San Lucas 18, 1-8
Quizá recordemos que, en el mismo evangelio de Lucas, el
Señor nos invitaba a orar con insistencia poniéndonos el ejemplo del hombre que
va a pedir ayuda de noche y que es atendido por haber insistido tanto.
En el texto de hoy se nos ofrece un ejemplo semejante: El de
la viuda que ruega al juez que le haga justicia.
Los detalles de este ejemplo son importantes. Ante todo se
trata de una mujer viuda. En la época de Jesús, las viudas, al igual que los
huérfanos, eran personas muy desprotegidas, modelo de lo que significa estar completamente
desamparados.
También aparece en el texto un juez corrupto, incapaz de
pensar en el bien de los demás. Parece que no solamente no temía a Dios, sino
que además no respetaba a los seres
humanos.
Jesús pone el ejemplo de una viuda que tiene que pedirle
justicia a este juez corrupto. Parece imposible que la escuche y la defienda.
Sin embargo la viuda insiste tanto que finalmente logra que el juez, por
cansancio, le haga justicia.
Jesús nos enseña que así debe ser nuestra oración: Segura,
insistente, perseverante, reiterada, apremiante. No se trata de repetir largas
oraciones de la boca para afuera como hacían los fariseos, sino de pedir con
sencillez, con confianza, con humildad, pero sin cansarse y sin dudar.
Una súplica débil, es señal de una fe débil, que no cree
profundamente en el poder y el amor de Dios. Además, una súplica poco
frecuente, muestra que en realidad lo que pedimos no es demasiado valioso para nosotros.
Pedir es una forma de confesar nuestra fe, de rendir culto a
Dios. Por eso queremos hacer lo que hicieron un día los discípulos: dirigirnos
a Jesús e implorarle: “¡Señor, enséñanos a orar!”, habían entendido que no
sabían orar y también nosotros entendimos que no sabemos orar, nos distraen mil
cosas, rara vez la oración tiene la posibilidad de calar hondo en nosotros y
nosotros en la oración, nuestro corazón es a menudo “una tierra reseca y sin
agua”. Por eso Señor, ¡enséñanos a orar!
Señor, regálame la fe inquebrantable y la confianza
insistente de la viuda desamparada. Ayúdame a
reconocer con humildad que tú eres el Padre Providente, que dependo de
ti y que sin ti nada puedo lograr