Jesús se presenta como “el pan vivo bajado del cielo”, el
evangelio, la Palabra de hoy nos presenta el alimento de salvación, nos muestra
cuál es el camino que tenemos que seguir para ir a vivir con Dios: comer la
carne del Hijo del hombre y beber su sangre y esto es el verdadero alimento,
habrá Vida Eterna en nosotros cada vez que accedemos a este sacramento de la
eucaristía.
Cristo ha querido quedarse de ese modo con nosotros, su
presencia nos va a conducir siempre al Padre; y hablando del Padre podemos
decir que Jesús siente siempre ese deseo de hablar de Su Padre, lo hace con
orgullo, con cariño, con ternura, algunos dirían casi obsesivamente no para de
hablar de Su Padre: “es mi Padre el que les da Vida Eterna”, “yo vivo por el
Padre” es otra de las expresiones de Jesús.
Qué bueno poder decir eso: vivo por el padre, intento vivir
haciendo la voluntad de Dios, estar en la Casa del Padre, hacer las cosas del
Padre. Como ese hijo pródigo que se alejó, que después volvió, entendió la
lógica de la misericordia, que es amado, perdonado, recibido por su padre y ya
se queda entonces para siempre en la casa de su padre haciendo el bien.
La lógica de la misericordia nos invita entonces a no
quedarnos estancados, a no cansarnos de hacer el bien, al contrario,
creativamente una y otra vez poner manos a la obra para generar vida, para
generar vida entre nosotros, esto es decir hacer buenas obras, esto es
realmente convencernos de que Dios nos ha prometido el cielo, el cielo tiene
mucho que ver cómo vivimos el hoy aquí todos los días en la tierra.
La eucaristía es sin dudas el alimento para el camino, nos
da fortaleza en la peregrinación de cada día y nos marca también hacia donde
nos encaminamos. Pidamos al Señor la gracia entonces de poder alimentarnos
siempre de ese pan, de poder vivir por el Padre haciendo Su voluntad, estando
en sus cosas, haciendo las obras que el Padre nos inspire a través de su
Espíritu.