Lucas 2,36-40
En este pasaje bíblico se nos presenta a una mujer llamada
Ana, una profetisa que había vivido muchas décadas en el templo, dedicada a la
adoración y el servicio a Dios. Ana era una mujer de gran fe y conexión con
Dios, y se destacaba por su vida de oración y alabanza constante.
El versículo base de esta reflexión nos recuerda que hablar
de Dios y transmitir su mensaje no se limita a títulos o diplomas académicos,
sino a una experiencia íntima y profunda con Él. Ana personifica esta realidad,
ya que a través de su larga experiencia en la presencia de Dios, tenía el
testimonio y la autoridad para hablar de Él a los demás.
En nuestra sociedad actual, a menudo se busca la
instantaneidad y la inmediatez en todo, incluso en la formación y capacitación
espiritual. Se promociona la idea de que uno puede aprender rápidamente a ser
bueno en diferentes áreas, incluyendo la predicación y la enseñanza de la
Palabra de Dios. Sin embargo, la historia de Ana nos recuerda que esta conexión
con Dios necesita tiempo y dedicación.
La invitación es que en nuestra formación permanente como
discípulos de Cristo, dediquemos un lugar especial al diálogo con Dios, a la
oración y a la alabanza. No se trata solo de adquirir conocimiento teórico,
sino de cultivar una relación viva y profunda con nuestro Creador. Es en este
encuentro con Dios, en escuchar su voz y recibir su dirección, que seremos
capacitados para comunicar su mensaje de amor y salvación a los demás.
Así como Ana pasó años en la presencia de Dios,
fortaleciendo su fe y su conocimiento de Él, también necesitamos invertir
tiempo y esfuerzo en nuestra relación con Dios. Esto implica dedicar momentos
diarios para comunicarnos con Él, estudiar su Palabra, adorarlo y escuchar su
voz a través del Espíritu Santo.
Al hacerlo, estaremos preparados para hablar de Dios de una
manera auténtica y poderosa, no porque tengamos títulos o diplomas, sino porque
hemos experimentado personalmente su amor, su gracia y su poder transformador
en nuestras vidas. Que nuestra formación permanente se enfoque en este diálogo
con Dios, haciéndolo una prioridad en nuestra vida cotidiana.
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