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4 de diciembre

 

4 de diciembre, 10

San Mateo 9, 35.10,1.6-8

Hoy, la Iglesia celebra la Fiesta de San Juan Damasceno, Doctor de la Iglesia y defensor de la veneración de imágenes y reliquias de los santos. “Dado que ahora Dios ha sido visto en la carne y ha vivido entre los hombres, yo represento lo que es visible en Dios”, escribió alguna vez

San Juan Damasceno nació en la ciudad de Damasco, capital de Siria -”Damasceno” es su gentilicio-, y vivió entre los siglos VII y VIII. Creció en el seno de una familia cristiana acomodada. Insatisfecho con la vida en torno a lo político, ingresó al monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén. Fue ordenado sacerdote y, sin apartarse de la ascesis propia de la vida monacal, se dedicó también a la actividad literaria y pastoral.

Por aquel entonces, el emperador de Constantinopla, León el Isaurio, prohibió el culto a las imágenes, influenciado por los “iconoclastas” que acusaban a los católicos de idolatría. Los iconoclastas afirman -contra la doctrina cristiana- que el uso de imágenes es superstición y que estas deben ser destruidas. Por eso, se organizaban para quemarlas y perseguir a quienes las veneraban.

San Juan Damasceno defendió la veneración de las imágenes en sus tres “Discursos contra quienes calumnian las imágenes santas”. Allí escribió: “Yo no venero la materia, sino al creador de la materia, que se hizo materia por mí y se dignó habitar en la materia y realizar mi salvación a través de la materia”... “¿No es materia el madero de la cruz tres veces bendita? (...) ¿Y no son materia la tinta y el libro santísimo de los Evangelios? ¿No es materia el altar salvífico que nos proporciona el pan de vida? (...) Y antes que nada, ¿no son materia la carne y la sangre de mi Señor?”.

San Juan Damasceno también defendió el culto a las reliquias de los santos: "ante todo (veneramos) a aquellos en quienes ha habitado Dios, el único santo, que mora en los santos, como la santa Madre de Dios y todos los santos”.... “Estos son los que, en la medida de lo posible, se han hecho semejantes a Dios con su voluntad y por la inhabitación y la ayuda de Dios, son llamados realmente santos, no por naturaleza, sino por contingencia, como el hierro al rojo vivo es llamado fuego, no por naturaleza sino por contingencia y por participación del fuego. De hecho dice: ‘Seréis santos, porque yo soy santo’”.

San Juan Damasceno murió a mediados del S. VIII. El Segundo Concilio de Nicea (787) respaldó las tesis que defendió señalando que las imágenes pueden ser expuestas y veneradas legítimamente porque el respeto que se les muestra va dirigido a la persona que representan. El Papa León XIII lo proclamó Doctor de la Iglesia Universal en 1890.

3 de diciembre

 

San Mateo, 9-27-31

En el día de hoy, la Iglesia celebra a San Francisco Javier, sacerdote jesuita, patrono de los misioneros. A Francisco Javier se le ha llamado “el gigante de la historia de las misiones”, debido a su ímpetu evangelizador y a la fuerza espiritual con la que condujo empresas apostólicas particularmente difíciles, como llevar el Evangelio a Oriente, especialmente a Japón.

San Francisco Javier nació en 1506, en el Castillo de Javier en Navarra, cerca de Pamplona (España). A los 18 años fue a estudiar a la Universidad de París (Francia).  Y allí  conoció al entonces estudiante Íñigo de Loyola.

Francisco entabló una amistad profunda con Íñigo, el futuro San Ignacio de Loyola. Junto con él y un grupo pequeño de compañeros formaron lo que sería el primer grupo de la Compañía de Jesús. Finalizados sus estudios, hizo los votos y realizó los Ejercicios Espirituales. Gracias a estos pudo comprender lo que su amigo Ignacio solía decirle: "Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que dura eternamente". Su consagración definitiva en la Compañía de Jesús se produjo en 1534.

Años después, Francisco Javier sería ordenado sacerdote en Venecia. Posteriormente, viajaría a Roma, junto a San Ignacio y lo ayudaría en la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús.

 

En la primera expedición misionera de la Compañía, Francisco es enviado a la India. En Goa, los jesuitas, encabezados por Francisco Javier, se dieron con una situación terrible. La decadencia moral entre los portugueses campeaba sin control y muchos se habían alejado de su fe. Entre otras cosas, los colonos portugueses ejercían un trato cruel con los nativos. Allí permaneció hasta que en 1549 partió rumbo a Japón. En la Isla del sol naciente las cosas no fueron fáciles. Así como algunos de sus habitantes se convirtieron, los cristianos no eran bien vistos porque no seguían las costumbres locales y proclamaban a un Dios ajeno a sus costumbres, donde el perdón y la caridad parecían no tener lugar.

Por un tiempo, Francisco Javier retornó a la India para después trasladarse a Malaca, donde empezó a hacer los preparativos para el viaje a la China, cuyo territorio era inaccesible para los extranjeros.

El Santo logró formar una expedición y llegar hasta la isla desierta de Sancián cerca a la costa de China, y a unos cien kilómetros al sur de Hong Kong. Sin embargo, cae gravemente enfermo. El 3 de diciembre de 1552, Francisco muere sin poder llegar al país que soñó evangelizar.

Su cuerpo fue puesto en un féretro lleno de barro para ser trasladado. Después de diez semanas el barro fue retirado y su cuerpo fue hallado incorrupto. El cuerpo del santo fue llevado a Malaca primero y luego a Goa. Allí, en la Iglesia del Buen Jesús, reposan sus restos hasta hoy.

San Francisco Javier fue canonizado en 1622, junto a otros grandes santos como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, San Felipe Neri y San Isidro Labrador.

2 de diciembre

 

San Mateo 7,21.24-27

Empezamos a vivir de lleno este tiempo de adviento que es un tiempo de preparación y espera para el gran acontecimiento de la Navidad.

El Evangelio de hoy nos lleva a reflexionar sobre dos cosas fundamentales en la vida de un cristiano: el hacer y el decir.

La verdad es que nosotros hablamos mucho. A veces hacemos largos discursos. Hay prédicas que son larguísimas. Podemos correr el riesgo de llenarnos la boca de Jesús, pero no por eso tener su mismo estilo de vida.

San Ignacio de Loyola nos recuerda que “el amor está más en las obras que en las palabras”. Por este motivo, el Evangelio nos invita justamente a tener, manifestar y vivir con esta convicción: no son los que gritan el nombre del Señor lo que entran al Reino definitivo, sino los que cumplen la voluntad del Padre. Y esta voluntad es que nos amemos los unos a los otros.

Yo me puedo llenar la boca incluso también hablando del amor. Es más; creo que debe ser una de las palabras más manoseadas de nuestra época; tanto, que algunos nos quieren hacer creer que el amor se hace. “Hacer el amor”. Nosotros decimos que no. Que el amor se sueña, se construye, se padece, se sufre, se anhela, pero por sobre todas las cosas, se vive. Nosotros los cristianos entendemos que no puede haber otra manera de vivir que no sea la de amar.

¿Y qué es amar? Es poner primero el interés del otro por sobre mi propio interés. Es mirar el bien del otro por sobre el propio mío. Es salir de mi zona de confort y bienestar para atender el clamor que los pobres tienen hacia mí. Es vivir renunciando a toda seguridad que no sea la palabra de Jesús.

Si vivimos así, tendremos vidas que serán como casas edificadas sobre roca.

Si no, los torrentes del mal espíritu nos van a arrojar lejos del fin para el que fuimos creados.

 

1 de diciembre

San Mateo 15,29-37

 ¡Ya estamos en adviento!, tiempo de emprender el camino a Belén, al encuentro de Dios que en Jesús, viene a nosotros.

Él nos convoca, invita, prepara el Banquete, soluciona las dificultades que surgen, sana las heridas, ¡sacia el hambre y está atento! ¿Qué más podemos pedir? Si él ya tiene todo preparado, pensado.

 

Hoy la Palabra nos presenta a Jesús en la orilla del lago, sentado. Que recibe a mucha gente que se acerca a él; no vienen solos, sino trayendo a sus hermanos que están mancos, sordos, ciegos, y otros muchos enfermos. Jesús los sana, provocando en toda admiración, alegría, gozo, alabanza. Y no sólo eso, dándose cuenta de que no tenían que comer, pide ayuda a sus discípulos para darles a todos de comer y saciarlos.

 

Quisiera compartir estas imágenes que me resonaron:

 

La primera es Jesús sentado a la orilla, lo imagino relajado, contento junto a sus amigos, los discípulos y esperando.

 

La segunda es la gente que no llega sola ante Jesús, sino trayendo a alguien que necesita sanación o curación.

 

La tercera: Jesús sana a los enfermos y se arma la fiesta, el gozo, la alabanza y sabiendo la necesidad de los demás y el esfuerzo que hicieron por llevar a otros, sacia a todos dándoles de comer.

 

El adviento nos invita a salir al encuentro de Jesús, que nos espera cerca, sabiendo por donde andamos, se acerca a nuestra orilla. Es por eso que pido a Dios me regale un corazón grande para poder salir a su encuentro junto a mis hermanos, dejándome llevar hasta él, porque estoy necesitado de que me cure y sane o incluso con mis heridas, poder llevar a mi hermano que necesita de Él. Creo que la clave está en no llegar solos, sino acompañado.

 

¿Has pensado  a quién pedirle ayuda para ir hasta Jesús, o a quien vas a invitar para ir juntos?


30 de noviembre

 

San Mateo, 4, 18-22

Cada 30 de noviembre se celebra la Fiesta de San Andrés Apóstol, hermano de San Pedro y patrono de la Iglesia Ortodoxa.

San Andrés nació en Betsaida, fue primero discípulo de Juan el Bautista y luego siguió a Jesús. Por intermedio de él, Pedro, su hermano, conoció al Señor.

En los Evangelios, es mencionado varias veces. Andrés, por ejemplo, es quien escucha a Felipe decir que hay unos peregrinos griegos que quieren conocer al Señor y lo acompaña para comunicárselo a Jesús. Andrés también aparece en el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Es él quien le presenta a Jesús al muchacho que tenía los cinco panes y los dos peces.

La tradición señala que el apóstol San Andrés, después de Pentecostés, fue a predicar la Buena Nueva entre los griegos, y que fue crucificado en Acaya (Grecia). Se dice que la cruz en la que murió tenía la forma de una “X”. De aquí surge la llamada tradición que da cuenta de la “cruz aspada”, conocida popularmente como la “cruz de San Andrés”.

El Apóstol Andrés fue el fundador de la Iglesia de Constantinopla -actual ciudad de Estambul, Turquía-, donde el Papa Francisco, en noviembre de 2014, tuvo un encuentro con Bartolomé, actual heredero de San Andrés, Patriarca de Constantinopla y cabeza de la Iglesia Ortodoxa.

Aquel encuentro marcó un hito en la larga historia de acercamientos entre cristianos ortodoxos y católicos, en búsqueda de la unidad del Pueblo de Dios. Uno de los momentos más emotivos de aquella histórica visita papal tuvo lugar en las vísperas de la Fiesta de San Andrés, cuando el Papa Francisco le pidió la bendición a Bartolomé e inclinó la cabeza para recibirla. El Patriarca, quien en varias oportunidades llamó a Francisco "hermano", lo bendijo y besó su cabeza.

29 de noviembre

 

San Mateo 8, 5-11

El centurión del Evangelio de hoy tiene mucho para enseñarnos, él se dirige a Jesús con dos actitudes que a nosotros nos van a venir bien reconocer.

Lo primero que mueve y empuja a acercarse a Jesús es la necesidad, la desesperación, la búsqueda de solución ante su urgencia. Si bien lo que necesita es la sanación de su sirviente, lo hace sin esperar y con rapidez, ni siquiera puede esperar a que vaya Jesús a su encuentro.

 Esto nos ayuda a nosotros a descubrirnos tantas veces así, desesperados; tantas veces nos apremia de tal forma la necesidad que corremos buscando a Dios, para que sea Él que de fin al momento que estamos pasando, pero esto no lo podemos dar como supuesto.

Entonces es bueno preguntarse ¿busco a Dios como la verdadera solución a lo que me sucede?, ¿soy capaz de rogarle como hizo el centurión?, ¿insisto en la súplica o me dejo vencer rápido si no encuentro la respuesta que quería?

 

Y la segunda actitud del centurión que nos viene bien descubrir es la de la humildad. La expresión: “no soy digno de que entres en mi casa”, es la mejor síntesis. La humildad es la verdad, la verdad de ni siquiera ser digno de que el mismo Jesús se acerque a él.

No es un hombre religioso, no conoce acerca de la Escritura y menos conoce sobre quién es el hombre al que le está hablando. Pero sí sabe quién es él, no se cree más de lo que es, se sabe así, y por eso pide en verdad, porque no pide ni más de lo que necesita, ni más de lo que le corresponde.

 Y pide con la frente baja, pide rogando, pide casi de rodillas, porque la oración, la humildad y el pedido son una síntesis perfecta que el corazón del Maestro no resiste.

Ante tan magnífica actitud a la hora de pedir, es bueno que nosotros nos preguntemos: ¿mi oración tiene como principio la humildad?, ¿pido aceptando lo que Dios pueda tener pensado para mí?, ¿cómo reacciono ante la respuesta de Dios?

La urgencia y la humildad, dos momentos en los que todos muchas veces estamos. Que sea sin duda la humildad la que siempre acompañe nuestra oración, nuestra súplica ante nuestra urgencia.

Que Dios te bendiga y te conceda una santa preparación para la Navidad.

28 de noviembre (Primer domingo de Adviento)

 

Primer domingo de Adviento

san Lucas (21,25-28.34-36)

 

"La vida que Dios quiere"

Todos nosotros tenemos, en nuestra vida, personas a las que queremos de manera especial. Nuestros padres, nuestros hijos, nuestros familiares y amigos, todos ellos ocupan un lugar especial en nuestra vida y en nuestro corazón. Cuando pensamos en ellos, les deseamos lo mejor. Cuando estamos con ellos, nosotros mismos nos sentimos bien.

¿Qué hacemos por las personas que queremos? Nos gusta hacer felices a los que amamos, ¿no es así? Sí, nos gusta complacerlos. Por ejemplo: una esposa que quiere complacer a su marido cocina la comida que más le gusta. El marido, por su parte, compra para su mujer la ropa que ella prefiere. Un amigo compra para su amigo un regalo que sabe que le hará feliz. Así es como se comportan las personas que se aman: hacen todo lo posible por complacer al otro de diferentes maneras, pequeñas y grandes.

Ahora bien, si te preguntara "¿Amas a Dios?" Probablemente te sorprenderías y dirías: "¡Por supuesto que amo a Dios!"

Sí, amamos a Dios. Al menos, intentamos amarlo. En el fondo de nuestro corazón, sabemos bien que Él es muy bueno con nosotros. Él mismo nos ama de muchas maneras. Nos da tantos regalos y bendiciones. Queremos amarlo a cambio.

Para demostrar que lo amamos, queremos complacerlo. Pero, a veces, no estamos muy seguros de cómo hacerlo. ¿Qué podemos hacer para hacer feliz a Dios?

Hoy, en la segunda lectura, el apóstol Pablo nos da la respuesta a esta pregunta. Nos dice cómo podemos agradar a Dios. Esto es lo que dice:

"Les rogamos y los exhortamos   a que progresen  cada vez más en el tipo de vida que deben  llevar: En la vida que Dios quiere.

 Esto es lo que realmente agradará a Dios. Pero quizás todavía te estés preguntando: "¿Qué es ese tipo de vida?"

En el evangelio de hoy, Jesús nos muestra cuál es esa vida que agradará a Dios nuestro Padre. Nos dice lo que debemos hacer. Acabamos de escuchar sus palabras leídas en el evangelio:

Esten alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente.

Manténganse despiertos orando en todo momento para tener fuerza para sobrevivir a todo lo que va a suceder. Jesús nos está diciendo dos cosas: que nos vigilemos y que permanezcamos despiertos. Él mismo explica lo que quiere decir. Recordemos sus palabras.

 

¿Por qué dice que debemos vigilarnos a nosotros mismos? Porque nuestros corazones se endurecerán. Esto significa que nuestros corazones se volverán duros. No escucharán el mensaje de Dios. No estarán atentos a lo que le agrada a Él. Jesús menciona tres cosas que pueden endurecer nuestros corazones: el libertinaje, la embriaguez y el cuidado de la vida.

El libertinaje es  una gran falta de respeto por el regalo que Dios me ha hecho.

La embriaguez es otra forma de utilizar los dones de Dios de manera equivocada. Dios nos ha dado muchas cosas para que nuestra vida sea feliz. Pero, cuando nos da algo, quiere que lo usemos de una manera que le agrade. Cuando me emborracho, muchas veces ya no me comporto como un ser humano. Mi mente está dormida.

 

¿Y qué son esos cuidados de la vida de los que habla Jesús? ¿Quiere decir que no debemos hacer nada por nuestros problemas, o que no debemos preocuparnos por nuestros hijos? En absoluto.

 Los cuidados de los que habla son las preocupaciones y los temores que no deberían estar en nuestros corazones. Preocupaciones que nos inquietan, que nos dan miedo.

Por ejemplo: la preocupación por conseguir siempre más dinero, sea cual sea el medio. El deseo de ser muy rico, muy rápido. O la sed de poder.

Esto puede quitarme el sueño. Hago planes para convertirme en una persona así. Pero me preocupa, tengo miedo de que otras personas se interpongan en mi camino. ¿Cómo puedo escuchar la voz de Dios en mi corazón, cuando mi corazón está tan ocupado escuchando otras voces?

Jesús dice que también debemos "permanecer despiertos, orando". ¿Orando por qué? Por la fuerza: "la fuerza para sobrevivir a todo lo que va a suceder". Todo lo que nos pase, de día en día: los problemas, las dificultades, los sinsabores que nos trae la vida.

Podemos superarlos, pero sólo con la fuerza que viene de Dios. Tenemos que rezar por ello. Con esa fuerza no nos desanimaremos, sea lo que sea lo que tengamos que afrontar.

Orar también por la confianza. La confianza para estar ante Jesús sin miedo en nuestros corazones. Dios nos ama más de lo que podemos entender. Esta es "la vida que Dios quiere". Pablo nos dice: "Ya la estan viviendo". Sí, lo intentamos. Pero sabemos que podemos hacerlo mejor. Este periodo de ADVIENTO es un buen momento para empezar. He dicho al principio que hoy empezamos este periodo de preparación de nuevo para la venida de Dios en Navidad. Es un buen momento para mirar nuestras vidas y ver si realmente son "el tipo de vida que estamos destinados a vivir".

Esta semana, al examinar nuestras vidas, deberíamos elegir una cosa que sabemos que Dios no querría ver allí. Puede ser la embriaguez, puede ser la infidelidad a mi pareja. Sea lo que sea, déjame deshacerme de ello. Para poder hacerlo, permíteme pedirle a Dios que su propia fuerza actúe en mí. Y déjame tener plena confianza en que Él me dará esto, y todo lo que necesito para vivir la vida que Él quiere.

27 de noviembre

 

San Juan, 2, 1-11

La Medalla Milagrosa es un poderoso recurso ofrecido por la Madre de Dios a los hombres, particularmente adecuado para épocas de crisis como la actual. Debe su origen a las célebres apariciones marianas ocurridas en la capilla de la rue du Bac (calle del Bac), en París.

 

El sábado 27 de noviembre de 1830, la Virgen Inmaculada se apareció a Santa Catalina Labouré, entonces joven novicia de la Congregación de las Hermanas de la Caridad, y le confió la misión de hacer acuñar una medalla según el modelo que le reveló: “Haz acuñar una medalla igual a este modelo. Las personas que la lleven con confianza recibirán grandes gracias, sobre todo si la llevan pendiente del cuello”, prometió la Virgen.

 

Poco tiempo después, una terrible epidemia de cólera, proveniente de Europa oriental, se desata sobre París. La peste se manifestó el 26 de marzo de 1832 y se extendió hasta mediados de aquel año. El 1º de abril, fallecieron 79 personas; el día 2, 168; al día siguiente, 216; y así fueron aumentando las muertes hasta alcanzar a 861 el día 9. En total fallecieron 18.400 personas, oficialmente. En realidad el número fue mayor, dado que las estadísticas oficiales y la prensa disminuyeron las cifras para evitar que se extendiera el pánico popular.

 

El día 30 de junio, fueron entregadas las primeras 1.500 medallas que habían sido encomendadas por el Padre Juan María Aladel, confesor de Catalina, a la Casa Vachette. Las Hermanas de la Caridad, no sabiendo qué hacer para remediar la situación, comienzan a distribuir las primeras medallas... y los enfermos se curan. “¡La medalla es milagrosa!” — proclaman a una voz. La noticia se difunde, y la medalla y los milagros también. De ahí proviene el nombre con el que se la conoce hasta hoy.

 

Hasta 1836, más de quince millones de medallas habían sido acuñadas y distribuidas en el mundo entero. En 1842, su difusión llegaría a la impresionante cifra de 100 millones. De los más remotos países llegaban relatos de gracias extraordinarias alcanzadas por medio de la Medalla: curación de enfermedades, enmienda de vidas, protección contra peligros inminentes, etc.

 

En vista de tantos hechos extraordinarios el Arzobispo de París, Mons. Jacinto de Quélen –quien había autorizado acuñar la Medalla y obtenido para sí mismo una gracia extraordinaria por su intermedio–, mandó hacer una investigación oficial sobre el origen y los hechos relacionados con la portentosa insignia. He aquí sus conclusiones:

 

“La rapidez extraordinaria con la cual esta medalla se ha propagado, el número prodigioso de medallas que han sido acuñadas y distribuidas, los hechos maravillosos y las gracias singulares que los fieles han obtenido con su confianza, parecen verdaderamente los signos por los cuales el Cielo ha querido confirmar la realidad de las apariciones, la veracidad del relato de la vidente y la difusión de la medalla”.

 

 

 

26 de noviembre

 

San Lucas 21, 29-33

Ya se nos está terminando el año, y ya se nos termina el año litúrgico, ya en unos días comenzamos el adviento, este tiempo de preparación gozosa a la Navidad, y el evangelio de Jesús sigue con esta tonalidad escatológica del fin de los tiempos y una vez más Jesús nos da otra máxima para nuestra vida, otro principio para el corazón, del que tenemos que recordar y vivir siempre.

 

Escuchen: –“El cielo y la Tierra pasaran, pero mis palabras no pasaran”. ¡Que grande Jesús! ¿Jesús es Dios, por eso tiene pretensiones de eternidad en nuestro corazón.

 

Nosotros podemos jugar con esta frase y decir: -las modas pasaran, las ideologías pasaran , mis caprichos pasaran, mis idas y venidas pasaran, mis problemas familiares pasaran, mis problemas de estudio pasaran, aquellas cosas que no resuelvo pasaran; pero la Palabra de Jesús, no pasaran nunca, ¡que fantástico!  Poder descubrir que cuando nosotros abrazamos en la Fe la palabra de Dios, estamos abrazamos algo novedoso pero a la vez tan firme, tan estable en el que podemos cimentar nuestra vida.

 

Nuestra vida ya no está sujeta a los vaivenes de la moda, de las ideologías, de los caprichos, de las locuras mías o ajenas. Sino que mi vida puede estar firme en la Palabra cariñosa y amorosa de Jesús. Ahí tenemos que poner el corazón, en las palabras amorosas, cariñosas, esperanzadoras de Jesús. “El cielo y la tierra pasaran, pero mis palabras no pasaran”, nos dice Jesús.

 

Jesús, Tú pareces haber aprendido tanto de la naturaleza. Concédeme el mismo conocimiento, de manera que pueda captar la presencia, la acción y el cuidado de Dios en mi vida.

La mención de esta higuera en este evangelio me recuerda a la otra higuera a la que se le concede una segunda posibilidad de dar fruto. ¿Tengo el coraje para empezar de nuevo cuando las cosas no funcionan la primera vez?

Es una dura lección: cuando nuestras vidas se vuelven inciertas y llenas de temores, el Reino de Dios está cerca. Está presente en los Misterios Dolorosos, así como en los Gozosos. San Juan de la Cruz decía: "El amor es fruto de la fe, es decir, de la oscuridad" Nos aferramos a Ti.

 

 

25 de noviembre

 

San Lucas 21, 20-28

Hoy en la iglesia celebramos a Santa Catalina de Alejandría. De acuerdo a la tradición, Catalina vivió en el siglo IV, pero su culto no se extendió hasta dos siglos después, llegando a ser muy popular en Europa. A Catalina se le considera patrona de los filósofos, de las estudiantes, de las mujeres solteras y de los oficios que se relacionan con el uso de la rueda

Santa Catalina de Alejandría nació en Egipto en el seno de una familia noble, hacia el año 290. Fue hija del rey Costo y desde muy pequeña destacó por su inteligencia. Como tuvo la oportunidad de recibir educación, su habilidad la llevó a codearse con filósofos y poetas. Su conversión tuvo que ver con un sueño, en el que se le apareció Jesús, y por el que Catalina decidió acercarse al cristianismo y aprender su doctrina. Iniciado el camino de la fe, Catalina habría decidido consagrar su vida al Señor Jesús.

 

En el año 310, el emperador romano Majencio visitó Alejandría para presidir las ceremonias dedicadas a los dioses y ordenó que se ofrecieran sacrificios. Catalina se negó a hacerlo y en vez de entregar su ofrenda se santiguó delante del Emperador.

 

Este, enfurecido, la mandó llamar. Ella se presentó ante Majencio y este la cuestionó sobre su conducta. Acto seguido, ella lo retó a debatir sobre el Dios verdadero. Tal fue la contundencia de las palabras de Catalina que el Emperador quedó impresionado por su sabiduría y belleza. Entonces, Majencio, mandó llamar a un grupo de sabios para que debatan con ella.

 

Cuando se llevó a cabo la confrontación, Catalina no solo logró salir airosa de los cuestionamientos de los sabios, sino que argumentó con tal excelencia sobre Dios que ellos decidieron abrazar aquella sabiduría que la Santa poseía. Como muchos otros que conocieron a Santa Catalina, se hicieron cristianos. El Emperador, tomando nota de lo sucedido mandó matar a aquellos sabios.

 

Majencio, en plan de darle una última oportunidad, propuso a Catalina que sea una de las doncellas acompañantes de la Emperatriz, pero ella rechazó tal cosa, por lo que fue azotada y encerrada en un calabozo sin alimento. La mujer del Emperador, conmovida, la visitó en su celda en compañía de uno de sus generales, Porfirio, y fueron testigos de la aparición de unos ángeles que acompañaban y curaban las heridas de Catalina. La joven les habló de la doctrina cristiana y convirtió sus corazones al Señor.

 

El Emperador consideró esto como la mayor de las afrentas y la mandó torturar. Un grupo de soldados construyó un artefacto que tenía una rueda con clavos y cuchillas. Cuando sujetaron a Catalina, ella oró al Señor y el artificio saltó en pedazos. El siguiente recurso fue condenarla a muerte por decapitación. El golpe de la espada del verdugo cercenó su cabeza, pero su cuerpo no llegó a ser profanado porque unos ángeles trasladaron sus restos al Monte Sinaí.

 

Dos siglos más tarde, el Emperador Justiniano, quien era cristiano, erigió el Monasterio de Santa Catalina, en honor de la joven mártir, considerado uno de los monasterios más antiguos del mundo.

24 de noviembre

 

San Lucas 21, 12-19

El día de hoy conmemoramos a San Andrés Dung-Lac junto con los otros 116 mártires vietnamitas de los siglos XVIII y XIX. San Andrés Dung-Lac nació en el seno de una familia no cristiana en Bac Ninh, en el actual Vietnam.

 que en aquella época se conocía como Cochinchina. Su nombre civil era Dung An Trân. Su familia era tan pobre que para poder subsistir al mudarse a Hanoi, lo vendieron.

Después de algunos periplos, tuvo la bendición de caer en las manos de un misionero católico de Vinh Tri, donde San Andrés fue bautizado e instruido.

Con el tiempo llegó a catequista, y prosiguió sus estudios de teología; finalmente fue ordenado sacerdote en 1823. San Andrés Dung-Lac fue adscrito entonces a la parroquia de Ke-Dâm.

 

Luego de varios años de tolerancia, en 1835 se desató en Vietnam una cruel persecución anticristiana ordenada por el rey Minh-Mang. San Andrés fue capturado y sentenciado a prisión, aunque pudo salir gracias a que sus compañeros de la comunidad consiguieron pagar la fianza.

Para guardar mayor sigilo, San Andrés Dung-Lac adoptó entonces un nombre diferente, pero no cejó en su misión apostólica, a pesar de la prohibición.

Cuatro años después fue denunciado con el alcalde de Ke-Song y volvió a ser arrestado, junto con San Pedro Truong Van Thi. La comunidad consiguió las 200 piezas de plata que las autoridades exigían para dejarlos libres, y pudieron salir de la cárcel.

Sin embargo, al poco tiempo, por reincidir en la fe, volvió a ser hecho prisionero, pero esta vez lo llevaron a Hanoi, la ciudad principal.

Al rehusarse a renegar de su religión, San Andrés Dung-Lac fue sometido a torturas y condenado a morir por decapitación.

Incluido entre los 117 mártires vietnamitas, San Andrés Dung-Lac fue canonizado en 1988 por el papa Juan Pablo II.

Los Canonizados el 19 de junio de 1988 en la Plaza de San Pedro:

23 de noviembre

 

San Lucas 21, 5-11

Hoy celebramos a San Clemente, que  fue el tercer sucesor de San Pedro (después de Lino y Cleto) y gobernó a la Iglesia desde el año 93 hasta el 101. El año 96 escribió una carta a Los Corintios, que es el documento Papal más antiguo que se conoce (Después de las cartas de San Pedro).

En esa carta da muy hermosos consejos, y recomienda obedecer siempre al Pontífice de Roma (Entre otras cosas dice: "el que se conserva puro no se enorgullezca por ello, porque la pureza es un regalo gratuito de Dios y no una conquista nuestra").

Por ser cristiano fue desterrado por el emperador Trajano a Crimea (al sur de Rusia) y condenado a trabajos forzados a picar piedra con otros dos mil cristianos. Las actas antiguas dicen que estos le decían: "Ruega por nosotros Clemente, para que seamos dignos de las promesas de Cristo".

San Ireneo (que vivió en el siglo segundo) dice que Clemente vio a los santos apóstoles Pedro y Pablo y trató con ellos.

Las Actas antiguas añaden que allá en Crimea convirtió a muchísimos paganos y los bautizó. Los obreros de la mina de mármol sufrían mucho por la sed, porque la fuente de agua más cercana estaba a diez kilómetros de distancia. El santo oró con fe y apareció allí muy cerca una fuete de agua cristalina. Esto le dio más fama de santidad y le permitió conseguir muchas conversiones más.

Un día las autoridades le exigieron que adorara a Júpiter. Él dijo que no adoraba sino al verdadero Dios. Entonces fue arrojado al mar, y para que los cristianos no pudieran venerar su cadáver, le fue atado al cuello un hierro pesadísimo. Pero una gran ola devolvió su cadáver a la orilla.

San Cirilo y San Metodio llevaron a Roma en el año 860 los restos de San Clemente, los cuales fueron recibidos con gran solemnidad a Roma , y allá se conservan.

Oremos por nuestro actual Papa, Francisco , para que a imitación de San Clemente y los demás Pontífices santos que ha tenido la Iglesia Católica, sepa guiar sabiamente a los que seguimos la santa religión de Cristo.

22 de noviembre

 

San Lucas 21, 1-4

Hoy  se celebra la fiesta de Santa Cecilia,  patrona de músicos y poetas. Ella  es una de las mártires de los primeros siglos más venerada por los cristianos. Se dice que el día de su matrimonio, mientras los músicos tocaban, ella cantaba a Dios en su corazón. Es representada generalmente tocando un instrumento musical o cantando.

Las actas de la Santa la presentan como integrante de una familia noble de Roma, que se habría convertido al cristianismo durante su infancia. Cecilia, como lo hicieron numerosas mujeres cristianas de los primeros siglos, consagró su virginidad a Dios. Aún así, fue entregada en matrimonio por su padre, quien la casó con un joven pagano llamado Valeriano.

La noche de bodas, Cecilia le dijo a Valeriano: "Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio si me respetas, el ángel te amará como me ama a mí”.

El esposo le pidió que le mostrara al ángel y que haría lo que ella le pidiera. Cecilia le dijo que si él creía en el Dios vivo y verdadero y recibía el bautismo, entonces vería al ángel. Valeriano fue a buscar al obispo de Roma, Papa Urbano, quien lo instruyó en la fe y lo bautizó. Tiempo después, el ángel se le apareció a ambos y les puso una guirnalda de rosas y lirios sobre la cabeza como símbolo de su unión espiritual. El hermano de Valeriano, Tiburcio, contagiado de la alegría de los jóvenes esposos se acercaría a ellos y también se haría cristiano.

Lamentablemente, la persecución contra los cristianos alcanzaría a Valeriano y Tiburcio, quienes murieron martirizados por órdenes del prefecto Turcio Almaquio. El relato prosigue señalando que Máximo, funcionario del prefecto, fue designado para ejecutar la sentencia pero que se negó a cumplirla porque se había convertido al cristianismo. El prefecto entonces ordenó que fuera ejecutado junto a los hermanos. Cecilia recogió los restos de los tres hombres y los enterró en una tumba cristiana.

No pasaría mucho tiempo para que Cecilia también fuese víctima de la persecución y condenada a muerte. Se le ordenó rendir culto públicamente a los dioses paganos, pero se negó. Por ello fue condenada a morir por ahogamiento en la fuente de baño de su propia casa. Como no pudieron matarla, hirvieron agua y la colocaron en ella, pero eso tampoco funcionó. El Prefecto entonces pidió que fuese degollada. El relato da cuenta de que el ejecutor dejó caer su espada tres veces sobre su cuello sin tener éxito. Asustado, el verdugo huyó dejando a la joven virgen bañada en su propia sangre. Se dice que Cecilia vivió tres días más. El papa Urbano I enterró su cuerpo en la catacumba del papa Calixto I.

Homilía dominical 21 de noviembre

ELIJO AL REY

 

Érase una vez un Rey que, queriendo compartir sus bienes con todos sus súbditos, emitió un edicto invitándoles a visitar su castillo el 21 de noviembre de 2021.

"Todas mis riquezas: joyas, alfombras, muebles, relojes, coches... todo lo que poseo será expuesto en el gran patio del castillo. Pueden llevarse todo lo que necesiten.

Finalmente, llegó el 21 de noviembre. Las puertas se abrieron a las 10 de la mañana, y la gente, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, empezaron a llenar el patio.

El Rey, sentado en su magnífico trono situado en el centro, podía observar el comportamiento de la gente. Era un gran mercado, rico y gratuito. Hombres y mujeres codiciosos se llenaban los bolsillos y las bolsas.

Una anciana, viuda, pobre y temerosa se acercó al trono del rey y le preguntó

¿Es cierto, Su Majestad, que puedo tomar cualquier cosa que vea aquí?

Sí, puedes elegir cualquier cosa que necesites o quieras, respondió el rey.

Mirándole con ojos brillantes, la anciana dijo: "Elijo al Rey".

Por haber elegido al Rey, todo lo que poseo es también tuyo.

Ella eligió al Rey, el dueño de las cosas, y pasó a formar parte de la familia del Rey.

El año litúrgico termina con esta hermosa y significativa fiesta, Cristo Rey, Cristo, Rey, ayer, hoy y mañana. Es un recordatorio de que JESÚS volverá a la tierra y su gobierno y su juicio afectarán a todos.

Elegir a Cristo Rey es una elección peligrosa. Exige servir, lavar los pies, comer con los pecadores, obedecer al Padre, ser y morir por los demás.

Los Reyes que conozco representan la gloria y el prestigio del pasado. No tienen ningún poder ni autoridad real. Están ahí por tradición y decoración.

Viven en castillos grandiosos, llevan uniformes elegantes, leen largos discursos escritos por uno de sus súbditos y, según las encuestas, son respetados y amados por el pueblo.

En el Evangelio de hoy, tenemos esta breve conversación entre Pilato, un rey humano, y Jesús, un rey divino.

"Mi reino no es de este mundo".

"Tú eres Rey, pues, dijo Pilato".

"Tú dices que soy un Rey", respondió Jesús".

La respuesta segura hubiera sido un simple No, pero esa no es la respuesta de Jesús.

Pero tampoco respondió SÍ, y esto nos interesa a los que celebramos el domingo de Cristo Rey.

Jesús dice que "sí y no". Todo depende de lo que entendamos por rey.

"Mi reino no es de este mundo", dice Jesús.

Pilato sólo escuchó dos palabras: "Mi reino".

"Sí, soy un Rey", dice Jesús.

Jesús no se vestía como un rey, no hablaba como un rey, no actuaba como un rey, no buscaba el poder... por lo que también podía decir, no soy un rey. No tengo un reino que defender, ni fronteras que proteger, ni muros que construir...

"He aquí que tu Rey viene a ti manso y montado en un asno".

Su reino no compite con otros poderes terrenales que gobiernan porque su gobierno está esencialmente por encima de ellos.

Porque su reino es de verdad y justicia, de amor y de perdón.

El reino de Jesús se extiende por todo el universo, creado y redimido por él.

Jesús, el Rey manso, viene a servir.

"Saben que los jefes de las naciones se enseñorean de ellas y que sus mayores son tiranos sobre ellas", dice Jesús a sus discípulos. Las tentaciones de grandeza y poder no tienen cabida en él. Ha venido como alguien que sirve.

Jesús, el Rey manso, asegura a sus seguidores que somos de gran valor, más valiosos que cualquier otra criatura de este universo.

No somos sus súbditos, somos familia.

Nos enseña a poner la otra mejilla, a recorrer la milla extra y quiere que creamos y vivamos en una comunidad donde el amor y el perdón sean el único mandamiento a cumplir.

La pregunta que debemos hacer hoy no es la que Pilato le hizo a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?".

"¿Eres tú, Jesús, el Rey de mi vida?

¿Muestra mi vida que Jesús es mi Rey?

¿Afecta mi fe mi forma de vivir?


 

20 de noviembre

 

20 de noviembre

San Lucas 20, 27-40

Continuamos desarrollando el Evangelio de San Lucas y hoy  se presenta un caso muy particular: la ley de Moisés mandaba que, si una mujer enviudaba y no había tenido hijos con su marido, debía casarse con su hermano.

 Como había un grupo que no creía en la resurrección, le presentan a Jesús este caso en el cual una mujer se había casado con un hombre, no tuvo hijos, muere el hombre, se casa con el hermano y tampoco tiene hijos, muere el otro esposo y así, sucesivamente con 7 hermanos

La pregunta que hacen a Jesús es rebuscada y retorcida, rebosa la intención de hacer caer a Jesús en una trampa. Y una vez más, Jesús no contesta la pregunta que le han hecho y da una lección sobre lo que deberían haber preguntado.

Resulta difícil hablar del tema de la resurrección. No sabemos cómo será, no sabemos cómo está siendo y que, además, no tiene tanta importancia como le damos. Dios nos ha creado para la vida y Jesús nos invita constantemente a trabajar por la vida. El más allá no debería ser un objetivo en sí mismo, es algo que está ahí, y de lo que no encontraremos explicación humana por mucho que nos esforcemos.

El hombre, y con más fuerza el cristiano, no necesita preguntarse de quién será mujer en el más allá ni que será él, sino trabajar para ser hoy. Es el día a día por el que camina la vida lo que importa, y eso si sabemos cómo, cuándo y dónde.

¿De qué puede valernos elaborar complicados tratados sobre el mundo que está al otro lado de la puerta de la muerte, si no podemos tener ningún control sobre él y ni siquiera conocerlo? ¿Dejaremos volar la fantasía y nos fabricaremos maravillosos paraísos o terroríficos infiernos?

 Es una pérdida de tiempo y energías que deberíamos emplear en hacer de este mundo, que sí conocemos, un lugar más humano, más cercano al mundo que Dios quiere que construyamos, y esto si podemos hacerlo. Es la vida lo que importa a Dios; la muerte es una contingencia inseparable del nacimiento y lo que haya después no deja de ser algo preparado por Dios y, por lo tanto, bueno.

19 de noviembre

 San Lucas 19, 45-48

El evangelio de este Viernes, 19 de Noviembre, tomado del evangelista San Lucas, nos presenta esta descripción que hace Jesús al echar a los vendedores del templo, porque han convertido… ¡y acá viene la descripción! : “Su casa en casa en una cueva de ladrones”.

Esa casa que estaba destinada a la oración. Y si bien el texto se refiere al templo de forma física, también puede estar haciendo referencia a nuestro interior, nuestra casa, nuestra alma, nuestro corazón.

Muchas veces también puede convertirse en una cueva de ladrones si no cuidamos nuestro propio interior, el corazón, la sede de los sentimientos. Allí donde habla Dios, la conciencia.

Nuestra casa también se puede ensuciar si dejamos entrar al mal espíritu , al enemigo a través de las malas obras, por eso es importante recordar como estamos por dentro.

Recordemos que por la acción del Espíritu Santo, nosotros somos TEMPLO del Espíritu Santo, y por lo tanto estamos llamados a vivir la nueva vida de la Gracia. La gracia que nos sostiene, que nos invita a tener una vida más plena.

Le pedimos al Señor entonces, en este día, en este día Viernes, poder realmente revisar ¿Cómo anda nuestra vida? ¿Cómo anda nuestro corazón? y si hace falta una limpieza interior ¡bueno!, no tengas miedo en recurrir a Jesús.

pídele perdón, pídele que perdone todos tus pecados a través del sacramento de la reconciliación, pero antes de ir a confesarte REZA primero

¡HABLA CON DIOS! preséntale tu corazón, prepara realmente lo que vas a decir y luego, por supuesto, con la ayuda de la gracia que nos llega a través del sacramento de la confesión, de la reconciliación, recibí el perdón de Dios, que realmente es algo que alivia muchísimo y no solo es el perdón de Dios, sino que nos ayuda también a poder vivir con intensidad, vivir con plenitud la vida que Dios nos ha regalado.

Que el Señor nos regale entonces humildad para poder reconocer cómo estamos viviendo y también coraje, fuerza, para poder transformar este mundo con su Gracia.

18 de noviembre


San Lucas 19, 41-44

Cada 18 de noviembre la Iglesia celebra la dedicación de las Basílicas de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, templos ubicados en la ciudad de Roma, en los que reposan los restos de estos dos apóstoles, símbolos de la unidad de la Iglesia.

La primera Basílica de San Pedro (Ciudad del Vaticano) fue construida sobre la tumba de dicho Apóstol, por orden del emperador Constantino, en el año 323. La edificación actual data de 1454 y su construcción tomó 170 años.

Se empezó durante el pontificado del Papa Nicolás V y fue terminada por el Papa Urbano VIII, quien la consagró el 18 de noviembre de 1626. Bramante, Rafael, Miguel Ángel y Bernini, célebres maestros, trabajaron en ella plasmando lo mejor de su arte.

 La Basílica de San Pedro mide 212 metros de largo, 140 de ancho y 133 metros de altura, hacia el punto más alto de la cúpula. Ningún otro templo del mundo cristiano la iguala en proporciones.

Por su parte, la Basílica de San Pablo Extramuros es, después de San Pedro, el templo más grande de Roma. Su construcción fue también voluntad de Constantino.

Lamentablemente, en 1823, fue destruida casi en su totalidad por un terrible incendio. Sin embargo, el Papa León XIII inició su reconstrucción y fue consagrada nuevamente el 10 de diciembre de 1854, por el Papa Pío IX. Uno de los detalles más bellos y llamativos que se encuentran en el interior tiene que ver con las imágenes de todos y cada uno de los Papas que han gobernado la Iglesia a lo largo de la historia.

Los Papas -desde San Pedro hasta el Papa Francisco- están representados en mosaicos circulares independientes, uno a continuación del otro, dispuestos a lo largo del contorno superior de la nave central y las naves laterales de la Basílica.

En 2009, con motivo de esta celebración, el Papa Benedicto XVI señaló que “esta fiesta nos brinda la ocasión de poner de relieve el significado y el valor de la Iglesia.

Estas Basílicas nos recuerdan lo generosos que han sido los católicos de todos los tiempos para que nuestros templos sean lo más hermoso posible, y cómo nosotros debemos contribuir generosamente para mantener bello y elegante el templo de nuestro barrio o de nuestra parroquia.

17 de noviembre

 

San Lucas 19, 1-10

La Palabra hoy nos regala el relato del encuentro de Jesús con Zaqueo, en Jericó. Zaqueo era jefe de los publicanos y rico, dice la Palabra, no era querido por el pueblo. Siendo de baja estatura y queriendo ver a Jesús, se sube a un sicomoro. Es Jesús, sin embargo, quién yendo de camino, lo mira y le dice, llamándolo por su nombre que baje pronto, porque quería alojarse en su casa.

 

El Evangelio no nos dice nada del encuentro, solo las consecuencias, la multitud que murmura, Zaqueo que resueltamente decide dar sus bienes a los pobres y devolver cuatro veces más a quién le haya engañado y nos termina diciendo Jesús, hoy ha llegado la Salvación a esta casa.

 

Que interesante y enriquecedora es la actitud de Zaqueo, a pesar de la consideración que tenía la multitud de él, quería ver a Jesús y como la multitud se lo impedía, busco alternativas, se subió al árbol y no sólo eso, sino que después de recibir al Señor en su casa, decidió transformar su vida.

 

Que bueno es descubrir a Jesús, que sabiendo de Zaqueo, es quien toma la iniciativa y quién se alegra de que la Salvación haya llegado a esta casa.

 

Es contrastante la actitud de la multitud, que también queriendo ver a Jesús y estando cerca de Él, solo murmuraron, se ha ido a casa de un pecador.

 

Que buena noticia es recordar que siempre Jesús sabe donde estamos, quienes somos y de igual modo, tomando la iniciativa quiere alojarse en nuestra casa, mirándonos, llamándonos por nuestro nombre.

 

Y que bueno es que Zaqueo, nos deje su ejemplo y testimonio de búsqueda de Jesús. Porque para que llegue la Salvación hasta nuestra casa, necesitamos muchas veces sobreponernos a la multitud que no nos deja ver a Jesús, esa multitud de prejuicios de los demás y los propios, ponernos incluso por encima de nuestros pecados y dificultades o problemas y ante el llamado de Jesús bajar pronto y abrir la puerta de casa.

 

16 de noviembre

 

San Lucas 19, 1-10

La Palabra hoy nos regala el relato del encuentro de Jesús con Zaqueo, en Jericó. Zaqueo era jefe de los publicanos y rico, dice la Palabra, no era querido por el pueblo. Siendo de baja estatura y queriendo ver a Jesús, se sube a un sicomoro. Es Jesús, sin embargo, quién yendo de camino, lo mira y le dice, llamándolo por su nombre que baje pronto, porque quería alojarse en su casa.

 

El Evangelio no nos dice nada del encuentro, solo las consecuencias, la multitud que murmura, Zaqueo que resueltamente decide dar sus bienes a los pobres y devolver cuatro veces más a quién le haya engañado y nos termina diciendo Jesús, hoy ha llegado la Salvación a esta casa.

 

Que interesante y enriquecedora es la actitud de Zaqueo, a pesar de la consideración que tenía la multitud de él, quería ver a Jesús y como la multitud se lo impedía, busco alternativas, se subió al árbol y no sólo eso, sino que después de recibir al Señor en su casa, decidió transformar su vida.

 

Que bueno es descubrir a Jesús, que sabiendo de Zaqueo, es quien toma la iniciativa y quién se alegra de que la Salvación haya llegado a esta casa.

 

Es contrastante la actitud de la multitud, que también queriendo ver a Jesús y estando cerca de Él, solo murmuraron, se ha ido a casa de un pecador.

 

Que buena noticia es recordar que siempre Jesús sabe donde estamos, quienes somos y de igual modo, tomando la iniciativa quiere alojarse en nuestra casa, mirándonos, llamándonos por nuestro nombre.

 

Y que bueno es que Zaqueo, nos deje su ejemplo y testimonio de búsqueda de Jesús. Porque para que llegue la Salvación hasta nuestra casa, necesitamos muchas veces sobreponernos a la multitud que no nos deja ver a Jesús, esa multitud de prejuicios de los demás y los propios, ponernos incluso por encima de nuestros pecados y dificultades o problemas y ante el llamado de Jesús bajar pronto y abrir la puerta de casa.

 

15 de noviembre

 

San Lucas 18, 35-43

Estamos ante la curación del ciego. Nosotros en esta escena podemos vernos reflejados. Somos ciegos muchas veces, no tanto de los ojos corporales, sino de los ojos del corazón. Nos falta la fe. Nos falta la luz de la fe que ilumina nuestro camino. El que sigue a Jesús no anda en tinieblas. Jesús se proclamó como la luz del mundo. Dijo así: yo soy la luz del mundo el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

 

Creo que nunca agradeceremos bastante la luz que Dios nos ha regalado. Dios nos regaló ya en nuestro bautismo la luz de la fe. La fe es un regalo de Dios, pero se nos da en semilla. De nosotros depende que esa semillita crezca. Hay que  regarla cada día con el agua de la oración, con el agua de la Palabra de Dios. Esa semilla de la fe irá creciendo y se convertirá primero en una plantita tierna, y luego irá tomando fuerza hasta ser un árbol grande, y vendrán los frutos.

 

Jesús nos pregunta hoy a nosotros como le preguntó al ciego: ¿qué quieres que haga por ti? Podemos responder que vea otra vez, que podamos volver al primer amor, cuando todo andaba entre rieles y la luz nos llenaba de vida. Luego tal vez se nos fue oscureciendo el camino, nos fuimos cansando y hemos aflojado. Y esto es muy humano. El Señor ve todo lo nuestro y nuestro pecado, y no lo asusta ni lo aleja de nosotros. Por eso con confianza podemos decirle: Señor que vea de nuevo, que vea otra vez.

 

El ciego recuperó la vista y lleno de alegría siguió a Jesús. Jesús sigue pasando por nuestra vida, no lo desaprovechemos. El quiere darnos la luz de la fe o reavivar nuestra llama de la fe si se ha apagado, pero nosotros debemos pedírselo. A él le encanta que nos sintamos pobres, débiles, y que acudamos a él con confianza.

 

Señor abre nuestros ojos del corazón y danos la luz de la fe que ilumina nuestro caminar por el Camino. Cristo es nuestro camino, si caminamos en él, es el camino que nos conduce al Padre. Alejarnos de Jesús es vivir en la oscuridad, acercarnos a Jesús es vivir en la luz de su amor. Que podamos caminar siempre en esa luz radiante que ilumina nuestras vidas llenándolas de alegría y de sentido.

 

 

14 de Noviembre. Homilía dominica

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Domingo 33 Ciclo B
San Marcos 13, 24-32

1.       Hecho de Vida

Cuentan que tres pescadores salieron al rio a pescar, de repente se encuentran con una fuerte corriente de agua y fuertes vientos. En su desesperación lograron agarrarse a las ramas de un árbol,  amarraron  su bote y así lograron sobrevivir.

2.       El Mensaje de Dios

Los tres pescadores buscaban algo fuerte y sólido. Algo a lo que pudieran aferrarse para no ser arrastrados por la corriente. En la vida, hay más situaciones como ésta en las que necesitamos algo sólido a lo que agarrarnos. El evangelio de hoy dice algo al respecto. Jesús nos dice:

"En aquellos días, después del tiempo de angustia, el sol se oscurecerá, la luna perderá su brillo, las estrellas caerán del cielo y las potencias de los cielos serán sacudidas".

Esta es una descripción bastante aterradora de cómo serán las cosas. Parece que, en "los últimos días", todo se alterará. Todo será diferente, incluso lo contrario de lo que estamos acostumbrados: el sol estará oscuro, la luna ya no será brillante, las estrellas de arriba caerán. Todo será sacudido. Y nosotros también podemos estremecernos pensando en un tiempo así. Pero entonces, Jesús añade:

"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".

Jesús nos da algo a lo que aferrarnos en la gran convulsión que se avecina. Nos da algo que es fuerte y sólido. Algo que no cederá. Como la fuerte rama del árbol lo fue para los pescadores arrastrados por el agua. Cuando miramos a nuestro alrededor, hay muchas cosas que están ahí hoy, y mañana ya no están.

Algunas personas están aquí ahora, y poco después ya no están con nosotros. Las estaciones van y vienen. Las generaciones surgen y pasan.

Las naciones ganan poder y más tarde son superadas. Los sistemas políticos se ponen en marcha y son sustituidos por otros sistemas. Miramos esto y miramos aquello, y dondequiera que dirijamos la mirada, podríamos escuchar las palabras: "Esto también pasará..."

La riqueza de los ricos... Esto también pasará".

- La codicia de los egoístas... "Esto también pasará".

- El poder de los poderosos... "Esto también pasará".

- La ambición de los altos cargos... "Esto también pasará".

- El éxito de los populares... "Esto también pasará".

- Los miedos de los que se preocupan... "Esto también pasará".

- Las lágrimas de los que lloran... "Esto también pasará".

Nos preguntamos: "¿Hay realmente algo que dure? ¿Algo que no sea arrastrado por la corriente de la vida y desaparezca?  ¿Hay algo que no sea arrastrado por el viento del cambio o la tormenta del desastre? ¿Hay algo? "Jesús ha respondido a nuestra pregunta con las palabras que ha pronunciado y que acabamos de mencionar. Permítanme repetirlas. Él dijo:

"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".

Las palabras de Dios no pasarán. Las promesas de Dios no serán olvidadas. El amor de Dios durará para siempre. La fidelidad de Dios nunca cambiará. Porque Dios mismo no cambia.

 

Esto es algo en lo que podemos confiar plenamente. Algo que nunca nos puede fallar. Algo que nunca nos decepcionará. Arraigados en Su amor y fidelidad, nunca podremos ser sacudidos. Nuestros sueños pueden no hacerse realidad. Nuestras esperanzas pueden no cumplirse.

La gente puede decepcionarnos.  Nuestros amigos pueden abandonarnos.  Pero Dios siempre estará ahí, siempre estará con nosotros, esto es a lo que podemos aferrarnos.

 

Sabemos bien que si ponemos nuestra confianza en nuestras propias fuerzas, habrá ocasiones en las que nuestras fuerzas sean demasiado débiles para salvarnos. Si ponemos nuestra confianza en la gente que nos rodea, algunos pueden estar dispuestos a ayudarnos, otros no mostrarán ninguna preocupación. Y entre los que están dispuestos a ayudarnos, pronto descubriremos que tienen limitaciones humanas, como nosotros.

 

Cuando los grandes barcos que viajan por el mar se ven envueltos en una tormenta, no pueden ser ayudados por la rama de un árbol como los tres hombres que se encontraban en medio de la tormenta en el rio. Pero llevan un trozo de metal grande y muy pesado llamado ancla. El capitán ordena lanzarla al mar para evitar que el barco sea arrastrado.

 

En nuestra vida cristiana, también tenemos un ancla: es la presencia de Cristo.  Cristo está con nosotros. Él es quien nos sostiene en el ayuno. Él es quien evita que nos dejemos llevar por la corriente de la preocupación, o por las fuertes aguas de la culpa. Esto es que rezamos en el salmo "Tengo al Señor siempre delante de mí; puesto que está a mi derecha, me mantendré firme".

 

Esta es nuestra ancla. Podemos descansar y estar en paz, estamos seguros. Tenemos algo a lo que agarrarnos. A nuestro alrededor pueden venir personas con todo tipo de ideas nuevas que pueden resultar molestas. Algunos pueden predicar nuevas creencias. Otros pueden tratar de atraernos con nuevas formas de explicar el mensaje de Dios. No seremos sacudidos. Tenemos nuestra ancla que nos mantiene estables y firmes: Jesús está con nosotros.

Como todo el mundo, nos encontraremos con dificultades. Lucharemos con problemas. Nos tocará el dolor y el sufrimiento. Pero nada de eso nos arrastrará. No nos desanimaremos. No seremos sacudidos. Nuestra ancla nos mantendrá fuertes y seguros: Jesús está con nosotros.

Este es el mensaje que Él nos da hoy. No importa lo que ocurra en la tierra o en el cielo, si nuestra vida está anclada a Sus palabras, no tenemos nada que temer. Como dijo Tomás a sus amigos: "No nos pasará nada".

3.        La vida nueva

Cada vez que te sientas arrastrado por una fuerte corriente de cualquier tipo, miedo, preocupación, tentación, culpa, recurre a Jesús. Repite con Él las palabras del salmo de hoy:

“Tengo siempre presente al señor, y con el a mi lado, jamás tropezare”.

13 de noviembre

 

San Lucas 18, 1-8

Quizá recordemos que, en el mismo evangelio de Lucas, el Señor nos invitaba a orar con insistencia poniéndonos el ejemplo del hombre que va a pedir ayuda de noche y que es atendido por haber insistido tanto.

 

En el texto de hoy se nos ofrece un ejemplo semejante: El de la viuda que ruega al juez que le haga justicia.

 

Los detalles de este ejemplo son importantes. Ante todo se trata de una mujer viuda. En la época de Jesús, las viudas, al igual que los huérfanos, eran personas muy desprotegidas, modelo de lo que significa estar completamente desamparados.

 

También aparece en el texto un juez corrupto, incapaz de pensar en el bien de los demás. Parece que no solamente no temía a Dios, sino que además no respetaba a  los seres humanos.

Jesús pone el ejemplo de una viuda que tiene que pedirle justicia a este juez corrupto. Parece imposible que la escuche y la defienda. Sin embargo la viuda insiste tanto que finalmente logra que el juez, por cansancio, le haga justicia.

 

Jesús nos enseña que así debe ser nuestra oración: Segura, insistente, perseverante, reiterada, apremiante. No se trata de repetir largas oraciones de la boca para afuera como hacían los fariseos, sino de pedir con sencillez, con confianza, con humildad, pero sin cansarse y sin dudar.

 

Una súplica débil, es señal de una fe débil, que no cree profundamente en el poder y el amor de Dios. Además, una súplica poco frecuente, muestra que en realidad lo que pedimos no es demasiado valioso  para nosotros.

 

Pedir es una forma de confesar nuestra fe, de rendir culto a Dios. Por eso queremos hacer lo que hicieron un día los discípulos: dirigirnos a Jesús e implorarle: “¡Señor, enséñanos a orar!”, habían entendido que no sabían orar y también nosotros entendimos que no sabemos orar, nos distraen mil cosas, rara vez la oración tiene la posibilidad de calar hondo en nosotros y nosotros en la oración, nuestro corazón es a menudo “una tierra reseca y sin agua”. Por eso Señor, ¡enséñanos a orar!

 

Señor, regálame la fe inquebrantable y la confianza insistente de la viuda desamparada. Ayúdame a  reconocer con humildad que tú eres el Padre Providente, que dependo de ti y que sin ti nada puedo lograr

 

 

12 de noviembre

 

Lucas 17,26-37

La iglesia recuerda celebra hoy a San Josafat y La nación de Lituania es ahora de gran mayoría católica, gracias a este hombre.  Pero en un tiempo en ese país la religión era dirigida por los cismáticos ortodoxos que no obedecen al Sumo Pontífice.

 Y la conversión de Lituania al catolicismo se debe en buena parte a San Josafat. Pero tuvo que derramar su sangre, para conseguir que sus paisanos aceptaran el catolicismo.

Derramó su sangre por la unidad de los cristianos y era llamado por sus adversarios “ladrón de almas”.

 

Josafat, que significa “Dios es mi juez”, nació el año 1580 de padres ortodoxos. Al convertirse al catolicismo, ingresó a la Orden de San Basilio. Fue ordenado sacerdote  y posteriormente llegó a ser Arzobispo.

 

San Josafat convocó a Sínodos en las principales ciudades, publicó un texto de catecismo, dispuso ordenaciones sobre la conducta del clero y buscó liberar de interferencias externas los asuntos de las iglesias locales. Todo esto sin dejar la administración de los sacramentos, la visita a los pobres, enfermos y prisioneros.

 

Sufrió calumnias, críticas e incomprensión de sus enemigos y por parte de algunos católicos que querían evitar la disciplina y las exigencias morales.

 

Los adversarios buscaron más de una oportunidad para matarlo y San Josafat les llegó a decir: “Estoy pronto a morir por la sagrada unión, por la supremacía de San Pedro y del Romano Pontífice."

 

El 12 de noviembre de 1623 un sacerdote enemigo buscó a San Josafat para insultarlo. Entonces el Santo mandó a que encerrasen al agresor en un aposento de la casa del Arzobispo. Al regresar de la Iglesia, el Prelado dio libertad al cura, después de haberle amonestado, pero una turba ingresó a la casa golpeando a los criados y exigiendo la muerte de San Josafat. “¡Muerte al papista!”, gritaban.

 

El Santo, que salió en defensa de los criados, cayó atravesado por una lanza y herido de bala. Su cuerpo fue arrastrado por las calles y arrojado al río Divna. Esto produjo un movimiento en favor de la unidad católica que pasó por un fuerte periodo de violencia.

 

San Josafat fue el primer Santo de la Iglesia de oriente con un proceso formal.

 

Durante el Concilio Vaticano II, y a solicitud del Papa San Juan XXIII, los restos de San Josafat fueron puestos en el altar de San Basilio en la Basílica de San Pedro.

 

El Papa Pío XI, en su Carta Encíclica “Ecclesiam Dei” escribió que San Josafat “comenzó a dedicarse a la restauración de la unidad, con tanta fuerza y tanta suavidad a la vez y con tanto fruto que sus mismos adversarios lo llamaban “ladrón de almas”.

11 de noviembre

 

Lucas 17, 20-25

San Martin de Tours. Nació en Hungría, pero sus padres se fueron a vivir a Italia. Era hijo de un veterano del ejército y a los 15 años ya vestía el uniforme militar. Por el tenemos la palabra “Capilla” que significa “mitad del manto”.

 

Durante más de 15 siglos ha sido recordado nuestro santo por el hecho que le sucedió siendo joven y estando de militar en Amiens (Francia). Un día de invierno muy frío se encontró por el camino con un pobre hombre que estaba tiritando de frío y a medio vestir. Martín, como no llevaba nada más para regalarle, sacó la espada y dividió en dos partes su manto, y le dio la mitad al pobre. Esa noche vio en sueños que Jesucristo se le presentaba vestido con el medio manto que él había regalado al pobre y oyó que le decía: "Martín, hoy me cubriste con tu manto".

 

Después de esta visión  Martín se hizo bautizar (era catecúmeno, o sea estaba preparándose para el bautismo). Luego se presentó a su general que estaba repartiendo regalos a los militares y le dijo: "Hasta ahora te he servido como soldado. Déjame de ahora en adelante servir a Jesucristo propagando su santa religión".

 El general quiso darle varios premios pero él le dijo: "Estos regalos repártelos entre los que van a seguir luchando en tu ejército. Yo me voy a luchar en el ejército de Jesucristo, y mis premios serán espirituales".

 

En seguida se fue  al  obispo el gran sabio San Hilario, el cual lo recibió como discípulo y se encargó de instruirlo.

 

Como Martín sentía un gran deseo de dedicarse a la oración y a la meditación, San Hilario le cedió unas tierras en sitio solitario y allá fue con varios amigos, y fundó el primer convento o monasterio que hubo en Francia. En esa soledad estuvo diez años dedicado a orar, a hacer sacrificios y a estudiar las Sagradas Escrituras.

 

Un día en el año 371 fue invitado a Tours con el pretexto de que lo necesitaba un enfermo grave, pero era que el pueblo quería elegirlo obispo. Apenas estuvo en la catedral toda la multitud lo aclamó como obispo de Tours, y por más que él se declarara indigno de recibir ese cargo, lo obligaron a aceptar.

 

La gente se admiraba al ver a Martín siempre de buen genio, alegre y amable. Que en su trato empleaba la más exquisita bondad con todos.

 

 

En los 27 años que fue obispo se ganó el cariño de todo su pueblo, y su caridad era inagotable con los necesitados. Los únicos que no lo querían eran ciertos tipos que querían vivir en paz con sus vicios, pero el santo no los dejaba. De uno de ellos, que inventaba toda clase de cuentos contra San Martín, porque éste le criticaba sus malas costumbres, dijo el santo cuando le aconsejaron que lo debía hacer castigar: "Si Cristo soportó a Judas, ¿por qué no he de soportar yo a este que me traiciona?".

 

El medio manto de San Martín (el que cortó con la espada para dar al pobre) fue guardado en una urna y se le construyó un pequeño santuario para guardar esa reliquia. Como en latín para decir "medio manto" se dice "capilla", la gente decía: "Vamos a orar donde está la capilla". Y de ahí viene el nombre de capilla, que se da a los pequeños salones que se hacen para orar.

10 de noviembre

 

Lucas 17, 11-19

San León Magno es el Pontífice más importante del siglo V. Tuvo que luchar fuertemente contra dos clases de enemigos: los externos que querían invadir y destruir a Roma, y los internos que trataban de engañar a los católicos con errores y herejías.

 

Nació en Toscana, Italia; recibió una esmerada educación y hablaba muy correctamente el idioma nacional que era el latín.

 

Llegó a ser Secretario del Papa San Celestino, y de Sixto III, y fue enviado por éste como embajador a Francia a tratar de evitar una guerra civil que iba a estallar por la pelea entre dos generales. Estando por allá le llegó la noticia de que había sido nombrado Sumo Pontífice. Año 440.

 

Desde el principio de su pontificado dio muestra de poseer grandes cualidades para ese oficio. Predicaba al pueblo en todas las fiestas y de él se conservan 96 sermones, que son verdaderas joyas de doctrina. A los que estaban lejos los instruía por medio de cartas. Se conservan 144 cartas escritas por San León Magno.

 

Su fama de sabio era tan grande que cuando en el Concilio de Calcedonia los enviados del Papa leyeron la carta que enviaba San León Magno, los 600 obispos se pusieron de pie y exclamaron: "San Pedro ha hablado por boca de León".

 

En el año 452 llegó el terrorífico guerrero Atila, capitaneando a los feroces Hunos, de los cuales se decía que donde sus caballos pisaban no volvía a nacer la yerba. El Papa San León salió a su encuentro y logró que no entrara en Roma y que volviera a su tierra, de Hungría.

 

En el año 455 llegó otro enemigo feroz, Genserico, jefe de los vándalos. Con este no logró San León que no entrara en Roma a saquearla, pero sí obtuvo que no incendiara la ciudad ni matara a sus habitantes. Roma quedó más empobrecida pero se volvió más espiritual.

 

San León tuvo que enfrentarse en los 21 años de su pontificado a tremendos enemigos externos que trataron de destruir la ciudad de Roma, y a peligrosos enemigos interiores que con sus herejías querían engañar a los católicos. Pero su inmensa confianza en Dios lo hizo salir triunfante de tan grandes peligros. Las gentes de Roma sentían por él una gran veneración, y desde entonces los obispos de todos los países empezaron a considerar que el Papa era el obispo más importante del mundo.

 

Una frase suya de un sermón de Navidad se ha hecho famosa. Dice así: "Reconoce oh cristiano tu dignidad, El Hijo de Dios se vino de cielo por salvar tu alma".

9 de noviembre

 

Juan 2, 13-22

Celebramos hoy una fiesta rara, desconocida para nosotros. La dedicación de la basílica de Letrán.

El 9 de noviembre del año 324 los cristianos, después de las persecuciones, dedicaron a el Salvador esta primera iglesia. Es como la parroquia del Papa y se la considera la madre y cabeza de las iglesias de todo el mundo cristiano. Es signo de unidad en la misma fe, símbolo de la primera piedra, Cristo Jesús, todos conectados al único Salvador.

Jesús visitaba el templo, la sinagoga, con frecuencia. Recién nacido fue presentado en el templo. Jesús subía cada año a la casa de oración siguiendo la tradición de sus mayores. A los doce años se perdió en el templo “porque debía ocuparse de las cosas de su Padre”.

El evangelio de hoy nos recuerda que Jesús hizo un látigo y expulsó del templo a todos aquellos traficantes que lo habían convertido en una “cueva de ladrones”.

Este enojo del Señor vale también para hoy.

Todos los templos, incluido el nuestro, tienen que ser lugares santos, casa de oración, ámbito del encuentro con Dios, sitio para pedir perdón y celebrar su amor, y ser enviados a transformar el mundo.

Venir aquí es aceptar la invitación de Dios a ser sus invitados de honor.

Jesús defendió con valentía el honor del templo, pero les dijo algo que no entendieron: “Destruyan este templo y en tres días lo reedificaré”. San Juan nos aclara el enigma: “Se refería al templo de su propio cuerpo”.

Nuestros templos son hermosos y necesarios. Dios quiere habitar en ellos aunque no cabe en ningún lugar.

El verdadero templo, el único lugar del encuentro con Dios es Jesucristo. El es el templo. El es el rostro visible de Dios. El es el sacramento del encuentro con el Padre. El es el que vive y nos hace vivir cristianamente. Cristo nos convierte también a nosotros en el templo del Espíritu.

No se puede ser cristiano uno solo. La comunidad de los creyentes somos la iglesia, el cuerpo de

Dios quiere que celebremos a Jesucristo, el Señor, todos juntos, en familia.

El domingo, día del Señor, día de la cita en la casa de oración, día de descanso en el área de descanso, somos invitados, los padres y los hijos, los amigos y los enemigos, a celebrar el amor y la reconciliación y a formar juntos el gran templo, el mejor templo, el cuerpo de Cristo vivo y vibrante y signo para todos de la presencia de Cristo en medio de nosotros.

8 de noviembre

 

San Lucas 17,1-6

El evangelio de hoy nos presenta tres palabras distintas de Jesús: una sobre cómo evitar el escándalo de los pequeños, la otra sobre la importancia del perdón y una tercera sobre el tamaño de la fe en Dios que debemos tener.

 

El escándalo es aquello que hace que una persona se tropiece y caiga. A nivel de fe, significa aquello que desvía a la persona del buen camino. Escandalizar a los pequeños quiere decir ser el motivo por el cual los pequeños se desvían del camino y pierden la fe en Dios. Porque Jesús se identifica con los pequeños, con los pobres (Mt 25,40.45). Son sus preferidos, los primeros destinatarios de la Buena Nueva (cf. Lc 4,18). Quien les hace daño, hace daño a Jesús.

 

Segunda palabra: Perdonar al hermano. El perdón y la reconciliación son uno de los asuntos en que Jesús más insiste. La gracia de poder perdonar a las personas y reconciliarlas entre ellas y con Dios se le dio a Pedro (Mt 16,19), a los apóstoles (Jn 20,23) y a la comunidad (Mt 18,18).

 

Tercera palabra: Aumentar en nosotros la fe. En este contexto de Lucas, la pregunta de los apóstoles aparece como motivada por la orden de Jesús de perdonar hasta siete veces al día, al hermano y a la hermana que peca contra nosotros. Perdonar no es fácil. El corazón queda magullado y la razón presenta mil motivos para no perdonar. Solo con mucha fe en Dios es posible llegar hasta el punto de tener un amor tan grande que nos haga capaces de perdonar hasta siete veces al día al hermano que peca en contra de nosotros. Humanamente hablando, a los ojos del mundo, perdonar así es una locura y un escándalo, pero para nosotros esta actitud es expresión de la sabiduría divina que nos perdona infinitamente más.

Homilia domingo 7 de noviembre

 

COMPROMISO TOTAL

Un cerdo y una gallina iban caminando por la carretera. Al pasar por delante de una iglesia, se dan cuenta de que se está celebrando un desayuno benéfico. El cerdo le propone a la gallina que cada uno haga una contribución.

"Gran idea", exclama  la gallina. "Vamos a ofrecerles jamón y huevos".

"No tan rápido", dijo el cerdo. "Para ti, eso es sólo una contribución, pero para mí es un compromiso total".

Las conversaciones sobre la riqueza y los pobres no son un tema principal en la narración del evangelio de Marcos.

Lucas tiene mucho que decir sobre la riqueza y la relación de la comunidad de fe con los pobres.

Sin embargo, en el Evangelio de Marcos tenemos dos historias hermosas e inquietantes. Hoy hemos proclamado una, la historia de una mujer, es viuda, es pobre, no tiene marido ni fuente de ingresos. Sabemos poco de ella, pero es la protagonista del relato.

Permítanme recordarles la otra historia. Jesús tiene una conversación con un joven rico que se interesa por la Religión y le pregunta: "¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?"

"Jesús lo miró y lo amó. Una cosa te falta, le dijo, vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Se fue triste, pues tenía muchas riquezas". Marcos 10,17-24

Nuestro joven era casi perfecto. Sólo le faltaba una pequeña cosa. Jesús lo amaba, nos dicen, pero él amaba más su cuenta bancaria.

Jesús manda a una sola persona, a este Joven Rico, que entregue todas sus posesiones, que haga una ofrenda de sacrificio, que sea el guardián de su hermano, que vacíe sus bolsillos, que se comprometa totalmente, pero estaba tan atrapado en sus cosas y en su riqueza que fue incapaz de seguir a Jesús.

En cambio, esta pobre viuda, en el Evangelio de hoy, lo dio todo.

Jesús vio vivir a dos tipos de dadores. Muchos ricos daban grandes cantidades de dinero. Jesús y los apóstoles podían oír el sonido de las muchas monedas que caían en el tesoro. Dieron lo que parecía ser mucho, y tal vez lo era para otros, pero no para ellos, sabían que eran las sobras.

Se acercó una viuda pobre y echó dos monedas, que valían dos céntimos.

Jesús aprovechó la ocasión para dar una lección a sus apóstoles y a sus discípulos.

"Les aseguro que esta pobre viuda ha echado más en el tesoro que todos los demás. Todos dieron de su riqueza, pero ella, de su pobreza, puso todo, todo lo que tenía para vivir".

¿Qué está alabando Jesús aquí? ¿Un diezmo del 100%? Pensar así es no entender nada. En esta viuda anónima, vemos lo que les faltaba a los ricos dadores, una mayor fe. Dios alaba un corazón de fe que confía en Dios. Su ofrenda en el cesto de la colecta fue mayor porque fue dada por fe, una fe confiada, todo lo que ella tenía para vivir.

Jesús no alaba la cantidad de dinero, sino el sacrificio que hay detrás de la ofrenda. Y Jesús se lamenta y se indigna por el sistema religioso corrupto que anima a la pobre viuda a poner sus dos céntimos.

En África, una de las partes más festivas de la eucaristía es el largo tiempo que dura la ofrenda, la colecta. La gente baila por los pasillos durante el ofertorio. No dan mucho, pero lo que dan, lo dan con gran alegría. Piensan que es un privilegio dar a Dios.

Es irónico que la viuda fiel no se diera cuenta de que aquel en quien confiaba estaba sentado tan cerca de ella que la observaba, la alababa y les decía a sus discípulos que la imitaran.

Jesús observa cómo su gente echa las monedas en el cesto de la colecta. No se fija en la cantidad de los cheques sino en cómo se da, se fija en el corazón de los que dan.

Aquella mujer agradó mucho a Jesús, porque se sintió identificado con ella: Va acercándose su final y le queda dar lo poco que le queda: las dos humildes monedas de su propia vida, para expresar su entrega absoluta a Dios y el abandono en sus manos, su amor sin condiciones y sin espera de recompensas.  Oremos para que nuestra entrega sea total.

6 de noviembre

 

San Lucas 16, 9-15

El tema de hoy está tan presente en nuestra sociedad que nosotros la llamamos capitalista, como que esta muy centrada en buscar de tener capital, de tener dinero, de tener una cuenta en el banco.

 

Contrastemos esta situación con la que nosotros nos acostumbramos ya a vivir, con lo que Jesús le dice a los discípulos cuando se van para predicar, "les ordeno que no llevaran para el camino más que un bastón, ni pan ni alforja ni dinero", y ese mismo Jesús el que dice al inicio de las bienaventuranzas, la primera de todas, "bienaventurados los pobres porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos".

 

Fijémonos porque de lo que tengo conocimiento, este Evangelio es el único en el cual Jesús contrapone a Dios otra cosa y lo hace con el dinero y dice no se puede servir a Dios y al dinero, como que aquí hay algo muy importante que resolver, porque si no resolvemos esto nuestro corazón está apegado al dinero, tarde o temprano Dios va a perder, no se puede servir a dos señores, uno se va a interesar por uno y va a menospreciar al segundo y acá Jesús nos da un ejemplo no tenía donde reclinar cabeza, no tenía su casa propia anduvo realmente, nació pobre en un pesebre y murió desnudo en una cruz.

 

Realmente Jesús fue el más pobre de los hombres, siendo que es el creador de cielo y tierra, nos enseño así que hay una riqueza verdadera, una riqueza profunda, que es aquella que llevamos en el corazón, "allí donde este tu tesoro también va a estar tu corazón".

 

Creo que ésta es una ocasión, leyendo esta Palabra, de mirar que tipo de vínculo tenemos con el dinero, como estamos relacionados con él, si estamos obsesionados por el dinero, si lo cuidamos, si sabemos administrar bien, si sabemos por ejemplo en que se nos va el dinero, si tiene mucha importancia para nosotros, porque evidentemente el centro de nuestro corazón debe estar en la atención al Señor, no se puede servir a Dios y al dinero si nosotros amamos a Dios.

 

Ojala este día podamos vivir así intensamente desprendidos de lo que es accesorio, de lo que es pasajero, de lo que el ladrón puede robar, la herrumbre puede corromper y que la polilla puede comer también y que estemos de veras adheridos al Señor de la vida.