San Mateo
15, 21 – 28
Hoy La
palabra nos muestra este encuentro de Jesús con una mujer que se acerca para
pedirle por su hija. Meditemos algunas actitudes que podemos llevar a nuestra
propia vida de fe y a nuestro día a día.
En primer
lugar, Anímate a interceder.
Vemos a esta
mujer pagana que se acerca a Jesús, una mujer que estaba muy preocupada por el
sufrimiento de su hija, de lo más valioso que tenía. Observemos qué bonita esta
actitud: el acercarse al Señor para pedir por otro. Seguro que tu oración tiene
mucho de esto, pedir por la gente que queremos, que tenemos cerca, por la gente
que uno ama. Eso se llama intercesión y es una oración muy fuerte, porque la
motivación es el amor. Así que nunca desconfíes o dudes del poder de la
intercesión: Dios siempre escucha la súplica confiada. Nunca te canses de pedir
por los demás porque seguramente hay alguien que pide por ti.
En segundo
lugar, aprende a postrarte.
Dice el
evangelio que esta mujer se postró. Creo que muchas veces en nuestra oración
nos falta eso. Nos falta más rodilla frente a Jesús. Y no estamos hablando de
la actitud física, eh, sino más bien de un postrarnos espiritualmente. Quien se
postra reconoce que quien tiene delante es más grande, quien se postra es
humilde y reconoce que solo no puede, quien se postra, aprende a confiar. Por
eso, ¿cómo está siendo tu oración? ¿Estás reconociéndote necesitado de Dios o piensas
que cuando rezas le estás haciendo un favor al Señor?
Por último, persevera.
Otra actitud
de esta mujer era que gritaba. Le gritaba a Jesús: “¡Ten piedad de mí!”. No se
callaba, pero no imponiendo, sino insistiendo. La súplica de esta mujer estaba
llena de perseverancia. Es algo que tenemos que imitar: no cansarnos de orar. A
veces no vemos frutos y bajamos los brazos. Pensamos que Dios no nos escucha,
que no puede obrar en nuestras vidas. Muchos no conocemos lo que Dios puede
hacer. A veces, como en el evangelio de hoy, Dios aparece como sordo, pero
permite esto para que aumentes tu fe y perseveres. Aunque no veas resultados, aunque parezca que
Dios no te escucha, persevera. Pensemos en santa Mónica, que oró treinta años
hasta que su hijo se convirtió. Por eso qué lindo lo que dice el Señor: “Qué
grande es tu fe”. Reza siempre, porque Dios sigue ahí. Que tu fe sea constante
en el seguimiento de Jesús.