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11 de agosto

 


San Mateo 16, 24-28

 

Hoy, el Evangelio nos sitúa claramente frente al mundo. Es radical en su planteamiento, no admite medias tintas. Jesús no esconde ni ablanda las exigencias del discipulado.

 El evangelio de hoy explicita estas exigencias para todos nosotros. La Cruz no es fatalismo, ni exigencia del Padre. El símbolo de la Cruz y el tomarla puede ser locura o fracaso para algunos modernos del siglo XXI, pero coherencia o gloria para los que sencillamente asumen la cruz.

La Cruz es consecuencia del compromiso libremente asumido. No podremos encontrar a Dios, ni amarlo, si no aceptamos ni nos esforzamos, por seguir el camino de Jesús; un camino que implica, dejar nuestras indiferencias, egoísmos e insensibilidades por los débiles.

 No podemos dejar fuera de nuestro proyecto de vida lo que Jesús nos dio como ejemplo con su desprendimiento y su servicio a todos. La vida sólo se gana entregándola, en el servicio y el compartir. Jesús nos pide un seguimiento dinámico y generoso, y ese es el secreto para ganar la vida.

Celebramos hoy a Santa Clara de Asís, contemplando su vida y despojo, podremos aprender un poco más. Queriendo conseguir la perfección, dejándose enseñar por los Consejos de San Francisco, Clara comenzó a vivir una vida de pobreza ejemplar, que motivó también a otras mujeres a vivir lo mismo.

 

Frente a las aparentes seguridades, ella le pedía al Santo Padre: “le suplico que no me absuelva ni me libre de la obligación que tengo de ser pobre como lo fue Jesucristo” A quienes le decían que había que pensar en el futuro, les respondía con aquellas palabras de Jesús: “Mi padre celestial que alimenta a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar también a nosotros”

 

Junto a Francisco, Clara supo y quiso hacer lío, en aquel tiempo específico de la Iglesia, haciéndose pobre, haciéndose niña, dependiente, haciéndose periferia, y haciendo tanto bien a la Iglesia…