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13 de diciembre

 

San Mateo 21, 23-27

 

El Evangelio que la Iglesia nos propone hoy nos presenta un diálogo curioso de parte de Jesús con los sumos sacerdotes y los ancianos. El contexto de este diálogo es algún gesto que el Señor ha realizado con antelación, y que es el de la expulsión de los vendedores y los cambistas del templo.

Entonces estos interlocutores, los sumos sacerdotes y los ancianos, van a preguntarle “¿Cuál es la autoridad con la que hace todas estas cosas?” En otra situación probablemente esta pregunta podría haber sido razonable, aquí tiene más bien un tono de polémica y de resistencia al Señor.

Jesús capta enseguida la situación y muy hábilmente les hace Él, a su vez, una pregunta a los sumos sacerdotes y a los ancianos, y una pregunta que condiciona la respuesta que Él podría darles, y esa pregunta es acerca de Juan y de su bautismo, ¿de quién provenía ese bautismo?

Y ahí vemos que los sumos sacerdotes y los ancianos tienen una respuesta calculada, calculan que significaría decir sí, calculan que significa decir no, entonces responden sin comprometerse “No sabemos de dónde viene ese bautismo”; entonces Jesús muy hábilmente dice: “Bueno, como ustedes no me responden, yo tampoco les digo con que autoridad hago estas cosas.”

Es interesante observar, detenernos un poquito en el cálculo que hacen los sumos sacerdotes y los ancianos para responderle a Jesús; podemos ver una falta de apego a la verdad, una falta de sinceridad, y en el fondo una ceguera voluntaria. Aquí podríamos decir parafraseando también un dicho de la sabiduría popular “no hay peor ciego, o no hay peor ceguera de aquel que no quiere ver”.

 

Entonces esto es una advertencia para todos nosotros, la ceguera es perjudicial, nos hace caer en el pozo de la indignidad, cerrándonos a Dios y a sus dones perdemos el rumbo en nuestra vida, nuestra existencia se deteriora.

Por eso me parece que la invitación de este Evangelio en este tiempo que estamos viviendo, un tiempo de Adviento que nos prepara a la Navidad, que ya se acerca, es una invitación a superar la ceguera, todo tipo de ceguera, a abrir los ojos, a pedir lo que pedía aquel cieguito a la salida de Jericó: “Señor, que yo pueda ver”.

Y esta puede ser en nuestra súplica, en este Adviento, “Señor que yo pueda ver, para que yo pueda cambiar, para que pueda verte mejor, para que pueda abrir mi corazón a ti  y seguirte por el camino”. Hagamos esta oración, esta simple petición, y así nos estaremos preparando convenientemente para recibir a Jesús que viene a nosotros en esta Navidad.