San Lucas
19, 41-44
Cada 18 de
noviembre la Iglesia celebra la dedicación de las Basílicas de los Apóstoles
San Pedro y San Pablo, templos ubicados en la ciudad de Roma, en los que
reposan los restos de estos dos apóstoles, símbolos de la unidad de la Iglesia.
La primera
Basílica de San Pedro (Ciudad del Vaticano) fue construida sobre la tumba de
dicho Apóstol, por orden del emperador Constantino, en el año 323. La
edificación actual data de 1454 y su construcción tomó 170 años.
Se empezó
durante el pontificado del Papa Nicolás V y fue terminada por el Papa Urbano
VIII, quien la consagró el 18 de noviembre de 1626. Bramante, Rafael, Miguel
Ángel y Bernini, célebres maestros, trabajaron en ella plasmando lo mejor de su
arte.
La Basílica de San Pedro mide 212 metros de
largo, 140 de ancho y 133 metros de altura, hacia el punto más alto de la
cúpula. Ningún otro templo del mundo cristiano la iguala en proporciones.
Por su
parte, la Basílica de San Pablo Extramuros es, después de San Pedro, el templo
más grande de Roma. Su construcción fue también voluntad de Constantino.
Lamentablemente,
en 1823, fue destruida casi en su totalidad por un terrible incendio. Sin
embargo, el Papa León XIII inició su reconstrucción y fue consagrada nuevamente
el 10 de diciembre de 1854, por el Papa Pío IX. Uno de los detalles más bellos
y llamativos que se encuentran en el interior tiene que ver con las imágenes de
todos y cada uno de los Papas que han gobernado la Iglesia a lo largo de la historia.
Los Papas
-desde San Pedro hasta el Papa Francisco- están representados en mosaicos
circulares independientes, uno a continuación del otro, dispuestos a lo largo
del contorno superior de la nave central y las naves laterales de la Basílica.
En 2009, con
motivo de esta celebración, el Papa Benedicto XVI señaló que “esta fiesta nos
brinda la ocasión de poner de relieve el significado y el valor de la Iglesia.
Estas
Basílicas nos recuerdan lo generosos que han sido los católicos de todos los tiempos
para que nuestros templos sean lo más hermoso posible, y cómo nosotros debemos
contribuir generosamente para mantener bello y elegante el templo de nuestro
barrio o de nuestra parroquia.