San Juan 6, 1-15
El Evangelio
de hoy, donde se nos narra el milagro de la multiplicación de los panes y los
peces, muestra la misericordia y la compasión de Jesús hacia la gente que le
seguía. Es Jesús mismo el que toma la iniciativa de darles de comer. A través
de este signo Cristo no sólo se revela a sí mismo, sino que también manifiesta
la gloria de Dios; de hecho, antes de realizar el milagro, es a Dios Padre a
quien se dirige pronunciando la acción de gracias y reconociendo que el origen
de los panes y de todo está en Dios Padre.
“Todos se
saciaron”, nos dice el texto, y es que este pan, que es el Pan de Vida, pan de
Cristo, su Palabra y su Cuerpo, es lo único que sacia el corazón del ser
humano.
Vemos en
este signo que con muy poco Dios puede hacer mucho, con sólo cinco panes y dos
peces puede saciar el hambre de una muchedumbre. Nosotros también tenemos esos
cinco panes y dos peces que son los talentos que Dios nos ha regalado. Estos
talentos, a veces, pueden ser nuestros buenos gestos con los demás, una limosna
o tal vez una simple sonrisa, algo tan insignificante podría alegrar y dar vida
a nuestro prójimo, que no sólo está necesitado de lo material sino de algo más.
Ya hemos
visto que todos se saciaron y sobraron doce cestos, lo que demuestra siempre
que Dios nos da mucho más de lo que necesitamos. Como cristianos también
nosotros tenemos que ser generosos con los dones que Dios nos ha concedido.
Debemos poner al servicio de Dios y de los demás los que tengamos, aunque
parezca muy poco. Dios puede sacar mucho de poco.
Jesús hoy
sigue haciendo milagros, pero éstos pasan, a veces, por nuestras manos, nuestro
corazón, nuestros labios… El milagro somos nosotros, ofreciendo nuestra
pequeñez que Dios convierte en grandeza.
En este tiempo
de Pascua sigamos anunciando la alegría de Cristo Resucitado que se parte y se
reparte para todos.