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1 septiembre

 


San Mateo 25,1-13

Diez chicas. Y una parábola que exagera algunas cosas, para dejar otras en claro. No, nunca un novio se iba a hacer esperar hasta la medianoche. No, probablemente tampoco las niñas que tenían aceite les iban a negar aunque sea un poquito a las otras. Y no, claramente que a medianoche no habría un mercado abierto para conseguir más aceite. Y, por último, si vemos las reglas básicas de la hospitalidad oriental, tampoco un novio iba a cerrar las puertas a las que no tuvieron las lámparas encendidas.

 

¿Entonces, a qué viene la parábola de Jesús? ¿Qué quiere decirnos? Simple: Jesús nos anima a estar atentos, vigilantes. No podrás dormirte. Hay un encuentro que puede pasar ahora, en este instante. Y que sólo el que tiene los ojos y el corazón atentos va a poder disfrutarlo. Si te dormiste… te quedaste afuera.

 

Pero… ¿a qué se refiere? ¿No está hablando del infierno, del día del juicio final?

 

Sí, pero también no. Con esta parábola uno puede entender a Jesús que habla del final de nuestra vida, del día en que nos encontremos cara a cara con Dios. Pero también está hablando de ahora, de este día, de este instante. Hay un Dios que nos está buscando, que viene a unirse en nuestro corazón, con el amor apasionado de un esposo. La persona que no está atenta… no está preparada para recibirla. Y ese encuentro, que es la base de nuestra fe, corre el riesgo de ir haciéndose cada vez mas esporádico, dejando el corazón más frío.

 

San Ignacio de Loyola nos propone una pregunta concreta, para que nos la hagamos cada día: ¿por dónde pasó Dios hoy, en mi vida? ¿Por qué hechos, pensamientos, sentimientos, encuentros, diálogos, o trabajos bien realizados?

 

Y, a partir de eso, podemos ir encontrando: ¿qué me propone Dios para mañana?

 

 

 

– Pidámosle a Dios que nos ayude a mantener los ojos y los oídos abiertos. Que no nos durmamos. Que estemos atentos. Que podamos descubrirlo en cada instante de nuestra vida. Y mantener así el corazón enamorado.