañando a los discípulos a la espera del Espíritu Santo y también ha vivido muy de cerca los dolores mas hondos que el pueblo de Israel tiene instalado en su historia, en lo mas profundo del corazón como es el exilio, después que el niño ha nacido porque Herodes anda buscando terminar con aquel que amenaza su reinado, María con José parten hacia Egipto, exiliados de su propia tierra para escapar de la muerte.

Se anuncia la venida de Jesús como Señor y Salvador, en la llamada a María, aparece la vocación, para que entregue su vida toda al servicio de la misión de este Hijo de Dios. La vocación no se entiende sino en función de lo que es una misión, la vocación nunca es para si mismo, ocurre en uno pero es para una misión específica, esta orientada a los demás, la vocación de María de ser Madre es de estar al servicio del Hijo de Dios.

El ángel Gabriel le dice, “Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo”. Se acercaba un tiempo final para ella y para la humanidad, Dios  viene a poner en orden las cosas, lo que se acaba es un mundo de tristeza, de angustia, de sin sentido, un mundo marcado por la depresión, el agobio.

Se inicia un nuevo tiempo para ti, esto viene a decirle el ángel de parte de Dios a María para que ella se alegre.

El ángel Gabriel también esta presente con nosotros hoy para compartir este anuncio del gozo y de la alegría,  de gozo, de alegría, y de paz,

Dios se acerca a ti con el mismo amor que se acercó  a María, diciendo alégrate, goza de mi presencia, yo estoy contigo.

 

18 de diciembre

 

San Mateo 1,18-24.

Estamos a sólo una semana de navidad, la Palabra nos regala este retrato de maría y José, en la anunciación, ante la promesa que se cumple y en la cual ellos son protagonistas.

Nos presenta a María que concibe en su seno a Jesús por obra del Espíritu Santo, a José que ante la noticia, decide, piensa, intenta escuchar que es lo que quiere Dios y al escuchar, obedece, cumpliendo así las promesas del Padre y dándonos al Emanuel, Dios con nosotros.

José, hombre Justo, bueno, comprometido, obediente! Que hermoso testimonio nos regala hoy San José dándonos ejemplo para mirar la realidad y decidir en nuestra vida.

Quizás hoy en tu vida existen realidades difíciles de aceptar y enfrentar, situaciones que no entendemos, que no son lo que esperábamos y además de generarnos muchas preguntas, también reclaman respuesta.

quizás también estas respondiendo al igual que José con un corazón generoso y valiente, queriendo escuchar a Dios, que es lo que Él quiere, no te desanimes, sigue trayendo y haciendo presente al Emanuel en tu vida y en la de los hermanos.

Pidamos juntos al Padre, un corazón parecido al de José y al de María, generoso, reflexivo, obediente, decidido. Un corazón y una vida que queriendo siempre el bien, no se canse ni se desanime de hacerlo.

Que podamos ser a ejemplo de María y José, personas que mirando la realidad que nos rodea y que exige entrega y compromiso, sigan haciendo presente al Mesías, a Jesús, al Emanuel, desde la oración y la escucha, con nuestras opciones y respuestas, siendo protagonistas de la historia.

 

17 de diciembre

 

San Mateo 1,1-17

El Evangelio de este día nos presenta el árbol genealógico de Jesús. En el aparecen infinidad de personas y de nombres que en su debido tiempo han escrito con sus vidas y su historia y que con la presencia de Dios en su vida la han transformado en historia de Salvación.

Pensaba que gracias a esas personas Dios ha hecho posible que su proyecto de salvación siga siempre adelante, sin interrupciones. A pesar de los desaciertos y equivocaciones que esas mismas personas pudieron haber cometido, aquí valen las palabras de San Pablo, cuando expresa en las cartas a los Romanos: "Donde abundó el pecado sobreabundo la gracia de Dios". De esta manera y a través de las personas Dios ha podido concretar, ha podido cumplir su bendición más perfecta para toda la humanidad.

A través de su Hijo Jesucristo, que como lo demuestra en el Evangelio no es alguien aislado de toda la historia pasada, Dios también nos ha soñado, de toda la eternidad como ha su Hijo Jesús y para que este sueño se haga realidad también fue necesario contar con muchas personas para que podamos nacer a la vida. Pensaba cuantos nombres están escritos en nuestros corazones, cuantos han contribuido para que hoy seamos lo que somos, hoy también y por gracia de Dios podemos ser llamados hijos, padre, hermano, nietos, abuelos, amigos. Cuanto amor fue necesario derramar, cuantas personas fueron necesarias para que nuestra vida surja hacia la luz.

Te invito, a que por medio de esta reflexión, de esta Palabra, traigas a tu mente y a tu corazón todos los nombres de esas personas, que te han ayudado y te han acompañado y que aún seguramente, hoy siguen acompañándote, a poder ser parte de esta historia maravillosa y que seguramente también te han invitado y enseñado el camino de la fe, a encontrarte con Jesús. Este tiempo de Adviento, es momento de dar gracias por todos ellos.

16 de diciembre

 

San Lucas 7, 24-30

A como sabemos ya se aproxima la Navidad. Sigamos preparando el corazón. Vemos en el Evangelio de hoy como Juan el Bautista preparó la llegada del Hijo de Dios a este mundo: “Yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino”. En cada Navidad, Jesús quiere nacer en nuestros corazones.

El fin de cada año es posibilidad para comenzar algo nuevo, nos anima a mirar con esperanza el mañana. ¿Cómo preparamos eso nuevo que se viene?. El bautista preparó el camino, la Llegada de Jesús, puede entonces, inspirarnos a nosotros a preparar también esta próxima Navidad.

En el Evangelio proclamado, Jesús resalta virtudes que prepararon su venida, por ejemplo, la firmeza , la fe de Juan Bautista. No dejarnos llevar por cualquier propaganda, ideología de moda, pensar que todo da lo mismo, que vale vivir de cualquier forma, que lo importante sea acomodarse y caer bien y no comprometernos con nada que arriesgue tu vida. Así como el bautista, no seamos nosotros una caña agitada por el viento yendo hacia lo que solo nos conviene.

Otra manera provechosa de preparar la Navidad, será seguir creyendo que vale la pena vivir solidariamente, teniendo pasión y preocupación por los más frágiles y débiles, que nos duele ver tanta pobreza, niños desnutridos, jóvenes abandonados en la droga, familias desunidas y por eso seguiremos luchando por un país y un mundo con más justicia, trabajo para todos, educación y deporte para los niños y juventud, una vida digna para nuestros ancianos.

 Nada mejor para preparar la Navidad que volver a mirar y a creer en Dios, que se abaja y se hace tan humilde, que llega no con el poder de las armas, de la violencia, la ambición del dinero, de la vida fácil, un dios que olvida los otros, sino, de un Niño Dios verdadero que se presenta frágil, débil y sencillo. Pero que trae una vida plena, el único poder que tiene son sus bracitos abiertos para ser recibidos con amor por las mujeres y hombres que formamos este mundo.

15 de diciembre

 

San Lucas 7,19-23

El texto que hoy la Iglesia nos pone para meditar y para hacer alimento nuestro, se nos presenta, como en este tiempo del Adviento, a la figura del Bautista.  Juan el Bautista tenia una idea del Mesías, que vendría, como quería todo el pueblo Judío, muchos religiosos del pueblo Judío, con el hacha, con el fuego, invitando a la conversión. Por eso estando en la cárcel oye de Jesús que presenta al Dios cercano, que se compadece, que incluye, que llama a todos, y allí la pregunta que le manifiesta por medio de Herodes y de sus discípulos.

Es comprensible la duda y el asombro de Juan. Jesús responde de sus obras; las obras de Jesús son el signo más elocuente de su identidad.  Ahí se anuncia lo que vieron: los ciegos ven, los inválidos andan, los enfermos de lepra quedan limpios, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. El Reino de Dios, claramente ha llegado, en la persona de Jesús, y agrega este evangelio “Feliz aquel con quien yo no sea motivo de tropiezo” o algunos otros textos hablan, "quien no sea defraudado o escandalizado por mi.".

 

El Mesías Jesús es el que vino a servir: que es el amigo de los pobres, es el amigo de los que no cuentan, es la clave de este Mesías, no es el Mesías como entendían los judíos. 

Y le une Jesús a los signos de las curaciones el anuncio del Evangelio. Esto es signo de la Buena Noticia, signo del Mesías que viene. La evangelización y la liberación del hombre siempre, son una unidad. No se puede separar el anuncio del Evangelio y la vida,  a una sociedad mas justa, donde hombres y mujeres sean incluidos sean respetados sus derechos, se respete la vida, la vida desde la concepción hasta la muerte natural,  se respete la salud , la vivienda, el trabajo o la educación. Si faltan están cosas y no se respetan estas cosas es que todavía la fe no  ha terminado de encarnarse. Y yo como un creyente si no vivo una fe que se traducen en actitudes sociales, mi fe no es totalmente fe, puede ser una fe débil o una fe muerta.

Vamos a pedirle al Señor también entonces, que nos ayude a vivir la alegría de este Jesús que vino que anuncia a los pobres la Buena Nueva, que sana, que cura, que incluye, que eleva y dignifica a su ambiente. Porque nosotros, cristianos, estamos llamados a ser esto como presencia de Jesús, de nuestra propia realidad, en nuestros estudios, en nuestro trabajo, en nuestra familia, en nuestra escuela… estamos llamados a ser signo de verdadera liberación.

14 de diciembre

 

San Mateo, 21, 28-32

Hoy celebramos a san Juan de la Cruz. En medio de este tiempo de preparación a la noche buena y a la navidad, que es el adviento, nos aparece esta fiesta. De este gran doctor de la Iglesia, que junto con santa Teresa de Ávila, nos enseña a ser profundos en el amor, a vencer la superficialidad y a encontrarnos cada vez más en lo hondo del corazón y en lo profundo de la vida de la comunidad, a Dios que nos ama, que nos espera, que nos quiere y que nunca nos abandona.

Y en el  pasaje del evangelio Jesús explica dos casos: alguien que es llamado a hacer un trabajo y dice: “Si, yo voy, Señor”, pero después no va y el otro que dice: “No voy”, pero va. Y pregunta Jesús: “¿Cuál de los dos se portó mejor?” Ciertamente que aquél que fue, el que respondió, ¿por qué?, porque en el fondo el Espíritu Santo, aunque haya dicho que no, lo animó a decir que sí. Por eso dice Jesús que los publicanos  y las prostitutas, nos van a preceder en el reino de los cielos. Esto ¿por qué?, por si no nos dejamos guiar por el Espíritu, por si no nos anima el Espíritu.

 

 

El Espíritu nos tiene que animar a hacer sentir en nuestras vidas que somos amados por Dios. El Espíritu nos tiene que animar a vivir firmes en la esperanza, a no sentirnos defraudados por las dificultades de la vida.

 El Espíritu nos tiene que animar a manejarnos con entrañas de misericordia, saber perdonar y reconciliarnos, algo tan propio que se nos pide en este tiempo de la iglesia. El Espíritu nos tiene que animar a tener una mística de la comunión, no de la división o de la fragmentación.

 El Espíritu nos tiene que animar a tener un fervor misionero y no a vivir una religiosidad más autista o solamente individual. El Espíritu nos tiene que animar, en la entrega cotidiana, ahí es donde se juega el gran sí, que en algún momento, animados por el Espíritu, tenemos que darle a Dios. Ese gran sí, que no es sino la no improvisación, porque hemos estado dando muchos pequeños sí, en los desafíos de cada día y de cada momento.

Que por la intercesión de san Juan de la Cruz, entendamos que el Espíritu nos hace tener la mística del amor a Dios y el amor a los hermanos. Que es la mística cristiana.

 

 

13 de diciembre

 

San Mateo 21, 23-27

 

El Evangelio que la Iglesia nos propone hoy nos presenta un diálogo curioso de parte de Jesús con los sumos sacerdotes y los ancianos. El contexto de este diálogo es algún gesto que el Señor ha realizado con antelación, y que es el de la expulsión de los vendedores y los cambistas del templo.

Entonces estos interlocutores, los sumos sacerdotes y los ancianos, van a preguntarle “¿Cuál es la autoridad con la que hace todas estas cosas?” En otra situación probablemente esta pregunta podría haber sido razonable, aquí tiene más bien un tono de polémica y de resistencia al Señor.

Jesús capta enseguida la situación y muy hábilmente les hace Él, a su vez, una pregunta a los sumos sacerdotes y a los ancianos, y una pregunta que condiciona la respuesta que Él podría darles, y esa pregunta es acerca de Juan y de su bautismo, ¿de quién provenía ese bautismo?

Y ahí vemos que los sumos sacerdotes y los ancianos tienen una respuesta calculada, calculan que significaría decir sí, calculan que significa decir no, entonces responden sin comprometerse “No sabemos de dónde viene ese bautismo”; entonces Jesús muy hábilmente dice: “Bueno, como ustedes no me responden, yo tampoco les digo con que autoridad hago estas cosas.”

Es interesante observar, detenernos un poquito en el cálculo que hacen los sumos sacerdotes y los ancianos para responderle a Jesús; podemos ver una falta de apego a la verdad, una falta de sinceridad, y en el fondo una ceguera voluntaria. Aquí podríamos decir parafraseando también un dicho de la sabiduría popular “no hay peor ciego, o no hay peor ceguera de aquel que no quiere ver”.

 

Entonces esto es una advertencia para todos nosotros, la ceguera es perjudicial, nos hace caer en el pozo de la indignidad, cerrándonos a Dios y a sus dones perdemos el rumbo en nuestra vida, nuestra existencia se deteriora.

Por eso me parece que la invitación de este Evangelio en este tiempo que estamos viviendo, un tiempo de Adviento que nos prepara a la Navidad, que ya se acerca, es una invitación a superar la ceguera, todo tipo de ceguera, a abrir los ojos, a pedir lo que pedía aquel cieguito a la salida de Jericó: “Señor, que yo pueda ver”.

Y esta puede ser en nuestra súplica, en este Adviento, “Señor que yo pueda ver, para que yo pueda cambiar, para que pueda verte mejor, para que pueda abrir mi corazón a ti  y seguirte por el camino”. Hagamos esta oración, esta simple petición, y así nos estaremos preparando convenientemente para recibir a Jesús que viene a nosotros en esta Navidad.

 

 

11 de diciembre

 

San Mateo 17,10-13

La Figura que domina este Evangelio, es la de Elías, Elías el gran Profeta, si lo recordamos, por ejemplo, cuando Jesús sube al monte Tabor, y que elige a Pedro, Santiago y Juan; allí aparecen dos junto con Jesús, aparece Elías y aparece Moisés. Moisés como representante de la ley, y Elías como representante de la profecía, el gran profeta Elías.

El Profetismo es algo muy valioso en nuestra vida, no tanto como a veces interpretamos al profeta como aquel que anuncia lo que va a venir, lo que va a pasar, aunque también en algún caso, pero no es principalmente esto lo propio del profeta si no, sobre todo es aquel que nos habla de parte de Dios. Y en este sentido a veces, nos puede decir: Mira, este camino te va a resulta mal o por aquí va la llamada que Dios te está haciendo, por aquí viene lo grande, lo bello, lo hermoso que hay en tu vida.

El Profeta siempre nos abre horizontes extraordinariamente hermosos porque vienen de Dios o a veces también nos presentan la seriedad y lo grave de los caminos que podemos recorrer, porque no son de Dios.

Dejémonos que esto, es un Don que Dios nos ha hecho por el Bautismo, somos con Jesús sacerdotes, profetas y reyes. Entonces, necesitamos por una parte poner en práctica, desenterrar este talento que está en el corazón si a veces no nos estamos alimentando tanto con la palabra de Dios y por eso no somos capaces de interpretar los signos del Señor en nuestro tiempo y también muy particularmente escuchar a aquellos que en el nombre del Señor nos hablan porque muchas veces en el día escuchamos la voz de Dios a través de los hermanos.

¿Qué paso con Juan, el Bautista, el último de los Profetas? Hicieron con ÉL lo que quisieron, dice Jesús; entonces, nosotros no repitamos esta historia, al contrario, tengamos reverencia por aquellos que nos hablan de parte de Dios. La Palabra también nos anima a que gastemos el umbral de aquel que nos habla de parte de Dios.

Te animo a poder descubrir cada vez más este talento que está en tu corazón, de llenarte cada vez más hondamente de la Palabra de Dios, para poder transmitir, su palabra hacia los demás y también de tener un oído atento, fino, para escuchar la voz de Dios, que viene a través de nuestros hermanos.

10 de diciembre

 

San Mateo 11, 16-19

El Evangelio de hoy  nos presenta una interesante comparación entre Jesús, el Hijo del hombre y su primo Juan el Bautista, que tenía una forma muy especial de esperarlo a Jesús: que era haciendo ayuno, llevando una vida ascética en el desierto, es decir, respetando un montón de normas y llevando una vida muy virtuosa. Frente a esto, la comparación se da con Jesús, El Hijo del hombre, que no tiene miedo de acercarse a los pecadores, a los que sufren, aquella gente que quizás tiene mala fama porque vive en el pecado, sin embargo, Jesús es cercano siempre con todos.

Quizás esto podría escandalizarnos, a eso se refiere el texto ¿Cómo el Hijo de Dios puede compartir la mesa con publicanos, con prostitutas? Incluso el texto habla de que come, que bebe, lo consideran como un glotón, un borracho, sin embargo hay un sentido más profundo en este evangelio que hace referencia a que Jesús no tiene miedo, no tiene vergüenza, no le da asco mezclarse con nuestro barro humano, Él mismo, sin dejar de ser Dios, se ha hecho hombre, igual en todo a nosotros menos en el pecado y por eso nos entiende, por eso te comprende, por eso cada vez que veas tu miseria, tu pecado, tu fragilidad, no tengas miedo de acercarte a Jesús porque siempre va a estar dispuesto a tenderte una mano, a ayudarte, a levantarte.

Cuando uno se va a confesar en realidad no solamente Dios te perdona los pecados, sino que también te regala la Gracia necesaria para poder seguir adelante, para crecer. Por eso es tan importante acercarse con un corazón arrepentido a Jesús, para que Él pueda con Su amor, con Su cariño, transformar nuestras vidas.

No bajemos entonces los brazos, no nos dejemos llevar por las apariencias externas; tratemos de mirar siempre a lo profundo, al corazón. Pidamos entonces al Señor que nos regale poder vivir con entusiasmo, con alegría, con esperanza este tiempo de adviento.

9 de diciembre

 

San Mateo 11,11-15

Jesús nos vuelve a hablar del núcleo central de su mensaje y en lo que puede resumirse todo el Evangelio: el Reino.

Y en esta página de Mateo, Jesús afirma casi con vehemencia que el “Reino es combatido violentamente”; y además que “los violentos intentan arrebatarlo”.

“Los violentos…” ¿Quiénes son esos violentos a los que se refiere Jesús? Nosotros podemos pensar en toda esa gente que, cegada frente al mensaje de salvación y liberación, vive con el corazón cerrado a todo lo que no pueda ser ella misma.

Pensar en un nuevo orden económico, socio-político, religioso y cultural, inaugurado por la Pascua de Jesús donde el mensaje central sea el del amor al prójimo, la construcción de la justicia y de la paz y la búsqueda del Bien Común para que nadie pase necesidad, a algunos les genera violencia. Porque molesta. Genera incomodidad. Pensar en un mundo así, a muchos, incluso cristianos, les causa pavor.

Estamos acostumbrados a consumir cultura y religión individualistas. A muchos de nosotros se nos enseñó que cada uno se salva solo y en virtud de sus méritos y buenas obras. Incluso muchos se formaron con la idea de que rezar es “estarse a solas con él solo”.

Creer que Dios es Trinidad y por eso familia, tira por abajo todo esto. El Reino predicado por Jesús entonces desafía y nos desafía: no podemos pensar nuestra religión como una mera suma de voluntades individuales, sino en el esfuerzo colectivo de vivir con la convicción firme  que mi vida tiene necesariamente que ver con la vida de mis hermanos. No estoy solo. No me salvo solo.

Por eso, en un mundo que exalta y sobredimensiona la figura del individuo por sobre todo lo demás, el Reino es contracultural, va en dirección opuesta, va en otro sentido. Mientras “los violentos” buscan amasar fortunas personales a toda costa y a cualquier precio, oprimiendo a los pobres y marginados, el Reino de Jesús va en un sentido completamente distinto: el sentido de mi vida pasa por poner mi originalidad al servicio de los otros, con la certeza de que todo hombre, por el mero hecho de ser humano, es mi hermano, es mi hermana.

Adviento, tiempo para convertirnos y esperar la venida de Jesús, que nos trae la Buena Noticia del Reino.

8 de diciembre

 

San Lucas 1, 26-38

Este 8 de diciembre es una fecha especial para todos los panameños ya que es el día en que se celebra el día de la madre desde el año 1930. Y aprovechamos para enviar un saludo a todas las madres que nos escuchan.

Y en la iglesia universal se celebra la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. En virtud de ello, los católicos celebramos el designio de Dios según el cual la Madre de Jesús fue preservada del pecado original desde el momento mismo de su concepción, es decir, desde el inicio de su vida humana. Que María haya sido concebida sin pecado es algo que puede entenderse dentro del plan divino de salvación. La Inmaculada Concepción de María constituye un dogma de fe y, por lo tanto, todo católico debe creer y defender dicha convicción, preservada en el corazón mismo de la Iglesia.

A mediados del siglo XIX, el Papa Pío IX, después de recibir numerosos pedidos de obispos y fieles de todo el mundo, en comunión con toda la Iglesia, proclamó la bula (Dios inefable) con la que queda decretado este dogma mariano:

“Que la doctrina que sostiene que la Beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."

El día elegido para la proclamación del dogma fue el 8 de diciembre de 1854, día en que habitualmente se celebra a la Inmaculada Concepción. En aquella ocasión, desde Roma fueron enviadas cientos de palomas mensajeras portando el texto con la gran noticia. Se cree que unos 400 mil templos católicos alrededor del mundo repicaron campanas en honor a la Madre de Dios.

Unos tres años después, la Virgen María, en una de sus apariciones en Lourdes, se presentó ante la humilde pastorcita Santa Bernardita con estas palabras: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.

Actualmente son miles las iglesias en todo el mundo que están dedicadas a la advocación de “La Inmaculada” y millones los fieles que le profesan una particular devoción.

 Los devotos de la inmaculada concepción también la llaman cariñosamente “La Purísima”.

7 de diciembre

 

San Mateo 18, 12-14

 

San Ambrosio cuyo nombre significa "Inmortal" es uno de los más famosos doctores que la Iglesia de occidente tuvo en la antigüedad junto con San Agustín, San Jerónimo y San León.

Cuando apenas tenía 30 años fue nombrado gobernador de todo el norte de Italia, con residencia en Milán, y posteriormente, fue elegido Obispo de esta ciudad por clamor popular. San Ambrosio se negó a aceptar el cargo pues no era sacerdote, pero se hicieron memoriales y el Emperador mandó un decreto señalando que el santo debía aceptar ese cargo. Desde entonces se dedicó por horas y días a estudiar las Sagradas Escrituras hasta llegar a comprenderla maravillosamente.

San Ambrosio componía hermosos cantos y los enseñaba al pueblo; además, escribió muy bellos libros explicando la Biblia, y aconsejando métodos prácticos para progresar en la santidad. Especialmente famoso se hizo un tratado que compuso acerca de la virginidad y de la pureza. Además de su sabiduría para escribir, tenía el don de la diplomacia siendo llamado muchas veces por el alto gobierno como embajador del país para obtener tratados de paz cuando se suscitaba algún conflicto.

Sus cualidades personales fueron las que le atrajeron la devota atención de todos. La actividad cotidiana de Ambrosio estaba dedicada a la dirección de su propia comunidad, y cumplía sus compromisos pastorales predicando a su pueblo más de una homilía semanal. San Agustín, quien fue un asiduo oyente de los sermones de San Ambrosio, nos cuenta en sus Confesiones que el prestigio de la elocuencia del obispo de Milán era muy grande y muy eficaz el tono de este apóstol de la amistad.

En sus escritos que han llegado hasta nosotros  se siente palpitar el corazón de un gran obispo, que logra suscitar conmovedora emoción en sus oyentes con argumentos llenos de emotividad y de interés. Como buen pastor le gusta enseñar cantos litúrgicos a su pueblo.

Entre sus escritos demuestra que el cristianismo puede asimilar sin peligro de alterar el significado de la buena noticia esos valores morales naturales que el mundo pagano y romano en particular supo expresar. Ambrosio murió en Milán el 4 de abril del 397.

 

6 de diciembre

 

6 de diciembre

San Lucas, 5, 17, 26

Sentado, Jesús enseña. A la gente le gustaba escucharlo. ¿Cuál es el tema de la enseñanza de Jesús? Hablaba siempre de Dios, de su Padre, pero hablaba de él de forma nueva, atractiva, no como hacían los escribas y los fariseos. (Mc 1,22.27). Jesús representaba a Dios como la gran Buena Noticia para la vida “condenada” del hombre; habla a un Dios Padre que ama y acoge a las personas, que no amenaza, ni condena.

 

Entre la multitud, un paralítico es transportado por cuatro hombres. Jesús es para ellos la única esperanza. Viendo su fe, dice al paralítico: ¡tus pecados te son perdonados! La fe tan grande del paralítico y la esperanza de sus compañeros que lo traen, era una señal evidente de que aquellos que lo ayudaban eran acogidos por Dios. Por eso Jesús exclama: ¡Tus pecados te son perdonados! O lo que es lo mismo: “Dios no te rechaza”.

 

Por eso los fariseos reaccionan diciendo: ¡Ese hombre habla de forma muy escandalosa! Según su enseñanza, solamente Dios podía perdonar los pecados. Y solamente el sacerdote podía declarar que una persona es perdonada y purificada. ¿Cómo es que Jesús sin estudios ni status social, podía declarar al paralítico que era perdonado y purificado de sus pecados? Por esto reaccionan los doctores y fariseos, y se defienden.

 

Evidentemente, es mucho más fácil decir: “Tus pecados te son perdonados”. Ya que nadie puede comprobar, de hecho, si el pecado ha sido perdonado o no. Pero si yo digo: “¡Levántate y anda!”, en este caso todos pueden ver si uno tiene poder o no de sanar. Por eso, para demostrar que, en nombre de Dios, él tenía poder de perdonar los pecados, Jesús dice al paralítico: “¡Levántate y anda!” ¡Sana al hombre! Y así hace ver que la parálisis no es un castigo de Dios por el pecado, y hace ver que la fe de los pobres es una muestra de que Dios los acoge en su amor.

Para la reflexión personal

 

• Si me pongo en el lugar de los que ayudan al paralítico: ¿sería capaz de ayudar a un enfermo, subirlo al techo, y hacer lo que hicieron los cuatro hombres? ¿Tengo tanta fe?

• ¿Cuál es la imagen de Dios que llevo dentro y que se irradia hacia los demás? ¿La de los doctores de la Ley o la de Jesús? ¿Dios de compasión o de amenaza?