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31 de agosto

 


San Mateo 24, 42-51

La lectura del Evangelio de hoy la tenemos que entender en el sentido profundo de lo que el evangelista nos quiere decir. Lejos está esa interpretación de un dios Todopoderoso sentado en un trono de gloria, justiciero, castigador, que amenaza a todos los hombres a que se porten bien porque si no se van a ir inexorablemente al infierno.

 

Nuestra fe nos hace leer este texto de una perspectiva más profunda. La invitación que nos hace Jesús en el evangelio es a estar prevenidos. Pero esto de no saber la hora en que va venir no nos tiene que causar miedo sino todo lo contrario: nos tiene que hacer confiar más en Él.

 

Es decir, es un Evangelio que nos llena de esperanza y que nos hace entender que no hay más que dos maneras de vivir: o vivo cuidándome la vida, pensando que Jesús va llegar en determinado momento y que eso no tiene nada que ver con mi vida y me dedico a malgastarla, a poner fuerza donde no vale la pena poner, incluso me dedico a la violencia, a comer, a emborracharme; hacer cosas que en definitiva me pierden en el sentido de mi vida.

 O vivo consecuentemente como cristiano, como hijo resucitado, verdaderamente Hijo de Dios que entiende que Jesús no viene al final de los tiempos solamente sino que está siempre viniendo permanentemente en cada uno de mis hermanos especialmente los que más sufren, los que más necesidad tienen de la ternura y la misericordia de parte de Dios, de aquellos que esperan una respuesta desde mi originalidad de mis dones y desde mis talentos

. De aquellos que me están gritando, aquellos que me dicen que necesitan justicia, que necesitan paz, que necesitan alguien que le preste la voz porque sienten pisoteados en sus derechos; sienten pisoteada la vida.

 

Jesús está viniendo en todo momento. Está viniendo como grito de necesidad que también nos interpela y nos ayuda a nosotros a pensar qué respuesta podemos ensayar para dar respuesta a esa necesidad.

El evangelio de hoy nos compromete! nos hace seguir tomando partido por este Dios de la vida, por este querer formar parte de la comunidad de los seguidores de Jesús que no calculan la vida, que no la retacean, que no se la guardan y que sobre todas las cosas renuncian el privilegio de tener miedo. ¡No podemos tener miedo! ¡No podemos vivir con temor!

 

Tenemos que vivir como lo que somos: varones y mujeres libres y liberados por la gracia del Espíritu de Jesús que se animan a ser algo cuestionable e histórico de su vida; algo que sea fundamentalmente en el servicio y de la entrega por amor.