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2 de diciembre

 

San Mateo 7,21.24-27

Empezamos a vivir de lleno este tiempo de adviento que es un tiempo de preparación y espera para el gran acontecimiento de la Navidad.

El Evangelio de hoy nos lleva a reflexionar sobre dos cosas fundamentales en la vida de un cristiano: el hacer y el decir.

La verdad es que nosotros hablamos mucho. A veces hacemos largos discursos. Hay prédicas que son larguísimas. Podemos correr el riesgo de llenarnos la boca de Jesús, pero no por eso tener su mismo estilo de vida.

San Ignacio de Loyola nos recuerda que “el amor está más en las obras que en las palabras”. Por este motivo, el Evangelio nos invita justamente a tener, manifestar y vivir con esta convicción: no son los que gritan el nombre del Señor lo que entran al Reino definitivo, sino los que cumplen la voluntad del Padre. Y esta voluntad es que nos amemos los unos a los otros.

Yo me puedo llenar la boca incluso también hablando del amor. Es más; creo que debe ser una de las palabras más manoseadas de nuestra época; tanto, que algunos nos quieren hacer creer que el amor se hace. “Hacer el amor”. Nosotros decimos que no. Que el amor se sueña, se construye, se padece, se sufre, se anhela, pero por sobre todas las cosas, se vive. Nosotros los cristianos entendemos que no puede haber otra manera de vivir que no sea la de amar.

¿Y qué es amar? Es poner primero el interés del otro por sobre mi propio interés. Es mirar el bien del otro por sobre el propio mío. Es salir de mi zona de confort y bienestar para atender el clamor que los pobres tienen hacia mí. Es vivir renunciando a toda seguridad que no sea la palabra de Jesús.

Si vivimos así, tendremos vidas que serán como casas edificadas sobre roca.

Si no, los torrentes del mal espíritu nos van a arrojar lejos del fin para el que fuimos creados.