San Mateo
16, 24-28
Hoy, el
Evangelio nos sitúa claramente frente al mundo. Es radical en su planteamiento,
no admite medias tintas. Jesús no esconde ni ablanda las exigencias del
discipulado.
El evangelio de hoy explicita estas exigencias
para todos nosotros. La Cruz no es fatalismo, ni exigencia del Padre. El
símbolo de la Cruz y el tomarla puede ser locura o fracaso para algunos
modernos del siglo XXI, pero coherencia o gloria para los que sencillamente
asumen la cruz.
La Cruz es
consecuencia del compromiso libremente asumido. No podremos encontrar a Dios,
ni amarlo, si no aceptamos ni nos esforzamos, por seguir el camino de Jesús; un
camino que implica, dejar nuestras indiferencias, egoísmos e insensibilidades
por los débiles.
No podemos dejar fuera de nuestro proyecto de
vida lo que Jesús nos dio como ejemplo con su desprendimiento y su servicio a
todos. La vida sólo se gana entregándola, en el servicio y el compartir. Jesús
nos pide un seguimiento dinámico y generoso, y ese es el secreto para ganar la
vida.
Celebramos
hoy a Santa Clara de Asís, contemplando su vida y despojo, podremos aprender un
poco más. Queriendo conseguir la perfección, dejándose enseñar por los Consejos
de San Francisco, Clara comenzó a vivir una vida de pobreza ejemplar, que
motivó también a otras mujeres a vivir lo mismo.
Frente a las
aparentes seguridades, ella le pedía al Santo Padre: “le suplico que no me
absuelva ni me libre de la obligación que tengo de ser pobre como lo fue
Jesucristo” A quienes le decían que había que pensar en el futuro, les
respondía con aquellas palabras de Jesús: “Mi padre celestial que alimenta a
las avecillas del campo, nos sabrá alimentar también a nosotros”
Junto a
Francisco, Clara supo y quiso hacer lío, en aquel tiempo específico de la
Iglesia, haciéndose pobre, haciéndose niña, dependiente, haciéndose periferia,
y haciendo tanto bien a la Iglesia…