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1 de enero

 

San Lucas 2, 16-21

Iniciamos un Nuevo Año del Señor, el 2022, que esperamos lleno de bendiciones divinas para todos. Lo pedíamos así en el salmo 66: «El Señor tenga piedad y nos bendiga». Celebramos especialmente la Solemnidad de Santa María, la Madre de Dios y, en ella, la Jornada de oración por la Paz, el gran regalo que es el mismo Niño Dios hecho hombre por nosotros, el Príncipe de la Paz, que nos ofrece y dona su misericordia y amor. 

La Palabra de Dios centra nuestra mente y nuestro corazón en la escena que nos transmite el Evangelio: «En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (Lc 2, 16-21), y acercándose, humildemente lo adoraron. Bella y entrañable estampa de Navidad: el Niño recostado en un pesebre, y era el Hijo de Dios.

 A su lado María, la virgen, la Madre de Dios, la llena de gracia, y José, su esposo, ambos contemplando, mirando y adorando al Niño; tratando de entender el misterio de esa Palabra callada, la decisión de Dios, llena de amor, de hacerse niño, hombre, para que nosotros alcanzásemos por su Pasión, Muerte y Resurrección, a ser hijos de Dios.

Iniciamos también el año con una bendición, con un deseo hecho oración. Fijémonos de qué manera tan bella y profunda lo refleja la primera lectura de la misa de hoy: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Num. 6,22-27).

 Pedimos que Dios nos proteja, nos sonría, se fije en nosotros con cariño y nos conceda su favor. Y toda bendición de Dios, todo su favor y su paz, lo sabemos, se concentra en Jesucristo, el Niño Dios. Bendecimos al Señor por el año nuevo, pero, sobre todo, pedimos a Dios su bendición. Y se la pedimos para nuestras parroquias y para nuestras familias, para todos los hombres y, especialmente, para los más pobres y necesitados.

Pero hoy, estamos celebrando con gran gozo en toda la Iglesia la solemnidad de Santa María, la Madre de Dios. Comenzamos el Año de la mano de Santa María. Es la fiesta que celebra la gracia fundamental que Dios le concedió a la Santísima Virgen: la gracia de la maternidad Divina.

María fue elegida desde el principio de los tiempos para ser la Madre del Hijo del Padre eterno, por eso Dios la enriqueció con multitud de gracias especiales. La hizo inmaculada, la llenó de gracia y la llevó consigo en cuerpo y alma a la gloria de los cielos. María vivió en una constante apertura a Dios y a su Palabra.

Supo descubrir a Dios en los diversos acontecimientos de su vida. Precisamente el Evangelio de hoy nos dice que los Pastores, después de ver al Niño Jesús recostado en el Pesebre, contaban lo que el ángel les había dicho de este Niño. Y cuantos escuchaban lo que decían los pastores se quedaban maravillados. Y agrega el Evangelio que María, por su parte, conservaba todos estos recuerdos y los meditaba constantemente en su corazón. Fue esta meditación constante y fiel de los misterios de Cristo lo que llevó a María a amar de una manera única y especial a Dios. Meditando las maravillas de Dios, la Virgen se llenó del amor a Dios.

La Iglesia quiere presentarnos la figura de la Santísima Virgen al comenzar un nuevo año porque quiere ofrecérnosla como el modelo de lo que debe ser nuestra vida cristiana. Ella no solamente fue la primera discípula de Cristo, sino que al mismo tiempo fue la discípula más aventajada y fiel. María nos enseña a vivir nuestra vida con una apertura total a la voluntad de Dios. Aquellas palabras que exclamó María en el momento de la Encarnación: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra», deben ser para nosotros el programa de nuestra vida.

Que la Santísima Virgen María bendiga el año que hemos comenzado. Que ella como buena Madre nos guíe y nos proteja. Que ella sea el modelo que nos vaya orientando para vivir cada vez mejor nuestra entrega a Cristo nuestro Dios y Señor que ha nacido entre nosotros para que nosotros podamos alcanzar la vida eterna.