Páginas

29 de diciembre

 

San Lucas 2,22-35

La palabra de Dios de esta “Octava de Navidad” es decir: estos ocho días después de Navidad en los cuales, como este misterio es tan grande, lo celebramos por toda una semana, por ocho días. Y tratamos de profundizar, de encontrar la riqueza que nos ofrece la liturgia de la Iglesia sobre esta gran solemnidad, que es la Navidad, el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.

Concretamente el evangelio de San Lucas capítulo 2 versículos 22 en adelante, nos presenta: Jesús en el templo según estaba escrito en La Ley, cumpliendo todas las prescripciones, y lo hacen como una familia simple, humilde, sencilla.

Ofrecen un par de palomas que era la ofrenda de los más pobres para presentarlo a Jesús en el templo.

Pero no solamente es importante esta presentación por lo que acabamos de relatar sino también porque se presentan con un personaje interesante allí, un hombre ya viejito llamado Simeón, que era justo dice el texto, piadoso y que estaba esperando que se cumpliera esa promesa que Dios le había hecho.

El texto aclara que el Espíritu Santo está con él y que él espera poder ver -al Mesías- que no va a morir antes de ver al salvador, y justamente esto ocurre, se da, coincide, con la presentación de Jesús en el templo.

Allí vienen las palabras de este anciano, tan sabio: “Ahora Señor puedes dejar a tu servidor irse en paz” –porque Dios cumple sus promesas.

Y también le regala a María algunas palabras este buen hombre, le dice: “Este niño (se refiere a Jesús) va a ser causa de elevación, de caída para muchos en el pueblo de Israel Y TAMBIÉN le vaticina, le adelanta a la Virgen que: una espada va atravesar su corazón, como diciendo, el dolor que va a tener que sufrir por la muerte de su hijo en la cruz va a ser tremendo”.

Ya desde pequeño Jesús va causando en las personas que lo rodean admiración, es causa realmente de alegría, de gozo; también en muchos casos de contradicción

Y bueno, hoy damos gracias a Dios junto con este anciano, con Simeón, que tuvo la valentía y la gracia, y se dejó conducir por el Espíritu Santo y supo reconocerlo al Mesías, de pequeño, cuando es presentado en el templo.