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23 de noviembre

 

San Lucas 19, 41-44

En el Evangelio de hoy, Jesús nos muestra su profundo dolor y tristeza por la inminente destrucción de Jerusalén. Mientras se acerca a la ciudad, Jesús llora y pronuncia estas palabras: "¡Si comprendieras tú también en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Llegará un momento en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán y te apretarán por todas partes; te arrasarán a ti y a tus hijos dentro de ti y no dejarán piedra sobre piedra en ti, porque no has sabido reconocer el tiempo de tu visita".

Estas palabras de Jesús revelan su amor por Jerusalén y su deseo de que el pueblo abra los ojos y entienda el mensaje de paz que él trae. Sin embargo, Jesús sabe que la ciudad y su pueblo están cegados por la incredulidad y la falta de arrepentimiento.

La destrucción de Jerusalén que Jesús predice tiene una dimensión histórica, ya que ocurrió en el año 70 d.C. cuando los romanos destruyeron la ciudad y el templo. Pero también tiene un significado espiritual y simbólico para todos nosotros. Jerusalén puede ser vista como un símbolo de nuestras propias vidas y corazones.

Así como Jesús lloraba por Jerusalén, también llora por nosotros cuando nos alejamos de él, cuando obstinadamente rechazamos su amor y su misericordia. Nos rodeamos de trincheras de pecado, de egoísmo y rechazamos su gracia que nos invita al arrepentimiento y a la conversión.

En este Evangelio, Jesús nos recuerda que el tiempo de nuestra visita no es solo en momentos específicos de nuestra vida, sino en cada día. Él está constantemente llamando a nuestras puertas, ofreciéndonos salvación y paz, pero nosotros muchas veces no sabemos reconocerlo.

Este pasaje del Evangelio también nos invita a reflexionar sobre las consecuencias de nuestras acciones. La falta de fe y arrepentimiento de Jerusalén llevó a su destrucción. Si no nos arrepentimos y convertimos nuestras vidas a Dios, también podemos enfrentar la destrucción espiritual.

Por lo tanto, hermanos y hermanas, tomemos este mensaje de Jesús como una llamada a la reflexión y al cambio. Abramos nuestros corazones a su amor y misericordia, reconociendo el tiempo de su visita en nuestras vidas. Arrepintámonos de nuestros pecados y busquemos su perdón y salvación.

Que este Evangelio sea un recordatorio para nosotros de la importancia de vivir en santidad y en comunión con Dios. Que nuestras acciones y decisiones estén guiadas por su voluntad para evitar la destrucción espiritual y encontrar la verdadera paz en él.

Oremos para que podamos comprender el mensaje de paz que Jesús nos trae y que podamos vivir de acuerdo con su voluntad. Que María, la Madre de Jesús, nos ayude a abrir nuestros corazones a su Hijo y a seguir sus enseñanzas.

 

Que Dios los bendiga a todos. Amén.