San Mateo
25, 14-30
La parábola
de los talentos nos hace pensar de lleno en los dones y capacidades que nos
regala Dios cuando nos sueña, nos hace, nos crea, nos teje en el silencioso
vientre de nuestras madres. Y lo primero que podemos y tenemos que decir es que
Dios da talentos a todos. Según su capacidad. Pero a todos. Nadie se queda
afuera del amor de Dios que nos hace tener talento.
Vale la pena
aclarar que los talentos son monedas corrientes en la época de Jesús. Pero
nosotros lo hacemos extensivo a las capacidades, todas distintas y por eso
originales que Dios nos regala para poder vivir en esta vida al estilo de
Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien. Todos nosotros somos capaces de algo. Todos podemos hacer
algo con nuestra vida. Todos estamos llamados a algo. Todos entonces somos
dignos. Todos somos amados. Todos podemos encontrarle el sentido de la vida a
aquello que vivimos todos los días.
Y lo lindo
de la parábola es hacernos pensar que no es más quién más recibe, sino más bien
aquel que es capaz de “trabajar” su talento, su capacidad, su don, su vida. No
podemos ser mezquinos y pensar que Dios ama más a los que más talento tienen o
reciben; todo lo contrario, Dios ama a todos y lo que quiere es que aquello que
recibimos, mucho o poco, pero nuestro, lo hagamos dar fruto. Y cuando decimos
esto, hablamos en concreto de poner nuestra vida al servicio de una causa que
valga la pena, una causa que no perezca en el tiempo, una causa que trascienda
y vaya más allá de toda ideología y pensamiento. La causa del Reino de Dios
anunciado e instaurado por Jesús.
Hoy el
evangelio y el papa Francisco nos llaman a una profunda conversión del corazón
respecto de los pobres. “No amemos de palabra sino con obras”, nos dice. No
podemos seguir invisibilizándolos en la vida de la Iglesia y nuestras
comunidades. No podemos seguir pasando por alto. No podemos hacer de cuenta que
miramos sin ver. Hay gritos que claman al cielo y esperan de nosotros, de
nuestra vida y de nuestros talentos, la capacidad de ponernos al servicio de
ellos.
Pon tu
talento, tu capacidad, tu vida, tu corazón al servicio de los pobres. Para ser
más lo que eres. Para ser más “nosotros”. Para ser de veras Iglesia Católica
creyente, pero también creíble.