San Lucas 24, 46-48
En este Evangelio se nos presenta un pasaje fundamental para
comprender la misión de Jesús y nuestra responsabilidad como discípulos suyos.
En este pasaje, Jesús, después de su resurrección, se
aparece a sus discípulos y les dice: "Así está escrito: el Mesías
padecerá, resucitará al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y
el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén.
Ustedes son testigos de esto".
Estas palabras de Jesús resumen su vida, su muerte y su
resurrección como cumplimiento de las profecías y salvación para toda la
humanidad. Jesús nos enseña que su misión no solo fue padecer y resucitar, sino
también llevar su mensaje de salvación a todos los rincones del mundo. Y esta
misión no se limita a los apóstoles de aquel tiempo, sino que se extiende a
cada uno de nosotros como sus discípulos hoy en día.
Jesús nos invita a ser testigos de su obra redentora, a
proclamar su mensaje de conversión y perdón de los pecados. Somos llamados a
compartir la Buena Nueva con todos aquellos que aún no conocen a Jesús o que
necesitan experimentar su amor y salvación. Somos enviados como portadores de
esperanza y reconciliación en un mundo que necesita desesperadamente de ella.
Pero para ser verdaderos testigos del Evangelio, necesitamos
vivir una vida coherente con nuestra fe. Jesús nos llama a una conversión
continua, a dejar atrás el pecado y a vivir de acuerdo con los mandamientos y
enseñanzas de Dios. Solo a través de una vida transformada por el amor de Jesús
podemos transmitir autenticidad y credibilidad a nuestro testimonio.
Además, Jesús nos recuerda que no podemos limitar nuestra
misión solo a aquellos que están cerca de nosotros. Nos exhorta a comenzar en
Jerusalén, pero también a llevar su mensaje hasta los confines de la tierra.
Esto implica salir al encuentro de los demás, acoger a los diferentes, a los
desfavorecidos, a los marginados, a quienes están alejados de Dios. Nuestra
misión es inclusiva y universal.
Este Evangelio nos hace consiente que Jesús padeció,
resucitó y nos envía como testigos de su salvación.
Tenemos la responsabilidad de proclamar su mensaje de
conversión y perdón de los pecados, viviendo una vida coherente con nuestra fe
y llegando hasta los rincones más alejados del mundo.
Que el Espíritu Santo nos fortalezca y guíe en esta misión,
para que podamos ser verdaderos discípulos de Jesús y participar en su obra
redentora. Amén.