San Lucas
19, 45-48
En el
Evangelio de hoy, vemos a Jesús entrando al templo y expulsando a aquellos que
estaban usando el lugar sagrado para sus propios intereses comerciales. Jesús
muestra su indignación ante esta profanación del templo, diciendo: "Está
escrito: Mi casa será casa de oración, pero ustedes la han convertido en cueva
de bandidos".
El templo
era un lugar sagrado, dedicado a la adoración y al encuentro con Dios. Sin
embargo, los líderes religiosos de aquel tiempo habían permitido que el templo
se convirtiera en un mercado, en un lugar de comercio donde se realizaban
transacciones monetarias. Esto mostraba una falta de respeto hacia Dios y hacia
el verdadero propósito del templo.
Jesús nos
enseña una lección importante aquí. Nos recuerda que nuestras acciones deben
estar alineadas con nuestras creencias y valores. No podemos decir que amamos a
Dios y luego actuar de manera contraria a ese amor. No podemos profesar nuestra
fe en Dios y luego utilizar su casa como un lugar de lucro personal.
Esta
enseñanza del Evangelio también nos invita a reflexionar sobre cómo tratamos
nuestra propia vida como templo del Espíritu Santo. ¿Estamos permitiendo que
nuestras propias pasiones y deseos egoístas conviertan nuestro corazón en una
"cueva de bandidos"? ¿Estamos permitiendo que el pecado y la
mundanidad profanen nuestra relación con Dios?
El
testimonio del santo del día, San Andrés Dung-Lac y sus compañeros mártires,
nos inspira a ser fieles a nuestra fe incluso en medio de la persecución y el
sufrimiento. Ellos dieron su vida por amor a Cristo, prefirieron obedecer a
Dios antes que a los hombres. Nos recuerdan que la verdadera adoración a Dios
requiere valentía y entrega total.
En este día,
pidamos al Señor que purifique nuestros corazones y nos ayude a ser verdaderos
adoradores. Que nos conceda la gracia de vivir nuestras vidas de acuerdo con
nuestros valores cristianos, buscando siempre la voluntad de Dios en todo lo
que hacemos. Y que podamos seguir el ejemplo de los mártires, siendo testigos
valientes de nuestra fe incluso en medio de las dificultades.
Encomendémonos
a la intercesión de San Andrés Dung-Lac y sus compañeros mártires, para que nos
fortalezcan en nuestra fe y nos ayuden a vivir como verdaderos discípulos de
Cristo.
Que Dios
bendiga a todos y nos conceda su gracia y su paz. Amén.