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5 de junio


 San Marcos 12, 1-12

Cada vez se va haciendo más grande la distancia entre Jesús y los representantes oficiales de Israel. Hasta que se llega a una ruptura y lo van a condenar a muerte. En este evangelio tenemos la parábola de los viñadores homicidas. Es una comparación. Y con esta comparación Jesús quiere hacer ver a los dirigentes judíos lo que hicieron con él. Por eso Jesús es valiente. Cuando tiene que decir las cosas las dice, cuando tiene que enfrentarse se enfrenta, aún sabiendo que se juega la vida.

En el Antiguo Testamento hay una alegoría de la viña aplicada al pueblo de Israel. Es del profeta Isaías que tiene un poema sobre la viña que no daba los frutos que Dios esperaba de ella. Y esa viña simboliza a Israel. Aquí en el evangelio Jesús dramatiza todavía más. Hace notar con claridad el rechazo y los asesinatos sucesivos, hasta llegar a matar al hijo del dueño de la viña. Y en esta imagen el hijo del dueño de la viña es Jesús. Es un drama que sucedió con el rechazo de Jesús. Se deshacen del Hijo. Y sabemos bien que lo matan condenándolo a la muerte de cruz. Era la muerte que daban a los más peligrosos asesinos.

Podemos hacernos algunas preguntas que nos ayuden para la vida. Nosotros no matamos al Hijo ni le despreciamos, pero siendo sinceros, tampoco lo seguimos con todas las pilas. Nos cuesta jugarnos del todo, por eso andamos a media máquina. Podemos preguntarnos si estamos dando frutos. ¿Somos una viña que da los frutos que Dios espera? ¿O damos pocos frutos cuando podríamos dar mucho más? Deberíamos hoy preguntarnos si somos viñas fructíferas o estériles. La Palabra que escuchamos debería ayudarnos a producir en nuestra vida muchos más frutos que los que producimos para el bien de los demás, empezando por nuestras familias.

Tratemos de dar muchos y buenos frutos en nuestra comunidad, en nuestra familia, en nuestros hogares. No seamos una carga, no seamos zánganos, no seamos un peso. Seamos bendición para nuestros seres queridos.