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17 de abril


 San Juan 3, 1-8

Nicodemo es fariseo y doctor de la ley. Está bastante bien dispuesto. Va a visitar a Jesús. Sabe sacar unas conclusiones buenas. Reconoce a Jesús como maestro venido de Dios. Tiene buena voluntad. Es hermosa la escena.

 Visita Jesús de noche. Jesús lo  recibe. Me lo imagino que a la luz de una lámpara dialoga serenamente con él. Escucha las observaciones del doctor de la ley. Jesús le propone volver a nacer. Aquí Jesús no habla de volver a nacer biológicamente.

Sino que habla de un renacer del Espíritu. Mucho no entiende Nicodemo, pero Jesús no se impacienta. Va presentando el misterio del Reino. No impone, sino que propone.

Jesús va ayudando a Nicodemo a profundizar en el misterio del Reino. Hay que nacer de nuevo. No es biológico. Es un nuevo nacimiento espiritual. Creer en Jesús supone «nacer de nuevo», «renacer» del agua y de Espíritu. Hace mención al bautismo.

 Ahí hemos empezado una vida nueva. Cuando nacimos fuimos hijos de Dios al ser personas. Pero con el bautismo hay un plus, un agregado. Dios nos dijo a cada uno: cuando naciste te recibí como hijo, pero a partir del bautismo eres mi hijo muy querido, o mi hija muy querida.

 Ese es el plus: somos por el bautismo hijos muy amados de Dios, y Dios como a hijos queridos nos regaló el Espíritu Santo que está en nosotros.

El evangelio, con sus afirmaciones sobre el «renacer», nos interpela a nosotros igual que a Nicodemo: ¿se produce en nosotros signos de un renacer? ¿Hemos entendido la fe en Cristo como una vida nueva que se nos dio? ¿Vivimos la vida nueva de Dios nos ofrece?