Páginas

10 de diciembre

 

San Mateo 11, 16-19

El Evangelio de hoy  nos presenta una interesante comparación entre Jesús, el Hijo del hombre y su primo Juan el Bautista, que tenía una forma muy especial de esperarlo a Jesús: que era haciendo ayuno, llevando una vida ascética en el desierto, es decir, respetando un montón de normas y llevando una vida muy virtuosa. Frente a esto, la comparación se da con Jesús, El Hijo del hombre, que no tiene miedo de acercarse a los pecadores, a los que sufren, aquella gente que quizás tiene mala fama porque vive en el pecado, sin embargo, Jesús es cercano siempre con todos.

Quizás esto podría escandalizarnos, a eso se refiere el texto ¿Cómo el Hijo de Dios puede compartir la mesa con publicanos, con prostitutas? Incluso el texto habla de que come, que bebe, lo consideran como un glotón, un borracho, sin embargo hay un sentido más profundo en este evangelio que hace referencia a que Jesús no tiene miedo, no tiene vergüenza, no le da asco mezclarse con nuestro barro humano, Él mismo, sin dejar de ser Dios, se ha hecho hombre, igual en todo a nosotros menos en el pecado y por eso nos entiende, por eso te comprende, por eso cada vez que veas tu miseria, tu pecado, tu fragilidad, no tengas miedo de acercarte a Jesús porque siempre va a estar dispuesto a tenderte una mano, a ayudarte, a levantarte.

Cuando uno se va a confesar en realidad no solamente Dios te perdona los pecados, sino que también te regala la Gracia necesaria para poder seguir adelante, para crecer. Por eso es tan importante acercarse con un corazón arrepentido a Jesús, para que Él pueda con Su amor, con Su cariño, transformar nuestras vidas.

No bajemos entonces los brazos, no nos dejemos llevar por las apariencias externas; tratemos de mirar siempre a lo profundo, al corazón. Pidamos entonces al Señor que nos regale poder vivir con entusiasmo, con alegría, con esperanza este tiempo de adviento.