San Mateo 22, 34-40
San Martin
de Porres es un santo muy popular en muchas partes y hasta se han filmado
hermosas películas acerca de su vida y milagros. Es un santo muy simpático y
milagroso.
Nació en
Lima, Perú, hijo de un español y de una panameña. Por el color de su piel, su
padre no lo quiso reconocer y en la partida de bautismo figura como "de
padre desconocido". Su infancia no fue demasiado feliz, pues por ser
mulato (mitad blanco y mitad negro, pero más negro que blanco) era despreciado
en la sociedad.
Aprendió muy
bien los oficios de peluquero y de enfermero, y aprovechaba sus dos profesiones
para hacer muchos favores gratuitamente a los más pobres.
A los 15
años pidió ser admitido en la comunidad de Padres Dominicos. Como a los mulatos
les tenían mucha desconfianza, fue admitido solamente como "donado",
o sea un servicial de la comunidad. Así vivió 9 años, practicando los oficios
más humildes y siendo el último de todos.
Al fin fue
admitido como hermano religioso en la comunidad y le dieron el oficio de
peluquero y de enfermero. Y entonces sí que empezó a hacer obras de caridad a
manos llenas.
Los frailes
se quejaban de que Fray Martín quería hacer del convento un hospital, porque a
todo enfermo que encontraba lo socorría y hasta llevaba a algunos más graves y
pestilentes a recostarlos en su propia cama cuando no tenía más donde se los
recibieran.
Con la ayuda
de varios ricos de la ciudad fundó el Asilo de Santa Cruz para atender a
enfermos y huérfanos y ayudarles a salir de su penosa situación.
Aunque él
trataba de ocultarse, sin embargo, su fama de santo crecía día por día. Lo
consultaban hasta altas personalidades. Muchos enfermos lo primero que pedían
cuando se sentían graves era: "Que venga el santo hermano Martín". Y
él nunca negaba un favor a quien podía hacerlo.
Pasaba la
mitad de la noche rezando. A un crucifijo grande que había en su convento iba y
le contaba sus penas y sus problemas, y ante el Santísimo Sacramento y
arrodillado ante la imagen de la Virgen María pasaba largos tiempos rezando con
fervor.
Sin moverse
de Lima, fue visto sin embargo en China y en Japón animando a los misioneros
que estaban desanimados. Sin que saliera del convento lo veían llegar junto a
la cama de ciertos moribundos a consolarlos.