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18 de septiembre


San Lucas 10, 1-10

El evangelio de hoy nos habla acerca de no sólo el grupo de los 12, sino también de 72 discípulos, a los que Jesús envía en parejas, de dos en dos, a evangelizar; a anunciar la llegada de la Buena Noticia del Reino de Dios entre los hombres. Los envía de dos en dos y les da las indicaciones necesarias para poder realizar esta tarea.

A mí particularmente me gustaría pensar en tres cosas que creo tienen que ver con misionar hoy en nuestra vida:

La primera es que misionar no es irse lejos. Muchas veces pensamos que la misión ocurre en otro continente o en otro país. O en el interior de nuestros pueblos y de nuestras ciudades. Y en realidad la misión pasa todos los días: pasa en mi casa, pasa el colegio, en la facultad, pasa en el colectivo, pasa en el tren. Pasa con mis amigos. Pasa en todas las realidades del mundo. Es decir, nosotros tenemos que pensar que ser misionero no significa tener que dejar necesariamente el propio país, la propia tierra, o el propio barrio para empezar a misionar. Uno se hace misionero cuando asume como modelo de vida el querer seguir firmemente los pasos de Jesús y por tanto comprometerse en la construcción de un mundo más justo, más fraterno y solidario

Lo segundo que debemos tener en claro es que misionar no es “llevar cosas” a los pobres Misionar es justamente generar cultura del encuentro. Esto de “llevar cosas” a los pobres nos hacen caer en un viejo modelo al que muchos estamos acostumbrados, del dar “desde arriba” lo que nosotros tenemos a los “de abajo” que son los que “no tienen”. Lo cual es mentira. Misionar significa generar encuentro. Ir al encuentro del otro, sentarnos, mirarnos a los ojos y poder compartir la propia vida y contarnos las buenas noticias que Dios obró en la vida de cada uno y poder juntos dar gracias sin necesidad de que ello vaya acompañado de ayuda material: sea ropa, sea comida, se lo que sea.

Lo tercero y también que parece importante es que misionar no es “irse solo” Siempre que se misiona se misiona en Iglesia. Entonces esto de alguna manera nos involucra en una doble dimensión: primero yo formo parte de una comunidad que misiona, yo formo parte de una iglesia que misiona. Yo formo parte de un grupo, de una parroquia, de un movimiento, pero una iglesia al fin que misiona. Y yo soy parte de eso. Y lo que busca también la tarea del misionar es generar Iglesia. Si yo voy a trabajar algún lugar y generamos algún tipo de encuentro entre la gente y queremos hacer algún tipo de propuesta de evangelización: algún retiro algo que los acerque un poco más al amor de Dios eso no puede ser sin un involucrarse respecto de ellos. Ellos tienen que estar involucrados. Ellos tienen que ser artífices de su propia misión. Si no va pasar lo que muchas veces pasa: nos vamos a ir a “la misión” va a ser una linda experiencia, después quizá podamos regresar -o no- pero todo se pierde en el olvido. Misionar significa implicar al otro en el proceso de conversión y que ese otro también me mejore a mí