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9 de diciembre

 

San Mateo 11,11-15

Jesús nos vuelve a hablar del núcleo central de su mensaje y en lo que puede resumirse todo el Evangelio: el Reino.

Y en esta página de Mateo, Jesús afirma casi con vehemencia que el “Reino es combatido violentamente”; y además que “los violentos intentan arrebatarlo”.

“Los violentos…” ¿Quiénes son esos violentos a los que se refiere Jesús? Nosotros podemos pensar en toda esa gente que, cegada frente al mensaje de salvación y liberación, vive con el corazón cerrado a todo lo que no pueda ser ella misma.

Pensar en un nuevo orden económico, socio-político, religioso y cultural, inaugurado por la Pascua de Jesús donde el mensaje central sea el del amor al prójimo, la construcción de la justicia y de la paz y la búsqueda del Bien Común para que nadie pase necesidad, a algunos les genera violencia. Porque molesta. Genera incomodidad. Pensar en un mundo así, a muchos, incluso cristianos, les causa pavor.

Estamos acostumbrados a consumir cultura y religión individualistas. A muchos de nosotros se nos enseñó que cada uno se salva solo y en virtud de sus méritos y buenas obras. Incluso muchos se formaron con la idea de que rezar es “estarse a solas con él solo”.

Creer que Dios es Trinidad y por eso familia, tira por abajo todo esto. El Reino predicado por Jesús entonces desafía y nos desafía: no podemos pensar nuestra religión como una mera suma de voluntades individuales, sino en el esfuerzo colectivo de vivir con la convicción firme  que mi vida tiene necesariamente que ver con la vida de mis hermanos. No estoy solo. No me salvo solo.

Por eso, en un mundo que exalta y sobredimensiona la figura del individuo por sobre todo lo demás, el Reino es contracultural, va en dirección opuesta, va en otro sentido. Mientras “los violentos” buscan amasar fortunas personales a toda costa y a cualquier precio, oprimiendo a los pobres y marginados, el Reino de Jesús va en un sentido completamente distinto: el sentido de mi vida pasa por poner mi originalidad al servicio de los otros, con la certeza de que todo hombre, por el mero hecho de ser humano, es mi hermano, es mi hermana.

Adviento, tiempo para convertirnos y esperar la venida de Jesús, que nos trae la Buena Noticia del Reino.