San Lucas 10, 1-10
El evangelio de hoy nos habla acerca de no sólo el grupo de
los 12, sino también de 72 discípulos, a los que Jesús envía en parejas, de dos
en dos, a evangelizar; a anunciar la llegada de la Buena Noticia del Reino de
Dios entre los hombres. Los envía de dos en dos y les da las indicaciones
necesarias para poder realizar esta tarea.
A mí particularmente me gustaría pensar en tres cosas que
creo tienen que ver con misionar hoy en nuestra vida:
La primera
es que misionar no es irse lejos. Muchas veces pensamos que la misión ocurre en
otro continente o en otro país. O en el interior de nuestros pueblos y de
nuestras ciudades. Y en realidad la misión pasa todos los días: pasa en mi
casa, pasa el colegio, en la facultad, pasa en el colectivo, pasa en el tren. Pasa
con mis amigos. Pasa en todas las realidades del mundo. Es decir, nosotros
tenemos que pensar que ser misionero no significa tener que dejar
necesariamente el propio país, la propia tierra, o el propio barrio para
empezar a misionar. Uno se hace misionero cuando asume como modelo de vida el
querer seguir firmemente los pasos de Jesús y por tanto comprometerse en la
construcción de un mundo más justo, más fraterno y solidario
Lo segundo
que debemos tener en claro es que misionar no es “llevar cosas” a los pobres
Misionar es justamente generar cultura del encuentro. Esto de “llevar cosas” a
los pobres nos hacen caer en un viejo modelo al que muchos estamos
acostumbrados, del dar “desde arriba” lo que nosotros tenemos a los “de abajo”
que son los que “no tienen”. Lo cual es mentira. Misionar significa generar
encuentro. Ir al encuentro del otro, sentarnos, mirarnos a los ojos y poder
compartir la propia vida y contarnos las buenas noticias que Dios obró en la
vida de cada uno y poder juntos dar gracias sin necesidad de que ello vaya
acompañado de ayuda material: sea ropa, sea comida, se lo que sea.