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14 de Noviembre. Homilía dominica

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Domingo 33 Ciclo B
San Marcos 13, 24-32

1.       Hecho de Vida

Cuentan que tres pescadores salieron al rio a pescar, de repente se encuentran con una fuerte corriente de agua y fuertes vientos. En su desesperación lograron agarrarse a las ramas de un árbol,  amarraron  su bote y así lograron sobrevivir.

2.       El Mensaje de Dios

Los tres pescadores buscaban algo fuerte y sólido. Algo a lo que pudieran aferrarse para no ser arrastrados por la corriente. En la vida, hay más situaciones como ésta en las que necesitamos algo sólido a lo que agarrarnos. El evangelio de hoy dice algo al respecto. Jesús nos dice:

"En aquellos días, después del tiempo de angustia, el sol se oscurecerá, la luna perderá su brillo, las estrellas caerán del cielo y las potencias de los cielos serán sacudidas".

Esta es una descripción bastante aterradora de cómo serán las cosas. Parece que, en "los últimos días", todo se alterará. Todo será diferente, incluso lo contrario de lo que estamos acostumbrados: el sol estará oscuro, la luna ya no será brillante, las estrellas de arriba caerán. Todo será sacudido. Y nosotros también podemos estremecernos pensando en un tiempo así. Pero entonces, Jesús añade:

"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".

Jesús nos da algo a lo que aferrarnos en la gran convulsión que se avecina. Nos da algo que es fuerte y sólido. Algo que no cederá. Como la fuerte rama del árbol lo fue para los pescadores arrastrados por el agua. Cuando miramos a nuestro alrededor, hay muchas cosas que están ahí hoy, y mañana ya no están.

Algunas personas están aquí ahora, y poco después ya no están con nosotros. Las estaciones van y vienen. Las generaciones surgen y pasan.

Las naciones ganan poder y más tarde son superadas. Los sistemas políticos se ponen en marcha y son sustituidos por otros sistemas. Miramos esto y miramos aquello, y dondequiera que dirijamos la mirada, podríamos escuchar las palabras: "Esto también pasará..."

La riqueza de los ricos... Esto también pasará".

- La codicia de los egoístas... "Esto también pasará".

- El poder de los poderosos... "Esto también pasará".

- La ambición de los altos cargos... "Esto también pasará".

- El éxito de los populares... "Esto también pasará".

- Los miedos de los que se preocupan... "Esto también pasará".

- Las lágrimas de los que lloran... "Esto también pasará".

Nos preguntamos: "¿Hay realmente algo que dure? ¿Algo que no sea arrastrado por la corriente de la vida y desaparezca?  ¿Hay algo que no sea arrastrado por el viento del cambio o la tormenta del desastre? ¿Hay algo? "Jesús ha respondido a nuestra pregunta con las palabras que ha pronunciado y que acabamos de mencionar. Permítanme repetirlas. Él dijo:

"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".

Las palabras de Dios no pasarán. Las promesas de Dios no serán olvidadas. El amor de Dios durará para siempre. La fidelidad de Dios nunca cambiará. Porque Dios mismo no cambia.

 

Esto es algo en lo que podemos confiar plenamente. Algo que nunca nos puede fallar. Algo que nunca nos decepcionará. Arraigados en Su amor y fidelidad, nunca podremos ser sacudidos. Nuestros sueños pueden no hacerse realidad. Nuestras esperanzas pueden no cumplirse.

La gente puede decepcionarnos.  Nuestros amigos pueden abandonarnos.  Pero Dios siempre estará ahí, siempre estará con nosotros, esto es a lo que podemos aferrarnos.

 

Sabemos bien que si ponemos nuestra confianza en nuestras propias fuerzas, habrá ocasiones en las que nuestras fuerzas sean demasiado débiles para salvarnos. Si ponemos nuestra confianza en la gente que nos rodea, algunos pueden estar dispuestos a ayudarnos, otros no mostrarán ninguna preocupación. Y entre los que están dispuestos a ayudarnos, pronto descubriremos que tienen limitaciones humanas, como nosotros.

 

Cuando los grandes barcos que viajan por el mar se ven envueltos en una tormenta, no pueden ser ayudados por la rama de un árbol como los tres hombres que se encontraban en medio de la tormenta en el rio. Pero llevan un trozo de metal grande y muy pesado llamado ancla. El capitán ordena lanzarla al mar para evitar que el barco sea arrastrado.

 

En nuestra vida cristiana, también tenemos un ancla: es la presencia de Cristo.  Cristo está con nosotros. Él es quien nos sostiene en el ayuno. Él es quien evita que nos dejemos llevar por la corriente de la preocupación, o por las fuertes aguas de la culpa. Esto es que rezamos en el salmo "Tengo al Señor siempre delante de mí; puesto que está a mi derecha, me mantendré firme".

 

Esta es nuestra ancla. Podemos descansar y estar en paz, estamos seguros. Tenemos algo a lo que agarrarnos. A nuestro alrededor pueden venir personas con todo tipo de ideas nuevas que pueden resultar molestas. Algunos pueden predicar nuevas creencias. Otros pueden tratar de atraernos con nuevas formas de explicar el mensaje de Dios. No seremos sacudidos. Tenemos nuestra ancla que nos mantiene estables y firmes: Jesús está con nosotros.

Como todo el mundo, nos encontraremos con dificultades. Lucharemos con problemas. Nos tocará el dolor y el sufrimiento. Pero nada de eso nos arrastrará. No nos desanimaremos. No seremos sacudidos. Nuestra ancla nos mantendrá fuertes y seguros: Jesús está con nosotros.

Este es el mensaje que Él nos da hoy. No importa lo que ocurra en la tierra o en el cielo, si nuestra vida está anclada a Sus palabras, no tenemos nada que temer. Como dijo Tomás a sus amigos: "No nos pasará nada".

3.        La vida nueva

Cada vez que te sientas arrastrado por una fuerte corriente de cualquier tipo, miedo, preocupación, tentación, culpa, recurre a Jesús. Repite con Él las palabras del salmo de hoy:

“Tengo siempre presente al señor, y con el a mi lado, jamás tropezare”.