San Marcos 16,9-15
La Palabra
nos sitúa ante un Jesús resucitado que se presenta junto a sus discípulos, ante
los once que permanecieron en la fe (sabemos que uno de ellos ya no estaba, y
por eso lo destaca el texto). Este Jesús superador, victorioso, lleno de
gloria, se presenta una vez más junto a sus amigos, sus elegidos, con quienes
compartió su vida y su enseñanza.
Les deja un
enorme desafío, que es un estilo de vida, para los apóstoles y para todos
nosotros. También hoy nos dice que vayamos y anunciemos el Evangelio a toda la
creación. Vayan. El salir, el dejar atrás la vida común, la de todos los días.
Vayan a lo desconocido.
Vayan
teniendo los mismos sentimientos de Cristo, como nos dice San Pablo: mirar como
Él, mirar con Él, para llevar el fuego del Evangelio. Anuncien el Evangelio a
toda la creación, que no quede rincón sin iluminar por la gracia de la Palabra.
Jesús mismo es el mensaje que tenemos que ir
encarnando, asumiendo como los apóstoles y llevarlo a todo lugar, en todo
momento. El Señor nos invita y nos desafía. Ya no dicen síganme, vengan y vean,
sino que ahora Jesús nos envía, nos manda, nos invita a ir, aparentemente,
solos (pero sabemos que Él nos prometió que estaría con nosotros hasta el
final).
Aquí está la
clave: que asumamos como propios los desafíos de su corazón, hacer nuestro su
amor, su mirada generosa y abarcativa, que supera las diferencias, las
fronteras humanas de este mundo.
El mensaje es poder encontrar y reconocer a
Jesús, para poder llevarlo a los demás. Reconocer que Jesús nos eligió y nos
llamó para ser apóstoles, para aprender de Él y luego predicarlo, anunciarlo y
vivirlo, y en nuestra vida cotidiana, en lo sencillo y concreto de todos los días,
hacer realidad este mensaje.
Sin dudas,
hoy es un día de gracia: Él nos invita a reconocerlo en nuestra vida y nos hace
capaces de llevar la Buena Noticia por todo el mundo: «Vayan por todo el mundo,
anuncien la Buena Noticia a toda la creación.