Páginas

30 de diciembre

Lucas 2,36-40

En este pasaje bíblico se nos presenta a una mujer llamada Ana, una profetisa que había vivido muchas décadas en el templo, dedicada a la adoración y el servicio a Dios. Ana era una mujer de gran fe y conexión con Dios, y se destacaba por su vida de oración y alabanza constante.

El versículo base de esta reflexión nos recuerda que hablar de Dios y transmitir su mensaje no se limita a títulos o diplomas académicos, sino a una experiencia íntima y profunda con Él. Ana personifica esta realidad, ya que a través de su larga experiencia en la presencia de Dios, tenía el testimonio y la autoridad para hablar de Él a los demás.

En nuestra sociedad actual, a menudo se busca la instantaneidad y la inmediatez en todo, incluso en la formación y capacitación espiritual. Se promociona la idea de que uno puede aprender rápidamente a ser bueno en diferentes áreas, incluyendo la predicación y la enseñanza de la Palabra de Dios. Sin embargo, la historia de Ana nos recuerda que esta conexión con Dios necesita tiempo y dedicación.

La invitación es que en nuestra formación permanente como discípulos de Cristo, dediquemos un lugar especial al diálogo con Dios, a la oración y a la alabanza. No se trata solo de adquirir conocimiento teórico, sino de cultivar una relación viva y profunda con nuestro Creador. Es en este encuentro con Dios, en escuchar su voz y recibir su dirección, que seremos capacitados para comunicar su mensaje de amor y salvación a los demás.

Así como Ana pasó años en la presencia de Dios, fortaleciendo su fe y su conocimiento de Él, también necesitamos invertir tiempo y esfuerzo en nuestra relación con Dios. Esto implica dedicar momentos diarios para comunicarnos con Él, estudiar su Palabra, adorarlo y escuchar su voz a través del Espíritu Santo.

Al hacerlo, estaremos preparados para hablar de Dios de una manera auténtica y poderosa, no porque tengamos títulos o diplomas, sino porque hemos experimentado personalmente su amor, su gracia y su poder transformador en nuestras vidas. Que nuestra formación permanente se enfoque en este diálogo con Dios, haciéndolo una prioridad en nuestra vida cotidiana.