Páginas

10 de abril


 San Mateo 28,8-15

"Avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán”

Qué hermosa y qué desafiante esta invitación que Cristo nos hace hoy. Él mismo es quien nos llama a reconocerlo Resucitado en la Galilea de nuestras vidas.

Galilea, en el Evangelio, es el lugar de la vida cotidiana, del quehacer diario. Galilea, para los discípulos, es su lugar de origen, el lugar donde habían encontrado a Jesús o, más bien, donde Jesús los había encontrado a ellos. Es el lugar del “amor primero” … Galilea les remite al momento en que sus vidas tomaron otro rumbo, otro color. Fue en donde pasaron de ser pescadores, cobradores de impuestos, comerciantes, a ser colaboradores de Jesús, a ser discípulos, a ser “amigos en el Señor”. Atrás habían dejado las barcas y las redes, las seguridades y los miedos, porque con Cristo se habían atrevido a mirar la vida con ojos nuevos… Fue en Galilea donde entendieron que Dios era Padre Misericordioso y que Jesús, el Hijo, había venido a sanar lo que estaba enfermo, y a buscar y salvar lo que estaba perdido. Fue en Galilea, donde experimentaron los primeros signos del amor de Dios.

Ahora Cristo, vuelve a citarlos en Galilea, pero no para “vivir en el pasado”, sino para transfigurarlo todo con la luz siempre nueva del Resucitado. Vuelve a citarlos en Galilea, porque es en Galilea, en la Galilea cotidiana donde han de buscarlo, donde han de amarlo, donde han de anunciarlo, donde han de vivirlo y celebrarlo.

Como los discípulos, entonces, también nosotros somos llamados a encontrar a Cristo en nuestras Galileas, es decir, en nuestros espacios de vida diaria, de vida familiar, de vida académica, de vida laboral, de vida comunitaria, de vida apostólica. ¡Sí! Es ahí, en la vida de todos los días donde Cristo Resucitado quiere que lo descubramos, que lo re-descubramos.