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2 de diciembre

San Lucas 24, 46-48

En este Evangelio se nos presenta un pasaje fundamental para comprender la misión de Jesús y nuestra responsabilidad como discípulos suyos.

En este pasaje, Jesús, después de su resurrección, se aparece a sus discípulos y les dice: "Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto".

Estas palabras de Jesús resumen su vida, su muerte y su resurrección como cumplimiento de las profecías y salvación para toda la humanidad. Jesús nos enseña que su misión no solo fue padecer y resucitar, sino también llevar su mensaje de salvación a todos los rincones del mundo. Y esta misión no se limita a los apóstoles de aquel tiempo, sino que se extiende a cada uno de nosotros como sus discípulos hoy en día.

Jesús nos invita a ser testigos de su obra redentora, a proclamar su mensaje de conversión y perdón de los pecados. Somos llamados a compartir la Buena Nueva con todos aquellos que aún no conocen a Jesús o que necesitan experimentar su amor y salvación. Somos enviados como portadores de esperanza y reconciliación en un mundo que necesita desesperadamente de ella.

Pero para ser verdaderos testigos del Evangelio, necesitamos vivir una vida coherente con nuestra fe. Jesús nos llama a una conversión continua, a dejar atrás el pecado y a vivir de acuerdo con los mandamientos y enseñanzas de Dios. Solo a través de una vida transformada por el amor de Jesús podemos transmitir autenticidad y credibilidad a nuestro testimonio.

Además, Jesús nos recuerda que no podemos limitar nuestra misión solo a aquellos que están cerca de nosotros. Nos exhorta a comenzar en Jerusalén, pero también a llevar su mensaje hasta los confines de la tierra. Esto implica salir al encuentro de los demás, acoger a los diferentes, a los desfavorecidos, a los marginados, a quienes están alejados de Dios. Nuestra misión es inclusiva y universal.

Este Evangelio nos hace consiente que Jesús padeció, resucitó y nos envía como testigos de su salvación.

Tenemos la responsabilidad de proclamar su mensaje de conversión y perdón de los pecados, viviendo una vida coherente con nuestra fe y llegando hasta los rincones más alejados del mundo.

Que el Espíritu Santo nos fortalezca y guíe en esta misión, para que podamos ser verdaderos discípulos de Jesús y participar en su obra redentora. Amén.