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10 de agosto

 


San Juan 12, 24-26

  

El Señor nos invita a descubrir que, así como el grano de trigo nosotros debemos aprender a morir para no quedar solos.  Cuantas veces encontramos en el camino de nuestras vidas gente que vive en la profunda soledad, gente que se encuentra en esa soledad que lo angustia o tal vez puede ser que nosotros nos encontremos en esta misma situación.

 Cuanta gente que se ha quedado sola, cuanta gente que se siente sola en la vida y tal vez la soledad del corazón del hombre viene de justamente de no haber sabido morir como el grano de trigo, de no haber sabido dejar ciertas cosas, abandonar ciertas cosas; morir a nosotros mismo para  nacer a la vida nueva,  a la vida de Dios o también morir a nuestros caprichos para dejar que los demás sean nuestra propia vida.

Por eso tal vez sea interesante preguntarte en este día ¿Cuáles son las cosas a las que debes morir? ¿Cuáles son las cosas que te cuestan dejar que te cuestan abandonar?  ¿Cuáles son las cosas que como el grano de trigo debes dejar morir para que no te quedes solo para que den muchos frutos, para que vivas entregado a los demás?

 

San Lorenzo, el Santo que celebramos hoy, justamente entrego su vida como grano de trigo y por eso ha sido reconocido y valorado por toda la Iglesia  desde los principios como un Santo que nos enseña con su testimonio, con su ejemplo a amar al Señor sobre todas las cosas. Que interceda por nosotros en este día y que nos ayude también a ser Mártires con el testimonio de cada día.

San Lorenzo fue uno de los siete diáconos de Roma, formaba parte del grupo de hombres de confianza del Papa San Sixto, y se encargaba de distribuir las ayudas a los más necesitados de la ciudad.

 

Antes de que el cristianismo estuviese aceptado, el emperador Valeriano publicó un decreto que ordenaba la persecución y asesinato de todos los que se declarasen cristianos. Uno de los asesinados fue el Papa San Sixto, que estaba celebrando una misa en un cementerio de Roma el 6 de agosto, cuando le mataron junto a cuatro de sus diáconos. Cuatro días después matarían a San Lorenzo. La tradición cuenta que San Lorenzo, después de saber que habían asesinado al Papa, recogió todo el dinero y los bienes que la Iglesia tenía en Roma y los repartió entre los pobres y enfermos de la ciudad.

 

El dirigente de Roma mandó que lo mataran. Le metieron en una parrilla de hierro y le pusieron en el fuego hasta que murió calcinado. La leyenda cuenta que, en su martirio, mientras ardía, el Santo pidió que le dieran la vuelta para arder por los dos lados.