San Lucas 6,
43-49
Cada 16 de
septiembre la Iglesia Católica celebra juntos al Papa San Cornelio (c.180-253)
y al Obispo San Cipriano (c. 200-258), dos amigos en el Señor que se opusieron
a los errores y herejías en las que cayeron muchos cristianos de los primeros
siglos. Ambos concluyeron sus vidas abrazando las palmas del martirio.
El Papa
Cornelio
Cornelio
-cuyo nombre significa "fuerte como un cuerno"- fue el vigésimo
primer Papa de la Iglesia Católica. Afrontó con firmeza la herejía de
Novaciano, teólogo que proclamaba que la Iglesia no tenía el poder suficiente
para perdonar pecados graves (los llamados "lapsi") y que, por lo
tanto, no podía absolver ni acoger de nuevo a quienes habían incurrido en la
apostasía.
Ciertamente,
a causa de las crueles persecuciones, muchos cristianos habían abandonado la fe
o habían abjurado (pecado de apostasía) por temor a las amenazas del poder
temporal (torturas, prisión o la muerte). Sin embargo, no fueron pocos los que
reconocieron su falta y pidieron ser nuevamente admitidos en el seno de la
comunidad cristiana.
El Papa
Cornelio fue el primero en alzar su voz contra la herejía de Novaciano,
sosteniendo que Dios no negaba a nadie su perdón y que no existía falta que no
pudiese ser resarcida por la misericordia divina.
Cipriano,
obispo
Entre
quienes apoyaron al Papa Cornelio en la doctrina sobre el perdón estaba San
Cipriano -obispo con quien guardó una estrecha amistad-. Cipriano, quien se
encontraba a la cabeza de la sede de Cartago, respaldó públicamente la postura
pontificia en contra de Novaciano, por lo que se hizo de enemigos y
detractores.
El único y
verdadero sacrificio
Vale
precisar que el Papa Cornelio no sólo tuvo que sufrir por la controversia con
Novaciano y sus seguidores (los cátaros): los suyos fueron los tiempos de otra
sangrienta persecución, esta vez, organizada por el emperador Decio (249-251).
Cornelio fue
enviado primero al destierro y más tarde, en el año 253, tomado prisionero y
condenado a muerte -murió decapitado-.
Por su
parte, Cipriano, en Cartago, padeció también los duros años de la persecución
de Decio y, tras la muerte de este, tuvo que sufrir la organizada por su
sucesor, Valeriano.