San Lucas 21, 20-28
Hoy en la iglesia celebramos a Santa Catalina de Alejandría.
De acuerdo a la tradición, Catalina vivió en el siglo IV, pero su culto no se
extendió hasta dos siglos después, llegando a ser muy popular en Europa. A
Catalina se le considera patrona de los filósofos, de las estudiantes, de las
mujeres solteras y de los oficios que se relacionan con el uso de la rueda
Santa Catalina de Alejandría nació en Egipto en el seno de
una familia noble, hacia el año 290. Fue hija del rey Costo y desde muy pequeña
destacó por su inteligencia. Como tuvo la oportunidad de recibir educación, su habilidad
la llevó a codearse con filósofos y poetas. Su conversión tuvo que ver con un
sueño, en el que se le apareció Jesús, y por el que Catalina decidió acercarse
al cristianismo y aprender su doctrina. Iniciado el camino de la fe, Catalina
habría decidido consagrar su vida al Señor Jesús.
En el año 310, el emperador romano Majencio visitó
Alejandría para presidir las ceremonias dedicadas a los dioses y ordenó que se
ofrecieran sacrificios. Catalina se negó a hacerlo y en vez de entregar su
ofrenda se santiguó delante del Emperador.
Este, enfurecido, la mandó llamar. Ella se presentó ante
Majencio y este la cuestionó sobre su conducta. Acto seguido, ella lo retó a
debatir sobre el Dios verdadero. Tal fue la contundencia de las palabras de
Catalina que el Emperador quedó impresionado por su sabiduría y belleza.
Entonces, Majencio, mandó llamar a un grupo de sabios para que debatan con
ella.
Cuando se llevó a cabo la confrontación, Catalina no solo
logró salir airosa de los cuestionamientos de los sabios, sino que argumentó
con tal excelencia sobre Dios que ellos decidieron abrazar aquella sabiduría
que la Santa poseía. Como muchos otros que conocieron a Santa Catalina, se
hicieron cristianos. El Emperador, tomando nota de lo sucedido mandó matar a aquellos
sabios.
Majencio, en plan de darle una última oportunidad, propuso a
Catalina que sea una de las doncellas acompañantes de la Emperatriz, pero ella
rechazó tal cosa, por lo que fue azotada y encerrada en un calabozo sin
alimento. La mujer del Emperador, conmovida, la visitó en su celda en compañía
de uno de sus generales, Porfirio, y fueron testigos de la aparición de unos
ángeles que acompañaban y curaban las heridas de Catalina. La joven les habló
de la doctrina cristiana y convirtió sus corazones al Señor.
El Emperador consideró esto como la mayor de las afrentas y
la mandó torturar. Un grupo de soldados construyó un artefacto que tenía una
rueda con clavos y cuchillas. Cuando sujetaron a Catalina, ella oró al Señor y
el artificio saltó en pedazos. El siguiente recurso fue condenarla a muerte por
decapitación. El golpe de la espada del verdugo cercenó su cabeza, pero su
cuerpo no llegó a ser profanado porque unos ángeles trasladaron sus restos al
Monte Sinaí.
Dos siglos más tarde, el Emperador Justiniano, quien era
cristiano, erigió el Monasterio de Santa Catalina, en honor de la joven mártir,
considerado uno de los monasterios más antiguos del mundo.