San Juan 6,35-40
Estamos
transitando la semana del discurso del pan de vida. Luego de la multiplicación
de los Panes, de cruzar a la otra orilla y de seguir predicando, vemos que la
multitud busca a Jesús pidiendo siempre el pan de vida. En el evangelio de hoy
Jesús justamente se anuncia así: “Yo soy el pan de vida, el que viene a mi
jamás tendrá hambre, el que cree en mi jamás tendrá sed”. Vemos que la Palabra
también nos da herramientas para llevar un poco de todo esto a nuestra propia
vida. Recemos y pensemos un poco:
En primer
lugar, querer.
Jesús dice:
El que viene a mí jamás tendrá hambre. Hay una decisión de ir, porque la
eucaristía involucra nuestra voluntad, el querer. Yo quiero ir, yo quiero
compartir, yo quiero celebrar y dejar todo en las manos de Jesús, yo quiero
recibirlo en su Palabra y la Eucaristía. Por eso es hermoso participar
activamente en la misa. Justamente porque las ataduras muchas veces pasan por
nuestro querer, y nos vamos dejando estar.
Muchas veces se mueve solamente por las ganas y su amor no deja de ser
superficial. Pero el querer es distinto, es aceptar que lo que voy a recibir es
el mejor bien que puedo tener en mi vida: Jesucristo mismo. Pídele al Señor la
gracia de tener un convencimiento interior, que te aumente el querer, para que
sepas que lo que necesitas hoy es el pan de vida. Es una gracia que hay que
pedir, pero siempre para compartirla con los demás.
En segundo
lugar, creer.
El señor
dice también: ya se los he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen.
El reclamo que les hace Jesús es el no creer. Ese creer que mueve montañas, ese
creer que moviliza y le da sentido a nuestras vidas, a nuestro día a día. La
definición más hermosa que alguna vez escuché sobre la fe es “ver la vida con los
ojos de Dios”. Qué lindo esto, porque nos da la clave para caminar por este
mundo: mirar todo como lo mira Dios. No solamente descubrirlo a él, sino
también descubrir su presencia en los demás y en mi propio corazón.
Por eso te
dejo un propósito para este día: pídale al señor en tu oración que nos aumente
la fe, que lo podamos descubrir en cada situación que vives, que lo puedas
encontrar en la eucaristía, que tu fe no dependa del sacerdote que celebra o de
la gente que te acompaña, eh. Pídele a Jesús que tu fe no dependa tanto de lo
externo o de los signos, sino de esa fortaleza interior que Dios te quiere dar.
Aliméntate de Jesús y busca ese pan que sacia y sana para compartirlo con los
que te acompañan en el camino.
En tercer
lugar, seguir.
Por último, Jesús
nos invita a que revisemos nuestra propia voluntad y la trabajemos dejándonos
ver cómo fue su propia voluntad. Él dice: he bajado del cielo, no para hacer mi
voluntad, sino la de aquel que me envió. Jesús vino a realizar la voluntad del
Padre. Tu y yo también tenemos que descubrir cuál es esa voluntad en nuestra
vida, ese sueño que Dios tiene para tu caminar. Eso es la santidad, ir
discerniendo qué es lo que Dios me pide. Quédate tranquilo, quédate tranquila,
que Dios no juega a las escondidas con nadie, todo lo contrario, se te va
mostrando a través de signos. Por eso, pídele hoy al buen Dios que te mande su
Santo Espíritu para que puedas querer, creer y seguir.