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20 de noviembre

 

San Lucas 18, 35-43

En el Evangelio de hoy, nos encontramos con una historia conmovedora de la curación de un ciego por parte de Jesús. A través de este relato, podemos aprender valiosas lecciones sobre la fe y la misericordia de Dios.

En primer lugar, vemos al ciego mendigando en el camino, clamando a Jesús para que tenga compasión de él. A pesar de su discapacidad, el ciego reconoce a Jesús como el Hijo de David, es decir, como el Mesías prometido. Este acto de reconocimiento muestra su fe y confianza en que Jesús puede sanarlo.

Debemos preguntarnos: ¿Cómo es nuestra propia fe? ¿Reconocemos a Jesús como el Hijo de Dios y estamos dispuestos a acudir a Él con confianza en medio de nuestras dificultades? El ciego nos enseña que, incluso en nuestra ceguera espiritual o nuestras limitaciones, debemos tener fe en el poder sanador de Jesús.

En segundo lugar, notamos la actitud del ciego cuando Jesús se acerca a él. A pesar de las voces que intentan silenciarlo, el ciego sigue clamando aún más fuerte: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!". Esta perseverancia y determinación son ejemplos para nosotros. A menudo enfrentamos obstáculos y oposiciones en nuestra vida de fe, pero debemos mantenernos firmes y continuar buscando a Jesús.

Jesús, al ver la fe del ciego, le devuelve la vista y le dice: "Tu fe te ha salvado". Esta afirmación de Jesús es un recordatorio de que la fe tiene el poder de transformar nuestras vidas. La fe en Jesús no solo nos permite experimentar su misericordia y sanación, sino que también nos salva y nos lleva a una vida nueva en Él.

Finalmente, después de ser sanado, el ciego sigue a Jesús, glorificando a Dios. Esta respuesta de gratitud y acción de gracias es fundamental en nuestra vida de fe. Cuando experimentamos la misericordia y la gracia de Dios, debemos responder con un corazón agradecido y vivir de acuerdo con su voluntad. El Evangelio de hoy nos invita a renovar nuestra fe en Jesús y confiar en su misericordia. Sigamos el ejemplo del ciego, clamando a Jesús en medio de nuestras dificultades, perseverando en nuestra fe y respondiendo con gratitud y obediencia. Que, a través de esta historia, podamos crecer en nuestra relación con Cristo y experimentar su poder sanador en nuestras vidas. Amén.