San Mateo 24, 42-51
La lectura
del Evangelio de hoy la tenemos que entender en el sentido profundo de lo que
el evangelista nos quiere decir. Lejos está esa interpretación de un dios
Todopoderoso sentado en un trono de gloria, justiciero, castigador, que amenaza
a todos los hombres a que se porten bien porque si no se van a ir
inexorablemente al infierno.
Nuestra fe
nos hace leer este texto de una perspectiva más profunda. La invitación que nos
hace Jesús en el evangelio es a estar prevenidos. Pero esto de no saber la hora
en que va venir no nos tiene que causar miedo sino todo lo contrario: nos tiene
que hacer confiar más en Él.
Es decir, es
un Evangelio que nos llena de esperanza y que nos hace entender que no hay más
que dos maneras de vivir: o vivo cuidándome la vida, pensando que Jesús va
llegar en determinado momento y que eso no tiene nada que ver con mi vida y me
dedico a malgastarla, a poner fuerza donde no vale la pena poner, incluso me
dedico a la violencia, a comer, a emborracharme; hacer cosas que en definitiva
me pierden en el sentido de mi vida.
O vivo consecuentemente como cristiano, como
hijo resucitado, verdaderamente Hijo de Dios que entiende que Jesús no viene al
final de los tiempos solamente sino que está siempre viniendo permanentemente
en cada uno de mis hermanos especialmente los que más sufren, los que más
necesidad tienen de la ternura y la misericordia de parte de Dios, de aquellos
que esperan una respuesta desde mi originalidad de mis dones y desde mis
talentos
. De
aquellos que me están gritando, aquellos que me dicen que necesitan justicia,
que necesitan paz, que necesitan alguien que le preste la voz porque sienten
pisoteados en sus derechos; sienten pisoteada la vida.
Jesús está
viniendo en todo momento. Está viniendo como grito de necesidad que también nos
interpela y nos ayuda a nosotros a pensar qué respuesta podemos ensayar para
dar respuesta a esa necesidad.
El evangelio
de hoy nos compromete! nos hace seguir tomando partido por este Dios de la
vida, por este querer formar parte de la comunidad de los seguidores de Jesús
que no calculan la vida, que no la retacean, que no se la guardan y que sobre
todas las cosas renuncian el privilegio de tener miedo. ¡No podemos tener
miedo! ¡No podemos vivir con temor!
Tenemos que
vivir como lo que somos: varones y mujeres libres y liberados por la gracia del
Espíritu de Jesús que se animan a ser algo cuestionable e histórico de su vida;
algo que sea fundamentalmente en el servicio y de la entrega por amor.